Libros: ¨El amante japonés¨ -Isabel Allende-
En la escuela en la que trabajo –Jakarta Intercultural School- contamos con una excelente biblioteca, y un par de veces al año nos piden sugerencias a los profesores para incorporar nuevos títulos. Para mí enviarle mi lista al bibliotecario es como escribir la carta a los Reyes Magos. Cuando estás estable en un lugar tener una buena biblioteca en casa es algo que considero imprescindible, pero para los que andamos de titiriteros cambiándonos de vez en cuando de país cargar con libros puede ser un poco molesto al hacer ¨mudanzas alpinas¨, con lo mínimo. Así que es un privilegio poder contar con esta oportunidad de acceder a buena literatura en español en Yakarta.
Entre mis peticiones en la última lista figuraba esta última novela de Isabel Allende, publicada este año. El título ¨El amante japonés¨ la verdad es que no me llamaba nada, porque las novelas románticas no me gustan demasiado y parecía que por ahí iban los tiros. Sin embargo cuando maestros como Vargas Llosa, Gabo o Isabel Allende cuentan una historia, ya te puede interesar más o menos el tema que va a ser una gran historia.
En este caso, efectivamente, se trata de una historia de amor. Pero esa historia de amor es el fondo para tratar muchos temas: la eutanasia, la vejez, el aborto, la homosexualidad, el abuso de menores, matrimonios interraciales cuando no estaban bien vistos …
Lo que más me ha gustado ha sido el contexto histórico. Una de las protagonistas, Alma, es una niña judía de 7 años enviada por sus padres desde su Polonia natal a San Francisco, en 1939. Sus progenitores estaban preocupados por los rumores de que lo que fue la Segunda Guerra Mundial se convirtiera en realidad y tomaron la acertada decisión de enviar a Alma con sus tíos a Estados Unidos. De los padres quedándose en Varsovia dejaron de llegar noticias. La novela sigue la vida de Alma hasta prácticamente la actualidad, 2010.
En el mismo contexto de la Segunda Guerra Mundial me ha interesado especialmente la situación de los japoneses en los Estados Unidos tras el bombardeo nipón de Pearl Harbor. Así lo relata un fragmento de la novela:
¨El ataque por sorpresa del Imperio del Japón a Pearl Harbor, en diciembre de 1941, destruyó dieciocho buques de la flota, dejó un saldo de dos mil quinientos muertos y mil heridos y cambió en menos de veinticuatro horas la mentalidad aislacionista de los estadounidenses. El presidente Roosevelt declaró la guerra a Japón y pocos días después Hitler y Mussolini, aliados con el Imperio del Sol Naciente, se la declararon a Estados Unidos. El país se movilizó para participar en esa guerra, que ensangrentaba a Europa desde hacía dieciocho meses. La reacción masiva de terror que provocó el ataque de Japón entre los americanos fue avivada por una campaña histérica de prensa, advirtiendo sobre la inminente invasión de los ¨amarillos¨ en la costa del Pacífico. Se exacerbó un odio que ya existía desde hacía más de un siglo hacia los asiáticos. Japoneses que habían vivido muchos años en el país, sus hijos y nietos, pasaron a ser sospechosos de espionaje y de colaborar con el enemigo. Las redadas y detenciones comenzaron pronto. Bastaba un radio de onda corta en un bote, único medio de comunicación de los pescadores con tierra, para detener al dueño. La dinamita empleada por los campesinos para arrancar troncos y rocas de los potreros de sembradío se consideraba prueba de terrorismo. Confiscaron desde escopetas de perdigones hasta cuchillos de cocina y herramientas de trabajo. También binoculares, cámaras fotográficas, estatuillas religiosas, quimonos ceremoniales o documentos en otra lengua. Dos meses después Roosevelt firmó la orden de evacuar por razones de seguridad militar, a toda persona de origen japonés de la costa del Pacífico –California, Oregón, Washington-, donde las tropas amarillas podían llevar a cabo la temida invasión. También se declararon zonas militares Arizona, Idaho, Montana, Nevada y Utah. El ejército contaba con tres semanas para construir los refugios necesarios.
En marzo San Francisco amaneció tapizado con avisos de evacuación de la población japonesa (…) De partida no podían salir de un radio de ocho kilómetros de sus casas sin un permiso especial y debían ceñirse al toque de queda nocturno, desde las ocho de la tarde hasta las seis de la mañana. Las autoridades comenzaron a allanar casas y confiscar bienes, arrestaron a los hombres influyentes que podrían incitar a la traición, jefes de comunidades, directores de empresas, profesores, pastores religiosos, y se los llevaron con destino desconocido; atrás quedaron mujeres y niños despavoridos. Los japoneses tuvieron que vender deprisa y a precio de ganga lo que poseían y cerrar sus locales comerciales. Pronto descubrieron que sus cuentas bancarias habían sido bloqueadas: estaban arruinados.
En agosto habían desplazado a más de ciento veinte mil hombres, mujeres y niños; estaban arrancando a ancianos de hospitales, bebés de orfanatos y enfermos mentales de asilos para internarlos en diez campos de concentración en zonas aisladas del interior, mientras en las ciudades quedaban barrios fantasmagóricos de calles desoladas y casas vacías, donde vagaban las mascotas abandonadas y los espíritus confusos de los antepasados llegados a América con los inmigrantes. La medida estaba destinada a proteger la costa del Pacífico, tanto como a los japoneses, que podían ser víctimas de la ira del resto de la población: era una solución temporal y se cumpliría de forma humanitaria. Ése era el discurso oficial, pero el lenguaje del odio ya se había extendido. ¨Una víbora es siempre una víbora, dondequiera que ponga sus huevos. Un japonés americano nacido de padres japoneses, formado en las tradiciones japonesas, viviendo en un ambiente trasplantado de Japón, inevitablemente y con las más raras excepciones crece como japonés y no como americano. Todos son enemigos¨. Bastaba tener un bisabuelo nacido en Japón para entrar en la categoría de víbora¨.
Allá por el 2001 o 2002 vi la película de Pearl Harbor que tengo que volver a ver pronto. La vi en casa, en EEUU, utilizando el gran descubrimiento que fue en aquella época NexFlix para pasar algunas tardes entretenido en el tranquilo pueblo de Allendale (Carolina del Sur) en el que vivía. Este año he visto la película dirigida por Clint Eastwood ¨Cartas desde Iwo Jima¨, y entre medias han caído unas cuentas películas y novelas que cuentan historias de la participación de Japón en la Segunda Guerra Mundial. Pero lo que había pasado bajo mi radar era esta historia de los campos para japoneses en Estados Unidos.
Muy recientemente, justo antes de empezar el libro, el tema estuvo en los medios de comunicación tras unas declaraciones del precandidato republicano a la Casa Blanca Donald Trump. En ellas el polémico xenófobo decía que había que prohibir la entrada a todos los musulmanes en los Estados Unidos. Justificaba sus manifestaciones diciendo que su propuesta no era diferente de lo que hizo uno de los más respetados presidentes de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, refiriéndose a ese confinamiento de unos 120.000 japoneses entre 1942 y 1945 en esos campamentos. Los medios de comunicación no tardaron en explicarle a Trump que ese hecho es considerado uno de los momentos más oscuros de la historia de Estados Unidos, y que además en 1988 el Congreso se disculpó en nombre de la nación por esas acciones motivadas por prejuicios raciales.
En la novela se entiende muy bien esa drástica situación que vivió la comunidad nipona.
Un libro muy recomendable de la maestra de las letras Isabel Allende. Así lo describe la contraportada:
¨A los veintidós años, sospechando que tenían el tiempo contado, Ichimei y Alma se atragantaron de amor para consumirlo entero, pero mientras más intentaban agotarlo, más imprudente era el deseo, y quien diga que todo fuego se apaga solo tarde o temprano, se equivoca: hay pasiones que son incendios hasta que las ahoga el destino de un zarpazo y aun así quedan brasas calientes listas para arder apenas se les da oxígeno¨.
Sobre la autora:
¨Isabel Allende nació en Perú donde su padre era diplomático chileno. Vivió en Chile entre 1945 y 1975, con largas temporadas de residencia en otros lugares, en Venezuela hasta 1988 y, a partir de entonces, en California. Inició su carrera literaria en el periodismo en Chile y en Venezuela. Su primera novela, La casa de los espíritus, se convirtió en uno de los títulos míticos de la literatura latinoamericana. A ellos le siguieron otros muchos, todos los cuales han sido éxitos internacionales. Su obra ha sido traducida a treinta y cinco idiomas. En 2010, fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura de Chile, y en 2012, con el Premio Hans Christian Andersen por su trilogía El Águila y el Jaguar.¨
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