Hacienda de Puga/Hacienda de La Escondida (Nayarit, México): El secuestro de Ángel López Sainz-Terrones
Esta entrada es un poco larga porque quiero contextualizar un documento fascinante que me ha llegado recientemente. Es la historia de un secuestro ocurrido en una de las haciendas de la Casa Aguirre en Tepic durante la Revolución mexicana. ¡Es fascinante, ya lo verán! El secuestrado –Ángel López Sainz-Terrones- fue el abuelo del que me remite la historia, Jon López. Está buscando más información sobre el periodo que su abuelo pasó en Nayarit (México), trabajando para la Casa Aguirre (1902-1922). Agradeceríamos cualquier información que le puedan facilitar.
Y con eso vamos al tema:
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Recientemente contactó conmigo por correo electrónico Jon López, de Bilbao. Se encontraba buscando información sobre la Hacienda de la Escondida y encontró esta sección del blog. Afortunadamente le dio por escribirme y me contó un poco su historia.
Al igual que mis bisabuelos Marcelino Guinea y Antonia López de Arana, su abuelo Ángel López Sainz-Terrones emigró a México para trabajar en la Casa Aguirre en Nayarit, concretamente en las haciendas de La Escondida y Puga. Aquí dibujé en su día un mapa para orientarlas, tomando como referencia Tepic.
Ángel López Sainz-Terrones era natural de un pueblo de Las Merindades burgalesas, concretamente de Bisjueces. Emigró a México en 1902 y regresó a Bilbao en 1922, con lo que mis bisabuelos y su abuelo coincidieron en tiempo y espacio. De hecho lo primero que hice fue mirar un documento de 1909 que me hizo mucha ilusión cuando en su día me lo envió Javier Berecochea, para ver si aparecía por casualidad Ángel López. Podéis leer el contexto de ese documento en esta entrada. Y efectivamente, el nombre de Ángel López como trabajador de la Casa Aguirre, concretamente en la tienda de Puga, lo podéis ver aquí.
Me contaba Jon que tenía alguna anécdota del periodo de su abuelo en México, que su difunto padre dejó por escrito. Le dije que me encantaría leerlas y fue muy amable de enviarme un resumen y una historia que me ha parecido absolutamente fascinante, y por esa razón le he pedido permiso para compartirla en este blog. Amablemente ha accedido y a continuación las transcribo. Ver original aquí. Me parece fundamental compartir estos documentos porque sé que hay mucha gente tanto en España como en Tepic estudiando episodios como estos, concretamente sobre la Casa Aguirre en Nayarit.
Este es el resumen ¨telegráfico¨ que el padre de Jon dejó por escrito sobre Ángel López:
Ángel López S-T
[...] en 1901, a México. Un mes de navegación desembarco en Veracruz. A Tepic (Nayarit), costa oeste de México.
Hacienda de Puga (Aguirre Sucesores) Fábrica de azúcar. Hacienda de La Escondida.
Se dormía sobre el mostrador. Las trituradoras de caña trabajaban toda la noche. Cuando se paraban, nos despertábamos. Más tarde, nos pusieron unos camastros. Muchos años después, encargado del suministro a los trabajadores (economato).
¨Cogió¨ todas las revoluciones: Pancho Villa (conoció personalmente), Emiliano Zapata, Madero, Porfirio Díaz, Obregón…
Fue secuestrado, pidiendo a la Hacienda, de rescate, 20.000 pesos en monedas de oro y plata. En un lugar de la Sierra al otro lado de Río Grande del Norte. Reparto complicado entre los tres cabecillas. Huida a caballo, pagado el rescate (querían más).
Al comienzo de los años 20, la situación era límite respecto a las continuas revoluciones. La vida estaba en juego cada día. (Su vida en estos años, mejor que una buena película del Oeste)
Regreso a España (1922)?, a Villalaín. Había llegado el ¨americano¨ (música y cohetes)¨
Y esta es la increíble descripción de ese secuestro:
¨Ángel López S-T (1902-1922) - Una juventud revolucionaria – México R01
Relatos de mi padre sobre su estancia en México.
Era frecuente que llegaran a la Hacienda partidas de revolucionarios que, acaudillados or un jefe de facción desconocida, pedían (exigían) ser avituallados de alimentos, cobijas, licor y otros pertrechos. Como en otras ocasiones, el administrador, admitiendo un mal menor, entrega lo solicitado pensando que con ello apacigua a los asaltantes. Pero en esta ocasión, van más allá en sus peticiones y deciden llevarse al administrador y a mí, solicitando 20.000 pesos por su libertad. Previamente habían cortado la línea telefónica para evitar solicitud de ayuda a la capital, Tepic. Nos mandaron montar y colocándonos en el centro del grupo salimos camino de su guarida en la montaña. Cabalgamos durante todo el día y al atardecer, después de cruzar el río Santiago o Grande, llegamos a una zona boscosa que era el lugar de su escondite. Nos ordenaron descabalgar, y nos introdujeron en una desvencijada cabaña donde había otros cautivos y empezaron a pasar días sin que nos dieran ninguna explicación. Al cabo de unos cinco días, notamos un cierto revuelo entre los revolucionarios y alguien había llegado. Nos sacaron de la cabaña y nos encontramos que en un claro estaban reunidos formando un círculo tres de los secuestradores y el cura de la Hacienda que era quien había traído el importe del rescate. Nos hicieron sentar con ellos y el que parecía el jefe dirigiéndose a nosotros dijo: ¨a ver, alguien que sepa contar¨. Decidimos que fuera yo, como más práctico debido al trabajo que realizaba en la Hacienda. Se trataba de repartir los 20.000 pesos entre los tres cabecillas. Se extendió una cobija en el suelo y allí se echaron las monedas que había traído el cura como pago del rescate. Con la tensión propia del momento, comencé el reparto del dinero en tres montones. Cuando al fin terminé, uno de los revolucionarios se dirige a mí y me pregunta: ¨¿seguro que está bien repartido?¨, a lo que contesté afirmativamente, diciéndome a continuación: ¨¿y cómo es que mi montón es más pequeño?¨. Y así era verdaderamente, porque yo al contar no había distribuido proporcionalmente las monedas de oro y plata, que eran las monedas en uso en aquella época. Le expliqué que su montón era pequeño porque tenía muchas monedas de oro y los otros montones eran mayores porque abundaba la plata. El valor de los tres montones era el mismo. No conforme, me dice con gesto amenazador: ¨te va a oler el culo a pólvora como no esté bien hecho el reparto¨; y llamando a un compinche, le ordenó que contara de nuevo el dinero. Él contaba pero yo también lo hacía con la vista, por si se equivocaba en el recuento. Cuando terminó dijo: ¨está bien jefe¨. Acto seguido, cada cual recogió lo suyo y nuevamente nos llevaron a la cabaña y nos dijeron, que como la Hacienda había pagado el rescate pedido, que al día siguiente, a primera hora, podíamos marcharnos. Larga fue aquella noche ante la libertad prometida. Al poco de amanecer, nos devolvieron los caballos e iniciamos el camino de regreso a la Hacienda. El cura se quedó con ellos, pues las relaciones con el ¨padrecito¨ siempre eran buenas. Ya habíamos vadeado el río y sería el mediodía cuando vimos que por detrás, allá a lo lejos, alguien sobre un caballo al galope parecía hacernos señas. Cuando la distancia se acortó reconocimos al que nos seguía, que no era otro que el cura que se había quedado con los revolucionarios. Nos decía con sus gestos que corriéramos, que fuésemos más deprisa, que los secuestradores habían pensado pedir un mayor rescate y que venían tras nosotros intentando darnos alcance.
Afortunadamente ya nos encontrábamos cerca de la Hacienda y la última galopada evitó que nos dieran alcance, previniendo a la gente de protección de las intenciones de los ¨manitos¨.
Impresionante historia. Un documento familiar que imagino tiene un gran valor sentimental para la familia, y sin duda histórico de cara a futuras investigaciones que quieran indagar más en ese periodo.
Leer que Ángel López se dormía en el mostrador no me sorprendió. En el libro ¨Los Vascos en el México Decimonónico, 1810-1910¨, el escritor Jesús Ruiz de Gordejuela Urquijo refleja perfectamente los sufrimientos por los que tuvieron que pasar los emigrantes. En absoluto tuvieron una vida fácil, y los que lograron tener éxito y regresar al hogar ¨con música y cohetes¨ fueron una privilegiada minoría. Javier Berecochea en el blog en el que publicó su investigación familiar se hace eco de esa situación:
¨En mi búsqueda de nueva información encontré la presentación que hizo en México el verano de 2008 el escritor alavés Jesús Ruiz de Gordejuela Urquijo, de su libro “Los Vascos en el México Decimonónico, 1810-1910”. En ella el autor hace mención de José de la siguiente manera:
"José Manuel Berecoechea Indavere fue un joven baztanés, nacido en el caserío de Yndacoa perteneciente a la localidad de Ciga, y que marchó a México cuando tan sólo tenía 14 años en 1902 para trabajar en la Casa Aguirre de Tepic en donde se le encomendó la tarea de vigilar la descarga de sacos de maíz, frijol y otros productos agrícolas.
Recordaba José Manuel que los principios fueron extremadamente duros y que “se quedaba dormido entre los sacos después de mucho llorar por la soledad que sentía”. El sacrificio no fue en vano, años después ocupó el empleo de administrador de la Casa Aguirre y junto a su hermano menor Mariano, fueron dueños de los ranchos Los Sauces y Rancho Nuevo".
Otro libro del mismo autor –Josu Ruiz de Gordejuela- para entender lo que vivieron estos emigrantes es ¨Vivir y morir en México¨, donde se recogen testimonios como este del secuestro, principalmente a través de cartas que estos emigrantes enviaban a España.
Me comentaba también Jon que recuerda a su padre contar que su abuelo Ángel llevaba en la cartera una foto de un gran árbol con mucha gente ahorcada colgando de él. Macabro, pero da una idea del ambiente que se vivía. Desafortunadamente le robaron la cartera y esa foto desapareció.
En su novela ¨La Escondida. Una revolución entre cañas de azúcar¨ el escritor Pello Guerra se refiere a un hecho similar (quién sabe, quizás el mismo). Transcribo el comienzo del capítulo ¨El árbol de Navidad¨:
¨Marcelino detuvo su caballo a escasos metros del árbol. Sentía que el estómago se le revolvía y hasta que no liberó lo que albergaba, no obtuvo descanso. A Santiago Arana, su acompañante en aquel viaje en busca de la verdad, le pasó lo mismo. Ambos habían decidido comprobar si era cierta la noticia que corría como la pólvora por Tepic y sus alrededores. Pedro les alertó de que entre los trabajadores de La Escondida se había extendido el rumor de que a tres kilómetros de la capital, sobre la carretera a Jalisco y en un frondoso fresno, habían sido encontrados colgados nueve hombres.
En una época tan convulsa, no era la primera vez que corría un rumor de esas características, que venía a encrespar un ambiente ya de por sí muy tenso a causa de las recientes reclamaciones agrarias y laborales en el campo y la industria de Nayarit. Guinea no terminaba de creerse que algo así fuera posible y decidió personarse en el lugar para comprobar si todo era producto de mentes calenturientas o si realmente se había cometido semejante atrocidad. Santiago se había ofrecido a acompañarle por si existía algún peligro en el lugar. Y Marcelino se lo agradeció en vista del eficiente y decisivo papel que Arana había jugado en la expedición a San Blas.
Ahora tenían la evidencia delante de sus ojos. La suave brisa balanceaba los cuerpos inertes de los nueve hombres en una macabra danza de la muerte. Todos ellos vestían humildemente y tenían rasgos indios; en definitiva, eran campesinos. La estampa resultaba tremendamente horrible y encerraba en sí un mensaje que entrañaba una innegable amenaza.
Mientras contemplaban el dantesco espectáculo, oyeron los cascos de un caballo que se aproximaba [...]¨.
Jon López está intentando encontrar más fichas del puzzle que son los 20 años que su abuelo pasó en México. Si alguien, bien en México o bien en España, puede facilitar alguna información, le estaríamos muy agradecidos. Pueden contactar directamente con Jon a través de ese correo electrónico (jologui70@gmail.com) o pueden dejar un mensaje en esta entrada del blog.