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Basurde Xiao Long

Libros: ¨A flor de piel¨ de Javier Moro.

Libros: ¨A flor de piel¨ de Javier Moro.

En la portada, aparte del título ¨A flor de piel¨ se lee esta breve descripción:

¨Una mujer. Dos adversarios. Veintidós niños.

Una aventura que cambió el rumbo de la Historia¨.

 

La contraportada dice así:

 

¨El 30 de noviembre de 1803, una corbeta zarpa del puerto de La Coruña entre vítores y aplausos. En su interior viajan veintidós niños huérfanos cuya misión consiste en llevar la recién descubierta vacuna de la viruela a los territorios de Ultramar. Los acompaña Isabel Zendal, encargada de cuidarlos. Los héroes de esta descabellada expedición, dirigida por el médico Francisco Xabier Balmis y su ayudante Josep Salvany, sobrevivirán a temporales y naufragios, se enfrentarán a la oposición del clero, a la corrupción de los oficiales y a la codicia de quienes buscan lucrarse a costa de los desamparados.

 

Si al final esta aventura se convirtió en la mayor proeza humanitaria de la Historia, se debió no sólo al coraje de aquellos niños que se vieron abocados a salvar las vidas de tantísima gente, sino también al arrojo de los dos directores, hombres sin miedo que se disputaron el amor de la única mujer a bordo.

 

A raíz del descubrimiento de la identidad de Isabel Zendal, Javier Moro, autor de Pasión india y El Imperio eres tú, reconstruye una prodigiosa epopeya de la mano de un personaje femenino inolvidable. Los protagonistas de A flor de piel, desgarrados entre la pasión de salvar al mundo y la necesidad de salvarse a sí mismos, son como luces en el horizonte oscuro de una época¨.

 

Sobre el autor:

 

¨Javier Moro (Madrid, 1955) es autor de Senderos de libertad (Seix Barral, 1992), El pie de Jaipur (Seix Barral, 1995), Las montañas de Buda (Seix Barral, 1997) y Era medianoche en Bhopal, en colaboración con Dominique Lapierre (2001). Sus libros El sari rojo (Seix Barral, 2008), basado en la vida de Sonia Gandhi y Pasión india (Seix Barral, 2005), la historia de la bailarina española que se casó con el maharajá de Kapurthala, han sido dos de los grandes éxitos de crítica y ventas de los últimos años en España y en el mundo. En 2011 obtuvo el Premio Planeta con la novela El imperio eres tú¨.

 

Me encanta este autor y tras conocer el argumento de esta novela me apetecía mucho leerla y me ha gustado mucho. Extraigo algunos párrafos que me han llamado la atención:

 

¨De pronto le dieron unos sofocos, luego le subió la fiebre y por la noche se retorcía de dolor en la cama. Avisado el cura, mandó llamar al médico, que vivía en Ordes, pero el hombre no llegó hasta el tercer día. Demasiado tarde; aunque, si hubiera venido antes, tampoco hubiera podido hacer nada. La flor negra, como llamaban a la viruela, era cruel y antojadiza, sobre todo con los pobres¨.

 

Ese párrafo da explicación a la flor negra que aparece en la portada de la novela.

 

¨Afuera llovía. De camino hacia la casa, ni el padre ni la hija abrieron la boca. En los pobres existía la aceptación tácita de que no se elegía el destino. Éste se imponía, la mayoría de las veces para mal, algunas para bien. Pero siempre de forma ineluctable¨.

 

¨-Padeció una grave oftalmia, es cierto. Pero se ha repuesto. Y don Carlos también. Los datos dicen que aproximadamente un tres por ciento de los variolizados desarrollan la viruela y mueren. Otros pueden enfermar y tardar semanas en recuperarse; algunos, pocos, desarrollan infecciones añadidas como la sífilis o la tuberculosis… Es el precio que hay que pagar por librarse de la viruela.

     El rostro de don Jerónimo reflejaba la angustia que le producían las palabras del médico, que siguió con sus argumentos:

     -Aún así, es preferible asumir esos riesgos, que atrapar la viruela por contagio. Porque en ese caso la mortalidad sube del veinte al cuarenta por ciento, o pueden llegar a perder la vista. Si hay suerte, como en el caso de su esposa, sólo quedan cicatrices.

     La idea del contagio voluntario para provocar la respuesta inmune del organismo era tan antigua como el deseo del hombre de acabar con aquella lacra. El médico le contó cómo en la China antigua se soplaba en las narice de personas sanas polvo de costras procedentes de un enfermo que estaba en proceso de curación; cómo en la India, una casta de brahmanes era la encargada de inyectar una gota de viruela extraída de un enfermo por medio de finas agujas. En Europa se seguían varios métodos, desde «comprar viruelas», es decir, las costras casi secas de niños que estaban en las últimas fases de la enfermedad, hasta acostar a jóvenes sanos con enfermos para así pasar las viruelas naturales.

     -La variolización no es algo nuevo, don Jerónimo -le siguió explicando el doctor Posse-, ¿sabe desde cuándo se practica en Europa? Desde hace cincuenta años, desde que una inglesa, mujer del embajador británico en Constantinopla, importase la técnica de Turquía. Se llamaba Mary Montagu. Era una mujer lista y estaba desesperada porque su hermano había muerto de viruela y ella había acabado desfigurada. Después de observar cómo inoculaban a personas sanas, por medio de punciones en la piel, el pus procedente de las lesiones cutáneas de enfermos ya convalecientes, lo ensayó en su hijo… ¿y sabe qué ocurrió?

     Don Jerónimo negó con la cabeza.

     -Que el niño nunca desarrolló la enfermedad. Luego inoculó a su hija, que también se libro. La mujer consiguió que el procedimiento se hiciese popular entre la aristocracia británica, hasta el punto de que las hijas del príncipe de Gales fueron variolizadas. ¿Y sabe por qué el procedimiento era popular en Turquía?

     -Cómo lo voy a saber.

     -Por los harenes, don Jerónimo. Porque allí donde hacían su vida, la belleza era el principal valor de las mujeres. Por eso las inoculaban desde muy pequeñas en lugares donde no se viera la cicatriz de la llaga¨.

 

¨    Poco tiempo después, don Jerónimo tuvo que cerrar la fábrica aduciendo poco consumo. Para él, era una pérdida sin importancia; sus negocios, basados en el comercio de coloniales que transportaba su flota de veleros, iban, literalmente, viento en popa. Ahora que sabía que su riqueza bastaba para que varias generaciones de descendientes vivieran bien, ganar más dinero dejó de ser el gran aliciente de su vida. La viruela de su mujer le había quebrantado y, siendo un hombre religioso en los umbrales de la vejez, le preocupaba el más allá. En su afán de congraciarse con Dios y con los hombres, dedicaba parte de su tiempo a la administración del Hospital de la Caridad, el primer gran hospital público de la ciudad, obra impulsada por la muy admirable Teresa Herrera, la soltera de oro que dejó su impronta en la historia de la ciudad y que murió antes de ver su sueño realizado. Era tan devota que la gente la recordaba recorriendo de rodillas la distancia entre su casa y la iglesia de San Nicolás para librarse de los demonios que albergaba en su cuerpo. Toda su vida atendió a mujeres enfermas que no podían mantenerse y convirtió su casa en lo que llamaban «el hospitalillo de Dios». Luego, cuando recibió la herencia de su madre, la donó íntegramente a la Congregación de los Dolores, de la que Jerónimo Hijosa era miembro de la junta directiva, para levantar el hospital, la obra de su vida. El día en que pusieron la primera piedra no pudo firmar el acta de donación por ser analfabeta¨.

 

Teresa Herrera. Ese nombre lo tenía asociado con el torneo veraniego de fútbol que se disputa desde 1946 en La Coruña, uno de los torneos amistosos más prestigiosos del mundo. El Athletic lo ha ganado en tres de sus 9 participaciones, quedando otras tres veces subcampeón. El primer gol de este torneo lo marcó el histórico león Telmo Zarra en 1946. El trofeo es muy característico, réplica a escala de la Torre de Hércules de La Coruña. Nunca me había puesto a pensar quién sería Teresa Herrera y me ha alegrado descubrirlo en esta novela.

 

¨    La Corte, que unos meses antes le alababa, ahora le había reprendido tan severamente que Gálvez se había convertido en un ser melancólico. Balmis entendió que los sentimientos de injusticia y frustración habían precipitado la enfermedad. El virrey no podía entender que le tratasen con semejante dureza, insinuando que era un traídor a la patria por querer aliviar las penalidades de los más pobres. Él, que había protagonizado una de las hazañas heroicas de toda la historia militar española al entrar solo con su bergantín en la bahía de Pensacola y conseguir reducir a los enemigos ingleses, lo que le valió que el rey añadiera la leyenda Yo solo a su escudo de armas. Él, que había llevado con éxito la política española de contribuir a la independencia de Estados Unidos, dando nombre a una ciudad en Texas y a una bahía en el golfo de México. Él, que estuvo a la derecha de George Washington en el primer desfile de la victoria norteamericana, el 4 de julio de 1783. Ahora, el héroe había sido despojado de su gloria porque se habían vuelto las tornas. Al rey ya no le interesaba prodigar que España apoyaba a los republicanos del norte, porque la idea de independencia podía contagiarase hacia la América española.

     -Todas estas cicatrices -dijo Gálvez-, ¿no son prueba suficiente de mi patriotismo?

     Balmis miró la cicatriz de la pierna que él mismo había cauterizado y le volvió la memoria a la batalla de Argel. Le invadió un sentimiento de rabia contenida. Un gobernante como el virrey, que atendía con extremado celo las necesidades del pueblo, no merecía ser humillado de aquella manera. Si aliviar las penalidades de los más débiles significaba ser un traidor, algo iba definitivamente muy mal en la maquinaria del Imperio. Para Balmis, estaba claro que el virrey estaba aquejado de una enfermedad nerviosa provocada por un quebranto del humor y del ánimo.

     -Voy a morir -dijo Gálvez después de un largo silencio.

     Balmis le miró:

     -Todos vamos a morir. -Luego prosiguió-: Quizás no tan pronto como creéis. Voy a sangraros y daros unas recetas a base de artemisa, espliego y flores de amapola. Os recomiendo beber mucho zumo de uva, evitar comer carnes y salazones, nada excitante. Y baños tibios.

     Fue la última vez que lo vio. Unos días más tarde, el virrey exhaló su último suspiro en esa misma alcoba. Tenía cuarenta años de edad. Fue sepultado junto a su padre en la iglesia de San Fernando, en Ciudad de México. Balmis asistió al entierro, donde empezó a correrse la voz de que había sido envenenado. Pero el médico sabía que Gálvez había muerto de pena, víctima de las envidias y recelos que su propia gloria habían alentado.

     Se quedó sin protector, pero no sin protección, porque el arzobispo Núñez de Haro fue nombrado virrey interino, a la espera de uno nuevo que vendría de España¨.

 

¨    Tenía la impresión de haber dado un enorme paso atrás en su carrera. Para alguien que vivía por y para el reconocimiento profesional, lo que acababa de ocurrirle era sencillamente lo peor. Para luchar contra el desencanto, se dejó llevar por su curiosidad innata, su afición al estudio y su amor a la medicina. Balmis necesitaba poco a los demás; tenía un mundo interior rico y estimulante, y prefería quedarse encerrado en casa leyendo las últimas revistas médicas que reunirse en las tertulias con otros colegas para criticar a sus detractores o hablar de lo dura o injusta que era la profesión. Como era un hombre que vivía en un estado de formación permanente, prefirió hincar los codos y estudiar dos cursos de medicina clínica, con el objetivo de obtener el título de doctor en Medicina. Era un sueño antiguo, el de pasar a formar parte de los hombres que trabajaban con la mente. Pensó en su padre, en su abuelo, y en lo orgulloso que se sentirían de él si lo conseguía¨.

 

¨    Un día el doctor Posse llegó a casa de don Jerónimo en un estado de suma excitación. Llevaba en su mano un ejemplar del Semanario de agricultura y artes dirigidos a los párrocos, que, a pesar del título, era una revista científica. Aquel ejemplar reproducía un resumen del libro del médico inglés Edward Jenner.

     -Esto es una auténtica revolución, don Jerónimo. Es un hito en la Historia de la humanidad.

     Don Jerónimo estaba un poco perplejo ante el desbordante entusiasmo de su amigo.

     -¡Es el principio del fin de la viruela! -repetía exaltado Posse.

     -¿No estáis exagerando, doctor?

     -No, no... Ya le he hablado de los trabajos de este médico rural inglés, llevo mucho tiempo siguiéndolo. Empezó por una observación muy sencilla, que las campesinas que ordeñan vacas nunca padecen la viruela. ¿Por qué? Ha tardado veinte años en encontrar una respuesta.

     -¿Y...?

     -Descubrió que estaban protegidas de la viruela por un virus parecido, que sólo se da en las vacas, y que provoca una enfermedad similar a la viruela humana, pero mucho más benigna, y no contagiosa. Jenner ha demostrado que el virus de la viruela bovina inmuniza definitivamente contra el de la viruela humana.

     El doctor Posse le tendió el ejemplar que llevaba en la mano, y don Jerónimo se enfrascó en su lectura. Los experimentos del médico inglés habían consistido en inocular pus infectado de viruela de las vacas en seres humanos. Ninguno había desarrollado la enfermedad ni efectos indeseables.

     -A su procedimiento lo ha llamado vacuna, de la palabra vaca, y es bastante simple. Es parecido a la variolización, pero inoculando pus de vaca en vez de pus de la viruela humana. Quiero poner en práctica el remedio, y le vengo a pedir que me conceda el uso de una sala en el Hospital de la Caridad para efectuar las primeras vacunaciones.

     Don Jerónimo frunció el ceño.

     -¿No hay riesgo en infectar a gente sana con material extraído de un animal? —preguntó.

     -Siga leyendo el artículo... Ningún riesgo.

     Don Jerónimo leía con sumo interés, y siempre con una mueca de escepticismo.

     -No os voy a negar que hay algo que me perturba en todo esto... Al fin y al cabo, se están mezclando las especies al inocular fluido de vaca en un ser humano.

     -Es cierto que hasta ahora no se ha puesto en práctica ninguna medida que introduzca materia animal en la especie humana. Imagino que muchos curas alzarán los brazos al cielo, pero lo importante es el resultado.

     -Sí, pero no sabemos qué puede ocurrir si se mezclan las especies, ¿quién sabe los efectos que pueden desarrollarse a largo plazo, como resultado de mezclar fluidos de especies distintas?

     -Todo avance de la ciencia conlleva sus riesgos, don Jerónimo. Si podemos atajar una enfermedad que ataca al sesenta por ciento de la población y causa el diez por ciento de todas las muertes con un procedimiento que no ofrece peligro, ¿nos vamos a quedar de brazos cruzados?

     -Hay que asegurarse de que no ofrece peligro. Déjeme consultar con los demás patronos de la Congregación sobre el uso de la sala.

     La publicación del informe de Edward Jenner daba la vuelta al mundo, suscitando tanto críticas feroces como felicitaciones. El argumento principal de los detractores era el que había apuntado don Jerónimo. Les parecía inmoral y sacrílego infectar a gente sana con el fluido repugnante y sucio de un animal. En Inglaterra, un médico se atrevió a decir en público:

     -¡Os aseguro que la vacunación hará que al vacunado le crezcan cuernos bovinos en la frente! ¡No se pueden desafiar las leyes de la naturaleza, que son también las leyes de Dios, sin pagar un alto precio!¨

 

     ¨La Granja de San Ildefonso, 4 de noviembre de 1802. Una nevada temprana sorprendió a la familia real días antes de su anual peregrinación al Palacio de Aranjuez, donde, como toso los años, pasarían el invierno disfrutando de un clima más benigno que entre las montañas de Segovia¨.

 

Tengo en la mente La Granja de San Ildefonso porque visité ese lugar con mi familia el 26 de junio de 2022. Así lo contaba en mi blog:

 

¨ El domingo 26 hicimos una excursión al Real Sitio de San Ildefonso, a 11 kilómetros de Segovia capital, y me encantó el municipio. Visitamos el impresionante Palacio Real de la Granja de San Ildefonso y vimos sus fantásticas fuentes. También hice una visita que me hacía mucha ilusión: picoteamos algo en el Bar Restaurante Castilla, regentado por el gran Luisete, una leyenda al trail running en España. Había coincidido con él en China cuando ganó la maratón de la Gran Muralla y desde entonces somos amigos en Facebook y he ido siguiendo todos sus desafíos deportivos, que han sido muchos y muy exigentes, pero no habíamos vuelto a estar.  Se portó de maravilla con nosotros, súper simpático. Me regaló su libro ¨El mundo en sus piernas¨, nos presentó a su familia y su padre me enseño en el bar la sala en la que tiene expuestos sus trofeos, que no son pocos. Si vais por La Granja de San Ildefonso, el bar restaurante Castilla es visita obligada¨.

 

     ¨Godoy le propuso entonces nombrar un subdirector, que asumiría el mando en caso de accidente o enfermedad del director, o si hubiera que dividir la expedición. El médico frunció el ceño. Tampoco le gustaba esa idea.

     -Una expedición, un barco, un director -dijo Balmis, luchando por disimular su irritación.

     Se encontraba incómodo, como siempre que trataba con gente de un rango social superior. Ni el tacto ni la diplomacia eran lo suyo. A pesar de haber llegado muy lejos en su carrera, seguía pesándole no haber nacido en esa parte de la sociedad en la que se tomaban las grandes decisiones¨.

 

     ¨Balmis quería conseguir el puesto, pero no a cualquier precio. Había aprendido a conocer bien la tortuosa manera en que se tomaban las decisiones en las altas esferas de poder, y aunque le nombrasen director, temía que le cercenaran la libertad de acción necesaria para organizar la expedición tal y como la tenía pensada. Él era un profesional de la medicina, no un político¨.

 

     ¨Balmis y Salvany pugnaban por solucionar un problema imprevisto, la falta de un barco. Inexplicablemente, las gestiones del juez de Arribada habían fallado, y tuvieron que buscar ellos mismos algún buque disponible. Siguiendo el criterio de velocidad frente a comodidad, Balmis optó por la fragata San José, pero como, pese a las promesas del armador, no estuvo lista en el día indicado, se replegó sobre su segunda elección, una corbeta más pequeña, de doscientas toneladas y una sola cubierta llamada María Pita en honor a la heroína que defendió La Coruña en 1589 contra los corsarios ingleses de Francis Drake. Incorporaba las últimas innovaciones, como un artilugio formado por una pieza de hierro de un metro de longitud con forma de cono truncado que servía de pararrayos, y embarcaciones menores situadas sobre cubierta para facilitar su uso¨.

 

María Pita. De esta señora ya conocía su historia. La razón es que el siglo pasado, cuando trabajaba de informático en Madrid tuve que viajar en alguna ocasión a La Coruña. Allá nos alojábamos en el hotel María Pita que era un hotel fantástico de 4 estrellas que ahora pertenece a la cadena Meliá.

 

      ¨Salvany no estaba obligado, pero para matar el tiempo hacía guardias como los demás. Le gustaba departir con Isabel, por ser la única mujer, porque tenían edades parecidas y porque admiraba su dedicación. También para contrarrestar el desdén que le profesaban los marineros. Le intrigaba esa mezcla de niñera, institutriz y enfermera; de madre y generala; de dulce y de estricta, a la vez aureolada del misterio de su vida pasada. La encontraba previsible y sorprendente al mismo tiempo, como cuando dijo de Balmis:

     -Quiere a la humanidad más que a los seres humanos… Pero chist, no digáis nada -dijo poniendo el dedo sobre sus labios.

     -No os preocupéis -le respondió Salvany ahogando una carcajada.

     Isabel esgrimió una sonrisa cómplice. A ambos los unía su aversión hacia el trato altanero del director, que no hacía esfuerzos por disimular que los individuos era un medio para conseguir sus fines¨.

 

     ¨Se reprendió por haberse equivocado con Isabel. «¡Qué torpeza la mía!», se dijo. Tuvo que reconocer que aquella mujer le despertaba sentimientos enterrados hacía mucho tiempo en el fondo de su corazón. Su voz, profunda y sonora, y con un deje gallego que ahora mezclaba con el seseo que escuchaba a su alrededor, le hacía estremecerse. Recordaba haber leído a un autor oriental que decía que casamenteros afganos aseguraban que la voz era más de la mitad del amor. Razón tenían, pero en este caso también contaba el olor. Isabel olía a jabón y a mar, y cuando percibía la brisa de su aroma, a Balmis le asaltaban sus tics y empezaba a parpadear y a contraer el cuello de lo mucho que se alteraba. Quizás se estaba aficionando demasiado a esa mujer, como en sus años de México, ahora que había cruzado la cincuentena y sentía el agrio sabor del fracaso inminente. La humillación de haber sido rechazado, mezclada con cierta indignación porque también pensaba que ella se lo debía todo a él, le llevó a encerrarse en su camarote. Se sentía como un pájaro con un ala rota, las certezas de su mundo se desmoronaban como estaba a punto de hacerlo la expedición, así que tomó belladona para conciliar el sueño. Pensó en su padre, en la vida en Alicante, en Josefa y en su hijo, en esa otra existencia que quizás debió haber seguido para no hundirse estrepitosamente, como estaba a punto de hacer¨.

 

     ¨En uno de aquellos festejos, le echó el ojo al sevillano don Santiago de la Cuesta Rodríguez, un hombre moreno y de facciones marcadas, con una prominente panza, vestido con traje de lino blanco, sombrero de jipijapa y zapatos de piel española, el mayor importador de esclavos negros «bozales» (directamente de África) y dueño también de una casa comercial con banco y refacción, es decir, que prestaba dinero para la producción azucarera¨.

 

      ¨Cuando por fin llegó a Trujillo, estaba en tal estado de agotamiento, y con tanta calentura, que se mantuvo varios días apartado de todo, sometido a baños de agua fría, víctima de las alucinaciones de la fiebre, sin ganas de vivir ni de morir, en un estado de confusión mental que no le permitía tomar decisiones. Sus compañeros veían que su jefe se les iba delante de sus ojos sin poder hacer nada. Salvany era un muerto en vida que se consolaba diciendo que su equipo y la gente que había formado continuarían su labor. Parecía como si él mismo se apartase del camino. Permaneció dos semanas en la oscuridad de su habitación, que no era más que el reflejo de la negrura de su mente. Poco a poco la fiebre fue bajando, la tos cedió, pero el ánimo siguió empantanado. Todo hacía pensar que esa rama de la expedición podía darse por finalizada, pero la vida tiene su propia lógica que no siempre coincide con la lógica de los hombres¨.

 

      ¨Pero, a pesar del reposo, su salud no terminaba de mejorar. Había recuperado las ganas de vivir y el entusiasmo por su trabajo, hasta que un súbito ataque de convulsiones que los médicos confundieron con apoplejía le dejó de nuevo postrado. No tenía ni treinta años, pero los dolores en el pecho, la ausencia total de apetito, los mareos y los ataques de tos le hicieron sentirse muy viejo.

     «Ésa debe ser la tragedia de la vejez -pensó Salvany-, tener la cabeza lúcida y llena de proyectos pero un cuerpo incapaz de sacarlos adelante.»

     Aquella noche debió sentir que le rondaba la muerte, porque se puso a escribir una carta a Isabel¨.

 

     ¨El 18 de enero de 1805, una caravana de treinta caballos mansos, seguida de una docena de mulas que cargaban el equipaje, salió de Ciudad de México rumbo al Pacífico. Los niños iban en las angarillas, cada uno en un flanco de los pencos. Llegados a la altura de la Sierra Madre del Sur, contemplaron la bahía esplendorosa de Acapulco, donde crecían tamarindos, almendros, guayabos y mangos. Único puerto natural de aguas profundas en toda la costa oeste de América del Norte, Acapulco había nacido como astillero y allí habían construido los buques que ayudaron a Francisco Pizarro en su conquista del Perú, o las naves de Cortés que descubrieron las islas del mar Bermejo, donde abundaban las perlas, o las de Legazpi, que descubrieron las Filipinas, de las que tomó posesión en nombre del rey, cerrando así el círculo del imperio donde no se ponía el sol¨.

 

     ¨Como no podía hablar con nadie, ni desvelar a nadie los secretos de su corazón, antes de que el barco zarparse decidió confiarse a un viejo amigo, a quien le debía una carta: «Aprovecho esta corta estancia en Acapulco, de donde parten los barcos correo hacia el Perú, para contestar vuestra misiva de Lima y enviaros mis más sinceros deseos de recuperación ―le escribió a Salvany-. Estoy a punto de partir hacia las islas Filipinas. Es un viaje largo y peligroso, y si Dios me permite sobrevivir, regresaré a Puebla dentro de unos meses a reencontrarme con mi hijo, que ha quedado a cargo del obispo. Lleváis razón cuando decís que uno cree haber ganado cuando obtiene una victoria, pero siempre se presenta una nueva batalla. La batalla que estoy librando es una batalla perdida. Pero el corazón no sabe de triunfos y derrotas. Por eso me voy al otro lado del mundo. Os hago esta confidencia por la amistad que me une a vuestra persona, a quien admiro más que a nadie en esta expedición. Os deseo el mayor de los éxitos, que estoy segura ya habéis alcanzado, y que encontréis al final del camino la salud que tanto necesitáis y el sosiego que tanto anheláis. Mientras, yo seguiré vuestro consejo, el de aceptar la lucha, la duda, y seguiré avanzando, salvando un obstáculo tras otro, aunque haya momentos en que no lo vea posible...».

 

     ¨Entendió lo que no decía explícitamente, que el corazón de Isabel estaba sufriendo por un amor que nada tenía que ver con él. ¡Qué ingenuo le parecía ahora el sueño al que se había aferrado tanto, el de reunirse con ella en un lugar soleado y de clima seco donde se dedicarían a curar a la gente! El tiempo era una ola gigante que lo arrasaba todo, la salud, el amor, y ahora se llevaba por delante sus últimas ilusiones. La carta le devolvió a la realidad, que era la de un enfermo, solo y a merced de una naturaleza hostil, enfrentado a la hercúlea tarea de salvar un continente de un mal bíblico¨.

 

     ¨Era el 2 de septiembre de 1805 cuando la fragata Diligencia abandonó la bahía de Manila. Isabel permaneció en el muelle largo rato, hasta que la embarcación desapareció en la línea del horizonte¨.

 

     ¨Isabel Zendal seguía sin saber quién era, porque no se parecía a nadie ni podía compararse con ninguna otra mujer. No era de la sociedad ni del pueblo, ni rica ni pobre, ni culta ni ignorante. Era gallega, española y mexicana a la vez. Era cuidadora de niños, especialista en vacunar, enfermera... Era médico sin serlo. También era madre de familia a su manera, que en aquella época no se estilaba. ¿Deseaba otra cosa? ¿Casarse, llevar la vida convencional de las mujeres españolas en las Indias? ¿La gloria que le prometía Balmis? No, lo único que quería era trabajar en un hospital y seguir cerca de Benito y de Cándido. Quería ser lo que era, una mujer libre, rodeada de afecto. Sola por elección, no por imposición, como se había sentido hasta entonces¨.

 

El párrafo siguiente lo reproduzco porque Cochabamba es un lugar en Bolivia que me gustaría visitar algún día, desde que hace muchos años un colega me habló de esa ciudad y me dijo que sería un destino perfecto para mí, trabajar en la American International School of Bolivia.

 

     ¨-He llegado a pensar algo más grave...

     -¿Como qué?

     -Que Salvany ha abandonado del todo la expedición.

     Balmis tenía razón. Josep Salvany dejaría finalmente la expedición... por causa de fallecimiento. Por eso no había recibido la orden de Balmis de regresar a la Península. Después de haber recorrido dieciocho mil kilómetros a caballo por selvas, desiertos y agrestes montañas, su vida se había apagado en Cochabamba. Había tardado trece meses en realizar el trayecto desde La Paz. Su entusiasmo por propagar la vacuna no menguó con las dificultades del terreno ni con su extenuación, al contrario de lo que podía pensar Balmis. Entró en Puno, donde vacunaron a más de mil individuos en tan sólo cuarenta y ocho horas y donde Salvany volvió a dar muestras de su espíritu de sacrificio: «Él no ha perdonado fatiga a fin de cumplir con su deber; él se ha hecho amable con todos, mediante su urbanidad, afable trato y honrada conducta», señaló el cabildo de esta ciudad, proponiéndolo al rey como regidor honorario de esta corporación. Luego pasó por Potosí y Oruro, donde tuvo que permanecer dos semanas en reposo absoluto. A duras penas consiguió ponerse en pie e hizo un gran esfuerzo para llegar a Cochabamba, donde el clima era seco y templado. Pensó que aquella bella ciudad colonial, situada en el valle del Tunari, sería un buen sitio para retirarse. Pero ya era demasiado tarde sueños. La bondad del clima no bastó para que recuperase fuerzas y su salud se agravó de golpe¨.

 

     ¨Fue enterrado en un pequeño cementerio detrás del templo del convento de Cochabamba, sin que nadie se preocupara por recuperar su cadáver ni de rendirle los honores que merecía. Después de haber inoculado el suero contra la viruela a más de doscientas cincuenta mil personas, el doctor Josep Salvany murió, como dijo el cura en su responso, solo y a la edad de Cristo. Como nunca se acercaba nadie a dejar flores en su tumba, el propio cura tomó la costumbre de hacerlo, año tras año en la fiesta de Todos los Santos.

     —Nadie me escribió preguntando por sus últimos días, nadie mostró curiosidad por saber dónde está enterrado -le confesó el cura a un viajero español muchos años después¨.

 

     ¨Isabel permaneció en Puebla hasta su muerte, de la que la Historia no ha dejado constancia. Hoy en día, la escuela de Enfermería de la Facultad de Medicina de Puebla lleva su nombre, póstumo homenaje a una mujer que la Organización Mundial de la Salud, en 1950, nombró «primera enfermera de la Historia en misión internacional». También hubiera podido ser nombrada <<primera enfermera hispana de la Historia»>, y primera pediatra, antes de que existieran los especialistas en salud infantil. El Premio Nacional de Enfermería, que cada año concede el Gobierno de México, lleva el nombre de Isabel Cendala Gómez. En España, solamente recibió el homenaje de la ciudad de La Coruña, que le dedicó una calle estrecha y pequeña en el barrio viejo, la calle Isabel López Gandalia¨.

 

Este libro se publicó por primera vez en mayo de 2015. El hospital Isabel Zendal de Madrid se construyó en 2020, a raíz de la pandemia del Covid-19.

 

     ¨Pero su legado más valioso lo disfrutó la humanidad entera. En 1858, cuando Louis Pasteur inventó la inmunización contra la rabia, la llamó vacuna en honor a Jenner. La palabra pasó a ser sinónimo de inmunización contra un sinfín de enfermedades que poco o nada tenían que ver con la viruela. De modo que a finales del siglo XIX, los esfuerzos por vacunar contribuyeron de forma determinante al aumento de la población de las Américas y de Asia. Ciento cincuenta años después de la expedición, en 1951, se dio el último caso de viruela en México. En el mundo, la última víctima del virus fue la fotógrafa médica Janet Parker, que en un accidente, por un error de manipulación en su laboratorio de Inglaterra, contrajo la enfermedad, y que murió el 11 de septiembre de 1978. En la actualidad, el más espantoso asesino de seres humanos de la Historia reposa en las neveras de dos laboratorios, en el Centro para el Control de Enfermedades de Atlanta, Estados Unidos, y en el Centro de Investigación en Virología de Novosibirsk, en Siberia, Rusia¨.

 

     ¨Pero la frase que quizás mejor definiría la odisea de la Real Expedición Filantrópica la pronunció el mismo inventor de la vacuna, el doctor Edward Jenner, cuando, al enterarse del regreso de Balmis a España, una tarde de 1806 dijo a su amigo, el reverendo Dibbin: «No imagino que los anales de la Historia hayan aportado un ejemplo de filantropía tan noble y tan extenso como éste».

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