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Basurde Xiao Long

Extracto de la novela ¨La Escondida. Una revolución entre cañas de azucar¨ publicado hoy en el diario Gara.

Extracto de la novela ¨La Escondida. Una revolución entre cañas de azucar¨ publicado hoy en el diario Gara.

Marcelino detuvo su caballo a escasos metros del árbol. Sentía que el estómago se le revolvía y hasta que no liberó lo que albergaba, no obtuvo descanso. A Santiago Arana, su acompañante en aquel viaje en busca de la verdad, le pasó lo mismo. Ambos habían decidido comprobar si era cierta la noticia que corría como la pólvora por Tepic y sus alrededores. Pedro les alertó de que entre los trabajadores de La Escondida se había extendido el rumor de que a tres kilómetros de la capital, sobre la carretera a Jalisco y en un frondoso fresno, habían sido encontrados colgados nueve hombres.

En una época tan convulsa, no era la primera vez que corría un rumor de esas características, que venía a encrespar un ambiente ya de por sí muy tenso a causa de las crecientes reclamaciones agrarias y laborales en el campo y la industria de Nayarit. Guinea no terminaba de creerse que algo así fuera posible y decidió personarse en el lugar para comprobar si todo era producto de mentes calenturientas o si realmente se había cometido semejante atrocidad. Santiago se había ofrecido a acompañarle por si existía algún peligro en el lugar. Y Marcelino se lo agradeció en vista del eficiente y decisivo papel que Arana había jugado en la expedición a San Blas.

Ahora tenían la evidencia delante de sus ojos. La suave brisa balanceaba los cuerpos inertes de los nueve hombres en una macabra danza de la muerte. Todos ellos vestían humildemente y tenían rasgos indios; en definitiva, eran campesinos. La estampa resultaba tremendamente horrible y encerraba en sí un mensaje que entrañaba una innegable amenaza.

Mientras contemplaban el dantesco espectáculo, oyeron los cascos de un caballo que se aproximaba. Era Manuel Berecochea, el sobrino del administrador de la Casa Aguirre, que se quedó mirando con gesto demudado el árbol convertido en improvisado y nutrido patíbulo mientras la rabia se iba apoderando de su rostro. Aunque Marcelino no tenía mucho contacto con el joven porque vivía en Bellavista, lo reconoció al instante, ya que era igual que su malogrado padre, que había sido gerente de La Escondida hasta su muerte en 1906.

-¿Qué haces aquí, Manuel? -le preguntó Guinea extrañado por su repentina presencia-.

-Los empleados de la fábrica estaban cada vez más nerviosos porque les había llegado la noticia de lo que había pasado aquí y he venido para comprobar en persona que era cierto lo que se estaba diciendo. Lo que no me imaginaba era que resulta más horrible de lo que ellos aseguraban.

El muchacho de 14 años apretaba las riendas de su caballo cargado de ira ante semejante atrocidad, un sentimiento plenamente compartido por Guinea y Arana.

Enrabietado por semejante matanza y por el escarnio al que se había sometido a los ejecutados sin juicio ni defensa y a sus familias, Marcelino azuzó a su caballo en dirección a la Casa Aguirre. Esteban Gangoiti tenía que saber lo ocurrido cuanto antes.

Santiago y Manuel todavía estaban entrando en Tepic cuando Marcelino ya subía las escaleras del patio interior del palacete en dirección al despacho del responsable de la Casa en Tepic. Gangoiti se sobresaltó al ver aparecer a Guinea con el rostro desencajado y con evidentes muestras de estar muy furioso.

-¿Pero qué ocurre? -le preguntó mientras dejaba su pluma encima de un documento y se levantaba de su sillón para aproximarse alarmado a la puerta-.

-Nueve hombres han sido colgados de un árbol junto a la carretera de Jalisco.

Su interlocutor se frenó en seco mientras abría los ojos desmesuradamente ante semejante noticia.

-¿Quién ha podido cometer semejante atrocidad? -preguntó a continuación Guinea, mientras Gangoiti desandaba el trecho realizado y se sentaba impactado en su sillón-.

-Ha sido el general Santiago -respondió una voz que resonó a sus espaldas-.

Era José Berecochea, que llegaba con una evidente cara de preocupación y que se sorprendió al ver al hijo de su hermanastro en ese lugar.

-¿El gobernador? -le interrogó Marcelino incrédulo-.

-Así es -confirmó con gran malestar el administrador-. Cuando me he enterado de lo ocurrido, me he acercado al Palacio de Gobernación y uno de sus ayudantes me ha confirmado confidencialmente que ha sido orden del mismo general para dar un escarmiento. Según él, esos nueve hombres formaban parte de un grupo de bandidos, pero entre la población se está extendiendo la idea de que eran simples agraristas los que están colgados del «árbol de Navidad». De esa manera lo ha bautizado la gente de la calle.

-¡Vaya nombre! -exclamó Marcelino-.

-Me parece que el general Santiago se está extralimitando -comentó Gangoiti con el entrecejo fruncido-. Cuando promovimos la sustitución de José Santos Godínez como gobernador de Nayarit ante el Congreso y la Comandancia Militar, no nos imaginábamos que su sustituto iba a ser así de salvaje. En su toma de posesión, en marzo de este año, anunció que iba a erradicar el bandolerismo en esta tierra fuera como fuese, pero nunca pensé que sería capaz de fusilar gente delante de la catedral o que terminaría colgando a varios hombres de un árbol.

-En la calle, los tepiqueños no califican de bandidos a todos esos hombres a los que está matando Francisco Santiago, sino de agraristas -señaló Berecochea, quien siempre procuraba tener ojos y oídos entre los trabajadores y los campesinos para estar bien informado-. Y culpan de muchas de esas muertes a esta Casa. Piensan que nos está protegiendo de aquellos que, acogiéndose a la nueva Constitución, quieren hacer realidad el reparto de la tierra recogido en la Carta Magna.

-¡La Casa Aguirre nunca ha instigado la matanza de agraristas! -gritó furioso Gangoiti-. Lo único que hemos llegado a hacer fue pedir justicia cuando el administrador de la hacienda de Chilapa, José Allende, fue secuestrado y, tras ser liberado, asesinado. Y también hicimos gala de la misma serenidad cuando fue asesinado Marcos Hormaechea.

1 comentario

Aurelio Moràn Càceres -

La Escondida. Una revoluciòn entre cañas de azucar es, para los nayaritas que nos interesa nuestra historia, una joya literaria. Una gran sorpresa que alguien desde España nos brinde esta historia novelada, basada en los hechos ocurridos en nuestra tierra. Sin duda serà una gran aportaciòn para recrear esa època y entender mejor lo que fue la ùltima etapa del auge del entonces importante puerto de San Blas y su influencia en la actividad econòmica del actual Estado de Nayarit y su relaciòn con el Estado de Jalisco, al que nuestro territorio pertenecia en el siglo XIX como el septimo Cantòn.
Como puedo comprar el libro? Se va a distriuir en Mèxico?