Libros: ¨Ojos de agua¨ -Domingo Villar-
El 18 de mayo me informaba mi colega gallego Chema de que había fallecido el escritor Domingo Villar a los 51 años. Prácticamente de la noche a la mañana, por un accidente cerebrovascular. Me reenviaba esta noticia del Faro de Vigo y me contaba que tenía relación con su familia.
Las condolencias públicas de personalidades e instituciones fueron numerosas, y entre ellas se contaba por ejemplo la del presidente del gobierno Pedro Sánchez. Este autor había permanecido por debajo de mi radar, no había leído nada de él ni conocía de su existencia. Así que le pedí a Chema que me recomendara un primer título para indicarle el diente, ya que me había asegurado que tenía mucho talento. Me sugirió que empezara con ¨Ojos de agua¨ y eso hice.
Sinopsis:
¨Entre el aroma del mar y de los pinos gallegos, en una torre residencial junto a la playa, un joven saxofonista de ojos claros, Luis Reigosa, ha aparecido asesinado con una crueldad que apunta a un crimen pasional. Sin embargo, el músico muerto no mantiene una relación estable y la casa, limpia de huellas, no muestra más que partituras ordenadas en los estantes, saxofones colgados en las paredes y el libro -ya un clásico- de un gran filósofo del siglo XX sobre la mesilla de noche.
Leo Caldas, el solitario inspector de policía que compagina su trabajo en la comisaría con un consultorio radiofónico, se hará cargo de una investigación que le llevará de la bruma del anochecer al humo de las tabernas y los clubes de jazz. Rafael Estévez, un aragonés para quien las cosas «simplemente son o no son», es su nuevo ayudante. Demasiado impetuoso para una Galicia irónica y ambigua, en la que todo se insinúa pero nada realmente se dice, y para el melancólico Leo, que busca entre sorbos de vino los fantasmas ocultos en los demás, mientras intenta sobrevivir a los suyos.
La verdad termina por aflorar gracias a la labor de la curiosa versión española de Sherlock Holmes y Watson que forman el tándem Caldas-Estévez, en una novela policiaca salpicada de humor, no necesariamente negro, con grandes dosis de suspense en la que los personajes se van componiendo a medida que hablan y actúan, llevándonos a desentrañar el secreto que esconden los Ojos de agua¨.
Es la primera entrega de la trilogía del inspector Leo Caldas, a la que le suceden ¨La playa de los ahogados¨ -llevada al cine- y ¨El último barco¨. Aparte de en gallego y castellano sus novelas se pueden encontrar traducidas al inglés, alemán, italiano, sueco y francés, prueba de su éxito.
Me ha gustado y en su día me pondré con ¨La playa de los ahogados¨. Mientras, aquí dejo unos extractos que me han llamado la atención:
¨En la pared más alejada de la puerta se alineaban varias repisas de madera repletas de libros. Caldas recordaba las palabras de su padre cuando insistía en que a un hombre se le podía conocer por lo que bebe y por lo que lee. Le sorprendió encontrar casi exclusivamente novelas de género policiaco en la librería del músico: Montalbán, Ellroy, Chandler, Hammett…¨
¨-¿De la comisaría? ¿Ha ocurrido algo?
Caldas notó un leve temblor en el hombre al hablar. En La colmena, Camilo José Cela relacionaba el miedo con una vibración ligera del labio inferior. Desde su lectura, muchos años atrás, Caldas había comprobado en diversas ocasiones lo acertado de la descripción del Nobel gallego¨.
¨-¿Cómo que un buen conocimiento del formol? -la doctora le miró con desdén-. ¿Usted sabe qué es el formaldehído, inspector?
-Vagamente -admitió Caldas, sin soltar los cigarros dentro del bolsillo.
-Estamos hablando de un agente conservante cuya utilización no precisa de excesivos conocimientos médicos -la doctora tomó un vaso de una mesa para acompañar su explicación con mímica-. La solución, que no hay ni que preparar puesto que se nos envía el formol ya diluido desde el laboratorio, se vierte en un frasco como este -dijo, levantando el vaso-. A continuación, se introduce en el líquido el tejido a conservar…, y el tejido en cuestión se mantiene inalterable sin que haya que manipularlo más. ¿Piensa que precisaría mucho conocimiento del producto para repetir esta operación?
Caldas no contestó. Le crispaba la manera de hablar de la doctora. De niño había sufrido a un profesor que, en lugar de explicar a sus alumnos las cosas que desconocían, hacía burla pública de su ignorancia. El maestro hacía repetir en voz alta a los chicos las respuestas incorrectas y reía mostrando una hilera de dientes amarillos. Las inflexiones de la voz de la doctora le recordaban demasiado a las de su viejo profesor.
-¿Está usted seguro de lo que busca, inspector? -preguntó nuevamente la médico-. No me da esa impresión.
-No, no estoy seguro de nada, doctora. Pero tengo un crimen en el que se ha usado formol al treinta y siente por ciento, exactamente el mismo que guarda usted aquí, para intoxicar a la víctima.
-¿Envenenamiento por formaldehído?
-Más o menos -contestó Caldas con la sensación de que la doctora, como su maestro, iba a pedirle que lo repitiera en voz alta¨.
¨Milagrosamente, en el último momento había recordado su compromiso para comer. Llegaba tarde y caminaba a paso ligero por la calle del Arenal. Empujó la puerta acristalada y entró precipitadamente escudriñando las mesas. Cuando localizó la que buscaba se sentó en ella, ocupando el lugar opuesto al hombre de más edad que sonrió al verlo aparecer.
-¡Leo!
-Papá, persona el retraso.
-Que llegues tarde no me importa -dijo el hombre, para luego susurrar-, pero me citaste en un sitio en que no tienen mi vino, y de esto no hay penitencia que te absuelva.
-¿Cómo que no lo tienen? Yo siempre que vengo lo pido.
-Pues no lo tienen -insistió su padre.
Caldas tenía bastantes problemas como para que el vino supusiese uno más.
-¡Cristina, por favor! -llamó.
La camarera se acercó a la mesa.
-Hola, Leo, ¿cómo vas?
-Yo más o menos. Pero el jefe -dijo Leo señalando a su progenitor- se ha incomodado porque le parece que en el Puerto no tenéis su vino. Yo le digo que siempre lo bebo pero…
-Ay, filliño, lo tuvimos hasta hace unos días, que vendimos las últimas botellas. Estamos esperando que pase por aquí el distribuidor a reponer unas cajas.
-¿Ves cómo normalmente lo tienen?
El hombre no estaba muy conforme:
-El caso es que hoy no.
-Si quiere puedo traerle otro. No son tan exquisitos, claro, pero tampoco están mal. Puedo ofrecerle vino etiquetado o casero -le aclaró la mujer, que había sacado a Leo con solvencia del apuro.
-¿Cuál está mejor? -preguntó el padre del inspector.
-El caso no tiene química ninguna -comenzó a explicarle Cristina.
-¡Qué carallo no tiene química ninguna! –le cortó el viejo-. A ver si piensas que la fermentación es literatura. Química tiene todo, neñita, todo. Lo que no tiene ese vino que llamas casero es fermentación controlada, ni filtros bacterianos, ni reposo en cubas como es debido, ni muchas otras cosas tan necesarias como la misma uva para hacer buen vino. Pero química…
-¿Entonces cuál le traigo?
-¡Qué se le va a hacer! -dijo teatralmente el padre-. Trae el casero.
-¿Y para comer? -preguntó Cristina.
-Yo soy el encargado de las cuestiones enológicas -contestó el padre, levantando las palmas de sus manos y dirigiéndolas al inspector, como echándole encima el aire que les separaba-. Las otras tareas se las encomiendo a mi hijo¨.
¨El inspector no le quiso preocupar contándole que, salvo milagro, venía de arruinar su fulgurante carrera policial. Calladamente, escuchó a su padre relatar cómo las lluvias recientes habían coincidido con la floración de la vid causando estragos en la futura cosecha. La del otoño siguiente, se lamentaba, iba a ser menor que las precedentes.
-Dios va a tener que hacer algo al respecto -exclamó con semblante serio-. Menos vino es sinónimo de menos alegría en el mundo¨.
¨Comprobó en su reloj que llegaba tarde a la cita con el pinchadiscos del Idílico, pues ya pasaban dos minutos de las cinco.
-En el campo aún puedes ver pasar los días -su padre continuaba la perorata-. Aquí, además de estar rodeado de toda esta porquería, son los días los que te ven a ti. ¿No lo has pensado, Leo? ¿A que nunca has reparado en eso?
-De ese modo… -contestó lacónico Caldas.
-Pues haz el favor de pensarlo¨.
¨Rastro.
1.- Vestigio, señal o indicio de un acontecimiento.
2.- Herramienta a manera de azada, que en vez de pala tiene dientes fuertes y gruesos, y sirve para extender piedra partida y usos análogos.
3.- Lugar que se destinaba en las poblaciones para vender en ciertos días de la semana la carne al por mayor.
4.- Señal, huella que queda de algo¨.
Ahora entiendo de dónde le viene el nombre al Rastro de Madrid.
¨Como peripatéticos, caminaban por el sendero limitado en algunos tramos por un seto de boj¨.
He tenido que mirar peripatético en el diccionario y me ha encantado la definición.
¨Del lat. peripatetĭcus, y este del gr. περιπατητικός peripatētikós; propiamente 'que pasea', porque paseando enseñaba Aristóteles.
1. adj. Fil. Que sigue la filosofía o doctrina de Aristóteles. U. t. c. s.
2. adj. Fil. Perteneciente o relativo a la filosofía o doctrina de Aristóteles.¨
Esta Web lo explica de una manera un poco más detallada. ¨La palabra peripatética significa ¨deambular alrededor de un patio¨. A la escuela aristotélica se la denomina escuela peripatética, porque los filósofos, ya sean entre ellos o con sus discípulos, debatían los pensamientos mientras caminaban alrededor de un patio¨.
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