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Basurde Xiao Long

Libros: ¨Las ciudades invisibles¨ -Italo Calvino-

Libros: ¨Las ciudades invisibles¨ -Italo Calvino-

Después del  trepidante verano donde la rutina se ve completamente alterada, hemos entrado en otra vorágine bien distinta, pero familiar al fin y al cabo. Un país nuevo, una escuela nueva, pero la sensación de tener más control sobre mi tiempo que estando en España. Con novedades bombardeándome noche y día aún encuentras tiempo para tranquilamente meter la cabeza entre las hojas de un libro. Así, esta tarde, en la piscina de casa he finalizado ¨Las ciudades invisibles¨, de Italo Calvino.

El ejemplar me lo regaló Helena, y por la dedicatoria extraigo que fue hace justo un mes y un día. En esa fecha quedamos para comer, estuvimos hablando de muchas muchas cosas, y al volver hacia nuestras casas entramos en la librería de la Plaza Landázuri, regalándonos de forma espontánea un libro. Mi destinataria se llevo uno de Jorge Bucay, y yo recibí una publicación de este escritor italiano nacido en Cuba, que pasó gran parte de su vida en París.

La razón de que yo eligiera Jorge Bucay fue simplemente que mencionamos en la mesa al autor. Sin más. Pero tenía curiosidad por ver que me había recomendado Helena.

¨Las ciudades invisibles¨ no es una novela. Es un conjunto de descripciones de ciudades que Marco Polo le hace a un emperador. Ciudades que el mercader veneciano se ha ido encontrando en sus viajes, increíbles, imaginarias, inventadas, pero que al leer podemos asociar con las de nuestro conocimiento previo. Todas son descripciones muy cortas, de una página, así que extraigo una.

La que voy a incluir aquí es porque me ha recordado a mi nueva casa en Shanghái. Vivo en un suburbio de la ciudad que hace menos de 10 años era campo, zona de agricultura y ganadería. Marco Polo pasó por aquí por China en el siglo XIII, pero cualquiera que visitara esta zona en el 2000, por ejemplo, pondría la misma cara de sorpresa. Esta urbe crece y crece devorando todo lo que tiene alrededor. El relato, con permiso del autor, dice lo siguiente:

LAS CIUDADES CONTINUAS. 4

¨Me reprochas que cada relato mío te transporte al centro mismo de una ciudad sin hablarte del espacio que se extiende entre una ciudad y la otra: si lo cubren mares, campos de centeno, bosques de alerces, pantanos. Te contestaré con un cuento.

En las calles de Cecilia, ciudad ilustre, encontré una vez a un cabrero que azuzaba, rozando las paredes, un rebaño tintineante.

-          Hombre bendecido por el cielo –se detuvo a preguntarme-, ¿sabes decirme el nombre de la ciudad donde nos encontramos?

-          ¡Los dioses sean contigo! –exclamé-. ¿Cómo puedes no reconocer la muy ilustre ciudad de Cecilia?

-          Compadéceme –repuso-, soy un pastor trashumante. Mis cabras y yo a veces atravesamos ciudades pero no sabemos distinguirlas. Pregúntame el nombre de los pastizales: los conozco todos, el Prado entre las Rocas, la Cuesta Verde, la Hierba a la Sombra. Las ciudades para mí no tienen nombre; son lugares sin hojas que separan un pastizal de otro y donde las cabras se espantan en los cruces y se desbandan. El perro y yo corremos para mantener junto el rebaño.

-          Al contrario de ti –afirmé-, yo sólo reconozco las ciudades y no distingo lo que está fuera. En los lugares deshabitados, cada piedra y cada hierba se confunden a mis ojos con todas las piedras y las hierbas.

Muchos años pasaron desde entonces; conocí muchas otras ciudades y recorrí continentes. Un día andaba entre esquinas de casas todas iguales: me había perdido. Pregunté a un transeúnte:

-          Los inmortales te protejan, ¿sabes decirme dónde estamos?

-          ¡En Cecilia, y así no fuera! –me respondió-. Hace tanto que andamos por sus calles, mis cabras y yo, y no conseguimos salir…

Lo reconocí a pesar de  larga barba blanca: era el pastor de aquella vez. Lo seguían unas pocas cabras peladas que ya ni siquiera hedían, tan reducidas estaban a la piel y los huesos. Mascaban papeles sucios en los contenedores de basura.

-          ¡No puede ser! –grité-. Yo también, no sé cuándo, entré en una ciudad y desde entonces no hago más que adentrarme por sus calles. ¿Pero cómo hice para llegar donde tú dices, si me encontraba en otra ciudad, muy lejos de Cecilia, y todavía no he salido de ella?

-          Los lugares se han mezclado –dijo el cabrero-. Cecilia está en todas partes; en otro tiempo aquí debía de estar el Prado de la Salvia Baja. Mis cabras reconocen las hierbas que crecen en la mediana de las avenidas¨.

Interesante, uhmm?

Pese a que se trata de relatos muy breves, no es un libro fácil de leer. Hay que estar bastante predispuesto a comprender lo que el autor quiere insinuar. Si vas con la idea de leer algo liviano antes de apagar la luz y dormir… se puede hacer bastante rollo, y me ha pasado con varios relatos.

La idea de Helena con este libro era que no entrara a trapo con mi idea de escribir un libro, sino que empezara poco a poco, por ejemplo, describiendo una ciudad imaginaria, al estilo Calvino. Una vez más va a tener que esperar, porque lamentablemente siempre hay otras prioridades por falta de tiempo  L

Me ha gustado mucho como termina el libro. El emperador, pesimista, le dice que las circunstancias de la época nos llevan hacia una ¨ciudad infernal¨. A lo que Polo le responde:

¨-El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio

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