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Basurde Xiao Long

Libros: ¨El italiano¨ -Arturo Pérez-Reverte-

Libros: ¨El italiano¨ -Arturo Pérez-Reverte-

Terminada la última novela de Pérez-Reverte, que vio la luz el 21 de septiembre de 2021.

El autor no decepciona, la he disfrutado muchísimo y he aprendido tres o cuatro cosas.

 

Así reza lo que sería la contraportada (que en el lector digital Kindle que uso no existe como tal):

 

«Nada traiciona, tanto tiempo después, la mujer que desde hace dos años vive sola junto al mar con un perro y unos libros. Qué otra cosa, decide, sería el impulso, o el deseo, de permanecer abrazada a ese hombre para siempre. Ignora qué habrá en su cabeza dentro de un par de horas, cuando la claridad del día la despeje del todo el ilumine con más crudeza su conciencia. Lo cierto es que en este momento, sin duda alguna, desearía morir si él muriera.»

 

¨En los años 1942 y 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, buzos de combate italianos hundieron o dañaron catorce barcos aliados en Gibraltar y la bahía de Algeciras. En esta novela, inspirada en hechos reales, sólo algunos personajes y situaciones son imaginarios. Elena Arbués, una librera de veintisiete años, encuentra una madrugada mientras pasea por la playa a uno de esos buzos, desvanecido entre la arena y el agua. Al socorrerlo, la joven ignora que esa determinación cambiará su vida y que el amor será sólo parte de una peligrosa aventura¨.

 

La crítica ha dicho:

 

«Pérez-Reverte en su mejor momento. Sus novelas trazan lazos de unión unas con otras, hasta formar una urdimbre que es lo que los clásicos llamaban estilo, y los modernos, mundo.»

José María Pozuelo Yvancos, ABC Cultural

 

«Arturo Pérez-Reverte sabe cómo retener al lector a cada vuelta de página.»

The New York Times Book Review

 

«Arturo Pérez-Reverte consigue mantener sin aliento al lector.»

Corriere della Sera

 

«Pérez-Reverte nos hace disfrutar de un juego inteligente entre historia y ficción.»

The Times

 

Sobre el autor:

 

¨Arturo Pérez-Reverte nació en Cartagena, España, en 1951. Fue reportero de guerra durante veintiún años, en los que cubrió siete guerras civiles en África, América y Europa para los diarios y la televisión. Con más de veinte millones de lectores en todo el mundo, muchas de sus novelas han sido llevadas al cine y la televisión. Hoy comparte su vida entre la literatura, el mar y la navegación. Es miembro de la Real Academia Española¨.

 

Extraigo algunos párrafos que me han llamado la atención:

 

¨-Teseo Lombardo era mi binomio habitual -me confirmó.

-¿Binomio?

Hizo un ademán evocador.

-Así nos llamábamos… Operábamos por parejas, y solíamos ir juntos. Sentados a horcajadas sobre el maiale, cuyo nombre técnico era Siluro a Lenta Corsa: torpedo lento¨.

 

He subrayado este extracto porque me ha llamado la atención la palabra siluro. Conocía la acepción de siluro como pez, porque en los pantanos de Sobrón y de Villarreal en Álava existen ejemplares de esta especie invasora. Pero desconocía la segunda acepción que recoger la RAE y a la que el escritor se refiere:  

 

1. m. Pez teleósteo fluvial, fisóstomo, parecido a la anguila, con la boca muy grande y rodeada de seis u ocho apéndices como barbillas, de color verde oscuro, de unos cinco metros de largo y muy voraz.

2. m. Mar. Torpedo automóvil.

 

Por cierto, cuando en la novela se refieren al maiale, por las descripciones que se hacen, no es difícil que el lector se lo imagine. Terminada la novela en el libro digital, al final, se puede ver un dibujo que confirma la idea que me hice en la cabeza. En un libro en papel probablemente el lector vea esa imagen al principio de la lectura, hojeando el libro, sin embargo en el Kindle te lo encuentras al final.

 

¨En el verano de 1982 publiqué una serie de tres artículos sobre el grupo Orsa Maggiore, titulada Un caballo de Troya en Gibraltar¨.

 

No he encontrado esos artículos en Internet pero sí que hay algunos parecidos al respecto, y este me ha gustado porque lo documenta con una foto de un maiale.

 

¨A Campello le cae bien el joven oficial. Familiarizado con el trasfondo de los seres humanos, cuando conoció a Royce Todd, a quien todos en la Armada llaman Roy, lo catalogó como un inglés excéntrico de la variedad agradable; uno de esos individualistas inclinados al deporte y la aventura, a los que sólo circunstancias excepcionales logran vestir de uniforme; en incluso entonces se toman la guerra como un partido de tenis. Todd encaja en el perfil: seguro de sí, enemigo de protocolos, indisciplinado en tierra, todo indica que en el mar él y su equipo de Protección Submarina ya son otra cosa. Tiene bajo sus órdenes a una docena de hombres, la mitad buzos experimentados. Además de patrullar el puerto y el fondeadero de la había, a ellos corresponde sumergirse cuando sospechan que hay cargas explosivas debajo, arriesgándose a que les estallen en la cara. Y Todd es el primero que lo hace¨.

 

¨De nuevo con el vaso en los labios, hace Todd una mueca insolente.

-Pues esos macarronis, como los llamas, ya nos hundieron en Gibraltar un petrolero y un mercante.

-Hasta un reloj parado da la hora correcta dos veces al día¨.

 

Extracto largo en el que discuten sobre el amor, me ha parecido interesante:

 

¨-El amor está sobrevalorado desde hace mucho -comenta Pepe Aljaraque.

-¿Desde Bécquer? -se interesa Nazaret Castejón, la bibliotecaria municipal.

-Desde más atrás.

-¿Lope de Vega y quien lo probó lo sabe? -sugiere el doctor Zocas.

-Desde Ovidio: «Júpiter se divierte con los perjurios de los amantes»… Ahí ya queda todo resuelto.

Sonríe Elena. Es la última hora de la tarde y el sol declinante ilumina los viejos cortinajes del café Anglo-Hispano y los azulejos de la pared. Al otro lado de la ventana discurre el ajetreo de la calle Real, y en la acera opuesta los camareros se mueven entre las mesas y sillas de mimbre ocupadas por socios del Círculo Mercantil.

-De eso nada, Pepe -apunta-. No lo empañes con tu habitual cinismo.

Insiste el aludido, agitando suavemente su copa de anís del Mono mezclado con coñac.

-Verduras de las eras, Elenita. El amor en su concepto clásico es un espejismo.

-¿Lo dices por experiencia?

-Lo digo porque lo digo.

El doctor Zocas, teatral, se señala la solapa izquierda con el purito humeante, a la altura del corazón.

-Discrepo profundamente, querido amigo. Como sentimiento, sigue siendo un móvil poderoso.

-Positivo, incluso -señala Nazaret Castejón.

El doctor agradece el apoyo con una mirada de reconocimiento. La bibliotecaria es miope, culta, solterona y romántica. Muy delgada, usa lentes de acero y tiene un fuerte pelo gris que lleva muy corto y le da un vago aspecto de monja exclaustrada.

-Nos eleva, nos sublima, nos…

Se queda un momento indecisa, buscando verbos.

-Disfrazamos de amor muchas cosas inconfesables -la releva Aljaraque-. El sexo, por ejemplo.

Dirige Zocas al archivero una mirada reprobadora mientras indica a las dos mujeres con ademán desolado.

-Por Dios, hombre. Que hay señoras.

-Hace mucho que nadie en su sano juicio se enamora así -insiste el otro, impermeable a la reconvención-. Con arrebatos y tal. Está más pasado de moda que el cine mudo.

-¿El amor no es un sentimiento moderno, quieres decir? -se interesa Elena.

-Exacto.

-Qué disparate -opina Zocas.

-Nada de disparate -sostiene Aljaraque-. En el siglo de la tecnología, el maquinismo surrealista y las grandes carnicerías colectivas, es imposible enamorarse de verdad.

-¿Y qué es de verdad, para ti?

-Pues así, a la antigua.

-¿Tú crees?

-Estoy seguro. La humanidad ha perdido la inocencia necesaria.

-¿Es necesario ser inocente para amar? -pregunta Nazaret.

-Para creer que se ama, sin duda… Eso que hoy llamamos amor no es más que una etiqueta que pegamos en el envase para vender mejor ciertos artículos de dudoso contenido.

-Un invento capitalista -señala Elena, divertida.

-En cierto modo.

-Tal vez lo haya sido siempre.

-Estoy seguro. Pero antes, al menos, se daba al dulce engaño. Bastaba un poeta para llevarte al huerto… Hoy el mundo tiene los ojos demasiado abiertos. Nos los han abierto a bombazos.

-Yo creo que el amor romántico sigue siendo una tabla de salvación -comenta Nazaret-. Un consuelo y un refugio, más necesario que nunca en los tiempos que vivimos.

Asiente Aljaraque, zumbón.

-Te acepto lo del amor como refugio, o burladero. Algo donde esconderse y hasta analgésico, si me apuras… Pero me das la razón.

-¿En qué?

-La palabra amor, tal como la utilizamos, no es otra cosa que un recurso práctico: un invento de la humanidad para disimular palabras como lujuria, egoísmo, territorialidad y conservación de la especie.

-Demasiado prosaico -interviene Zocas, indignado. ¿Niegas que hay amores que dejan huella?

-Sí… En el maquillaje de las mujeres y en los cuellos de las camisas de los hombres.

-Cómo te gusta ir de cínico -lo censura Nazaret.

Ríe el archivero, complacido, y apura su copa.

-Para ti el amor, entonces, es burdo, ¿no? -insiste la bibliotecaria-. Egoista y artificial.

-Trofeo social y materia que sacia, nada más. El eros de los griegos, la cupiditas romana… La pasión, en suma. Una combinación de elementos químicos que hace su efecto mientras dura y no llega al hastío. Entonces pensamos que un antiguo amor ha muerto y creemos enamorarnos de otros.

Nazaret y el doctor Zocas miran a Elena, incómodos. El fantasma de Mazalquivir vuelve a planear sobre la tertulia, pero ella permanece impasible.

-O de nadie, en adelante -sugiere ella con suavidad.

-¿Negáis la existencia del amor eterno? -pregunta Nazaret.

Levanta las manos Aljaraque cual si la respuesta fuese obvia.

-El amor de corazones atravesados por flechas es un absoluto timo. Un invento romántico. Y además, tiene fecha de caducidad.

-Pero hay amores duraderos, Pepe.

-Cuando es un sentimiento, incluso en una situación así, hablamos de otra cosa: amistad, afecto, serenidad, costumbre… Pero el amor pasión para toda la vida, ese que hace oír campanas y pajaritos y empuja al abnegado sacrificio, es hoy un recurso de poetas y los novelistas de kiosko de ferrocarril.

-Lugares muy dignos, por otra parte -protesta Zocas, tocado en vivo-. Esos kioskos de estación, templete de cultura viajera y popular.

-¿Queréis decir que no hay lugar en nuestro tiempo para los amores heroicos? -pregunta Nazaret-. ¿Para la ansiedad de la espera, la embriaguez del abrazo, la angustia de la separación?

Lo dice como si reclamase para sí un resquicio de esperanza. Pero el archivero se mantiene firme.

-Ninguno -replica, despiadado-. Madame Bovary, Anna Karenina, Anita Ozores, huelen a naftalina. Las heroínas de antaño son hoy unas pobres idiotas… Por no hablar del joven Werther y compañía.

Nazaret no se da por vencida. Tal vez su propia soltería la hace inmune al desaliento: a olvidar sueños aún vivos en la ceniza, conservados en la soledad y lecturas como pétalos secos entre páginas de un libro.

-Hay cientos de casos modernos, famosos, de amor casi heroico -insiste con viveza-. Alfonso XII y Mercedes, Victoria y Alberto, Eduardo y Wallis Simpson…

Sonríe Aljaraque, burlón.

-González y Byass, Joselito y Belmonte, Quintero, León y Quiroga…

-Dejémoslo, anda. Contigo es de verdad imposible.

Aljaraque está mirando a Elena, penetrante y provocador. Con intención.

-¿Qué opinas tú?

Esta vez ella tarda en responder. Hace rato que coteja lo que escucha con sus propios sentimientos. Con su memoria y su presente.

-Hay una clase de amor que podría tener que ver con la aventura -dice al fin.

-¿Con la aventura? -se sorprende Aljaraque-. Vaya punto curioso.

-Que esperamos desarrolles -sugiere Zocas, interesado-. Porque imagino que no te refieres a una aventura convencional, ¿verdad?... A un episodio frívolo.

Lo piensa ella un poco más. Nunca se lo había planteado de esa forma, pero ahora todo parece asentarse despacio. Casi oye el rumor de las piezas mientras encajan unas con otras. Entonces los mira a los tres, un poco desconcertada. Exponerlo en voz alta resulta difícil.

-En ocasiones -lo intenta, cauta- buscamos una persona adecuada para el amor, o la encontramos sin buscarla…

Se detiene de nuevo, intentando ordenar las ideas. Lo que empieza a descubrir en sí misma. Aguardan los otros, expectantes.

-¿Y? -la anima Nazaret.

-Pues que si esa persona aparece, quizá nos amemos a nosotros en ella.

La bibliotecaria hace un mohín decepcionado.

-Te refieres al amor egoísta, claro. Menuda vulgaridad. Le estás dando la razón a Pepe.

-No… Hablo de algo más intenso que eso. Más complejo. Nos enamoramos, en realidad, de la imagen del amor que tenemos en la cabeza, proyectando ahí los libros leídos, el cine que hemos visto. Incluyendo nuestros sueños, deseos, tristezas y alegrías…

Se detiene otra vez. La luz poniente que ya se extingue parece endurecer sus rasgos. Tan confuso todo, piensa estremeciéndose. Y tan diáfano.

-Todos los desafíos pendientes -concluye- y también todas las venganzas¨.

 

En otro círculo distinto menos refinado…

 

¨Y además, llovió… Lo mejor fueron las chicas que actuaron después.

-¿Estaban bien? -pregunta Todd.

-Potables.

-Aquí cualquier coño es potable.

-Y que lo digas.

-Que venga la muerte y me follaré a los ángeles -recita Todd.

-Algo así -se interesa Moxon-. ¿De quién es eso?

-Mío.

-Joder, es bueno.

-Ya lo sé¨.

 

Haciendo guiños a su admirado Dumas…

 

¨-¿Ha leído Los tres mosqueteros, señor Ortega?

-Eh… Pues sí, claro. ¿Qué tiene que ver?

-Cuando la principio de la novela le preguntan a Porthos, el grandullón, por qué acepta batirse con D´Artagnan, se limita a responder: «Me bato porque me bato».

Lo deja ahí por un instante, dándoles el tiempo de comprender mientras se echa atrás en el sillón para apoyarse en el respaldo, acomodándose mejor.

-Mis motivos son asunto mío -añade-. También me bato porque me bato. Lo que debe importarles son los resultados¨.

 

Con ingleses de por medio hay unas cuantas referencias a India:

 

¨Dirige Moxon una ojeada crítica a los carpinteros y luego mira el reloj.

-La hora de la ginebra, como dicen en la India. El barman de este hotel no es malo. De las pocas cosas que no han militarizado todavía… ¿Nos acompañas, Harry?

Asiente Campello.

-Hora de la ginebra es mi verdadero apellido.¨.

 

Desconocía que en la Segunda Guerra Mundial existían campamentos de prisioneros en la India.

 

¨Para esa fecha, capturados tras su acción en Gibraltar, Teseo Lombardo y él estaban en el campo de prisioneros de Ramgarh, en la India. Y fue allí donde acabó su camaradería. O su amistad¨.

 

¨-En Ramgarh los ingleses nos preguntaron. Ofrecían la libertad a los que quisieran combatir contra Alemania… Algunos, como Teseo, aceptaron unirse a los aliados. Otros nos negamos al deshonor. Prefería no cambiar de bandera y seguí prisionero hasta el final de la guerra¨.

 

¨-Me pregunto qué nos espera ahora -comenta el napolitano.

-Supongo que una cárcel o un campo de prisioneros.

-Cazzo… Espero que no sea en Inglaterra, con la lluvia y todo eso. A ti te dará igual, porque eres del norte y estás acostumbrado a la niebla, el frío y toda la basura septentrional. Yo prefiero climas suaves.

-Suelen mandar a la gente a Palestina, o la India¨.

 

Por ser esta una historia naval imaginaba que Ramgarh se encontraría en algún sitio costero, probablemente cerca de Bombay y que llevarían hasta allá a los prisioneros en barco. No es así, Ramgarh se encuentra lejos de la costa, en el estado de Jharkhand.

 

¨-Pero en el Khyber Pass han muerto hombres -objeta Fraser.

-Quizás, no lo sé.

-¿No sabe?

-Como dije antes, señor, ignoro de qué otro barco me habla.

Mira el inglés a Squarcialupo.

-¿Y usted?

Encoge los hombros el napolitano y junta las yemas de los dedos de una mano, moviéndola con suavidad. Un ademán levantino, tan viejo como su patria y el Mediterráneo.

-Yo ignoro hasta en qué lugar geográfico me encuentro ahora, comandante.¨

 

En nombre del barco, Khyber Pass, me llamó la atención y me apetecía conocer la historia. En India hay muchos trekkings populares a puertos (=pass), como Kuari Pass, Rupin Pass, Hampta Pass… Este paso no se encuentra en India, sino entre Afganistán y Pakistán, pero históricamente ha sido un punto principal de acceso para las invasiones del subcontinente indio desde el noroeste.

 

¨Pero lo cierto es que con Mussolini, rey Víctor Manuel o caballo de copas, igual que sin ellos, invulnerable a todo e incluso a ese viejo cabrón taimado del Vesubio, Napoles seguirá siendo Nápoles. Eterna desde los romanos o antes. Y no hay bastardo inglés bebedor de té que pueda con eso¨.

 

¨El padre se ve incómodo, más aún que ella. Turbado por el antiguo silencio de ambos. Ninguna discusión extrema, ninguna crisis violenta propició el tiempo muerto. Sólo una última conversación, cruel por parte de Elena; una despedida fría y luego el vacío de la distancia, la escasez de noticias. La indiferencia. Ella regresó a la casa de Puente Mayorga para no volver, y él siguió inclinado sobre sus libros y sus notas, antiguo catedrático hoy sin alumnos: míseras clases particulares, traducciones de clásicos griegos y latinos que ya nadie publica, nadie conoce y a nadie aprovechan.

Debiste pelear, dijo ella la última vez, parada en el umbral y a punto de marcharse. O quedarte, al menos, y afrontarla suerte que corrieron otros. Debiste luchar, o morir, y tal vez luchar y morir, en vez de esos tres años refugiado en Gibraltar, la humillación del regreso con la cabeza baja, la sumisión a quienes te hacen gracia de libertad y vida tras llenar cementerios con hombres mejores que tú. La existencia oscura y gris a la que ahora te condenan. Eso fue lo que dijo el último día antes de irse. Me lo enseñaste cuando niña, mientras por encima de mi hombro vigilabas la traducción del libro II de la Eneida. Da igual el bando, dan igual las armas, dan igual los dioses. En ese último extremo, la única salvación de los vencidos es no esperar salvación alguna¨.

 

En diferentes entrevistas Pérez-Reverte ha comentado que esta novela va sobre héroes:

 

¨-Supongo -dijo lentamente- que al principio proyecté en él muchas lecturas juveniles, mucha imaginación. Pero no fue casual. Él era como era, aunque no fuese consciente de ello.Y eso aumentaba mi fascinación -se volvió a mirarme con súbito interés-. ¿Sabe qué significa Contemptor divum, que decían los antiguos?

-No, lo siento.

-Despreciador de dioses.

-Ah, vaya.

-Teseo pertenecía a esa clase de hombres. No despreciaba la cólera de los dioses por alarde ni fanfarronería; lo hacía con sencillez, sin darle importancia, porque la vida, la historia, su patria, lo habían colocado en la necesidad de hacerlo.

-Comprendo.

Me lanzó una ojeada dubitativa.

-No estoy segura de que lo comprenda de verdad… Yo estaba adiestrada para reconocer a un héroe. Y no pronuncio esa palabra en su sentido moderno, sino en el clásico. Por eso pude reconocerlo cuando lo vi¨.

 

Comentarios de Pérez-Reverte sobre su novela en los medios:

 

XL Semanal - Los hombres del cuarto de luna

 

Carlos Alsina en Mas de uno

 

El Hormiguero

1 comentario

Rosa- Madrid- Norsistemas -

Gracias Javi por comentar el libro. Me han dado ganas de leerlo. Con Pérez-Reverte siempre aprendes cosas interesantes de historia.