Descansa en paz, abuela.
El pasado domingo 1 de mayo falleció mi abuela Nati.
Esta tarde a las 7:30 p.m. será el funeral en la iglesia parroquial San Andrés Apostol de Vitoria-Gasteiz.
He escrito estas líneas para despedirla…
Con 96 años se nos fue el domingo la abuela Nati. Abuela para mi primo Eduardo, para mis hermanos Iñigo y Natalia y para mí. Madre para mi padre y mi tía Maite, hermana, bisabuela, suegra, tía, amiga, vecina… seguro que todos conservamos un recuerdo diferente de nuestra relación con ella.
En estos momentos en los que nos reunimos para celebrar su vida me gustaría recordar a Nati como lo que fue para mí: mi abuela. Retratarla desde la visión de un nieto que tiene la suerte de recordarla en situaciones que me hicieron muy feliz.
Casualmente el día del último viaje le llegó un Primero de Mayo, Día del Trabajador. Y mi memoria vuela al banco de su casa en San Martín, donde nos encontramos los dos hace muchos años, ¨trabajando¨ (entre comillas). No es un trabajo duro, al contrario. Era una tarea que me gustaba hacer con ella, y consistía simplemente en desgranar las habas de las vainas secas de la huerta de Avelino. Una ocasión para charlar de cualquier cosa porque el tiempo se paraba. Como se paraba todas esas noches de verano, ¨a la fresca¨, que es como llamamos a sentarnos en ese largo banco de piedra simplemente disfrutando de la compañía de otros. Hablando de cualquier tema o dejando pasar el tiempo.
Casualmente el día que partió en la nave que nunca ha de tornar, parafraseando a Machado, celebrábamos también el Día de la Madre. Y una abuela en cierto modo es una extensión de una madre. Ha pasado de generación en generación, a lo largo de los tiempos, que los abuelos se han encargado de cuidar a los nietos cuando los padres necesitaban una mano. Mis sobrinos pasan en verano algunas semanas en San Martín a cargo de mis padres, como lo hacíamos nosotros a cargo de la abuela Nati. Recuerdo con nostalgia aquellos día de verano en los que nos quedábamos en su casa. Y esos recuerdos me llevan a una época que ya es difícil de reconocer. Una época en la que en San Martín estaban las vacas de Petrilla, el burro de Severo o las ovejas de Braulio. Y de esa época recuerdo un día por ejemplo en el que la abuela me envió a casa de Mari con una botella de cristal a por leche, que traje calentita porque Mari ordeñó la vaca en ese mismo momento. Recuerdos de otros tiempos son también la cocina económica de leña que había en esa casa, preparar morcillas de forma artesanal o ver a la abuela Nati sentada rezando el Rosario. También hace tiempo que se dejó de escuchar una frase en San Martín con la que asocio a mi abuela: ¨¿han tocado a misa?¨, nos preguntaba alguna vez.
Era mi abuela Nati sin duda una mujer beata. De las que guardaba abstinencia los viernes de cuaresma o se santiguaba al oír alguna barbaridad. De esas costumbres pías la que más me gustaba era la que tenía de preparar rosquillas que llevaba a bendecir el día de San Blas y que yo con o sin intervención divina me comía con gusto y en cantidad.
En esa fe estaba mi abuela convencida de que llegada la llamada volvería a reunirse con mi abuelo José, del que pasó el último tercio de su vida separada y con el que el domingo volvió a reunirse.
Afortunadamente la memoria es selectiva y estas son las cosas que recordaré de la abuela. De sus últimos años en la residencia me quedo con esas visitas que eran una buena oportunidad para reunirnos en familia, como si de estar en el banco de San Martín a la fresca se tratara.
Se describía Machado en uno de sus versos de la siguiente manera:
¨Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno¨.
Todos conservamos recuerdos diferentes de mi abuela Nati, desde la perspectiva en la que la hemos conocido. Pero nietos, hijos, hermanos, biznietos, nuera, sobrinos, amigos, vecinos… creo que conservamos un recuerdo en común. Y es el de que Nati era una persona buena. Y eso es a lo máximo a lo que se puede aspirar cuando nos llegue el momento de rendir cuentas.
Abuela, descansa en paz.
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