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Padre Pedro Castro Valderrama – Bajo el signo victorioso de la cruz

Padre Pedro Castro Valderrama – Bajo el signo victorioso de la cruz

Mi abuelo paterno, José Castro Valderrama, tuvo 4 hermanos -Daniel, Francisco ¨Quico¨, Pedro y Sebastián- y una hermana de la que desconozco su nombre a día de hoy. Mi tío abuelo Avelino me puso sobre la pista de esta tía abuela y leyendo las memorias que tenéis a continuación, en la página 11 se dice sobre el hermano de mi abuelo Pedro:

 

¨Ya desde niño tenía gran devoción a la Virgen. Para él era como una presencia viva y constante. A ella le contaba los problemas y dificultades propios de la adolescencia y con ella se consolaba en las tristezas, como cuando en aquellos años perdió una hermana, después de una grave enfermedad, cuando tenía sólo veinte años¨.

 

Intentaré averiguar más sobre ella.

 

La entrada que ahora me ocupa son unas memorias sobre un hermano de mi abuelo, Don Pedro Castro Valderrama (18 de enero de 1927 – 13 de abril de 2001, Viernes Santo). Comentando en navidades que me gustaría hacer el árbol genealógico de la familia mi tía Maite me dijo que tenía una memorias escritas tras la muerte de Pedro, y me las facilitó.  

 

LAS PODÉIS LEER EN PDF AQUÍ – PADRE PEDRO CASTRO VALDERRAMA

 

A Pedro nunca le llegué a conocer porque en 1963 se fue de misionero a Centroamérica y solo regresó una vez a España, antes de que yo naciera. Solo había oído historias de un tío abuelo misionero en Costa Rica, que debía de tener un carácter bastante especial.

 

En el imaginario infantil pensaba en un misionero batiéndose el cobre por las selvas centroamericanas, extendiendo el evangelio al estilo Bartolomé de las Casas. Posteriormente me fascinaba la idea de que un familiar hubiera dejado el hogar familiar para descubrir nuevos lugares, nada menos que cruzando el charco y quedándose a vivir al otro lado del océano.

 

Estas memorias aclaran bien cuál fue la realidad en la vida de Pedro Castro. Su existencia estuvo marcada desde joven por una delicada salud que sin duda afectaría a su carácter. Tras leerlas no es difícil contextualizar comentarios de familiares cuando se referían al ¨tío Pedro¨.

 

No son unas memorias en las que vamos a descubrir ningún hecho extraordinario. Sin embargo, el conjunto de la vida de Pedro sí que fue algo fuera de lo común, por tener que continuar su vida de una manera normal llevando a sus espaldas la carga de una salud delicada, no solo física sino en alguna etapa de su vida mental. En la página 15 del .pdf se lee:

 

¨Posiblemente entre el 10 de octubre y el 14 de noviembre es sometido a psicoterapia en el sanatorio ¨El Rosalar¨, bajo los cuidados del eminente psiquiatra español Dr. Vallejo Nájera, recientemente fallecido. Con la psicoterapia las ideas delirantes van cediendo a la critica racional y el paciente va mejorando. Es lo que dicen los informes médicos del Dr. Vallejo Nájera.¨

 

El nombre Dr. Vallejo Nájera me era familiar por el escritor. Mirando un poco en Internet me he encontrado con dos Dr. Vallejo Nájera:

- Antonio Vallejo-Nájera (1889-1960)

- Juan Antonio Vallejo-Nájera (1926-1990), su hijo.

 

Pedro fue tratado en la clínica ¨El Rosalar¨ en 1956. Contaría el Dr. Antonio Vallejo-Nájera con 67 años y su hijo Juan Antonio con 30 años, por lo que por fechas podría haber sido tratado por cualquiera de los dos, un Dr. Antonio Vallejo-Nájera ya jubilado o su hijo en el comienzo de su carrera. Nos saca de dudas el ¨recientemente fallecido¨ que indica que fue tratado por el Dr. Juan Antonio Vallejo-Nájera.

 

El Dr. Antonio Vallejo-Nájera –padre- fue jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares de la dictadura franquista. Entre sus joyas se encuentran estudios que intentan demostrar la inferioridad mental de las personas de ideología marxista o la inferioridad de las mujeres. Entre 1947 y 1959 fue catedrático de Psiquiatría en la Universidad de Madrid. Leyendo un poco sobre su biografía me quedo más tranquilo al saber que Pedro Castro no fue tratado por este enfermo.

 

Sí parece que fue tratado por su hijo, el Doctor Juan Antonio Vallejo-Nájera, que aparte de reconocido psiquiatra fue escritor, ganador en 1985 del Premio Planeta por la novela histórica ¨Yo, el rey¨.

 

En las memorias del P. Pedro se recogen muy bien los diferentes lugares por los que desarrolló su carrera religiosa:

 

ESPAÑA (1927-1963)

 

1927- 1939 San Martín de Don (Valle de Tobalina, Burgos)

1939-1945 Jovenado en El Espino (Santa Gadea del Cid, Burgos)

1945-1946 Noviciado en Nava del Rey (Valladolid)

1946-1952 Estudiantado en Astorga (León) -Se ordena sacerdote el 15 de junio de 1952-

1952-1957 Profesor en el Jovenado de Santa Fe (Granada)

1957-1963 Comunidad Redentorista en Barcelona

 

CENTROAMÉRICA (1963-2001)

 

1963 – San Salvador (El Salvador)

1963-1964 – Tegucigalpa (Honduras)

1964-1967 – Las Tablas, Provincia de Los Santos (Panamá)

1967-1969 – Ciudad de Panamá (Panamá)

1969-1971 – Tegucigalpa (Honduras)

1971-2001 – Alajuela (Costa Rica)

 

Puedo echar la culpa de no residir desde hace 15 años en España al gen viajero, que por parte de padre podría estar en la genética de su tío Pedro, por parte de madre en la de su abuelo Marcelino Guinea, que emigró a México.

 

He disfrutado mucho leyendo cada una de las secciones. En sus primeros años me ha encantado leer la descripción que hace su hermano Sebastián sobre cómo era la vida en San Martín de Don en el primer tercio del siglo XX. A lo largo de las memorias me he reído al leer algunas anécdotas quijotescas del Padre Pedro, como la costumbre de regar aunque lloviera a cántaros, o el regalo que le llegó a enviar a Su Santidad Juan Pablo II. Pero no desvelo más, a continuación tenéis a vuestra disposición esas memorias.

 

Quiero agradecer al Sr. Roberto Bolaños Aguilar, de la Congregación Redentorista, el haber escrito estas memorias -a continuación en letra marrón- que personalmente me han ayudado a conocer mejor la vida de este familiar, y que contribuyen a que su memoria perdure.

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P. Pedro Castro Valderrama

 

P. Pedro Castro Valderrama

Bajo el signo victorioso de la cruz

 

A doña Clemencia y don Francisco Salas, a quienes el P. Pedro quiso mucho y también quisieron mucho al P. Pedro.

 

El género literario de las ¨ memorias¨ es acaso menos exigente que el de la biografía; se trata, al fin y al cabo, de comunicar lo que se recuerda, tal como se recuerda, sin el recurso al aparato crítico de la historia científica, por eso, quizás, aunque es menos preciso en el dato concreto o en la fecha exacta, es más vivencial, más espontáneo, acaso porque nace muy cerca del corazón.

 

Entre los Redentoristas de Centroamérica, fue el P. Gratiniano F. De Labastida, ¨que tenía gusto de escribir y escribía con gusto¨, quien acuñó el término ¨memorias¨ para referirse a las necrologías que sin seguir los cauces canónicos se fundaban en los recuerdos personales y en los testimonios de otros. Así escribió muchas y edificantes necrologías; la última, según recuerdo, la de su gran amigo el R.P. Laurentino Pisabarro García.

 

Estas páginas pretenden ser ¨una memoria agradecida¨ del R.P. Pedro María Castro Valderrama, con quien compartí la vida fraterna en la Comunidad de Alajuela a lo largo de seis años (1989-1996); con ellas queremos agradecer a Dios el don de la vida y el testimonio de este hermano sacerdote que, llevando una existencia humilde y sencilla, toda ella ¨consagrada¨ al servicio de Dios y de los hermanos, contribuyó, como sólo Dios lo sabe, a edificar el Reino de Dios en Centroamérica.

 

Esta ¨memoria¨ no se habría escrito si el aporte de muchos con-hermanos, pero quiero agradecer de manera especial al P. Tirso Cepedal, Secretario de la Provincia de Madrid, y al Sr. D. Sebastián Castro Valderrama, hermano de nuestro querido P. Pedro, sin cuyos aportes, en verdad, no habría sido posible este trabajo.

 

1.- Muerte en Viernes Santo

 

Al regresar de celebrar la Semana Santa en la Comunidad de San Fernando, Departamento de Chalatenango, El Salvador, nos encontramos con la triste noticia -¿por qué no alegre?- de la muerte inesperada del P. Pedro Castro Valderrama. Lo que más estremecía de la noticia era que el desenlace había tenido lugar el día de Viernes Santo, mientras en todo el mundo se conmemoraba el misterio de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Para morir cualquier día es bueno, dice el refrán, pero morir en Viernes Santo es establecer una conexión casi evidente con la pasión y muerte de Jesús. ¿Existe alguna forma de predestinación en los que mueren en ¨el día más triste del mundo¨, como dijo el P. Ramón Sarabia en uno de sus ¨Sermones¨?. En nuestra Viceprovincia de San Salvador sólo el P. Sebastián Susaeta Corcuera había muerto en Viernes Santo (1931).

 

La salud del P. Pedro nunca fue buena, pero en los últimos años se había venido resintiendo de forma notable; a ello hay que añadir una cierta reticencia a dejarse tratar por los médicos, lo que hacía que los males se agravaran por falta de un tratamiento adecuado.

 

El año de su muerte (2001) estuvo internado dos veces en el Hospital San Rafael de Alajuela, Costa Rica. En ambas ocasiones se le diagnosticó problemas a nivel de corazón y de los riñones, además de la desnutrición crónica que se originaba en sus problemas gastro-intestinales y en sus malos hábitos alimenticios.

 

La segunda ocasión, 12 de abril, Jueves Santo, tuvo que ser internado de emergencia, pero los médicos creyeron nuevamente poder recuperarlo con el debido tratamiento. Sin embargo, su organismo, totalmente agotado, no respondió a ninguno de los procedimientos, sólo quedaba esperar la llegada del fin. El día 13 de abril, Viernes Santo, como hemos dicho, le sobrevino un paro cardíaco del que, a pesar de todos los esfuerzos de los médicos, no pudo sobrevivir. A las 5:15 de la tarde de aquél día pasó a la eternidad el P. Pedro María Castro Valderrama, casi sigilosamente, como había vivido.

 

En el Noticiero Español Redentorista (NER), de mayo del año 2001, el Secretario Viceprovincial, R.P. Neri Méndez Vides, informa escuetamente de la última enfermedad y muerte del P. Valderrama: ¨Desde hace un tiempo atrás el P. Pedro venía padeciendo de ciertos problemas de salud, como consecuencia de que se le había extirpado un pulmón durante el tiempo de su formación… el dictamen médico con respecto a su muerte es el siguiente: Insuficiencia renal crónica con cuadro séptico, asociado con paro cardiaco.¨

 

2.- Su Funeral

 

Al día siguiente, Sábado Santo, se realizó el funeral. El Santuario de La Agonía, en el que había trabajado pastoralmente por casi treinta años, lucía espléndido con sus tres naves colmadas de personas que venían a manifestar su cariño por el finado P. Pedro y a orar por su descanso eterno. Nuestro Superior Viceprovincial, la Comunidad de La Agonía, muchos sacerdotes del clero secular y regular de la Diócesis de Alajuela, su Obispo, Mons. José Rafael Barquero, estuvieron presentes en la celebración de las exequias, mientras la Iglesia entera se encontraba con la expectación de la Resurrección del Señor.

 

Acompañados de muchísima gente, sus restos mortales fueron conducidos al cementerio de la localidad, en donde fueron depositados en el mausoleo de los PP. Redentoristas, para que aguarden la resurrección final… Entonces, cuando aparezca el Jefe de los Pastores ustedes recibirán a modo de corona la Gloria que no pasa. (1 Pe 5,4).

 

3.- Una vida oculta en Dios.

 

El mundo pragmático, en el que vivimos, hace que valoremos a las personas, y su vida, por la eficacia de sus acciones o los frutos evidentes de sus trabajos. Dios, sin embargo, juzga de otra manera, porque, como dice la Escritura, no se fija en las apariencias sino en el corazón; por ello sólo Dios conoce con verdad el secreto valor de la vida y, puede suceder, que a sus ojos tenga más valor una vida sin importancia a los ojos del mundo que la de tantos pro-hombres como ha tenido la humanidad. Eso aparece claro en casos como el de Santa Teresa del Niño Jesús, San Martín de Porres, Santa Rita de Casia y el de nuestro hermano San Gerardo Mayela. También puede serlo en casos como el del P. Pedro Castro Valderrama, a pesar de lo que escribe un cronista: ¨su constitución física no le permitió entregarse a trabajos duros del apostolado¨.

 

4.- Nacimiento, infancia, vocación

 

Para conocer esta etapa de la vida del P. Pedro, tenemos la fuente inestimable del ¨Currículum Vitae¨, escrito de su puño y letra durante el año de Noviciado y fechado el 21 de junio de 1946.

 

En cierta ocasión el P. Pedro recibió una carta procedente de España de uno de sus familiares. Dentro de ella venía una fotografía que el padre se quedó contemplando con nostalgia; pasados unos momentos se volvió hacia mí y me enseñó la fotografía que captaba una calle, al fondo de la cual se veía una hermosa iglesia románica, y detrás de ella un paisaje de elevadas montañas. Era San Martín de Don, un pequeño pueblo de la Provincia de Burgos, en donde el 18 de enero de 1927 abrió sus ojos a la luz primera de este mundo Pedro Castro Valderrama.

 

Así describe Sebastián Castro Valderrama su pueblo natal: San Martín de Don no es un pueblo tan grande como para merecer un nombre tan sonoro. Con su llegada al mismo el 18 de enero de 1927, Pedro elevó el número de sus habitantes a 201. Pero no era ciertamente el más pequeño entre los numerosos pueblos del Valle de Tobalina. Recostado a las orillas del Ebro y rodeado de cercanos y elevados montes, los pinos y las rocas son el espectáculo natural y constante en cuanto se abren los ojos. Si miramos al cielo, lo veremos normalmente azul, a veces cubierto y no son raros los nubarrones, precursores de terribles tormentas: los truenos que entonces ruedan por el valle es fama que son los mejores de entre todos los de los valles vecinos. La vida, como la música, se componía de sonidos más o menos armoniosos y de silencios. Los sonidos que entonces iban llegando a los oídos del pequeño Pedro eran por la mañana las esquilas del numero rebaño dirigido por varios perros y un único pastor; los mugidos de los bueyes uncidos camino de los campos de labranza. En grandes temporadas el sonoro arrastre de los pinos, empujados por caballerías, del monte a la carretera atravesando todo el pueblo. Y la gente que hablaba alto para que se les oyera… Las campanas de las monjas clarisas suenan indefectiblemente a las cinco de la mañana y las grandes campanas de la torre de la Parroquia tocan todos los días tres veces (mañana, mediodía y atardecer) el Ángelus, que algunas personas rezan, reproduciendo el bello cuadro de Millet ¨El Ángelus.¨

 

Y también los silencios: El ámbito de la Iglesia conventual, siempre abierta; cuando las monjas no rezan las horas sólo se escucha el tic tac suave del reloj. Silencio también de la escuela, solo interrumpido por el recitar infantil de la lección. Y silencio del bosque de pinos, particularmente al atardecer, cuando el airecillo sonoriza las hojas de los árboles. Ya sacerdote, aquí recordaba el pensamiento del profeta: … ¨en aquel airecillo suave pasaba Dios¨

 

Bautizado al siguiente día en la Iglesia Parroquial, por el cura don Isaac, recibió el nombre de Pedro, porque el día de su nacimiento se celebraba en la Iglesia la ¨Cátedra de San Pedro¨. El hecho de llevar el nombre del primero de los Apóstoles fue visto por el Padre Pedro como una señal de que él también estaba llamado a ser apóstol… y lo fue.

 

Mis padres fueron D. Ricardo Castro y Dña. María Valderrama, labradores pobres, pero honrados y cristianos, dirá su hijo Pedro. Como fruto de su unión matrimonial nacieron cinco hijos más, entre ellos Pedro ocupaba el quinto lugar, su hermano Sebastián fue el último.

 

Cuatro años tenía Pedrito, cuando su padre, D. Ricardo, debido a una dolencia gástrica tuvo que ser internado en Bilbao e intervenido quirúrgicamente; fallece a consecuencia de la operación. Nada extraordinario en una época en la que no se podía disponer aún de potentes antibióticos y antisépticos que evitaran las infecciones. Ricardo Castro aún no había cumplido los cuarenta años.

 

Labrador, como todos los del pueblo, con lo suficiente para una vida sencilla y tranquila. Siempre atento a los sermones de la Parroquia, que era capaz de repetir casi al pie de la letra a la salida. Lector de todo lo que caía en sus manos, que no era mucho. En casa, Pedro leyó cuando supo hacerlo, libros que estaban en el anaquel de la cocina o que rodaban por los bancos de la misma, algunos ya sin pastas, como las Fábulas de Iriarte y Samaniego, los Padres de la Iglesia, Historia Sagrada, el Buscón de Quevedo, etc. Pero cuando Pedro los puedo leer, Ricardo, el padre, ya se había ido, no estaba. Pero le dejó en herencia tácita y casi genética la afición a la lectura, que le duró siempre. Dejó un recuerdo tan indeleble de bondad, cariño y preocupación por todos que se quedó muy dentro y para siempre en la madre y en los hijos.

 

La muerte de su padre a tan tierna edad fue para el P. Pedro una ausencia dolorosa:

 

No tengo más que un recuerdo de él: una vez le llevé un bastoncito. Era buen cristiano. Los hijos que crecen sin padre, difícilmente superan esa tristeza.

 

A la madre, Dña. María Valderrama, le tocó hacerse fuerte, no sólo para superar una viudez en plena juventud, sino para luchar por sacar adelante a los seis hijos en orfandad. Mayores estrecheces económicas se vivieron en el hogar de los Castro-Valderrama. De su madre afirma D. Sebastián Castro: la madre asumió el papel de padre, añadido al que ya tenía de madre. Todo lo hizo bien. Había podido ir poco a la escuela, pero tenía talento natural. ¨Nos acompañó a todos con firmeza, comprensión y cariño¨, decía Pedro… Externamente seria, por dentro le corría una alegría serena y permanente.

 

Como la mayoría de las madres cristianas, Dña. María tuvo gran influencia en la formación religiosa de sus hijos. El P. Pedro recordaba: Mi madre era, asimismo, una buena cristiana. No dejaba el rosario nunca. Nos mandaba a todos ir a (rezar) el rosario y, si no, lo había de rezar en casa, todos en familia… fue muy cuidadosa que nos instruyéramos en la doctrina. No recuerdo que yo la dejase un solo día, de no estar completamente impedido…; gustaba mucho de que leyéramos ¨El Pasionario¨; tanto que aprendió a leer con nuestras lecturas, pero nunca aprendió en la escuela.

 

Siendo muy niño una enfermedad desconocida atacó a Pedro y lo puso al borde de la muerte; sin causa aparente, la vida se le iba apagando. A esa enfermedad atribuiría el P. Pedro su debilidad física.

 

Como todos los niños, a los seis años comenzará a ir a la pequeña escuela del pueblo, permaneciendo en ella hasta que llega el momento de ingresar en el Jovenado de El Espino.

 

A la catequesis no falta ni un solo día, se sabía el catecismo de memoria, entonces se utilizaba el célebre ¨Astete¨, aunque confesara que no entendía nada. Durante seis o siete años actúa como acólito, sea en el convento de las Madres Clarisas, sea en la Iglesia Parroquial; llegará a ser algo así como el ¨deán de los acólitos¨. Todos los días temprano –dice su hermano- después de desayunar y antes de ir a la escuela, ayudaba a misa. Siempre puntual, hiciera frío, lloviera o nevara. Las religiosas siempre le recordaron con cariño, y él siempre tuvo un cariño especial a las monjas de su pueblo. Se acordó siempre de aquel gran monasterio del siglo diecisiete, fundado por un Obispo de Calahorra, y más tarde de Plasencia y que había nacido en San Martín de Don.

 

El surgimiento de la vocación religiosa o sacerdotal es siempre un misterio, tanto en el llamado como en la respuesta. Son muchos los factores que confluyen en el nacimiento de la vocación, pero en el fondo de todos está la voz de Dios que llama al hombre a realizar una misión.

 

¿Había tenido yo algún impulso hacia la vocación misionera y sacerdotal?, se pregunta el Padre Pedro. A la misionera, no; pues ni sabía si había quienes se dedicasen a convertir pecadores e infieles. Hacia la sacerdotal, tal vez, si bien no muy directa, ni conscientemente.

 

Como tantos niños, también Pedrito, en sus tiernos años, jugaba a imitar las ceremonias de la misa en latín, delante de sus amiguitos, como lo había hecho también el Beato Pedro Donders. Su máxima dicha llegó cuando un tío suyo, que sospecha que había sido seminarista, le regaló un libro gordo con las oraciones en latín.

 

A pesar de sus pocos años, Pedrito era un niño serio y responsable. Ya lo hemos visto madrugar, en verano e invierno, para ayudar a la misa en las Clarisas, también, el señor cura, don Isaac, le confiaba dirigir el rezo del santo rosario en los días que había vísperas y él se dedicaba a recitar responsos. Con un monaguillo a su derecha y otro a su izquierda dirigía los rezos con toda compostura litúrgica. También en casa su madre le confiaba el rezo del rosario en familia. ¿Surge así una vocación?. Posiblemente sí; las grandes cosas se hacen de pequeños detalles.

 

Fue precisamente en su oficio de acólito como había entrado en contacto con los Misioneros Redentoristas. Los Padres Somohano y Barrio habían subido alguna Semana Santa a San Martín de Don para ayudar al Cura a confesar a los hombres. También había visitado con su madre el Jovenado de El Espino, pues doña María solía ir a la fiesta de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en junio y a la fiesta de la Virgen del Espino en septiembre. De San Martín a El Espino eran unos veinte kilómetros. La carretera iba casi todo el tiempo bordeando el Ebro. No iban en el coche de línea Pachín, porque los dejaba en Puentelarrá y tenían que seguir a pie tres kilómetros. Así que hacían el viaje en carro de caballo, saliendo de noche, caminando bajo la luz de las estrellas y llegando al Espino al amanecer. Allí se preparaban con la confesión para la Misa Solemne. A Pedro le impresionaba la cantidad de monaguillos en el presbiterio con sus sotanillas blancas y rojas y lo bien que cantaban la misa a voces… Más tarde él mismo vestiría la sotana de acólito y formaría parte del coro.

 

Un momento decisivo en su camino vocacional, llegó en la Semana Santa de 1939, cuando llegó a San Martín de Don un sacerdote redentorista. Esta vez se trataba del Padre Combarros. Las Madres Clarisas, el Cura Párroco y la misma Dña. María, su madre, hablaron al misionero sobre el joven Pedro Castro Valderrama y lo propusieron, dada su excelente conducta y sus dotes como acólito, como un buen candidato para el seminario.

 

La sugerencia no cayó en saco roto. El P. Combarros habló con el recomendado, trató de entusiasmarlo con la vocación misionera redentorista y le regaló algunas estampitas del Perpetuo Socorro y de los santos de nuestra Congregación.

 

Concluida la Semana Santa, el P. Combarros escribió varias cartas a Pedro Castro, animándole en la vocación. Lo mismo hizo el P. Nicolás Estévez, entonces Director del Jovenado del Espino.

 

En junio, nuevamente, bajó con su madre al Santuario de Nuestra Señora del Espino, pero esta vez como invitado del P. Director del Jovenado. Pedro contempló esta vez el hermoso ex monasterio benedictino con ojos distintos, porque ya la vocación redentorista había arraigado en su corazón.

 

De aquella visita volvió decidido a ir al Seminario y, además, sintiéndose redentorista, como el mismo lo manifiesta en la siguiente anécdota:

 

Al convento de monjas vinieron, creo que en Visita Canónica, unos eclesiásticos de Burgos, del Arzobispado. Yo, como acólito, le ayudé en la Santa Misa. Después, en el patio, dice el señor Cura, señalándome a mí:

- Quiere ser Redentorista.

- ¡Hombre!, Redentorista, -dice uno-; ten mucha devoción a San Alfonso.

Entonces el otro:

- Y, ¿por qué no Jesuita?

Esto me indignó un poco, y no sé por qué, pues casi conocía más de nombre a los Jesuitas. Mi vocación, después de a Dios y a la Santísima Virgen, creo debérsela a las Madres Clarisas.

 

C.G. Jung sostiene que la debilidad física puede engendrar un cierto complejo de inferioridad. Este complejo se manifiesta en el P. Pedro en ciertos temores que se presentan a la hora de ir al seminario: Pero aquello de dejar la familia y el pueblo para siempre, por lo menos, para 5 ó 6 años, el ir a un colegio de muchísimos chicos, que sabían más que yo y se reirían de mí, y otras cosas, me retraían un poco.

 

No obstante, venciendo sus temores, acompañado por su madre Dña. María, el 28 de agosto de 1939, emprende el viaje que lo llevará al Jovenado Redentorista de El Espino. Tenía 12 años cumplidos.

 

Entonces, sí bajaron en el Pachín (autobús de línea) que les dejó en Puentelarrá y el hermano Paulino les esperaba con el coche para trasladarlos al colegio. Los recibió muy amable el P. Estévez, que fue Director del Colegio de 1938 a 1942 (A continuación lo fue el P. Barrio).

 

28 de agosto de 1939, una fecha haciendo equilibrio entre dos guerras. Hacía unos meses había terminado la Guerra Civil española con el triunfo del Generalísimo Franco, y estaba por iniciarse la II Guerra Mundial, con la invasión a Polonia por los ejércitos alemanes de Adolfo Hitler, el 1 de septiembre.

 

Años muy difíciles esperaban al mundo y a una España que necesitaba ser reconstruida en muchos sentidos. Para los estudiantados Redentoristas de España son tiempos sumamente difíciles, tiempos de carestía.

 

Porque eran los tiempos de la posguerra, se hablaba bastante entre los niños de la comida, y era la mejor prueba que no era demasiado buena, ni tampoco a veces suficiente. Se servían lentejas u otras legumbres que decían venían de América; y en viajes de tantos días, pues ya llegaban con gusanos; gusanos que después de navegar las aguas del Atlántico a veces atracaban en los muelles de nuestros platos. Eran tiempos ¨difíciles¨ y los jovenistas lo sabían y generalmente agradecían los esfuerzos de los superiores por mejorar la situación. La llegada del Procurador provincial era esperada siempre con ilusión; lo era el P. Somohano (ahora con más de cien años cumplidos) y sabíamos todo el interés que ponía para que la alimentación fuera un poco mejor. Cualquier ¨extra¨ que apareciera por el refectorio era recibido con aplausos. Claro que fuera del seminario muchísima gente también seguía sufriendo las consecuencias de la guerra civil.

 

Los primeros días en el Seminario fueron difíciles para el joven Pedro Castro Valderrama; en más de una ocasión deseó volver a San Martín, pero en esos momentos recibió la ayuda de dos compañeros que lo alentaron a seguir: Valentín Villar y Cayo Calzada. También le detuvo un poco una frase que era muy común en nuestros seminarios por aquellos años y que a él personalmente se le grabó muy hondo en la mente y el corazón: ¨El que pierde la vocación lleva el pasaporte al infierno¨. En un sentido más positivo, la devoción a la Santísima Virgen María fue su mayor ayuda a la perseverancia. Por consejo del P. Combarros, se comprometió a hacer una novena perpetua a la Virgen para que por su intercesión el Señor le concediera el don de la perseverancia hasta la muerte.

 

5.- Años de Estudio

 

A.- Jovenado (1939-1945)

 

En el Jovenado de El Espino, cuna de tantas vocaciones redentoristas y motivo de lindos recuerdos para muchos, Pedro destaca por su agudeza y claridad intelectual. Es un chico sano, tanto psíquicamente, como espiritualmente, es cierto que medio debilucho, flaco, pálido y alto, como el mismo se describe en su ¨Curriculum¨. Un compañero de estudios en estos años lo describe como un líder en su grupo. Su hermano Sebastián dice simplemente que era ¨en el mejor sentido de la palabra bueno, y en particular, piadoso¨.

 

Son pocas las huellas de su paso por el Jovenado. Estas las recoge la Revista ¨El Espino¨ que comenzó a publicarse en aquellos años. En los números 4 y 7 de dicha Revista podemos encontrar colaboraciones de nuestro Padre Pedro, lo que anuncia, de alguna manera, su vocación para el estudio y su aptitud para la palabra escrita.

 

De igual manera colabora en las actividades escénicas que son parte de la formación en el Jovenado. En su ¨Currículum¨ cuenta que tres veces tuvo la dicha de salir en el escenario vistiendo el hábito Redentorista; igualmente, en una velada literaria declamó un poema titulado ¨El Príncipe Enfermo¨ (1943).

 

En cuanto a su aprovechamiento en el estudio, en esta etapa destaca por sus elevadas calificaciones. Es cierto, como dirá su hermano, que nunca tuvo el primer premio, aunque sí con frecuencia alcanzaba un accésit 1º o 2º; en conducta siempre obtuvo sobresaliente y en los exámenes finales del curso 1942-1943 obtiene cinco sobresalientes, en el curso 1943-1944, ocho, y en el curso 1944-1945 obtiene cuatro sobresalientes.

 

En el Jovenado se le permitió aprender a tocar el piano o el armonio, cosa que sólo se concedía a los buenos en conducta y en estudios y, dirá su hermano, aunque siempre guardó una respetabilísima distancia con Bach, acompañó en ciertas épocas las misas solemnes. Recuerdo haber escuchado alguna vez al P. Pedro armonizando la misa en la Iglesia de La Agonía y, a mi modo de entender, lo hacía bastante bien, aunque nunca cantaba. En los últimos años de su vida dejó de tocar el órgano.

 

Dos anécdotas muy hermosas completan la visión de estos años en la vida del P. Pedro Castro Valderrama. La primera ocurrió recién llegado al Jovenado del Espino: Sucedió que con una de las pocas patadas al balón que Pedro dio en su vida, tuvo la mala suerte de dejar al zapato con la boca abierta. Allí estaba el Director que le dijo que le acompañara, y lo llevó a un pequeño almacén que había junto al dormitorio; le dijo que se probara algunos zapatos que le quedaran bien. Eran nuevos y le quedan bien. Pero, ¿cuánto valen?, preguntó Pedro. Y el P. Director: ¨Nada, ¿Eres de la casa, no?¨. Así se formaba a los jóvenes aspirantes en el genuino espíritu de familia Redentorista.

 

Aquellos eran tiempos en que la pedagogía tenía un axioma incuestionable: la letra con sangre entra. La Matemática siempre ha sido una materia difícil, sobre todo para los alumnos que no tienen una inteligencia proclive a la abstracción numérica. Pedro Castro V., parece no haber sido nunca muy inclinado a esta disciplina. Ocurrió en la clase de Matemática: El profesor, que además era escritor y poeta, en aquella clase estaba mandando salir a hacer una operación en la pizarra a distintos alumnos, pero no acertaban…; ya estaba cansando y mandó salir a Pedro, a quien nada más poner unos números (por lo visto equivocados) le cayó en la cabeza la batuta que solía llevar en la mano. No le dio fuerte, pero casi se le saltan las lágrimas… En el recreo este Padre le salió al encuentro al buen Pedro y, poniéndole la mano en el hombro, le dijo: ¨Perdona, Pedro, no te quise hacer daño¨. Era estupendo.

 

La piedad, la buena conducta y el aprovechamiento en los estudios hizo que, alguna vez, el joven Pedro ocupara en el curso el cargo de Decano, que era encargado de la disciplina cuando en el aula no se encontraban ni el profesor ni el socio, de dirigir la distribución de la merienda y también marcar el horario de las actividades cotidianas. En el sexto año ocupó el cargo de Decano, que era algo así, como ser el decano general, el primero entre los decanos. Pedro, desempeñó estas importantes funciones con total seriedad y solvencia.

 

B.- Noviciado (1945-1946)

 

Al comenzar el Jovenado, dedicado por entero al estudio de las humanidades, de manera muy especial al de la lengua y literatura latinas, los jóvenes pasaban a Nava del Rey en donde se realizaba el año canónico de Noviciado, en aquellos años dirigido por el santo y experimentado P. Rafael Cavero.

 

El 23 de agosto de 1945 se realiza la toma de hábito. Es un grupo de doce novicios, entre los que estaban, además de nuestro Pedro C. Valderrama, los futuros PP. Gregorio G. Olano, Macario Barrón, Julián Pereda, Ángel Morán, José de Prada, etc. ¡Un grupo excelente!

 

El R.H. Pedro Castro Valderrama vive intensamente la experiencia del Noviciado y conservó a lo largo de toda su vida un gran aprecio al Maestro de Novicios, P. Cavero. Recordaba con buen humor algunas de las pruebas que ponía a sus novicios, que casi conectaban con el espíritu de los Padres del Desierto.

 

El informe que el Maestro envió a Roma, sobre las cualidades y aptitudes del R.H. Pedro es altamente positivo;

 

Qua fruatur valetudine: Prospera

 

Motivum Vocationis: Supernaturale omnino.

 

Bonae et malae qualitates: pius, apertus, alacer, urbanus, docilis, tranquillus, rectae conscientiae, optimo ingenio praeditus, humilis. Quandoque animo alio abstractus apparet.

 

Agendi Ratio in Noviciatu: optime se gessit in ómnibus.

 

Spes de futuro: firma de idoneitate et perseverantia.

 

Magistri suffragium: affirmativum.

 

Todo azul en el informe del Maestro de Novicios, excepto esa tendencia al ensimismamiento, que se irá agudizando con el paso de los años. Cuántas veces le vimos en la parte trasera de la terraza de La Agonía, profundamente abstraído en la contemplación de las azules montañas que rodean el Valle Central de Costa Rica: ¿oraba? ¿dejaba volar su fértil imaginación? ¿le atormentaba alguna idea?.

 

C.- Estudiantado (1946-1952)

 

Astorga, la bimilenaria ciudad, con su hermosa Catedral gótica, la vetusta muralla romana, el palacio episcopal, obra de Gaudí, y sus hermosos paseos, sembrados de rosas, construidos sobre la misma muralla, era la sede de nuestro Estudiantado, Filosofía y Teología.

 

El 2 de septiembre de 1946 los Neoprofesos parten del Noviciado hacia el Estudiantado en el antañón convento de San Francisco. Seis largos años de formación filosófica y teológica esperan al R.H. Pedro. El P. Triso Cepedal afirma que los primeros años del Estudiantado debió vivirlos con normalidad, no así los finales en que ya fue víctima de la enfermedad.

 

La filosofa se le dio bien, dice su hermano; tan bien que el profesor de la materia, P. Pacheco, le enviaba a los alumnos de primer curso retrasados para que el R.H. Castro Valderrama les ayudara a entender los intrincados problemas de la Metafísica y la Teodicea.

 

Las actividades y tareas del Estudiantado son muchas, entre las que ocupaban en primer lugar, por supuesto, la oración y el estudio; pero junto a ellas estaban los deportes, las caminatas, la lectura de distracción, las actividades artísticas, las academias sobre diferentes temas, etc.

 

El Hno. Pedro participa de diferentes formas en la vida del Estudiantado. Fue durante bastante tiempo sacristán de la capilla comunitaria: cuidaba la limpieza y el orden, señalaba también el orden de las misas, preparaba los ornamentos, encender las velas, señalar los que tenían que ayudar a misa, preparar el altar, etc. Le gustaba.

 

Aunque no era muy dado a la práctica de los deportes, ya que prefería los juegos de mesa, como el ajedrez, o una conversación tranquila mientras se caminaba por los pasillos del Seminario, sentía una gran afición a las caminatas largas y extenuantes que se solían hacer a pueblos de la comarca o a escalar los montes que rodeaban la región. Pero disfrutaba y era incansable en las excursiones espinenses. Durante toda su vida los nombres de Besantes, Tercer Pico, Angosto, desfiladero de Pancorbo, Castillo de Frías, etc., le llenaban de alegría y le sugerían deseos de repetir experiencias. Y en el campo astorgano le decían lo mismo Valparaíso, Hospital de Orbigo, Val de San Lorenzo, Santiagomillas, Virgen del Castro, etc.

 

A lo largo de toda su vida conservó esa afición a las excursiones a lugares campestres, que disfrutaba intensamente. Con alguna frecuencia en Alajuela, donde tenía amigos complacientes, pedía a alguno de ellos que le llevara en su coche a las alturas del volcán Poás o el Irazú, al Parque Nacional Braulio Carrillo, reserva natural en Costa Rica y una de las más ricas del mundo en vida silvestre, o al hermosísimo Valle de Orosí, en donde se encuentra una antigua misión franciscana. Cansado, pero feliz, retornaba por la tarde a casa tras una de esas excursiones que le ponían en contacto con la naturaleza.

 

La última vez que su hermano Sebastián lo visitó en Costa Rica (1996) emprendieron una larga excursión: Subieron al volcán Poás, al Irazú, fueron a la Reserva Biológica de Jacó, a los canales del Tortuguero, etc, etc. El caminaba ya más lentamente, pero con la misma ilusión y la misma alegría y el mismo brillo en sus ojos como cuando paseaba por el entorno espínense o astorgano.

 

También sintió siempre una tremenda afición por la lectura. Imagino que comenzaría por la deliciosa lección de los libros de Emilio Salgari, como las apasionantes aventuras de Sandokán ¨El Tigre de Malasia¨, y los de Julio Verne que lo mismo nos lleva en un cohete espacial ¨De la Tierra a la Luna¨, o en un ¨Viaje al Centro de la Tierra¨, o nos hace dar ¨La Vuelta al Mundo en Ochenta Días¨. Pero más tarde se aficionaría a la lectura de biografías de hombres célebres y así llegaría a su intensa pasión por el estudio de la Historia, pasión que cultivaría y le durará el resto de su vida y le servirá de consuelo en su soledad de persona enferma.

 

Su memoria brillante le permitía recordar con exactitud el dato y la fecha precisa; era un experto conocedor de los turbulentos años de la Revolución Francesa y sus héroes y antihéroes, cuyos acontecimientos juzgaba con gran equilibrio; creo que se había leído de cabo a rabo los veinte y tantos tomos de la Historia Universal del Alemán Dr. Weiss.

 

En los informes de sus formadores en estos años, se descubre un cierto deterioro psíquico en el R.H. Pedro Castro Valderrama: En unos informes del tiempo de filosofa se dice: Salud: de complexión bastante débil, Talento: ordinario, Aplicación: buena. Cualidades: piadoso y sobrenatural, Defectos: bastante distraído, como abstraído. Conducta: generalmente buena.

 

En otro informe de Tercer Año de Teología (primero de Moral) se dice de él:

 

Salud: muy quebrantada, ha pasado la mayor parte del tiempo en la enfermería, lo mismo que el año anterior. Aplicación: bastante buena, en cuanto se lo permite su enfermedad. Cualidades: bueno, de carácter tranquilo, piadoso y respetuoso. Hoy por hoy no se ve apto más que para ocuparse en alguna clase fácil del jovenado. Defectos: algo terco; su carácter bonachón declina un poco hacia la desidia. Conducta buena.

 

Los años de estudiantado, sobre todo los últimos, fueron para el R.H. Pedro, años de profundo sufrimiento psíquico y físico, o como se dice en el lenguaje actual psicosomático.

 

La deficiente alimentación, sin que ello fuera culpa de nadie, el elevado número de estudiantes conviviendo en estrecha cercanía, hacía de los estudiantados un caldo de cultivo para la tuberculosis. Esta enfermedad era una enfermedad de los pobres. Unos morían de ella, como nuestro P. Sebastián Susaeta Corcuera, otros se curaban, sin más, otros en cambio, como el P. Pedro, tenían que arrastrar toda su vida las secuelas de la cruel enfermedad. En el Estudiantado había 8 ó 9 chicos afectados por el Bacilo de Koch.

 

La primera agresión a su salud –dirá su hermano Sebastián- y de una forma violenta le llegó como una pleuresía fuerte y dolorosa, con abundante tos por irritación de la serosa y una gran ocupación de líquido del espacio pleural, que le impedía respirar bien; fue el diagnóstico del médico de la comunidad. Aquí comenzó un verdadero y largo viacrucis.

 

Para convalecer, fue enviado, con un grupo de estudiantes con problemas de salud, a Murias de Rechivaldo, pueblo situado a poca distancia de Astorga. Allí se intentó fortalecerlos en todos los sentidos, sobre todo físicamente. Pedro no lo logró sino en una pequeña parte.

 

Así, el 15 de septiembre de 1949 hizo, junto con sus compañeros, la profesión perpetua; y con un tiempo de retraso con respecto al grupo, debido a su enfermedad, recibió la ordenación sacerdotal el 15 de junio de 1952.

 

Ante los hechos narrados puedo uno preguntarse: ¿por qué le ordenaron estando tan enfermo?. El P. Rufino Tedejo en una conversación tenida hace algunos años me dio una respuesta: en aquellos años se valoraba más la bondad y la virtud de un cohermano que sus conocimientos o fortaleza física. El P. Pedro Castro Valderrama no sólo era un hombre bueno y virtuoso, sino alguien que aprendió a convivir con su enfermedad y de esta manera llegar a ser un gran trabajador en la medida de sus posibilidades. Sólo Dios conoce la fuerza evangelizadora del dolor de un misionero enfermo.

 

No sabemos de qué forma afectó todo esto la vida psíquica y espiritual del P. Pedro; era un hombre joven (25 años) pero con los horizontes misioneros absurdamente limitados por la enfermedad. Aunque lo conocimos muchos años después (1989), parecía haber asumido serenamente sus limitaciones físicas, sin que ello le perturbara de manera evidente. También es cierto que era una persona silenciosa, abstraída en su mundo interior y que no solía hablar con frecuencia del tema.

 

6.- Profesor en Santa Fe de Granada

 

Entre los años 1952 y 1954 lo encontramos destinado como profesor en el Jovenado de Santa Fe. Con respecto a su llegada escribe el Cronista: A finales de agosto nos llegaron nuevos refuerzos: los PP. Miguel Rodríguez del Palacio y Pedro Valderrama, el primero como profesor de Latín de 2º. Y el segundo para accesorios; su quebrantada salud no le permite serios esfuerzos. Allí impartirá en 1952-1953 las clases de Religión de 2º, Historia y Geografía de 1º y 2º y solfeo de 2º. Para el curso siguiente 1953-1954 se le aumentará un poco el trabajo: Religión de 2º, Historia y Geografía de 1º, 2º y 3º , y solfeo de 1º. A mediados del mes de marzo, el avance de su enfermedad pulmonar hace que tenga que abandonar la docencia.

 

En busca de salud, se traslada a la ciudad andaluza de Constantina para ponerse bajo los cuidados médicos del Dr. Vicente Ramos. El proceso de la enfermedad concluyó de la manera más drástica: antes que el bacilo de la tuberculosis afectara el otro pulmón, le realizaron la ¨aplasia¨ o abrasión química del pulmón enfermo.

 

Estas circunstancias de la vida sólo pueden ser asumidas, sin rebeliones ni desesperanzas, cuando se las mira desde la fe. Aquí es donde el P. Pedro Castro Valderrama aparece en toda su magnífica reciedumbre moral y espiritual cristiana. Al verlo aceptar sus limitaciones físicas y psíquicas, hasta con cierto humor, aun puedo verlo reír con su carcajada silente, comprendemos la altura, la anchura y la profundidad de su fe. Pedro Castro Valderrama fue ciertamente un ¨apóstol de fe robusta¨. (Const. 20)

 

El 8 de diciembre de 1954 tuvo la alegría de poder asistir en Granada a la ordenación sacerdotal de su hermano menor Sebastián, que posteriormente dejaría el ministerio.

 

El tratamiento médico logra recuperarlo relativamente, hasta el punto de permitirle reincorporarse a la Comunidad de Santa Fe para continuar con su labor docente. Esto sucede en mayo de 1955. Desde entonces continúa en el Jovenado aunque esta vez la Crónica no recoge las materias que impartía el P. Pedro. Finalizado el curso de 1957 se ve obligado a dejar definitivamente Santa Fe debido a una enfermedad nerviosa: El P. Valderrama sale para Madrid, dejando ésta, a fin de reponerse de su estado enfermizo: debilidad, psicopatología, neurastenia…??.

 

Su hermano Sebastián reacciona ante esta afirmación: Pues claro, todo eso y muchas más cosas tenía que tener una persona que con su elevada estatura no llegaba a pesar cincuenta kilos.

 

En las congregaciones religiosas, como en las familias, hay temas de los que no se suele hablar, son temas tabúes. Uno de ellos es la enfermedad psíquica, la enfermedad mental. Sin embargo, el no hablar de ello no hace que no se dé con alguna frecuencia.

 

¿En qué momento surge la enfermedad nerviosa del P. Pedro Valderrama?. Es muy difícil precisarlo, aun más para nosotros que no somos especialistas en la materia; acaso se trataba de un condicionamiento hereditario que en determinado momento y bajo ciertas circunstancias que le son favorables comienza a desarrollarse. En su ´Currículum´ anotaba un hecho, ocurrido en sus primeros años de vida, al que él atribuía cierta influencia en sus problemas de salud. Resulta que cierto día en el que era cargado en brazos por la niñera, ésta lo deja caer accidentalmente golpeándose fuertemente contra una roca. Es cierto que en algunos casos las enfermedades psíquicas pueden originarse en una lesión cerebral a consecuencia de un golpe en la cabeza, aunque la mayoría de los psicólogos atribuyen a ciertos tipos de psicopatologías un origen emocional.

 

La misma rigurosa formación espiritual y moral que se impartía en los seminarios, servía para fortalecer a los jóvenes de psicología y temperamento más sanos, pero podía perjudicar a los de más fina sensibilidad y delicado equilibrio psicológico, generando en ellos ciertos desequilibrios mentales, entre los que no era el menos frecuente la enfermedad del escrúpulo religioso.

 

Durante los años de Astorga, el brillante Hno. Pedro Valderrama se vuelve taciturno y ensimismado, distraído y abstraído, como dicen los informes, la melancolía se ha apoderado de su corazón. Su psiquismo está enfermo.

 

La enfermedad va progresando lentamente en los años de profesorado en Santa Fe y se torna aguda al finalizar el curso 1956-1957. Pasa algunos meses en Madrid y en El Espino, intentando reponerse, pero a finales de año es necesario internarlo en una clínica de reposo. Posiblemente entre el 10 de octubre y el 14 de noviembre es sometido a psicoterapia en el sanatorio ¨El Rosalar¨, bajo los cuidados del eminente psiquiatra español Dr. Vallejo Nájera, recientemente fallecido. Con la psicoterapia las ideas delirantes van cediendo a la critica racional y el paciente va mejorando. Es lo que dicen los informes médicos del Dr. Vallejo Nájera.

 

7.- Barcelona (1957-1963)

 

Tras la breve estancia en ¨El Rosalar¨, de donde no sale totalmente recuperado, aunque sí apto para llevar su vida religiosa con normalidad, es destinado a la Comunidad de Barcelona a donde llega el 21 de diciembre de 1957.

 

Llega casi en calidad de enfermo, sus padecimientos se acrecientan con la aparición de una úlcera de duodeno (1959) de la que tiene que ser operado, con la consecuencia de una extirpación de parte del intestino. El Noticiero Español Redentorista (NER), nº 35, al informar de la intervención quirúrgica dice que: fue una operación felicísima y una recuperación sorprendente.

 

La Crónica de Barcelona recoge las constantes enfermedades del P. Pedro. En 1961 lo tenemos 15 días en la cama a consecuencia de un fuerte catarro, con la consiguiente congestión bronquial. El médico señala un nuevo rebrote de la tuberculosis con nuevas infiltraciones en los pulmones (1962): Aconseja, también, que abandone la Ciudad Condal ya que el clima no favorece su salud. Después de unas vacaciones en El Espino regresa a Barcelona, pero en 1963 su estado de salud es muy delicado, los superiores deciden trasladarlo de casa y lo destinan a la Viceprovincia de San Salvador.

 

Un detalle hermoso que señala la Crónica de Barcelona es que aunque el P. Pedro estaba tan enfermo que casi no se levantaba de la cama, siempre sacaba fuerza de la flaqueza para celebrar el sacrificio eucarístico.

 

8. Centroamérica (1963-2001)

 

No deja de sorprender la decisión de enviar al P. Pedro a Centroamérica estando tan enfermo; posiblemente lo hicieron pensando en que la benignidad del clima favorecería su salud. A finales del mes de agosto de 1963 llega a San Salvador, El Salvador, tras largas horas de vuelo e incomodidades.

 

El volar en avión le causó tales molestias que sólo una vez más se atrevió a viajar a España, en los años que residía en Panamá. A sus familiares les dijo que posiblemente no regresaría más. ¡Así fue!

 

Escribiendo al P. Provincial, el joven P. José Casal, que había realizado el viaje con el P. Valderrama, decía: El P. Valderrama se cansó algo en el viaje, pero ya está recuperado. Creo que le sentará bien esto…; aquí nos tiene en espera de nuestro destino, para el P. Valderrama será Tegucigalpa.

 

Nuestro Viceprovincial, M.R.P. Laurentino Pisabarro, no podía haber elegido mejor residencia para el P. Pedro: clima fresco, sin ser excesivo, aire puro, una ciudad pequeña, comunidad acogedora y trabajo tanto misionero como cultural. La Crónica de Tegucigalpa recoge su arribo a la misma el 31 de agosto de 1963. Treinta y ocho años vivirá en nuestra Viceprovincia, hasta el día de su muerte.

 

Pocos datos recogen las crónicas locales y la viceprovincial acerca del P. Pedro Castro Valderrama; su figura aparece en la sombra, como eclipsada por personalidades posiblemente más destacadas en lo humano.

 

En Tegucigalpa reside poco menos de un año, ya que el 2 de mayo de 1964 lo encontramos entre el grupo de los fundadores de la Comunidad Redentorista en la ciudad de Las Tablas, Provincia de Los Santos, en Panamá. Al principio parece que el excesivo calor del lugar no le sentó bien, pero se adapta. En esa comunidad permanece hasta el año 1967, desempeñando cargos de coadjutor en la Parroquia de Santa Librada y Consultor del Superior Local.

 

Los nombramientos de 1967 lo llevan a la recién erigida Parroquia de San Gerardo Mayela, en la ciudad de Panamá, también como Coadjutor y Consultor del Superior, P. José Casal.

 

El 24 de noviembre de 1969 retorna a Tegucigalpa, Honduras. En la distribución de oficios comunitarios para el año 1971 aparece como Coadjutor, bibliotecario, organista y Director Espiritual de dos grupos de la Legión de María.

 

La Crónica de La Agonía en Alajuela, recoge el día 22 de agosto de 1971 la llegada del P. Pedro Castro Valderrama para integrarse a la Comunidad más numerosa de la Viceprovincia. Allí residirá los últimos treinta años de su vida.

 

En dicha Comunidad se le encomienda el oficio de bibliotecario, oficio muy en consonancia con sus aficiones de lector empedernido y escritor. También ejerce como Vicario parroquial.

 

Hablando de su oficio como bibliotecario, el Cronista de La Agonía en aquellos años comenta que en cuanto se impuso en el cargo, lo primero que hizo fue bajar todos los libros de sus andanas y vender a un librero local gran cantidad de libros de la biblioteca; tres camioncitos, dirá, llenó el comerciante. Fue un excelente negocio, añade con sorna, para él.

 

Años después, el P. Pedro me comenta algo sobre el hecho y dice: eran libros sin ningún valor, de circunstancia, ¨libros chatarra¨. Y yo, que conozco nuestras bibliotecas y que he sido bibliotecario en cuanta comunidad de la Viceprovincia he estado, sé que el padre tenía razón.

 

9. Apostolado

 

Hablar del apostolado del P. Pedro Castro Valderrama, no es hacerlo de una de las páginas más gloriosas de nuestra historia viceprovincial; no, al menos, de esa gloria que puede ser sinónimo de oropel, de aplauso fácil y adulador o de fama veleidosa, ¨torres ilusorias que se lleva el viento¨, como escribía la muy ilustre Sor Cristina de Arteaga. Como en todo, su apostolado tuvo la grandeza y la hondura de lo cotidiano, del deber cumplido con sacrificio, del saberse siervo inútil que sólo hace lo que tiene que hacer.

 

Decía San Alfonso que el predicador es como el pescador que lanza la red al agua, pero el confesor es en realidad el que sube la pesca a la barca. Todos los que le conocimos sabemos que el P. Valderrama no fue un gran predicador; le faltaba voz, presencia, no talento. Era gracioso verlo en la misa dominical de alguna comunidad filial de la Parroquia de La Agonía, hacer la homilía leída del periódico de la Iglesia de Costa Rica, Eco Católico, y esto orientado al lado contrario de donde se encontraba el micrófono. Pero, si no fue un buen predicador, fue un sacrificado confesor. Edificaba su constancia en el ministerio de la reconciliación; largas horas pasaba sentado en una silla, con su mesa, que el mismo había colocado en el bautisterio, ya sea confesando o esperando a los penitentes y, siempre, por supuesto, con un libro entre las manos que con frecuencia era un tomo del Año Cristiano.

 

El centro espiritual de la vida del religioso y del sacerdote es la Eucaristía. Tal es también uno de los ejes vivenciales de la espiritualidad Redentorista. La celebración de la Eucaristía fue uno de los apostolados que llenó gran parte de la vida del P. Pedro. Nos parece que lo estamos viendo con su sotana blanca, un poco corta quizás para ser talar, y un carterón negro debajo del brazo, dirigirse, sea a pie, sea en coche, al lugar de la celebración eucarística. Era notable su disponibilidad a celebrar misas que sacerdotes más jóvenes y sanos que él, acaso no podían celebrar. La celebración digna de la Eucaristía es una excelente forma de evangelizar.

 

Benemérita fue su labor en el Asilo de Ancianos ¨Santiago Crespo Calvo¨, de Alajuela. Durante muchos años, normalmente a pie, dista unos dos kilómetros de nuestra residencia, bajo el ardiente sol tropical, a las 10:00 de la mañana estaba en la capilla del Asilo para celebrar la eucaristía a los ancianos y enfermos, así como a la comunidad de religiosas que lo atienden. Cuando un anciano entraba en agonía, allí estaba el P. Pedro para atenderle en los últimos y decisivos momentos y darle el consuelo de los sacramentos; al morir, también celebraba las exequias.

 

La visita y unción de los enfermos fue otro de sus apostolados habituales. A muchos enfermos asistió y les llevó el bálsamo de la visita de Jesús-Eucaristía. Esto puede ser que no tenga nada de extraordinario, lo extraordinario está en hacerlo a lo largo de treinta y tantos años, puesto que lo que santifica al cristiano es el cumplimiento de sus obligaciones ordinarias de estado.

 

Su apostolado fue callado, discreto, poniendo mucho amor en lo que hacía. Sólo Dios sabrá valorar el generoso y sacrificado apostolado sacramental del P. Pedro Valderrama.

 

Aunque muy posiblemente no participó nunca de una misión evangelizadora, dado su habitual delicado estado de salud, no cabe duda que el P. Pedro aparece como un auténtico misionero y genuino redentorista, pues lo que caracteriza en realidad al hijo de San Alfonso es el ardor, el celo y la entrega en el anuncio del Evangelio.

 

10. Perfil espiritual y humano

 

A su apostolado, y como fundamento de él, el Padre Valderrama unía una intensa y perseverante vida espiritual, a su manera. Es interesante constatar cómo en su espiritualidad este hombre había logrado prescindir de ciertos formalismos, que pueden impedirnos volar libres por las sendas del espíritu. ¨Los conceptos sobre Dios –decía Anthony de Mello- nos pueden impedir encontrarnos con Dios.¨

 

Formado en una época en la que no se enfatizaba tanto la dimensión comunitaria de nuestra vida, su oración era muy personalizada; incluso podía ocurrir que estando la comunidad reunida orando en la capilla, al lado izquierdo del presbiterio, él también se encontrara orando en la sacristía, al lado derecho del mismo presbiterio. Aunque normalmente era fiel a los actos de la comunidad.

 

El Oficio Divino era uno de los alimentos más fuertes de su vida espiritual, juntamente con la lectura de la vida de los santos que hacía como lectura espiritual. Otras claves de su espiritualidad eran menos evidentes, como la vertiente mariana, aunque en su temprano ´Currículum´ atribuye a María su perseverancia en la vocación, y, en la profesión religiosa, añadió a su nombre de pila el dulcísimo nombre de la Virgen María. Su hermano Sebastián también afirma la devoción del P. Pedro María a la Virgen: Ya desde niño tenía una gran devoción a la Virgen. Para él era como una presencia viva y constante. A ella le contaba los problemas y dificultades propios de la adolescencia y con ella se consolaba en las tristezas, como cuando en aquellos años perdió una hermana, después de una grave enfermedad, cuando tenía sólo veinte años.

 

El P. Pedro Valderrama en su vivencia espiritual daba la impresión de haber encontrado lo esencial y prescindido de los abalorios de lo accidental. Era muy notable su piedad eucarística, en esa manifestación tan alfonsiana, y por ello tan redentorista, de la visita al Santísimo Sacramento.

 

Es obvio que nadie, ningún ajeno, puede penetrar totalmente el misterio de las relaciones de una persona con Dios; esa afirmación en el caso que nos ocupa tiene una mayor dificultad, ya que el P. Pedro hizo del ocultamiento y el silencio la norma de su vida. Era un contemplativo de la naturaleza, tan pródiga y feraz en Costa Rica y, acaso, como San Juan de la Cruz, descubriría en los ¨prados de verdores¨ las huellas del paso del Amado.

 

La autenticidad de la experiencia espiritual necesariamente se proyecta en la vida. Pocas palabras, pero tremendamente cargadas de sentido cristiano serían suficientes para definir las actitudes vitales del P. Pedro Castro Valderrama: recogimiento, sencillez, humildad, mansedumbre, bondad, servicialidad, alegría, pureza, espíritu de pobre, etc.

 

Dos hechos, entre otros muchos, vienen a reflejar estas actitudes de las que hemos hablado: Todos los días, a las cuatro de la tarde, personalmente preparaba dos emparedados; dos vasos de refresco, para llevarlos a la secretaria de la Parroquia, Srta. Mayela Delgado, y a Beatriz Hernández, encargada de la portería. Era curioso que los emparedados los envolviera alguna vez en papel de periódico.

 

Sentía mucho cariño por los niños, de manera especial por algunos cuyos padres eran cercanos a la comunidad Redentorista. Solía regalarles frutas, cuadernos, lápices e incluso, alguna tarde, se sentaba con ellos para ayudarles a hacer la tarea escolar. Fernando y Patricia Salas, Vanesa Jiménez, Carol Mayela González y Juan Carlos Herrera Siles, estuvieron entre sus favoritos.

 

El cuadro no estaría completo si no habláramos un poco del amor del P. Pedro por las plantas. En el centro de la casa de Alajuela existe un amplio jardín que la separa de la iglesia parroquial. Durante muchos años ese jardín, que por momentos más parecía un bosque de coníferas, estuvo al cuidado del P. Pedro. Él era el amo y señor de aquellas parcelas; sembraba y cortaba a su antojo, pero todos los días se le veía regar, trasplantar, remover la tierra, etc. Aquello le servía de catarsis. Cuando un superior de la comunidad le prohibió ocuparse del jardín, el P. Pedro se deprimió bastante.

 

Todos en la Viceprovincia recordamos con cariño al P. Pedro regando su jardín, aun cuando estaba lloviendo a cántaros. Era para verlo: con el paraguas en una mano, los pantalones y la sotana recogidos hasta la rodilla, y la manguera en la otra mano regando bajo una lluvia torrencial.

 

Lleno de curiosidad le pregunté por qué lo hacía, a lo que respondió con mucha seriedad que porque el agua llovida estaba tan contaminada que no servía a las plantas. La respuesta tenía su lógica, aun así quedé dudando.

 

Su afición al estudio era verdaderamente notable. Todo el tiempo que le dejaban libre sus ocupaciones ministeriales, lo empleaba el P. Pedro en la oración o en el estudio, aunque también disfrutaba de la conversación amena con algún vecino y de un buen programa de televisión.

 

No fue sistemático en sus lecturas, sino que lo hacía según sus intereses de momento, aunque su interés predominante fue la Historia. En otras circunstancias, y con mejor salud, puedo haber sido compañero de nuestros grandes historiadores como Gorosterratzu, Tellería, Retana, F. Ferrero, Gómez Ríos, etc.

 

También se dedicó con mucho empeño a escribir. Solía escribir de noche en el coro ojival de La Agonía, iluminado por una vela, porque en él no había instalación eléctrica, con la cabeza cubierta por una toalla blanca debido al frío, tecleando en su viejita máquina Underwood. Parecía un monje copista de la Edad Media o Don Quijote de la Mancha leyendo libros de caballería.

 

Gracias a la erudición del P. Tirso Cepedal, sabemos que recién llegado a Centroamérica envió al Provincial de España, dos textos inéditos, para que, según el criterio del Superior Mayor y de los dos censores que este nombrara, fueran publicados por la Editorial del Perpetuo Socorro. Se trataba de un libro de ortografía, orientaciones sobre cómo escribir mejor, y de una versión del Evangelio de San Mateo. Incluso decía el P. Pedro que si el provincial aprobaba la publicación de San Mateo, en un mes tendría sobre su escritorio los tres evangelios restantes. En un aparte de la carta, sin embargo, pedía al Superior: Si lo juzgase digno de pasar a la censura, le rogaría que no se lo dé al Padre Prado ni al Padre Dorado; son demasiado sabios y correría el peligro de ir al cesto de la basura. Ni el libro de ortografía, ni la versión del Evangelio de Mateo fueron publicados, por lo que sabemos.

 

Andando el tiempo, en Alajuela, publicaría un pequeño folleto que tituló simplemente ¨Folleto Cultural¨, en el que trataba de los temas más variados y dispares, aunque interesantes. Así, por ejemplo, proponía un método numérico para memorizar los países de América, normas sobre ortografía y prosodia; cómo hacer para leer mejor en público, algunas normal de urbanidad y consejos de salud. De este Folleto haría mini-ediciones.

 

Entre los consejos de urbanidad que da en su Folleto Cultural habla de que la persona no debe mirar directamente y con descaro a los ojos de los demás y debe presentarse siempre aseado, con la ropa limpia y con el cabello bien cortado y peinado. Para esto último, decía, hay que utilizar un buen cepillo, cuyas características ofrece a los lectores.

 

Este consejo dio lugar a una anécdota que es muy conocida en la Viceprovincia. Nos encontrábamos una de esas tardes muertas él y yo en la sala de televisión de La Agonía, viendo una transmisión en vivo de una ceremonia en el Vaticano, en la que aparecía Su Santidad Juan Pablo II. Volviéndose a mí preguntó: 

 

- ¿No te parece que el Papa aparece hoy mejor peinado?

 

Yo, que nunca me había fijado en ese detalle, le respondí indiferentemente que sí, que parecía mucho mejor peinado que en ocasiones anteriores. Lo que en ese momento no sabía era que el P. Pedro le había enviado al Santo Padre dos cepillos de cabello, blancos como corresponden, que cumplían las normas de calidad establecidas por él, por lo que era evidente que el Papa debía aparecer mucho mejor peinado que antes. Después también me comentó que al Secretario de Estado también le había enviado dos cepillos negros. Hasta hace algunos años, yo que también tuve el privilegio de que me regalara uno, conservaba el cepillo según las normas establecidas por el P. Pedro.

 

También publicó un pequeño estudio sobre los Reyes Visigodos de España y otro sobre los Reyes de León hasta San Fernando. Sin embargo el más trabajado e interesante es un pequeño folleto en el que trata el asunto del separatismo vasco, del nacionalismo catalán y sobre a qué nación corresponde la soberanía sobre Gibraltar, Ceuta y Melilla.

 

Allá por los años 94-95, cuando se hablaba y discutía mucho acerca de la canonización de los mártires de la Guerra Civil Española, el P. Pedro suscitó una encendida polémica en la Revista ¨Vida Nueva¨, en la sección ¨Cartas al Director¨, al afirmar que no era el momento oportuno para hacerlo, sino que nunca debía hacerse la canonización, porque tanto mártires como verdugos había sido españoles y ello iba en descrédito de una nación que, como España, había cosechado tantas glorias para el catolicismo. La polémica fue tan larga y apasionada, y por momentos se agriaba, que el Director de la Revista tuvo que darla por concluida, cerrando las páginas de la Revista a los polemistas.

 

En ella se mostró el P. Pedro Valderrama como un buen conocedor del tema de la guerra civil, como un escritor de ágil pluma de polemista y poseedor de una aguda inteligencia. ¡Lástima que nadie guardara aquellas páginas!

 

El P. Pedro escribía mucho, así que imagino que habrá dejado muchos escritos inéditos, que acaso no tengan más trascendencia que recoger el pensamiento y las inquietudes intelectuales de un co-hermano de la Viceprovincia de San Salvador.

 

Toda vida humana, por humilde y sencilla que sea, es una experiencia única e irrepetible, necesaria en la infinita armonía del Cosmos. Esta ¨Memoria¨ es un intento de conservar para los que conocimos al P. Pedro Castro Valderrama algo de su trayectoria vital y religiosa; y, para las futuras generaciones de Redentoristas, el testimonio de la riqueza humana y espiritual de su Historia.

 

En la vida del P. Valderrama, el misterio de la cruz estuvo presente de forma muy marcada a través de la enfermedad. Asociado a los sufrimientos redentores de Cristo creció en profundidad su vida religiosa y sacerdotal: fue víctima con la ¨Víctima preciosa ante siglos de siglos degollada¨.

 

La cruz, lo sabemos todos, asumida como signo de salvación, es camino de victoria, de triunfo. Sólo desde el triunfo de la cruz podemos vislumbrar el sentido del sufrimiento humano; a la ¨Galería de Triunfadores¨ había que añadir un nombre más, el del P. Pedro María Castro Valderrama.

 

Después de su muerte, un sobrino, a quien él quería mucho, viajó a Costa Rica a visitar su tumba en Alajuela, en nombre de toda la familia y rezar una oración en su memoria.

 

Allí, ante el panteón de los Misioneros Redentoristas, recordó un pensamiento bello y profundo: ¨Al hombre adulto, cuando tiene problemas y está triste, todo le es más llevadero si piensa que tuvo una infancia feliz.¨

 

Se la escribió su tío, en una carta, después de contarle en ella cómo eran las cosas por allá en su lejanísima niñez. Y todo lo maravilloso que había sido vivirla en San Martín de Don y en El Espino.

 

¡Descanse de todas sus fatigas en la Paz del Señor!

 

San Salvador, 4 de mayo de 2002.

Roberto Bolaños Aguilar, CssR.

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CssR. es el acrónimo de Congregatio Sanctissimi Redemptoris, nombre en latín de la Congregación fundada por san Alfonso María. 

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