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Basurde Xiao Long

Libros: ¨Un peculiar asesinato malayo¨, de Shamini Flint.

Libros: ¨Un peculiar asesinato malayo¨, de Shamini Flint.

Dice así la contraportada:

 

¨El inspector Singh está de mal humor porque tiene que volar desde su casa en Singapur a Kuala Lumpur para resolver un enrevesado asesinato. Chelsea Liew (la famosa modelo singapurense) es acusada de matar a su exmarido; ella asegura que no lo hizo a pesar de tener un móvil: después de un virulento divorcio querían quitarle la custodia de sus hijos por una triquiñuela legal y religiosa. Singh cree en su inocencia y quiere esclarecer el crimen, pero tiene un gran problema: la policía malaya se niega a colaborar. Solo su pericia, su astucia y su inteligencia podrán ayudarle en esta intrincada situación… y algunos inesperados colaboradores que se sumarán poco a poco a su causa¨.

 

Sobre la autora:  

 

¨Shamini Flint (nacida el 26 de octubre de 1969 en Kuala Lumpur, Malasia) es una autora radicada en Singapur. Es más conocida por su serie de novelas policíacas Inspector Singh Investiga, publicada en muchos idiomas en todo el mundo. También escribe libros infantiles con temas culturales y medioambientales. Antes de convertirse en escritora en 2004, fue abogada corporativa en el bufete internacional Linklaters. Es reconocida por su labor en la promoción de productos de comercio justo en Singapur y dona parte de las ganancias de sus libros de temática medioambiental al WWF. Shamini vive actualmente en Singapur con su esposo inglés, Simon Flint, y sus dos hijos, Sasha y Spencer Flint¨.

 

¨Un peculiar asesinato malayo¨ es el primero de la serie ¨El inspector Singh investiga¨, que cuenta con los siguientes títulos:

 

1.- El inspector Singh investiga: Un peculiar asesinato malayo (2008, traducido al español en versión digital en 2023).

2.- El inspector Singh investiga: Una infame conspiración en Bali.

3.- El inspector Singh investiga: Una pandilla de villanos en Singapur.

4.- El inspector Singh investiga: Una repentina oleada de asesinatos en Camboya.

 

Los que vienen a continuación creo que todavía no están traducidos al español:

 

5.- El inspector Singh investiga: Un curioso cadáver indio.

6.- El inspector Singh investiga: Un calamitoso asesinato chino.

7.- El inspector Singh investiga: Una espantosa ejecución inglesa.

 

Estaba buscando algo para leer sobre Malasia y di con este título. Me ha parecido muy interesante y he aprendido cosillas del país. Extraigo algunos párrafos que me han llamado la atención:

 

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    ¨El inspector Singh silbó en voz baja, con los labios fruncidos.

     -¿Y este de dónde ha salido? -preguntó.

     El sargento Shukor no fingió malinterpretar la pregunta.

     -Es de familia muy rica, señor. De hecho pertenece a la realeza de Perak.

     Singh asintió con la cabeza. Nueve de los trece estados de Malasia eran antiguos sultanatos con monarquías hereditarias. Eso implicaba que mucha gente presumía de ser de la realeza o al menos estar emparentada con ella.

     -Estudió en un internado de Inglaterra y se doctoró en Psicología Criminal en Cambridge.

     -¿Entonces qué pinta aquí?

     -Dicen que le encanta este trabajo y que no quiere que lo asciendan porque serían todo gestiones y no habría labor policial. –Al inspector Singh no le extrañaba que no quisiera convertirse en un burócrata porque a él le pasaba lo mismo-. Le dejan tranquilo porque tiene muchos contactos -siguió explicando Shukor.

     Singh frunció el ceño. Él no tenía muchos contactos y sus superiores lo dejaban en paz solo cuando les convenía¨.

 

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   ¨ -¿Cómo está Dev? -le preguntó ella.

     -Bien, como siempre -respondió él a la pregunta sobre su mujer.

     -¿Sigue demasiado delgada? No como tú, deberías comer menos, ¡ya sabes lo que le pasó a mi pobre marido!

     Le sirvió una taza de té caliente bien cargado, espesado y endulzado con leche condensada, y empujó hacia él una bandeja de dulces indios mientras se lo decía…

     -¿Para qué me dices que haga dieta si me sirves este tipo de cosas? -le preguntó malhumorado el inspector.

     Solo llevaba diez minutos con su hermana mayor y ya lo estaba incordiando con el comportamiento habitual de las mujeres sijs de su generación: la capacidad de alternar comentarios insultantes con recomendaciones para mejorar su salud y su vida.

     Ella cambió de tema.

     -¿Qué haces aquí?

     -He venido a trabajar en la investigación del asesinato de un malayo porque la sospechosa principal es singapurense.

     -Lo he visto en los periódicos -comentó su hermana entusiasmada- y no me extraña que lo matara: ¡convertirse al islam para quedarse con los niños!

     -No está claro que fuera ella -señaló el inspector.

     -No digas tonterías, ¿quién iba a ser si no?

     -Eso es lo que he venido a averiguar.

     -¡Bah, estás perdiendo el tiempo!¨.

 

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    ¨Se abrieron paso hasta el hospital y aparcaron a distancia del edificio principal. El aparcamiento estaba atestado de coches, la mayoría de la marca Proton. El Proton, coche nacional de Malasia, se había apropiado de una gran parte del mercado del automóvil malayo gracias a una combinación de subvenciones e impuestos, lo que implicaba que muchos pacientes demasiado pobres para pagar un seguro de salud privado podían ir en coche a un hospital público para recibir tratamiento subvencionado. También implicaba que Malasia estuviera asfaltada con urgencia para construir nuevas carreteras por las que circular. Al parecer, cuando una persona tiene un coche «necesita» ir a algún sitio a hacer algo, reflexionó el inspector. Los días en que la vida transcurría a un agradable ritmo de kampung, de pueblo, habían quedado atrás. Ahora los malayos andaban por ahí, a toda velocidad en coches baratos tuneados, buscando un sitio a dónde ir. Su destino favorito era algún «mega-centro comercial» de hormigón, tipo búnker.

     Los dos policías dejaron atrás un montón de coches que se diferenciaban por los cristales tintados, los parachoques enormes y los tapacubos deportivos. La sala de espera principal del hospital estaba llevan de gente: los alegres visitantes de los enfermos leves y los angustiados familiares de los moribundos. La morgue era difícil de encontrar, una característica de diseño común a los hospitales de todo el mundo. ¿Tal vez para ocultar su destino final a aquellos que estaban más cerca de él?, pensó distraídamente el inspector. Singh no pudo evitar pensar que, en un hospital, era mejor disimular la proximidad de la muerte y esconder los cuerpos. Señalizar la morgue a los pacientes no ayudaba a un buen estado de ánimo para la recuperación. Sería el equivalente médico al «abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis».

     Un fibroso camillero del hospital vestido con un holgado uniforme verde devolvió al inspector Singh al presente. Estaba tratando de abrir el cajón de acero en el que se encontraba Alan Lee, y con el estrépito con el que se abre una botella de champán, se abrió el cajón. El camillero sonrió triunfante y sudoroso, con unos dientes negros y podridos. Un paquete de cigarrillos asomaba en su bolsillo superior y un ligero olor a tabaco sugería que trabajar ocupándose de los muertos no le disuadía de un hábito que aceleraría, sin duda, su llegada a los cajones. La imagen de un par de pulmones enfermos en el paquete de cigarrillos (la última de una larga retahíla de advertencias sanitarias impuestas por el Gobierno) parecía superflua en tales circunstancias. Singapur había impuesto la misma advertencia sanitaria y el inspector Singh, asqueado por las imágenes de los órganos enfermos, transfería cuidadosamente los cigarrillos de cada paquete que compraba a uno viejo y roñoso en el que solo había una advertencia verbal. Había cambiado de hábitos sí, pero solo para evitar que lo aleccionaran gráficamente. El camillero estaba hecho de una pasta más dura¨.

 

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    ¨Miró a su alrededor. Daba la impresión de que en esa ciudad los contratos de mantenimiento y paisajismo se adjudicaban a las empresas por sus contactos y no por su competencia. La acera en la que se encontraba había sido repavimentada con baldosas de diferentes formas que simulaban diseños florales. La mayoría de ellas estaban agrietadas y faltaban algunas que estaban mal colocadas o que se habían levantado debido a la intensidad del sol.

     Era imposible caminar y pensar a la vez, había que estar concentrado en todo momento para no torcerse un tobillo. En lugar de árboles frondosos que dieran sombra había palmeras plantadas a intervalos regulares: era una incorporación reciente, estaban apuntaladas con tablones de madera y tenían guirnaldas de luces enroscadas alrededor de los troncos; el cableado hacía que pareciera que los árboles estaban a punto de morir electrocutados.

     El inspector suspiró y pateó un pedazo roto de acera que sobresalía.

     -¿De quién habrá sido la brillante idea?

     El sargento Shukor se encogió de hombros, un gesto de resignación que la anchura de estos reforzó. No sería él quien defendiera las aceras rotas, no iba a jactarse del orgullo patrio en esos momentos, sobre todo cuando se acababa de dar un golpe en un dedo del pie.

     Aun así, el inspector pensaba que Kuala Lumpur tenía cierto encanto, aunque no sabía definirlo exactamente. Puede que fuera por la sensación de libertad o incluso de anarquía que le faltaba a Singapur. O quizás se trataba de la falta de respeto por la autoridad, de la ausencia de espacio físico, de la imposibilidad de dar un paso atrás y disfrutar de un momento de tranquilidad.

     Los singapurenses siempre estaban ampliando la lista de razones (por si aparecía algún malayo) por las que era mucho mejor vivir en la isla que en la península: desde la ley y el orden hasta la limpieza, desde la transparencia del Gobierno hasta la calidad de las escuelas, y siempre acababan resaltando la fortaleza económica de Singapur.

     Finalmente, el malayo acababa asintiendo como si estuviera de acuerdo con los puntos expuestos y se encogía de hombros para indicar que, aunque pudiera, nunca intercambiaría su pasaporte con el singapurense. Y si lo presionaban para que diera alguna razón recurría a esa vieja historia que en cierto modo parecía resumir todo lo negativo de Singapur: «Pero vuestro Gobierno os prohíbe mascar chicle». Dos en uno, el Estado paternalista y el Estado policial¨.

 

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   ¨ Jasper Lee, que ya había vuelto de su visita en avión a Borneo, se encontraba en una cafetería china. Su presupuesto era reducido y había dejado atrás su antiguo estilo de vida cuando renunció al negocio familiar. Estaba sentado en un taburete, delante de una mesa marrón de formica; las banquetas de cuatro patas eran de Ikea, cuyos taburetes de aluminio con asientos de plástico de colores eran más baratos que los de ratán o madera que solían adornar los restaurantes baratos. Jasper hizo un paréntesis para lamentar una baja más de la globalización que había pasado desapercibida y que nadie echaba de menos, aunque afectaba en parte al encanto que antiguamente solían tener los puestos de comida, incluso los que eran tan cutres como aquel.

     El olor del char kway teow frito y las llamas que se elevaban alrededor del wok que estaba sobre un hornillo conectado por un tubo de goma a una bombona de gas, desencadenaron una explosión de jugos gástricos en su estómago y una puñalada de acidez que le atravesó el pecho. La comida y un vaso de zumo de soja frío con hielo le saldrían por menos de cinco ringit. Jasper la iba a disfrutar mucho más que los platos cocinados con especies en peligro de extinción y con nombres vergonzosamente poéticos, que ofrecía cualquier restaurante chino exclusivo y caro.

     El cocinero se secó el sudor de la frente y unas cuantas gotas cayeron en el wok, chisporroteando sobre los bordes calientes.

-       ¿Con extra de chile? -preguntó a Jasper.

       Cuando asintió, extrajo un montoncito con una espátula de un gran recipiente de plástico y lo añadió¨.

 

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    ¨Agitó la mano en el aire para pedir la cuenta y el inspector lo fulminó con la mirada y le indicó con un cortante movimiento de cabeza que no se precipitara… Le apetecía algo de postre.

     Pero su subordinado dio unos golpecitos al teléfono: el mensaje no podía esperar. El inspector Singh sacó un puñado de ringits del bolsillo y los lanzó sobre la mesa cuando llegó la cuenta. Se despidió del viejo punyabí de larga barba blanca (como la nieve) con una inclinación de cabeza y salió con Shukor al sol abrasador, parpadeando mientras se le humedecían los ojos por la intensidad de la luz. Estaban cerca de la mezquita de Masjid Jamek o Jamek, construida en la confluencia de dos ríos que parecían desagües: eran pequeños, de color marrón fangoso y con los márgenes de hormigón. Todo el romanticismo ligado a su presencia en el corazón de Kuala Lumpur se había perdido por la necesidad de canalizarlos para evitar desprendimientos. Pero la mezquita era un edificio bellísimo, de proporciones perfectas y estilo árabe¨.

 

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    ¨El sargento Shukor, sorprendido, fue quien tuvo la última palabra a la vista de aquel móvil inesperado.

     -¿You dah gila, ke? -«¿Se ha vuelto loco?» le preguntó¨.

 

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    ¨A Chelsea Liew le brillaban los ojos y tenía las mejillas sonrosadas. Llevaba un pañuelo en la cabeza como el que usaban las musulmanas devotas para evidenciar modestia y religiosidad; era una imagen habitual en Malasia, donde cada vez más mujeres musulmanas ocultaban su cabello recogido con un manto que llegaba hasta la cintura y cubría la parte superior de su cuerpo. Coacción masculina, presión, decisión propia… era difícil saber por qué tantas habían adoptado el código islámico de vestimenta más estricto, aunque el burka completo seguía siendo muy poco común. Las ataviadas con vestidos negros amorfos, medias negras, zapatos, guantes y un velo opaco, solían formar parte de las hordas de turistas árabes enriquecidos por el petróleo que venían a Malasia a comprar ropa de diseño para llevar bajo sus túnicas negras. Chelsea Liew llevaba un pañuelo de gasa transparente con un ribete de abalorios. Su pelo asomaba de forma seductora. No era muy probable que la intención del tribunal de la sharía al exigir que todas las mujeres, musulmanas o no, se cubrieran la cabeza para comparecer ante él, fuera la de aumentar el atractivo de la portadora. Pero eso era lo que habían conseguido en el caso de Chelsea Liew: la diferencia entre cumplir una ley e interpretar su esencia quedaba clarísima con el ejemplo de su tocado¨.

 

Comparto la idea, según cómo lleven el pañuelo algunas mujeres, les puede hacer parecer más atractivas.

 

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¨Las hileras de casas adosadas se desplegaban en todas las direcciones. Al principio eran idénticas, pero sus dueños habían aprovechado los años transcurridos desde la construcción de sus hogares para expresar su individualidad. En Singapur las reformas de las casas tenían un único objetivo: aparentar riqueza. Singh había visto casas que parecían enormes, con grandes fachadas hacia la carretera, y luego la pasar a su lado otro día por un camino diferente, había descubierto que eran más estrechas que una falúa¨.

 

Aquí tuve que mirar el significado de falúa. Lo bueno es que leyendo en el Kindle no tienes más que hacer clic en la palabra y se te abre el diccionario de la Real Academia:

 

¨Quizá del ár. *falūkah.

f. Embarcación ligera, alargada y estrecha, utilizada generalmente en los puertos y en los ríos.

Sinónimos: lancha, bote¨.

 

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     ¨Los hombres que estaban sentados alrededor de la lustrosa mesa de madera, hecha con la sección transversal de un único árbol, estaban encantados. La cosa pintaba bien. La demanda de China de productos derivados de la madera era inagotable. Desde las graves inundaciones ocasionadas por el río Yangtsé años atrás, el Gobierno chino había tomado medidas severas contra la tala excesiva o ilegal en el continente. Pero eso no había frenado en absoluto la demanda de madera por parte de la enorme obra en construcción que era la China moderna. Y las autoridades (que con tanto retraso se habían hecho conscientes de la degradación de su medio ambiente) habían hecho la vista gorda a la madera de fuera del país. Como resultado los bosques primarios de toda Asia, desde Papúa Nueva Guinea hasta Borneo, se estaban talando a un ritmo que pronto supondría el fin de las grandes selvas asiáticas.

     Pero nada de esto preocupaba a los hombres de la sala: ellos estaban en el lado rentable de la destrucción y los cuatro formaban parte de la directiva de la empresa maderera de Alan Lee¨.

 

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    ¨Los hombres se dirigieron a una sala con equipamiento audiovisual. Mohammad encabezaba el cortejo, caminando con la elegancia que le proporcionaban sus largas extremidades. Shukor lo seguía en silencio con pasos amortiguados. Singh cerraba la marcha moviéndose con torpeza. Parecían un estudio de contrastes físicos, una comitiva avanzando no solo por un pasillo sino también en la cadena evolutiva. Aunque respecto a la supervivencia del más apto y a pesar de las apariencias, habría que ser muy valiente para apostar contra el inspector Singh¨.

 

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    ¨-¿Y usted qué va a hacer, señor?

     -Perderme de regreso a la oficina.

     Singh aceleró escupiendo polvo y guijarros al policía que estaba junto a la carretera. Shukor se sacudió el polvo y se fue por donde había venido.

 

El inspector Singh era un hombre de palabra: en cuestión de minutos se había perdido. Lamentaba no haber cogido un taxi, el tráfico era denso, los conductores agresivos y muchos de los vehículos parecían a punto de descuajeringarse. Singh recordó con nostalgia que en Singapur la mayoría de los coches tenían menos de diez años. El sistema impositivo hacía que fuera más rentable desguazar un coche o exportarlo y comprar uno nuevo que aferrarse a un viejo cacharro. El Gobierno intentaba que Singapur (que era una isla diminuta) no acabara siendo un aparcamiento gigante, así que invertía en transporte público y hacía que los coches fueran caros. Como consecuencia los coches eran valiosísimos y los dueños los cuidaban bien. Un coche sucio era una rareza en Singapur, por no hablar de uno viejo.

     Singh suponían que en Malasia no había tales incentivos, así que los hombres llevaban a sus familias en furgonetas destartaladas, con seis o siete niños asomados por las ventanillas saludando a los otros coches. Los vendedores ambulantes conducían viejas tartanas. Los Mercedes Benz de treinta años hacían las veces de taxis. Las motocicletas serpenteaban entre el tráfico. Pequeños coches con motores de quinientos centímetros cúbicos (básicamente motocicletas con carrocerías) circulaban por el carril rápido a velocidades homicidas. Los todoterrenos (elevados sobre neumáticos enormes) pasaban a toda velocidad. Misteriosas limusinas con cristales tintados se dirigían a sus turbios negocios. Todo era demasiado complicado para un policía de Singapur que no estaba familiarizado con la red de carreteras malayas.

     Singh se preguntó si se suponía que su vagabundeo por Kuala Lumpur (tomando desvíos equivocados y realizando cambios de sentido) era una especie de metáfora de la forma en la que se estaba desarrollando el caso. Desde luego, el caos estaba servido¨.

 

Ja, ja, yo también me he perdido por las calles de Kuala Lumpur. Este mapa muestra alguna vuelta de más que di un día al volver a casa.

 

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    ¨Estaba pasando por delante de las torres Petronas, dos cohetes gigantescos de diseño geométrico que rozaban el cielo. Recordó los rumores constantes acerca de que las torres se inclinaban hacia un lado o hacia el otro. A él le parecían bastante firmes. Al parecer, habían encargado su construcción a dos contratistas diferentes para que trabajaran lo más rápido posible en una carrera para ver quién tocaba antes las nubes. Singh esperaba que no fuera cierto. Sonaba a terreno abonado para atajos y chapuzas¨.

 

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    ¨Al fin y al cabo, en Singapur difícilmente habría aceptado trabajar por cuenta propia para una ex sospechosa de asesinato con el fin de demostrar la inocencia de alguien. Nunca habría ido a visitar a un sospechoso y luego habría permitido que un policía novato lo maltratar, por mucho que el sospechoso se mereciera una buena paliza, como era el caso de Lee Kian Min. La culpa la tenía esa sociedad tan libre y laxa de Kuala Lumpur, con aquel carácter duro y agresivo que se le había contagiado. Singh negó con la cabeza. ¿Qué le echaban al agua por estos lares? La que bombeaban a Singapur no era tan potente¨.

 

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    ¨-Te quiero -dijo Jasper sin mirarla. Ella no respondió y él no se atrevió a girarse para verle la cara. No podía soportar ver su expresión de rechazo, consternación e incluso burla. El silencio de la habitación creció hasta engullirlos a ambos, convirtiéndose en una densa niebla de palabras no pronunciadas. Fue Jasper el que volvió a hablar, más agobiado que ella por aquel silencio. El primero en declarar su amor era más vulnerable, siempre había sido así. Y su caso no era diferente-. Supongo que no lo sabías -añadió. El impulso de hablar no vino acompañado de la disciplina de detenerse¨.

 

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    ¨Ella le devolvió la sonrisa, pero solo con los labios y no con la mirada, que seguía siendo cautelosa¨.

 

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    ¨Pero Rupert se había acostumbrado al modo de vida de los penan. Para ellos la naturaleza era todopoderosa. Su capacidad de supervivencia dependía de una relación simbiótica con la selva que los rodeaba, no de una parasitaria. Rupert se preguntó por qué los parásitos que vivían en las ciudades no entendían uno de los principios básicos de la naturaleza: que los parásitos al final acababan matando a sus anfitriones. ¿Esa gente no sabía que, si seguían alimentándose, extendiéndose y creciendo, envolviendo a su anfitrión con los tentáculos de la codicia, llegaría un día en el que este ya no podría sustentarlos y, cuando muriera, ellos también lo harían? ¿No era mucho mejor el modo de vida de los penan, que no suponían una amenaza para su entorno? Su práctica del molong -no tomar nunca más de lo necesario- contrastaba radicalmente con las personas que podía ver allí abajo, que corrían de aquí para allá impulsando sus codiciosos negocios, que nunca estaban satisfechos con lo que tenían, que siempre querían más¨.

 

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    ¨Ninguno de ellos, a pesar de sus peroratas, había sugerido un tratamiento mejor que el de mantenerlo dormido para permitir que su cuerpo descansara y se recuperara del trauma de las lesiones, y cruzar los dedos para que no hubiera daños cerebrales irreversibles. Su agenda se veía interrumpida por algunos momentos de verdadero pánico cuando una máquina pitaba o cuando de repente temía que el sueño profundo de Marcus hubiera cruzado la frontera de la noche perpetua sin que ella se hubiera dado cuenta¨.

 

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   ¨El inspector Mohammad tenía claro que necesitaba avanzar en el caso. Necesitaba sacudir algunos árboles y ver qué caía¨.

 

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    ¨Chelsea ya tenía suficiente apoyo popular sin necesidad de ningún cuento sobre el retroceso en la lenta recuperación de su hijo por culpa de la brutal fuerza policial malaya. Ya le apretaría los tornillos más adelante, tal vez amenazara con acusar al chico de intento de suicidio porque legalmente seguía siendo un delito, aunque no se perseguía¨.

 

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