Libros: ¨Un jardín en Badalpur¨ -Kenizé Mourad-
Terminada ¨De parte de la princesa muerta¨ tocaba ponerse con la continuación, ¨Un jardín de Badalpur¨. La contraportada del libro (edición de 1998) dice así:
¨Decía Kenizé Mourad en el epílogo de su primer libro:
«Así termina la historia de mi madre.
Poco tiempo después de su muerte, un visitante se presentó en el consulado de Suiza. Era Orhan, el primo de Selma. En su tarjeta de visita había escrito simplemente: ¨De parte de la princesa muerta¨.
Avisado por vía diplomática, el rajá supo que tenía una hija. Como las comunicaciones entre la India, colonia inglesa, y la Francia ocupada, estaban interrumpidas, no pudo hacerla volver a Badalpur. Fue mucho después de la guerra cuando se encontraron. Pero ésa es otra historia».
Al cabo de diez años la autora nos ofrece esa otra historia, Un jardín en Badalpur. Desplegando sus ya conocidas dotes de narradora -y toda su ternura y vigor social y político; su empuje temperamental, su inmenso caudal de experiencia y su prodigioso acopio documental-, Kenizé Mourad nos cuenta con tremenda honradez la apasionante historia de Zahr, la protagonista, y su padre, Amir, que Zahr sólo conoce a sus veinte años. Centrada en el mundo de la India paterna, la novela narra la lucha de Zahr por hacerse, a la muerte de Amir, con esa pequeña parcela llamada el Jardín de la Sultana -el jardín que Amir había regalado a Selma, la sultana, madre de Zahr- como único trozo de tierra propio en el mundo.
Y junto a las insólitas visicitudes personales de una huérfana en busca de una familia -y el sorprendente reencuentro afectivo/amoroso con Amir-, surge el inmenso panorama de una India atenazada por la lucha fanática de los hindúes contra los musulmanes en el marco de la más aborrecible discriminación contra la mujer y la más absoluta miseria tercermundista.
Una obra literaria irresistible en la que lo individual queda amalgamado con lo social y con lo político sin puntos de sutura¨.
Sobre la autora:
¨Kenizé Mourad ha trabajado doce años como periodista y corresponsal especializada en el Medio Oriente y el subcontinente indio. Hace diez años consagró a la historia de su familia la hoy celebérrima novela De parte de la princesa muerta, de la que solo en Francia se vendieron varios millones de ejemplares -y en España más de seiscientos mil. Un jardín en Badalpur es la segunda parte de esta vasta saga familiar¨.
Me ha gustado mucho la novela, que es una biografía de la escritora y que me ayuda a seguir comprendiendo un poco más India.
Extraigo los siguientes párrafos que me han llamado la atención:
¨Me inclino sobre su hermoso rostro demacrado, le acaricio la frente húmeda, suavemente, como si fuera mi hijito enfermo, y beso las pobres manos azuladas por los goteos. Nunca me había atrevido antes a semejante familiaridad. Me dan ganas de cogerlo en brazos, de tranquilizarlo, para mecerlo, pero temo hacerle daño, ¡es tan frágil!... Entonces pronuncio las palabras que todos pronunciamos en esos momentos: ¨Querido Daddy, todo se arreglará, os curaréis¨, maldiciéndome por insultar así su valor, su inteligencia. Pero, ¿acaso puedo decirle: ¨Daddy, vais a morir, estoy aquí para ayudaros¨? ¿Cómo evaluar el grado de fuerza y lucidez de un ser llegado al umbral de la muerte? Su vida pasada no nos permite nunca juzgar sobre lo que entonces es capaz de entender¨.
¨Este hermano era mi amor y mi víctima. Yo arañaba a todas las que se atrevían a acercarse a él -cuarenta años después todavía siento un leve malestar cuando me encuentro con su preferida de la época. En cambio, no vacilaba en cargarlo con la responsabilidad de nuestras travesuras. Él aguantaba los castigos sin decir nada, consciente ya de su estatuto de protector del sexo débil. Hoy es un hombre adorado por las hembras, aborrecido por las feministas y apreciado por las mujeres¨.
¨Cuando el 1 de octubre doblaba la campana del regreso y me encontraba con mis compañeras de clase que describían, excitadísimas, su verano en las ciudades elegantes a orillas del mar, en la montaña o en su castillo, comprendía que mis vacaciones campesinas habían sido incomparablemente más hermosas que las suyas. Pero, cuando me interrogaban, no sabía qué decir. ¿Cómo explicarles, cuando ellas me hablaban de barcos, equitación y tenis, la felicidad de estar tumbada en la hierba horas y horas viendo cómo el cielo cambiaba de color, sintiendo en todo el cuerpo el cálido temblor de la tierra, respirando hasta aturdirme la frescura del viento, sintiendo que no era distinta de árboles y hojas, que solo formaba parte de un todo y que jamás, jamás, podría estar sola?¨
Sobre su llegada a Delhi:
¨La llegada al hotel Ashoka es impresionante: todo él arcos y cúpulas de arenisca roja, diríase un palacio, y los sirvientes con turbante que, a esta hora matinal, se ajetrean con un lento vals en torno a algunos clientes tienen pinta de príncipes. Zahr piensa que si en la India los hoteles parecen palacios, cuánto más hermosos serán los palacios de veras, como los de Badalpur o Lucknow, donde reside su padre¨.
Suelo ir a correr a un parque llamado Nehru Park en Delhi y paso por enfrente de este hotel Ashoka en la ruta.
¨Riendo, su padre le cuenta que cuando se metió en política, a su regreso de Inglaterra, donde había estudiado derecho, lo apodaron ¨el rajá rojo¨. Diputado independiente -no le acomodaba la disciplina de partido-, luchaba por la abolición de los privilegios de su propia clase, propugnando el reparto de tierras a los campesinos, y sobre todo la educación de la masas, a lo que se negaban obstinadamente sus pares, conscientes de que, con toda seguridad y más aún que con la reforma agraria, con esta última medida doblarían las campanas por el poder absoluto.
-En realidad, nosotros lo perdimos todo, pero el pueblo no ganó nada. Cuando en 1947 conseguimos por fin desembarazarnos de los ingleses y la India se convirtió en una república, Nehru lanzó la reforma agraria. Los pequeños campesinos recibieron tierras, pero la mayoría eran demasiado pobres para pagar las semillas, los abonos y el agua, por no hablar de un buey para tirar de la carreta, cosas todas que antes les suministraban los propietarios. Para no morir de hambre tuvieron que revender las tierras, a bajo precio, a campesinos ricos, y trabajar para ellos, o bien abandonar la aldea para tratar de encontrar un empleo en la ciudad donde, año tras año, fueron engrosando el número de los menesterosos. Todas las esperanzas que habían puesto en una India independiente y democrática se vieron hurtadas; el dinero se limitó a cambiar de manos, y los nuevos ricos presionan a los débiles con menos escrúpulos que nosotros, que nos considerábamos sus amos pero también sus protectores¨.
¨Zahr se llena los ojos con el espectáculo de la ciudad, dividida entre la admiración y la consternación a la vista de unos edificios rococós de exquisita delicadeza pero que, con los muros desconchados y las paredes agrietadas, semejan a punto de derrumbarse. Ésta es, pues, Lucknow, la orgullosa ciudad de los reyes de Audh*, ¡la capital tan cantada por su belleza y elegancia! A su alrededor Zahr no percibe sino abandono, miseria, decrepitud.
*Audh fue, hasta la independencia, un reino del centro-norte de la India. Comprendía los diferentes principados de la región. De la fusión entre los Estados de Audh y Agra nació en 1947 el Estado mayor de la India, Uttar Pradesh, cuya capital es Lucknow¨.
El reino de Oudh lo conozco por unas ruinas que hay al lado de mi casa en Delhi y una apasionante historia al respecto, que podéis leer aquí.
¨El rajá hace cuanto puede, casi al límite de las conveniencias, para distraer a su hija. La lleva a ver a sus viejos amigos con quienes discuten, durante horas, de política, historia y filosofía. Lucknow siempre fue un lugar de intercambio entre culturas, antaño incluso se invitaban unos a otros a las respectivas fiestas religiosas. La independencia, al provocar el éxodo de la burguesía intelectual musulmana al Pakistán, la ascensión de las clases adineradas y la afluencia de los campesinos pobres a las ciudades, ha cambiado un poco este clima de tolerancia. Pero los antiguos lucknowíes como Amir y sus amigos tienen a gala perpetuarlo combatiendo solidariamente, con la pluma y con el verbo, todos los racismos y fanatismo que, en estos comienzos de los años sesenta, reaparecen en esta India de las mil razas y las mil religiones¨.
¨El tema del orden del día es un pensamiento de Spinoza: «No se trata de juzgar, se trata de comprender»¨.
¨Zahr escucha aterrada a este joven tan razonable: ¿cómo se puede ser tan tradicionalista a su edad?
Comprenderá más adelante que, para los orientales, un matrimonio por amor es una cosa incongruente, y hasta una contradicción en los términos. Realistas, comprueban que las dos nociones corresponden a terrenos totalmente diferentes: el matrimonio es un contrato legal establecido entre dos familias, dos fortunas, dos posiciones, y constituye una emoción tan volátil e incontrolable como el amor. Por su parte, el amor es un sentimiento demasiado hermoso y novelesco para depender de lazos materiales; sólo existe libre de toda obligación, es el principio mismo de la vida, una perpetua renovación. El matrimonio por amor, invención reciente de Occidente, significaría en realidad una cosa absurda: ¡un contrato de amor! Sería querer a la vez el amor y la seguridad, exigencia contradictoria, pues el uno es perpetua innovación y la otra se basa en la repetición. ¿Cabe imaginar un contrato que fije la cantidad y la calidad de amor que cada cual debe dar al otro?
En realidad es menos por falta de romanticismo que por una idea ultrarromántica del amor pro lo que los orientales se niegan a mezclar este sentimiento divino con las triviales limitaciones de lo cotidiano, y lo reservan para su jardín secreto.
Pero mientras que un hombre podrá vivir sus pasiones fuera del matrimonio, sin permitir nunca que afecten a su vida familiar, a la mujer, en cambio, sólo le queda el derecho a soñar… o a leer novelas. Porque en Oriente ella es, mucho más que el hombre, el eje de la familia y el menor paso en falso suyo echaría abajo todo el edificio¨.
¨Zahr sacará de eso una moraleja fundamental: jugar limpio, no tratar de cargar los dados. Porque, cuando las cosas no se hacen por ellas mismas, terminan infaliblemente por volverse contra vosotros.
Moraleja simplista, dirán algunos. No le importa, la vida le ha enseñado que las complicaciones están al alcance de todos, pero en cambio, no hay nada más difícil de alcanzar que la simplicidad¨.
¨Al final del pueblo, apartado de los otros, se encuentra el barrio de los intocables. Se diferencia del barrio musulmán por su aspecto, aún más miserable -las casas no son a menudo sino chozas de ramas-, pero sobre todo por unos cuantos cerdos que buscan su pitanza entre los montones de basura. Animal repugnante tanto a los ojos de los hindúes como de los musulmanes, el cerdo es un valioso recurso para estos parias de la sociedad a quienes Gandhi llamaba harijans, ¨hijos de Dios¨, y a quienes trataba con humanidad. No obstante, al santo varón nunca se le pasó por la cabeza condenar el sistema de castas, base de una religión regida por los poderosos brahmanes, garante de la estabilidad de una sociedad en la que cada cual debe quedarse en su sitio. Sin lo cual es reencarnará interminablemente bajo las formas más abyectas…¨.
¨Desde hace dos milenios la India celebra el mito de Sita, la esposa del rey Rama, que lava los pies de su marido, los seca con su larga cabellera y después extiende ante él su sari para que camine. Es la mujer perfecta, pura entrega y renunciación; sólo vive para su esposo. Y cuando éste muere, evidentemente no puede sobrevivirle y su mayor dicha será inmolarse en la misma pira que él. Salvo este sacrificio último, prohibido por el gobierno, la vida de Sita se sigue poniendo de ejemplo a todas las jóvenes, a todas las mujeres hindúes que, desde su más tierna edad, interiorizan esta moral de la sumisión y el sacrificio a un marido a quien religión y mitos la inducen a considerar como un dueño absoluto. Este ideal, transmitido por una parte de la prensa y de la literatura, del cine y la televisión, no ha hecho sino reforzar en las otras comunidades -tanto cristiana como musulmana- la convicción ya muy asentada de que la plenitud de la mujer reside en servir al hombre¨.
Al final del libro se detallan los tristes sucesos relacionados con la destrucción de la mezquita de Babur, en Ayodhia, Uttar Pradesh. Era una de las mezquitas más grandes de ese estado y fue destruida por radicales hindúes el 6 de diciembre de 1992. Ello dio lugar a revueltas en toda la India con más de 2000 muertos.
¨En esta madrugada pálida del domingo 6 de diciembre de 1992, el gentío se agolpa en torno a una vieja mezquita rodeada por varias hileras de alambradas de púas y custodiada por unos centenares de policías armados con largas porras. Una masa heteróclita de decenas de miles de hombres y mujeres de todas las edades, campesinos, estudiantes, pequeños comerciantes llegados de las ciudades y aldeas de la India entera a la llamada de sus dirigentes políticos y religiosos. Se distinguen los swamis, vestidos con la túnica naranja de los renunciantes, y los shadus semidesnudos, con el signo de Siva, el destructor, pintado en la cara y llevando en la mano el tridente, símbolo de poderío; así como a miles de jóvenes con la frente ceñida por una cinta de color azafrán, militantes de la extrema derecha hindú. Está reunidos desde hace tres días para la ceremonia del kar seva, el servicio de Rama, que dará la señal de partida para la construcción del templo consagrado al dios Rama, un suntuoso edificio cuyo centro debe alzarse justamente en el sitio de la mezquita de Babur¨.
¨Pero, aquí, toda victoria constituye a la larga una derrota, pues no se trata de arrojar a un enemigo fuera del territorio -ese territorio pertenece a todos-, se trata de convivir, y ninguna violencia puede obligar a convivir. La única victoria posible es la de la comprensión y el entendimiento. La tolerancia no basta, y hasta puede resultar peligrosa, pues tolerar significa también tener paciencia y sufrir, un esfuerzo contra natura que no dura mucho y termina estallando con una violencia adicional. No, no se trata de tolerar, sino de comprender que, con nuestras diferencias, somos profundamente parecidos¨.
¨-Ni siquiera necesitan a los musulmanes, ¡son ustedes bastante numerosos!
-Numerosos sí, ¡pero cegados por la propaganda! Mientras creamos que los musulmanes son responsables de nuestras desgracias, ¿por qué rebelarnos contra nuestras clases dirigentes? Están corrompidas y son despiadados, pero, al igual que el toro se lanza sobre la muleta sin comprender que el enemigo no es ese pedazo de tela sino el torero, nosotros nos lanzamos contra el musulmán que no es sino el trapo rojo que agitan los líderes hinduistas¨.
¨La conferencia ha salido bien, y el coloquio derivó naturalmente de los sucesos de Ayodhya al creciente odio que una parte de los hindúes siente por los musulmanes. Reminiscencias de un pueblo conquistado en el curso de guerras particularmente crueles, como las expediciones de Mahmud de Gazni, Gengis Khan y Tamerlán… Sin embargo después de esas conquistas hubo siglos de prosperidad y entendimiento, en especial bajo los grandes mongoles, quienes supieron aliar el ingenio hindú y el genio musulmán para producir una brillante civilización cuya obra maestra es el Taj Mahal. Y lo mismo con la música: los mayores compositores de ragas, forma musical originariamente hindú, fueron musulmanes. En cuanto a la poesía, en todo el norte de la India, salvo en Bengala, que poseía su cultura específica, se compuso en urdu, lengua sumamente rica en la que los poetas hindúes y los musulmanes rivalizaban en talento.
Se ensayó incluso un verdadero diálogo entre religiones: bajo el emperador mongol Akbar, apasionado por la espiritualidad, teólogos de todos los orígenes se reunieron para tratar de elaborar la Din i ilalli, la religión universal, establecida a partir del fondo común a todas las creencias. Akbar esperaba extirpar así los gérmenes de las disensiones entre comunidades.
Sólo continuaron cierto tiempo los enfrentamientos con los marathas y los rajputs, dos pueblos hindúes de tradición guerrera que, durante siglos, habían luchado por el poder. Pero la gran mayoría de los hindúes se acomodaban a estas dominaciones que, al principio extranjeras, terminaban por fundirse en el fantástico crisol de la civilización india, que siempre supo absorber y a la larga conquistar a sus conquistadores.
La dominación británica, en el siglo XIX, trastorno este frágil equilibrio. Según su viejo principio ¨divide y vencerás¨ los nuevos amos hicieron de todo para envenenar las relaciones entre las dos comunidades. Una carta del secretario de Estado, George Francis Hamilton, a lord Curzon, virrey de la India, ilustra la táctica de los nuevos colonizadores:
Pienso que el verdadero peligro para nuestro poder en la India […] es la adopción gradual y la extensión de las ideas occidentales de agitación, y que, si pudiéramos dividir a los indios educados en dos sectores con puntos diametralmente opuestos, reforzaríamos nuestra posición. Deberíamos concebir los libros de texto de forma que las diferencias entre las comunidades se acenturaran aún más (2 de septiembre de 1887)¨.
¨En realidad estos partidos siguen al pie de la letra los principios expuestos por Hitler en Mein Kampf. Hitler aseguraba que cuanto más gorda es la mentira más convincente resulta, porque la gente normal, capaz de mentiras pequeñas, es incapaz de imaginar que se pueda disfrazar tan totalmente la realidad¨.
Vocabulario nuevo que siempre aparece:
¨Fórmulas hueras¨
-Huero = vano, vacío y sin sustancia.
¨Pero, aleccionados por los pogromos de los últimos años…¨
-Pogromos = Masacre, aceptada o promovida por el poder, de judíos y, por ext., de otros grupos étnicos.
¨Una masa heteróclita¨
-Heteróclito = Heterogéneo o compuesto de partes o elementos muy distintos.
¨Burócratas con ternos¨
-Ternos = Conjunto de pantalón, chaleco y chaqueta, u otra prenda semejante, hechos de una misma tela.
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Stellar -