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Basurde Xiao Long

Libros: ¨El maestro de esgrima¨ -Arturo Pérez-Reverte-

Libros: ¨El maestro de esgrima¨ -Arturo Pérez-Reverte-

Este libro lo leí allá por octubre de 1995 y me encantó. En aquella época solía escribir en un cuaderno fragmentos o citas de los libros que me gustaban, y los solía releer de vez en cuando.

 

Me apetecía volver a leer esta novela. Después de 20 años me acordaba de la trama general pero se me habían olvidado los detalles. Me ha gustado especialmente volver a encontrarme con las citas que había extraído del libro en su día, que esas sí, las seguía teniendo de tanto haberlas releído en el subconsciente. Aquí van algunas:

 

¨Don Jaime paseó la mirada a su alrededor y sus ojos se encontraron con los del profesor de música, graves y dulces. Marcelino Romero, rozando la cuarentena, vivía desde hace un par de años atrás atormentado por un amor imposible, una honesta madre de familia cuya hija había aprendido de su mano los rudimentos musicales. Finalizada hacía meses la relación profesor-discípula-madre, el pobre hombre paseaba cada día bajo cierto balcón de la calle Hortaleza, rumiando estoicamente una ternura no correspondida y si esperanza.

El maestro de esgrima le sonrió a Romero con simpatía, y el otro respondió distraídamente, sin duda absorto en sus tormentos interiores. Pensó don Jaime que era imposible no encontrar una sombra agridulce de mujer en la memoria de cualquier hombre. También el tenía la suya; pero de aquello hacía ya demasiado tiempo¨.

 

¨Sin saber exactamente por qué, el maestro de esgrima se sentía derivar hacia la melancolía. Por su carácter, más inclinado a recrearse en el pasado que a considerar el presente, al viejo profesor le gustaba acariciar a solas sus particulares nostalgias; pero esto solía ocurrir sin estridencias, de un modo que no le causaba amargura sino que, por el contrario, lo instalaba en un estado de placentera ensoñación que podría considerar como agridulce. Se recreaba en ello de forma consciente, y cuando por azar resolvía dar forma concreta a sus divagaciones, solía resumirlas como su escaso equipaje personal, la única riqueza que había sido capaz de atesorar en su vida, que bajaría con él a la tumba, extinguiéndole a la par que su espíritu. Se encerraba en ella todo un universo, una vida de sensaciones y recuerdos curiosamente conservados. Sobre aquello fiaba Jaime Astarloa para conservar lo que él definía como serenidad: la paz del alma, el único atisbo de sabiduría a que la imperfección humana podía aspirar. La vida entera antes sus ojos, mansa, ancha y ya definitiva; tan poco sujeta a incertidumbres como un río en el curso final hacia su desembocadura. Y, sin embargo, había bastado la aparición casual de unos ojos violeta para que la fragilidad de aquella paz interior se manifestara en toda su inquietante naturaleza¨.

 

¨El aristócrata hizo una mueca.

- A menudo eso tiene un precio, amigo mío. Un precio muy alto.

Jaime Astarloa movió las manos con las palmas hacia arriba, resignado.

- A todo se acostumbra uno, especialmente cuando ya no hay otro remedio. Si hay que pagar, se paga; es cuestión de actitudes. En un momento de la vida se toma una postura, equivocada o no, pero se toma. Se decide ser tal o cual. Se queman las naves, y después ya no queda más que sostenerse a toda costa, contra viento y marea.

- ¿Aunque sea evidente que se vive en el error?

- Más que nunca en ese caso. Ahí entra en juego la estética.

La dentadura perfecta del marqués resplandeció en una ancha sonrisa.

- La estética del error. ¡Bonito tema académico! … Habría mucho que hablar sobre eso.

- No estoy de acuerdo. En realidad, no existe nada sobre lo que haya mucho que hablar.

- Salvo la esgrima.

- Salvo la esgrima, es cierto –Jaime Astarloa se quedó en silencio, como si diese por zanjada la conversación; pero al cabo de un instante movió la cabeza y apretó los labios-. El placer no sólo se encuentra en el exterior, como decía Su Excelencia hace un rato. También puede hallarse en la lealtad a determinados ritos personales, y más aún cuando todo lo establecido parece desmoronarse alrededor de uno.

El marqués adopto un tono irónico.

- Creo que Cervantes escribió algo sobre eso. Con la diferencia de que usted es el hidalgo que no sale a los caminos, porque los molinos de viento los lleva dentro.

- En todo caso, un hidalgo introvertido y egoísta, no lo olvide su Excelencia. El manchego quería deshacer entuertos; yo sólo aspiro a que me dejen en paz –se quedó un rato pensativo, analizando sus propios sentimientos-. Ignoro si eso es compatible con la honestidad, pero en realidad sólo pretendo ser honesto, se lo aseguro. Honorable. Honrado. Cualquier cosa que tenga su etimología en la palabra honor –añadió con sencillez; nadie hubiese tomado su tono por el de un fatuo.¨

 

¨En la calle, pértiga y chuzo, alguien encendía los faroles. Una débil claridad de luz de gas penetró por la ventana abierta. Ella se levantó del sofá y cruzó la oscuridad hasta llegar cerca del maestro. Se quedó allí, inmóvil junto a la ventana.

- Hay un poeta inglés –dijo en voz baja-. Lord Byron.

Don Jaime aguardó, en silencio. Podía sentir el calor que emanaba del cuerpo joven que tenía a su lado, casi rozando el suyo. Tenía la garganta seca, oprimida por el temor de que se escuchasen los latidos de su corazón. La voz de Adela de Otero sonó queda, como una caricia:

 

«The devil speaks truth much oftener than he´s deemed

He has an igonorant audience… »

 

Se acercó más a él. Desde la calle, el resplandor iluminaba la parte inferior de su rostro, la barbilla y la boca:

 

«El Diablo dice la verdad más a menudo de lo que se cree,

pero tiene un auditorio ignorante…»

 

Sobrevino un silencio absoluto, con apariencias de eternidad. Y sólo cuando aquel silencio se hizo insoportable, sonó de nuevo la voz de ella.

- Siempre hay una historia que contar.

Había hablado en tono tan bajo que don Jaime tuvo que adivinar las palabras. Sentía casi en la piel, muy cerca, el suave aroma de agua de rosas. Comprendió que empezaba a perder la cabeza, y buscó desesperadamente algo que lo anclase a la realidad. Entonces alargó la mano hacia el quinqué y encendió un fósforo. La humeante llama temblaba en sus manos.¨

 

¨- Vivimos tiempos difíciles, don Jaime.

- Y que lo diga.

- Tiempos de angustia, de zozobra… -se llevó el pianista una mano al corazón, tanteándose una inexistente cartera-. Tiempos de soledad.

Emitió Jaime Astarloa un gruñido que a nada comprometía. Romero lo interpretó como una señal de asentimiento, y pareció confortado.

- El amor, don Jaime. El amor –prosiguió al cabo de un momento de triste reflexión-. Eso es lo único que puede hacernos felices y, paradójicamente, es lo que nos condena a los peores tormentos. Amar equivale a esclavitud.

- Sólo es esclavo quien espera algo de los demás –el maestro de esgrima miró a su interlocutor hasta que aquél parpadeó, confuso-. Tal vez sea ése el error. Quien no necesita nada de nadie, permanece libre. Como Diógenes en su barril.

El pianista movió la cabeza; no estaba de acuerdo.

- Un mundo en el que no esperásemos algo de los otros sería un infierno, don Jaime… ¿Sabe usted qué es lo peor?

- Lo peor siempre es cosa muy personal. ¿Qué es lo peor para usted?

- Para mí, la ausencia de esperanza: sentir que se ha caído en la trampa y… Quiero decir que hay momentos terribles, en que parece no haber una salida.

- Hay trampas que no la tienen.

- No diga eso.

- Le recuerdo, de todas formas, que ninguna trampa tiene éxito sin la complicidad inconsciente de la víctima. Nadie obliga al ratón a buscar el queso en la ratonera.

- Pero la búsqueda del amor, de la felicidad… Yo mismo, sin ir más lejos…

Jaime Astarloa se volvió hacia su contertulio con cierta brusquedad. Sin saber muy bien por qué, lo irritaba aquella mirada melancólica, tan semejante a la de un cervatillo acosado. Sintió la tentación de ser cruel.

- Entonces ráptela, don Marcelino.

La nuez del otro subió y bajó rápidamente, tragando saliva.

- ¿A quién?

En la pregunta había alarma y desconcierto. También una súplica que el maestro de esgrima se negó a escuchar.

- Sabe perfectamente a quién me refiero. Si tanto ama a su honesta madre de familia, no se resigne a languidecer bajo el balcón el resto de su vida. Introdúzcase otra vez en la casa, échese a sus pies, sedúzcala, pisotee su virtud, arránquela de allí por la fuerza… ¡Péguele un tiro al marido, o pégueselo usted! Haga un acto heroico o haga el ridículo, pero haga algo, hombre de Dios. ¡Si apenas tiene usted cuarenta años!

Inesperada, la brutal elocuencia del maestro de armas había borrado del rostro de Romero hasta el menor indicio de vida. La sangre se le había retirado de las mejillas, y por un momento pareció que iba a darse la vuelta, echando a correr.

- Yo no soy un hombre violento –balbució al cabo de un rato, como si aquello lo justificase todo.

Jaime Astarloa lo miró con dureza. Por primera vez desde que se conocían, la timidez del pianista no le inspiraba compasión, sino desdén. ¡Qué distinto habría sido todo si Adela de Otero hubiese llegado a él cuando, como Romero, contaba veinte años menos!

- No hablo de la violencia que Cárceles predica en la tertulia –dijo-. Me refiero a la que nace del coraje personal –señaló su propio pecho-. De aquí.

Romero había pasado de la turbación al recelo; se manoseó nerviosamente la chalina mientras eludía la mirada de su interlocutor.

- Estoy en contra de cualquier tipo de violencia, personal o colectiva.

- Pues yo no. Hay en ella unos matices muy sutiles, se lo aseguro. Una civilización que renuncia a la posibilidad de recurrir a la violencia en sus pensamientos y acciones, se destruye a sí misma. Se convierte en un rebaño de corderos, a degollar por el primero que pase. Lo mismo les ocurre a los hombres.¨

 

¨Su vida había sido larga y llena de experiencias; atesoraba suficientes recuerdos para justificarla hasta aquel momento.¨

 

¨-Usted nació tarde, don Jaime –dijo al fin, con voz neutra-… O no murió en el momento oportuno.

La miró, sin ocultar su sorpresa.

- Es curioso que diga eso.

- ¿El qué?

- Lo de morir en el momento oportuno –el maestro de esgrima hizo un gesto evasivo, como si se disculpara por seguir vivo. El giro de la conversación parecía divertirle, pero era evidente que no bromeaba-. En este siglo y a partir de cierta edad, morir como es debido se hace cada vez más difícil.

 

Una fantástica novela que volveré a leer. 

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