Libros: ¨Noviembre sin violetas¨ -Lorenzo Silva-
Otra novela que cae de Lorenzo Silva, un autor que me encanta.
-Noviembre sin violetas.
Serie Bevilacqua y Chamorro.
Dice la contraportada:
¨Juan Galba se cree a salvo en su tranquilo empleo en un balneario. Hace ya una década que disolvió la sociedad criminal que formaba con su gran amigo, Pablo Echevarría, muerto en extrañas circunstancias. Pero un día se presenta en el balneario Claudia Artola, la viuda de éste con unas cartas que le obligarán a volvera los manejos ilícitos de antaño¨.
Debo reconocer que el comienzo me ha costado más que otros libros del autor, pero luego empieza a coger ritmo y he disfrutado de su lectura.
Aquí van unos extractos que me han llamado la atención:
¨But while I see that there is nothing wrong in what one does,
I see that there is something wrong in what one becomes.¨
-Oscar Wilde, De profundis-
¨-¿Puedo sentarme con usted? –oí, mientras me giraba, y vi que era un viejecillo enjuto, impecablemente vestido de beis, con corbata y pañuelo a juego. Haciendo un esfuerzo, reconocí su cara en la penumbra. Era un ex militar, asmático, a quien todo el mundo llamaba respetuosamente don Eladio. Podía haber sido general o sargento, pero nunca especificaba ese detalle. Si alguien insistía al respecto se limitaba a decir:
-El título más honorable para un militar es el de soldado. Yo he sido sólo eso, un soldado¨.
¨Pero esto es lo que he aprendido en treinta años de negación: no vale la pena ser riguroso. Al final, ahora, poco importa si uno fue piadoso o un desalmado, si fue coherente o un juguete del viento. Creo que nadie se molesta en juzgarnos, porque no valemos el trabajo de pensar para nosotros un castigo o una recompensa. Los únicos que pierden son aquellos que cometen la ingenuidad de juzgarse a sí mismos. Yo he perdido y sé de lo que estoy hablando. Podría verle caer en mi mismo error sin mover un dedo, porque eso me ayudaría a creerme menos estúpido. Pero no quiero vivir de esos consuelos. Prefiero avisarle de que todo lo que hace es innecesario, por si desea escucharme¨.
¨-Disculpe la falta de consideración. Soy demasiado viejo para ser educado. Ya no tengo más vida que la que consiga robar (…)¨.
¨En los últimos tiempos vienen a inquietarme una serie de signos. Algunos son ridículos; otros me impiden dormir por la noche. Entre los ridículos puedo mencionar que cada vez tengo el pene más pequeño. Entre los otros, que un infeliz a quien siempre me he complacido en despreciar de la forma más humillante empieza a mirarme con condescendencia. Lo del pene no sé que significa. Lo del infeliz sí. Tú también lo sabes, porque juntos le pusimos nombre, a ésta como a tantas otras cosas. Es la hora del lobo. Recuerda: viene en mitad de la noche, de una noche que pudiera ser como otras, tranquila o anodina. Pero el hombre se levanta y camina hacia el acantilado. Las olas rugen abajo, desatándose contra las rocas, frías y tenaces. Todo está oscuro; en la hora del lobo no hay luna, porque es una noche de naufragios. El hombre mira hacia la oscuridad, hacia el estrépito, hacia el frío, y el mar le mira a él con los ojos vacíos de todos los ahogados entre sus dedos de espuma. Es la hora del lobo, no hay escapatoria. El hombre siente que hasta la más insignificante hierba que pisa le condena. No intenta huir. Los que le ven irse noche tras noche a partir de entonces hasta el acantilado, no lo entienden. Unos pocos lloran de la rabia de no entenderle, y eso es lo máximo que el mundo hace por él. Sólo los tontos y los canallas saben hacia dónde camina. Cuando la concebimos imaginamos cuánto debía herir esa soledad. Ahora puedo asegurarte que no nos equivocamos¨.
¨-Eres un inocente si piensas que el alcohol me dominó alguna vez. Siempre he sido dueña de mis vicios, aunque a ti te cueste concebir que eso es posible.
-Desde luego que me cuesta. Si el mundo es una cuestión de flores e insectos, yo nunca he tenido pétalos.
-Qué pena que la verdad no quepa en una metáfora. Habrías sido un sabio, Juan, y no el último de los desprevenidos¨.
¨Un minuto después, caminaba tras ella por un pasillo de color gris pálido, descubriendo cada cinco pasos una lámina de ese pintor de alma deshabitada que se hacía llamar Paul Klee. Decididamente, aquél era uno de los lugares más esterilizantes que había conocido nunca. No me cabía duda de que, si se lo proponían, en un par de semanas podían reducir al estado de catequista o de académico al crápula más tortuoso y al más contumaz bailarín de samba¨.
¨-Perdóneme si le parezco descortés, pero en mi profesión uno acostumbra a ser quizá demasiado directo. ¿Me permitiría que le hiciera una pregunta un poco indiscreta?
-Según dicen por ahí, lo será o no dependiendo de mi respuesta –alegué al azar, para ganar tiempo.
-Entenderé que me autoriza, entonces –y después de fruncir un par de veces la nariz extendió el índice hacia mí y apostó-: ¿Whisky irlandés?
Le miré como si tuviera ante mí un mono de feria. Agradecí que las gafas oscuras ocultaran mis ojos, porque siempre he odiado aquella clase de campechanía grosera y prematura que el doctor Azcoitia exhibía¨.
¨-La dulce Claudia, una mujer pecadora, nadie lo duda, y sin embargo, capaz de una insospechada nobleza. De todos modos, nadie merece tanto mal –resumió, absurdamente-. He de confesar que me sorprendes, joven Juan. ¿Sigues dejando que las mujeres dicten el curso de tu vida? Te creía escarmentado.
Bajo ningún concepto, por más que él lo intentara o yo lo desease, podía permitirme el lujo de perder la calma. Aquél era su modo de tratar a todo el mundo, y comprenderlo e ignorar sus insultos era el único camino para vencerle¨.
¨Una vez recobradas las fuerzas, el padre Francisco volvió a encontrar espacio para la ironía:
-Querido amigo, no quieras llegar demasiado rápido a lo que ignoras. Lo menos que puede pasarte es que pierdas. A partir de ahí, la imaginación es libre. Un zorro en el cepo también es un explorador que ha llegado¨.
¨El vigilante me esperaba allí, con su alarmante sonrisa. Le faltaba uno de los colmillos superiores. Algún intercambio de impresiones con un visitante lento de comprensión y rápido de puños, deduje sin brillantez. Cerca de la garita, tras él, y ocultos por la valla para cualquiera que mirara desde fuera, dormitaban dos mastines que cada mañana desayunaban diez o doce tipos como yo, migados en la leche. Estaban atados, pero era notorio que permanecían quietos solo por la lástima de romper la cadena, de lo que parecían perfectamente capaces si se lo proponían¨.
¨Me instalé en el asiento del copiloto y Olarte arrancó suavemente. Mientras conducía, a paso de tortuga, hablamos un poco del tiempo y en seguida se acercó al grano del asunto. Daba la sensación de ser un hombre ocupado, de los que miran de frente, golpean deprisa y no valoran el ballet¨.
¨Le dejé hablar, recrearse en su arrogancia y su desdén. Era exactamente la especie de canalla que había imaginado. Busqué un modo de transmitírselo:
-Se precipita a hacer un resumen de este encuentro cuando aún no ha concluido, Jáuregui. Debería salir a la calle y dejar de tratar todo el día con cretinos con la cintura engrasada para doblarse a su paso. Los psiquiatras lo llaman la imbecilidad del golfista. Es la enfermedad que sufren quienes tienen vastas superficies de césped entre sus ojos y la realidad. Acaban incapacitados para el juego en corto. Le he dicho por qué he venido a verle, pero no para qué¨.
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Basurde -
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