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Basurde Xiao Long

Libros: ¨El jardín de las brumas¨, de Tan Twan Eng.

Cuando voy a un país me gusta leer sobre el país. Así como en India tenía literatura para aburrir, de diferentes épocas, sobre Malasia estoy encontrando menos. Pero este es uno de los libros de referencia, con muy buena crítica. Fue preseleccionado para el Premio Booker y recibió el Premio Literario Man Asian de Literatura y el Premio Walter Scott de Ficción Histórica.

 

Dice así la contraportada:

 

¨Una superviviente de los campos de prisioneros japoneses, Teoh Yun Ling, busca consuelo entre las plantaciones de Cameron Highlands en la sierra central de Malasia. En ese lugar vive el enigmático Nakamura Aritomo, antiguo jardinero del emperador. A pesar de su resentimiento hacia los japoneses, Yun Ling le encarga la creación de un jardín en memoria de su hermana, fallecida en el mismo campo de prisioneros. Aritomo rechaza la propuesta, pero acepta tomar a la propia Yun Ling como aprendiz en la restauración de «El jardín de las brumas». Mientras trabaja a las órdenes de Aritomo, la lucha entre la guerrilla comunista y los independentistas malayos dibuja un panorama sombrío. Al mismo tiempo, la relación entre ambos desvela antiguos secretos y cicatrices. A veces es necesario recordar para poder olvidar¨.

 

Sobre el autor:

 

¨Tan Twan Eng nació en Penang, Malasia. Vive en Kuala Lumpur.

The Gift of Rain (El regalo de la lluvia), su primera novela, fue preseleccionada para el Premio Man Booker. Ha sido traducida al italiano, español, griego, húngaro, ruso, rumano, checo y serbio.

 

Su segunda y más reciente novela, The Garden of Evening Mists (El jardín de las brumas), se publicó en septiembre de 2012. Fue finalista del Premio Man Booker 2012. Boyd Tonkin, en The Independent, la describió como:

«una novela elegante e inquietante sobre el arte, la guerra y la memoria… Tan escribe con una compostura y una gracia que quitan el aliento, con refinamiento lingüístico y una inteligencia incisiva… Su jardín ficticio cultiva la armonía formal, pero también la socava. Desenmascara la sofisticada maestría artística como compañera del dolor y la mentira. Esta dualidad impregna la novela de un clima de duda; un estado de ánimo —como en la creación de Aritomo— de “tensión y posibilidad”. Su belleza nunca llega a aquietarse».

 

Ha sido traducida al alemán, francés, italiano, serbio, español, neerlandés, polaco, húngaro, macedonio, chino taiwanés, farsi, japonés, indonesio, coreano, ruso y noruego.

 

The Garden of Evening Mists ganó el Man Asian Literary Prize en marzo de 2013.

En junio obtuvo el Walter Scott Prize 2013, entre una lista de finalistas que incluía a Hilary Mantel, Rose Tremain, Thomas Keneally, Pat Barker y Anthony Quinn.

The Garden of Evening Mists también fue finalista del International IMPAC Dublin Literary Award 2014.

 

La novela fue adaptada al cine en 2019 en una película galardonada, protagonizada por Sylvia Chang, Angelica Lee Sinje, Hiroshi Abe, Tan Kheng Hua, John Hannah, David Oakes y Julian Sands, y dirigida por el reconocido director taiwanés Tom Lin.

 

Su tercera novela, The House of Doors, se publicó en el Reino Unido el 18 de mayo de 2023 y fue incluida en la lista larga del Premio Booker 2023¨.

 

Me ha gustado mucho por estar ambientada en Malasia y durante la lectura ir conociendo lugares que se mencionaban, como Melaka o Cameron Highlands.

 

He subrayado un montón de frases y párrafos que me han llamado la atención. Transcribo unos cuantos porque me gusta conservarlos. Pero son tantos que al final me cansé y he dejado muchos sin anotar, subrayados en mi Kindle. Vamos con ellos:

 

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¨Mi secretaria, Azizah, me trajo el sobre poco antes de que dejáramos mi despacho para pasar a a la sala de justicia.

-Acaba de llegar esto para usted, puan – me dijo¨.

 

Aquí aprendí que puan es ¨señora¨ en malayo.

 

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¨La madera era oscura y suave, y la punta estaba rodeada por pequeñas muescas superpuestas.

-Qué corto-lah. ¿Es un palillo para niños? -dijo Azizah mientras entraba en la estancia con un montón de documentos para firmar-. ¿Dónde está el otro?

-No es un palillo para comer.

Me senté y permanecí mirando al palo sobre la mesa hasta que Azizah me recordó que la ceremonia de jubilación estaba a punto de empezar. Me ayudó a ponerme la toga y salimos juntas al pasillo. Me adelantó, como hacía siempre, para avisar a los abogados de que la puan hakim estaba a punto de llegar; ellos solían fijarse en su cara para calibrar mi humor¨. 

 

En la variedad del inglés de Singapur la partícula -lah se utiliza al final de ciertas palabras para suavizar el tono.

 

Puan hakim = Señora jueza en malayo.

 

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¨Azizah me había informado del número de asistentes a la ceremonia, pero, aun así, me quedé atónita cuando ocupé mi sitio en el estrado, bajo los retratos del agong y la reina¨.

 

Agong = Título que recibe el jefe de Estado de Malasia.

 

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¨Sacudió las arrugas de mi toga negra, la colgó en el perchero y se volvió para mirarme.

-No fue fácil trabajar para usted todos estos años, puan, pero me alegro de haberlo hecho. -Las lágrimas brillaban en sus ojos-. Los abogados… usted siempre fue dura con ellos, pero siempre la han respetado. Usted los escuchaba.

-Ese es el deber de un juez, Azizah. Escuchar. Muchos jueces parecen olvidarlo.

-Ah, pero antes no estaba escuchando, cuando tuan Mansor hablaba sin parar. Me he fijado en usted.

-Estaba contando mi vida, Azizah. -Le sonreí-. No era nada nuevo para mí, ¿no crees?¨

 

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¨Yugiri se encontraba once kilómetros al oeste de Tanah Rata, la segunda de las tres poblaciones principales de la carretera que sube a Cameron Highlands. Llegué allí tras conducir cuatro horas desde Kuala Lumpur. Como no tenía prisa había parado varias veces a lo largo del camino. Cada pocos kilómetros pasaba por algún puesto donde se vendían botellas turbias de miel silvestre, cerbatanas y manojos de frijoles amargos. Desde la última vez, habían ensanchado considerablemente la carretera y suavizado las curvas más pronunciadas, pero ahora circulaban demasiados coches y autobuses turísticos, demasiados camiones desbordados que perdían grava y cemento en su camino hacia alguna obra en las tierras altas¨.

 

Yugiri es el llamado Jardín de las Brumas. En mi visita a Cameron Highlands lo estuve buscando, para visitarlo, pero salvando las distancias es un Macondo, un especio ficticio creado por el autor. No existe ni existió en la realidad. Pero sí que está construido a partir de referentes históricos y geográficos reales, cuando visitas Cameron Highlands te puedes imaginar el lugar.

 

    ¨-Quería preguntarte… ¿Qué significa Yugiri? -preguntó la señora Templer.

     -«El jardín de las brumas».

     -Un nombre más evidente incluso que «Remolinos de nubes». Debo decir que me esperaba algo más críptico.

     -Yugiri es un personaje de La novela de Genji. -Por la expresión amable de su cara supe que no tenía ni idea de lo que estaba diciendo-. Era el primogénito del príncipe Genji¨.

 

¨Durante la Emergencia malaya, algunas de las personas que acudían a las visitas guiadas por la plantación de té Majuba pedían ver también Yugiri. Y a veces Aritomo lo permitía. En tales ocasiones, yo los esperaba en la entrada principal. La mayoría eran altos cargos del Gobierno acompañados de sus esposas que se encontraban en Cameron Highlands de permiso y que luego volvían a la guerra contra los terroristas comunistas que se escondían en la jungla. Habían oído hablar del jardín en las montañas y querían verlo para alardear después ante sus amigos del privilegio de haber paseado por él. Cuando recibía al grupo, un murmullo de expectación impregnaba el aire.

-¿Qué significa Yugiri? -preguntaba alguien, normalmente una de las mujeres, y yo contestaba-: «El jardín de las brumas».¨

 

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¨Al entrar en Tanah Rata, la vista del antiguo Royal Army Hospital, construido sobre una cuesta empinada, me provocó una inquietud familiar; Frederik me había dicho que ahora era una escuela. Por detrás se alzaba un hotel nuevo, con la inevitable fachada de imitación Tudor. Tanah Rata ya no era un pueblo sino una pequeña ciudad, y su calle principal había sido ocupada por restaurantes de comida malaya, agencias de viaje y tiendas de souvenirs. Me alegré de dejarlos atrás¨.

 

Tanah Rata es la principal ciudad de Cameron Highlands. Como tenía en mente visitar esa zona me iba apuntando estos párrafos.

 

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¨Me he convertido en una estrella colapsada que arrastra todo lo que tiene a su alrededor, incluso la luz, hacia un vacío en continua expansión.

Una vez que pierda toda capacidad de comunicación con el mundo exterior no quedarán más que mis recuerdos, que serán como un banco de arena aislado de la orilla por la marea creciente. Con el tiempo se sumergirán y serán inaccesibles para mí. Esa perspectiva me aterra. ¿De qué sirve una persona sin recuerdos? Un fantasma atrapado entre mundos, sin identidad, sin futuro, sin pasado¨.

 

No es un spoiler porque se explica al principio de la novela, la protagonista está perdiendo la memoria. De ahí que haya muchas referencias a los recuerdos.   

 

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¨Invariablemente, siempre había alguien que deseaba saber por qué lo había dejado todo para venir a Malaya. Un gesto de desconcierto cruzaba entonces el rostro de Aritomo, como si nunca antes le hubieran hecho esa pregunta. Yo percibía un atisbo de dolor en sus ojos y, durante unos instantes, no oíamos nada más que los pájaros cantando en los árboles. Luego, soltaba una carcajada y respondía:

-Quizás algún día, antes de que cruce el puente flotante de los sueños, descubra la razón. Entonces se la diré¨.

 

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¨Los muros de la casa, de una sola planta, estaban enlucidos en blanco y hacían resaltar la cubierta negra de cañas del tejado. Cuatro ventanales, bastante separados unos de otros, ocupaban los flancos de la puerta principal. Los postigos y los marcos de madera eran de color verde alga. Un gablete de estilo Holbol con relives de hojas y uvas coronaba el porche. Unos tallos largos con flores cuyo nombre, strelitzias, averiguaría más tarde crecían junto a las ventanas; las flores rojas, naranjas y amarillas me recordaron a los pájaros de origami que le encantaba hacer a uno de los guardas japoneses de mi campo. Me deshice de aquel recuerdo¨.

 

No conocía la palabra gablete. Lo bueno del Kindle es que hacer clic en la palabra y te viene la definición:

 

Del francés gablet.

Sustantivo masculino (Arq.) Remate formado por dos líneas rectas y ápice agudo, que se ponía en los edificios de estilo ojival.

 

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¨Sobre el tejado, el viento hacía ondear una bandera con anchas franjas de color naranja, blanco, azul y verde que me resultó desconocida.

-La Vierkleur -me explicó Magnus, pendiente de mi mirada-; la bandera de Transvaal.

-¿No la vas a quitar? -El año anterior habían prohibido la exhibición de banderas nacionales extranjeras, para impedir que los seguidores del Partido Comunista Malayo hicieran ondear la china.

-Por encima de mi cadáver¨.

 

    ¨-¿Qué te ha pasado en el ojo? -La pregunta me había rondado desde el momento en que lo vi.

     -No seas maleducada, Yun Ling -me regañó mi madre.

     Magnus le hizo un gesto para que no me reprendiera.

     -Lo perdí luchando en la guerra de los Bóeres.

     -Eso fue en África -dijo mi hermana.

     -Ja -confirmó Magnus-. Los británicos intentaron tomar nuestra tierra. Les plantamos cara, pero quemaron nuestras granjas y metieron a nuestras mujeres y niños en campos de concentración.

     -Oye -interrumpió mi padre antes de que me diera tiempo a preguntarle qué era un campo de concentración-, no quiero que le cuentes esas sandeces a mis hijas. Vosotros, los bóeres, fuisteis un hatajo de matones. Perdisteis la guerra. Llamar a tu plantación de té «Majuba» no va a cambiar la historia.

     -Es mi pequeño homenaje a la batalla en la que los británicos fueron derrotados -explicó Magnus con voz suave-. Y me provoca un gran placer saber que en Malaya y en todo Oriente reciben un poco de Majuba cada vez que toman el té.

     -Alguien del Club Penang comentó que en tu casa ondea la bandera de Transvaal -continuó mi padre.

     -Es la bandera de mi hogar, del país por el que luché -dijo Magnus-. No me lo reprocharás¨.

 

Estos párrafos anteriores despertaron mi curiosidad, porque no conocía la historia de Transvaal.

 

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¨Permanecimos un rato en silencio. Entonces abrió una puerta junto al armario y me pidió que lo acompañara. El sendero de grava que recorría la parte posterior de la casa nos llevó por delante de la cocina hasta una amplia terraza con un césped bien cuidado. En el centro, un par de estatuas de mármol enfrentadas se alzaban sobre sus plintos. A primera vista parecían idénticas, con los pliegues de sus ropajes derramados sobre la base.

-Se las compré por un precio ridículo a la mujer de un hacendado después de que este se fugara con su amante de quince años -me informó. La de la derecha es Mnemósine. ¿Has oído hablar de ella?

-Es la diosa de la memoria -contesté-. ¿Quién es la otra mujer?

-Su hermana gemela, por supuesto. La diosa del olvido.

Lo miré dudando de si me estaría tomando el pelo.

-No recuerdo que hubiera una diosa del olvido.

-Ah, ¿no prueba su existencia el hecho de que no lo recuerdes? -Sonrió-. Quizás exista, slo que lo hemos olvidado.

-¿Y cómo se llama?

Se encogió de hombros, mostrándome las palmas de las manos vacías.

-Ya ves, ni siquiera recordamos ya su nombre.

-No son completamente iguales -dije al acercarme.

Los rasgos de Mnemósime eran definidos, con la nariz y los pómulos prominentes, los labios gruesos. El rostro de su hermana parecía casi borroso, ni siquiera las arrugas de su toga estaban delineadas tan claramente como las de Mnemósime.

-¿Cuál de ellas dirías que es la gemela mayor? -preguntó Magnus.

-Mnemósime, por supuesto.

-¿De verdad? Parece más joven, ¿no crees?

-La memoria tiene que existir antes que el olvido. -Le sonreí-. ¿O lo has olvidado?¨

 

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Me hubiera gustado haber leído el párrafo que viene a continuación antes de visitar Malaca. Ahí aprendí cosas sobre San Franscisco Javier, que estuvo tres meses enterrado ahí, pero no conocía la historia de Jan Van Riebeeck. Me lo apunto para la próxima vez que visite Malaca. Batavia es ahora Jakarta, ciudad en la que viví 5 años.

 

¨Me fui a Ciudad del Cabo. Pero seguía sin estar lo bastante lejos. Un día, en la primavera de 1905, creo, compré un billete para Batavia. El barco se vio obligado a atracar en Malaca para ser reparado y, según nos dijeron, el arreglo llevaría una semana. Estaba paseando por la ciudad, cuando vi una iglesia abandonada sobre una colina…

-La de Sain Paul.

Lanzó un gruñido.

-Ja, ja (sí, sí, en afrikáans). La de Saint Paul. En los jardines de aquel templo me topé con unas lápidas de trescientos o cuatrocientos años de antigüedad. Y, ¿qué crees que encontré? La tumba de Jan Van Riebeeck. -Al ver mi cara de circunstancia sacudió la cabeza-. Ya sabes que el mundo no está hecho solo de historia inglesa. Van Riebeeck fundó el Cabo y se convirtió en su gobernador.

-¿Y cómo terminó en Malaca?

-La Compañía Holandesa de las Indias Orientales lo envió allí como castigo por algo que había hecho. -El recuerdo suavizó su cara y al mismo tiempo le hizo parecer mayor-. En cualquier caso, al ver su nombre allí, esculpido en aquel bloque de piedra, sentí que había encontrado un lugar para mí, aquí, en Malaya. Nunca volví al barco y nunca llegué a ir a Batavia. En vez de eso me abrí camino en Kuala Lumpur¨.

 

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¨En 1905, al llegar a Kuala Lumpur desde Ciudad del Cabo, Magnus trabajó como subdirector en una de las plantaciones de caucho Guthrie, en Ipoh. Le gustaba contar que consiguió el empleo porque el entrevistador se enteró de que jugaba al rugby. Fue durante ese periodo cuando entabló amistad con mi padre. Hicieron negocios juntos, compraron una plantación de caucho y, a lo largo de los años, adquirieron otras cuantas más.

     Los hacendados de las regiones remotas vivían aislados en medio de las plantaciones de caucho y, por lo general, el vecino europeo más cercano estaba a más de treinta kilómetros de distancia. Al haberme criado en Penang, había oído historias de propietarios que bebían hasta morir o que fallecían por la picadura de una serpiente, por la malaria o por otras enfermedades tropicales. Magnus, acorralado entre las interminables hileras de árboles de caucho, llegó a odiar aquella vida y comenzó a buscar alternativas. Un fin de semana, mientras bebía en el FMS* de Ipoh, oyó por casualidad a un funcionario hablar de una meseta enclavada a más de novecientos metros de altura en la cordillera Titiwangsa. Tenían planeado ubicar allí un centro administrativo del Gobierno y levantar un complejo vacacional, una estación de montaña, para los altos directivos del Servicio Civil Malayo.

     Magnus, que en cierta ocasión había ascendido hasta una de las cumbres de esa región, comprendió de inmediato las posibilidades que aquellos planes le ofrecían. Una semana más tarde había obtenido una concesión gubernamental de casi doscientas cincuenta hectáreas en las tierras altas. Le vendió a mi padre sus participaciones en las plantaciones de caucho justo antes de la Gran Depresión, un acto que mi padre siempre le echaría en cara.

     Un topógrafo del Gobierno, William Cameron, había cartografiado las tierras altas en 1885. Al trazar el mapa de las fronteras de Pahang y Perak, mientras recorría las cordilleras a lomos de sus elefantes, se topó con valles y montañas brumosos e interminables. «Como Aníbal cuando atravesó los Alpes», oí que Magnus contaba con frecuencia a sus invitados durante mi estancia en Majuba.

     Magnus compró semillas y plantas de té de las colinas de Ceilán. Llegaron peones desde el sur de India para despejar la jungla. Al cabo de cuatro o cinco años, las laderas de las colinas y montañas de su finca se cubrieron con arbustos de té. Los árboles terminaron atrofiándose, sometidos a la continua recolección, como los bonsáis mantenidos por las generaciones de la nobleza japonesa. Unos cuantos años después de empezar a plantar, se establecieron en Cameron Highlands otras dos plantaciones de té rivales, pero para entonces la firma Majuba ya había arraigado en Malaya.

     Fue la única marca de té que mi padre prohibió en casa¨.

 

FMS* El Federal Malay States Bar (Bar de los Estados Federados Malayos), fundado en 1906, era el lugar de encuentro de hacendados y propietarios de minas durante la colonización británica.

 

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¨    Sabía que no sería fácil convencerlo para que diseñara y creara el jardín. Pero en ese momento me di cuenta de que la parte más dura estaba por llegar. De repente me sentí insegura y dudé acerca del compromiso que había adquirido.

     -La niña que una vez caminó por los jardines de Kioto con su hermana -dijo Aritomo mientras me miraba a los ojos fijamente como si buscara una piedrecita arrojada en el fondo de un estanque-, esa niña, ¿está todavía ahí?

     Pasó un rato antes de que pudiera hablar. Incluso entonces, mi voz sonó queda y seca:

     -Le han pasado muchas cosas.

     No apartó la mirada de mis ojos.

     -Esa niña está ahí -respondió a su propia pregunta-. En lo más profundo, ella sigue estando ahí¨.

 

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¨    Emily dejó la novela para mirar a su marido.

     -Lo perdimos todo: los diarios de mi oupa, los libros de recetas de mi ouma, mis animales tallados en madera… -se lamentó Magnus-, las fotografías de mis padres y de mi hermana… Todo.

     -¿Todavía…? -me atasqué y volví a intentarlo-: ¿Puedes recordar sus rostros?

     Me miró durante unos instantes. En su único ojo pude ver que comprendía perfectamente mis miedos.

     -Durante mucho tiempo no fui capaz -dijo-. Pero en los últimos años… bueno, han vuelto a mí otra vez. A medida que te haces viejo empiezas a recordar las cosas antiguas.

     -Va a llover -anunció Emily.

     Se levantó, tendió la mano a Magnus y salieron juntos a la veranda que daba al jardín trasero. Una ráfaga de viento humedecida por la lluvia de las montañas entró en la sala de estar como un remolino que agitó las cortinas. Después de un momento de indecisión salí yo también, aunque me quedé algo apartada de ellos.

     -Nou lê die aarde nagtelang en week in die donker stil genade van die rëën -dijo en voz baja Magnus mientras pasaba el brazo alrededor de la cintura de Emily y la apretaba contra sí.

     Por alguna razón el sonido de aquellas palabras movió algo en mi interior.

     -¿Qué quiere decir? -pregunté.

     -«Yace la tierra en la noche tras lavarse en la gracia silente y oscura de la lluvia» -dijo Emily-. Es de su poema favorito. -Se dio la vuelta y se apretó más fuerte contra Magnus.

     Un relámpago sacudió las montañas. Un minuto después, la lluvia se precipitó y desdibujó la noche¨.

 

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     ¨Tanah Rata se situaba sobre una meseta, de la que había tomado su nombre, y estaba rodeada de colinas bajas. En las cimas boscosas se veían bugalows por todas partes, casas que pertenecían a las compañías caucheras europeas que estaban a disposición de los directivos como residencias de vacaciones y, la mayoría de las veces, del personal europeo.

     -La primera vez que vine -me explicó Frederik mientras reducía la velocidad del Austin al entrar al pueblo-, pensé que había una ley que obligaba a que las casas tuvieran todas la fachada de ese espantoso estilo imitación Tudor. Al menos Magnus mostró algo de originalidad cuando construyó la suya¨.

 

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     ¨-Sí que se te han pegado nuestras costumbres -dije-. ¿Cuánto tiempo te quedaste la primera vez que viniste?

     -Solo un mes -respondió Frederik mientras se limpiaba los labios con el pañuelo-. Me di cuenta de que quería volver algún día. No deseaba estar en ningún otro lugar del mundo. -El recuerdo de su felicidad le iluminó los ojos; la luz se apagó a los pocos segundos, quizás por la conciencia de su infancia perdida. En ese preciso instante vi al niño que fue una vez y vislumbré al anciano que llegaría a ser algún día.

     -Y al final volviste -añadí¨.

 

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¨Los fines de semana, en mi tiempo libre, exploraba la plantación de té. Amplias extensiones de Majuba seguían cubiertas por la jungla. Árboles de cientos, miles de años se mezclaban con la selva tropical que cubría Malaya. La finca tenía su propia tienda de alimentación, un bar de toddy*, una mezquita y un templo indio. Los trabajadores se alojaban en un recinto vallado, vigilado por centinelas que Magnus había entrenado. Los domingos el autobús de la finca llevaba a sus empleados a Tanah Rata de excursión. A veces me paraba para contemplar a los hombres que jugaban al sepak takraw con todas las partes del cuerpo, excepto las manos, para mantener en el aire el mayor tiempo posible la pelota de ratán.

 

Para fortalecer mi resistencia física emprendía con frecuencia largas caminatas. Un domingo por la mañana, no mucho después de haberme mudado a Magersfontein, subí por las laderas más bajas que había detrás de la casa. El camino estaba bien señalizado y bordeaba la colina en dirección a Yugiri. Alcancé la cima cuarenta o cincuenta minutos después. Las montañas estaban suspendidas en el aire, una zona de niebla las separaba de la tierra. Desde allí se divisaba la isla Pangkor, soñando en el estrecho de Malaca. Hacia el este las montañas continuaban más lejos de lo que mi vista alcanzaba y fue fácil convencerme a mí misma de que la franja delgada y brillante que laminaba el horizonte era el reflejo del mar de China Meridional¨.

 

*toddy: bebida alcohólica hecha con licor, agua hirviendo, azúcar y limón.

 

En este viaje en moto fui de Cameron Highlands a la isla Pangkor, por lo que me era fácil visualizar estas imágenes de la novela.

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     ¨-«La tinta más tenue durará más que la memoria de los hombres». -El proverbio chino me llega de la nada y me pregunto dónde lo habré oído antes¨.

 

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     ¨-Hola, Emily. -Me asalta la idea de que yo soy ahora mucho mayor de lo que era ella la primera vez que la vi. Es como si el tiempo se superpusiera, sobras de hojas que caen sobre otras hojas, capa sobre capa-¨.  

 

Este pensamiento me pasa de vez en cuando, pero al revés, cuando yo pienso en mis antiguos estudiantes. Por ejemplo, cuando estaba enseñando en Dubái (2005) yo tenía 31 años. Esos estudiantes de 17 años tienen ahora 37. Están casados con hijos, tienes sus familias. Me parece curioso imaginar qué pensarán si les da por recordar eso: ¨el Sr. Castro cuando nos daba clase era 6 años más joven que lo que soy yo ahora¨. También me pasa con las conferencias con los padres de los alumnos. Antes los padres me imponían más respeto, en el sentido de que estaba hablando con personas mayores que yo, con más experiencia en la vida. Ahora es al contrario, si mis alumnos tienen 16 años sus padres pueden tener unos 46, cinco años más jóvenes que su humilde servidor. Al hilo del párrafo, sí me pasa al ver fotos antiguas de mis padres -pasé un montón de diapositivas a fotos- que pienso: ¨en esta foto mis padres eran más jóvenes de lo que soy yo ahora¨.

 

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¨-En una ocasión leí algo sobre Borges -continúo-. Estaba ciego y muy viejo, y pasaba sus últimos días en Ginebra. Dijo: «No quiero morir en una lengua que no comprenda». -Me río con amargura-. Eso es lo que me ocurrirá a mí¨.

 

En Malaca había visto el lugar donde estuvo enterrado San Francisco Javier. Os cuento la historia. Este ilustre navarro falleció de pulmonía con 46 años, el 3 de diciembre de 1552, en la isla china de Shangchuan. Unos portugueses ayudaron a introducir el cuerpo en una caja de madera, agregando cal al ataúd, y lo enterraron. Después de tres meses lo desenterraron para trasladarlo a Malaca, y al revisar el cuerpo vieron que estaba fresco, como si estuviera vivo. Lo metieron en una caja mejor, le untaron brea y se lo llevaron. En Malaca lo recibieron con entusiasmo y a su llegada cesó la gran mortandad que había. Un enfermo lo besó y quedó curado. Fue petición en vida de San Francisco Javier el ser enterrado en Goa, por lo que de Malaca se llevaron el cuerpo a esa ciudad india.

 

Al hilo de eso publiqué este video y un colega, Gari, puso este comentario:

 

¨Por cierto, que al parecer sus últimas palabras fueron en euskera (su lengua materna), y esa es la razón por la que el 3 de diciembre, día de San Francisco Javier, es también el Día Internacional del Euskera¨.

 

Le respondí lo siguiente:

 

¨¡Interesante historia, Knörr jauna!

Creo que nunca lo sabremos.

El artículo se basa en que Antonio China, que hablaba latín, español y portugués -¡lo mejor!-, no entendió lo que dijo el navarro. Aparte de esas lenguas el santo hablaba francés (estudió en la Sorbona), pasó tiempo en Roma, en India y Japón y se cree que chapurreaba el tamil y el japonés.

No sé qué lengua me saldrá a mí cuando dé el último estertor. Creo que dependerá de dónde esté. El año pasado iba corriendo por la escuela, después del cole, resbalé con un papel que había suelto y me caí. Me salió un ¨f*** reflejo, no me salió un j****. Una de las profesoras de EAL estaba con estudiantes de un club extra escolar y pasó a ver qué me había pasado. Luego tuvo que explicar a los estudiantes que en ese contexto esa palabra no era del todo inapropiada 😬🤭🙄

Me parece guay que se celebre el Día Internacional del Euskera.

Que se relacione con las últimas palabras de San Francisco Javier, no sé hasta que punto puede ser un poco tendencioso. Pero vamos, si dijo las últimas palabras en euskera bien, si las dijo en Bahasa Melayu también bien, no quita valor a la importancia y presencia histórica del euskera. 💪¨

 

Por eso al leer esas líneas sobre Borges me vino a la cabeza San Francisco Javier.

 

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¨.    -Magnus quiso casarse con ella, ¿sabes?, pero al ser la única hija de la gran familia Khaw, no podía estar con un modesto hacendado ang moh*.

     -Pero tú si pudiste. -Recordé que Emily provenía de una familia acomodada también, aunque no tan destacada como la de mi madre.

     -Vivir aquí hizo que las cosas fueran más fáciles, supongo -dijo Emily-. Cameron es un mundo aparte. Estoy segura de que ya te habrás dado cuenta. Aquí ya había muchas parejas interraciales antes de la guerra. Yo pensaba que todos habíamos llegado aquí para alejarnos de la desaprobación del mundo¨.

 

*ang moh: modo despectivo de denominar a los blancos en Malasia y Singapur.

 

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¨     -Mi padre ni siquiera sabe mandarín -repuse-. ¿Cómo puede hablar en nombre de los chinos?

     -Ha contratado a un profesor particular para que le enseñe -dijo Woo-. El otro día dio incluso un breve discurso en la Cámara de Comercio China. Fue excepcional, la verdad. Comenzó diciendo, en un mandarín perfecto: «Ya no soy un banana». Me dijeron que puso a todo el público en pie.

     -¿Banana? -repitió Magnus.

     -Amarillo por fuera y blanco por dentro -explicó Woo-¨.

 

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¨     Al llegar a la Residencia Majuba señaló el alambre de espino que rodeaba la valla.

     -Una mala hierba que está estrangulando al país. Parece que ha brotado por todas partes.

     -Es necesario -comenté-. Deberías plantearte algunas medidas de seguridad en Yugiri.

     Con la última luz del atardecer, las gotas de rocío adheridas a las púas de la alambrada brillaban como el veneno en la punta de los colmillos de una serpiente.

     -¿Y estropear el jardín? -Parecía tan horrorizado que solté una carcajada. Se giró para mirarme-. Es la primera vez que te oigo reír.

     -Los últimos años no han sido muy divertidos¨.

 

Este párrafo me ha recordado al muro que está haciendo mi vecino enfrente de casa en el pueblo, una aberración. En fin, mejor no comento Llora.

 

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En un momento de la historia celebran la Fiesta del Medio Otoño o Fiesta de la Luna, festividad anual celebrada por el pueblo chino. La historia que cuenta Emily es muy bonita:

 

¨     -Venid, mari, mari, niños y niñas, la tía Emily os va a contar una historia. ¡Venid!¡Venid! -En su mayoría comprendían y hablaban un poco de inglés básico, pero repitió sus palabras en malayo, finalizó con otro mari, mari exhortatorio y les hizo un gesto con el dedo para que se acercaran.

     Los pequeños se reunieron a nuestro alrededor. Emily recriminó a Magnus con la mirada, aunque era obvio que se estaba divirtiendo. Una vez que los niños estuvieron sentados sobre la hierba, ella les preguntó:

     -¿Sabéis todos por qué al día de hoy lo llamamos Festival de la Luna?

     -¿Porque esta noche la luna está muy grande? -dijo un niño.

     -¡Esta es buena! -señaló Toombs riéndose entre dientes.

     -Tú estate callado-lah -le replicó Emily. Se estiró la falda y se arrodilló en la hierba-. Hace mucho tiempo el mundo tenía diez soles -comenzó-. Todos los días se turnaban para brillar en el cielo. Pero entonces, una mañana, algo raro pasó, algo que nunca antes había ocurrido: los diez soles decidieron aparecer a la vez. El mundo se caldeó demasiado. ¡Wah! Los árboles se incendiaron y… ¡zas!, toda la jungla quedó envuelta en llamas. Rápidamente los ríos y los mares comenzaron a hervir y el agua se convirtió en vapor. Los animales morían y millones de personas estaban sufriendo.

     Algunos de los niños estaban boquiabiertos y miraban a Emily con los ojos como platos. Uno incluso se levantó y dio la vuelta para buscar el consuelo de sus padres.

     -El emperador de China estaba preocupado -continuó Emily-, sin embargo, sus consejeros más inteligentes le explicaron que no podían hacer nada. «Es voluntad del cielo», dijeron. Pero un joven secretario le pidió permiso para hablar. Había oído sobre un arquero llamado Hou Yi, capaz de derribar cualquier cosa que surcara el firmamento, fuera lo que fuese, por muy alto que volara: golondrinas, cigüeñas, águilas. Sus flechas, se decía, lograban incluso perforar las nubes. «Su majestad -sugirió el joven secretario-, quizás podría pedir a Hou Yi que disparara a los soles».

     La voz de Emily llegaba hasta los demás invitados que, uno a uno, fueron abandonando sus respectivas conversaciones para escucharla. Me di cuenta de que Aritomo se había levantado de la silla de ratán y ya no hablaba con el comerciante de seda norteamericano que estaba a su lado.

     -El emperador pensó que la idea del joven secretario era buena. «Envíen mensajeros para que me traigan a ese tal Hou Yi -ordenó-. ¡Rápido!». Cuando llegó el arquero, el emperador le explicó lo que tenía que hacer. Hou Yi lo escuchó y luego pidió que lo llevaran a la torre más alta del palacio. El emperador, transportado en un palanquín por su esclavos, siguió a Hou Yi por la torre. Subían y subían, hasta que llegaron a la parte más elevada, un espacio abierto donde el emperador llevaba a cabo ceremonias de agradecimiento al sol el primer día de cada año nuevo.

     »Los diez soles brillaban de tal forma y desprendían tanto calor que cuando Hou Yi bajó la vista hacia la tierra abrasada se dio cuenta de que no había sombra alguna. Había tanta luz que incluso el cielo azul se había vuelto completamente blanco. -Emily miró a los niños-. Hou Yi, que era un hombre muy grande, cogió el arco.

     -¿Cómo de grande era? -preguntó un niño flacucho.

     -¿Cómo de grande, Muthu? Oh, más que el señor Magnus, pero sin barriga gorda, claro. Casi tan grande como aquel árbol de ahí, pero un poco más bajo. -Emily miró a los demás-. Ah, pero si Hou Yi era grande, su arco era todavía mayor: era dos veces más grande que él. -Se humedeció los labios antes de continuar-. Hou Yi sacó la primera flecha. Era larga y fina, como una lanza. Tensó la cuerda. -Apoyando las manos en las rodillas, Emily se puso de pie con dificultad y adoptó una posición de tiro desplegando los brazos.

     Los más pequeños se rieron. Miré a Aritomo, que estaba reclinado en su silla con los brazos cruzados sobre el pecho y la cara oculta entre las sombras.

     -Hou Yi tiró de la cuerda. Tiró, tiró y tiró hasta que el emperador tuvo miedo de que se rompiera. Cerró un ojo y apuntó con la flecha hacia el sol más cercano, el más implacable. -Emily se detuvo en ese punto del relato, con los brazos todavía en la posición del arquero a punto de arrojar la flecha. Dejó que se hiciera silencio-. Disparó la flecha. -Emily silbó-. Voló por el cielo hacia el sol y le dio justo en el centro. El sol ardió todavía con mayor fuerza durante un segundo, pasó un minuto, luego otro… el aire se llenó de quejidos y gemidos. Hou Yi no lo había logrado. Pero entonces el sol se empezó a debilitar, las llamas se apagaron y desapareció del cielo. La gente vitoreaba, gritaba y aplaudía, incluso el emperador. Hou Yi se secó el sudor de la frente y disparó el resto de sus flechas, una tras otra. No falló ninguna vez. El emperador, los cortesanos, los esclavos, todo el mundo notaba cómo el terrible calor desaparecía a medida que iban muriendo los soles.

     »Al final, solo quedó un sol en el cielo vacío. Cuando Hou Yi estaba a punto de disparar sobre él también, el emperador se levantó de su silla de un salto y gritó: «¡Alto! Tienes que dejar que ese brille o el mundo se cubrirá de tinieblas».

     -¿Y la luna leh? ¿Qué pasa con la luna? -preguntó una pequeña con trenzas.

     -Aiyah, Parames, espera-lah; todavía no he terminado. -Emily se detuvo un instante e hizo como si intentara ordenar sus pensamientos. Los niños se quejaron gritando-. ¿Por dónde iba yo hah? Ah, sí… El último sol se salvó. Pasados unos años, cuando el emperador se iba a morir, convirtió a Hou Yi Enel nuevo gobernante de China -continuó-. A Hou Yi le gustaba tanto ser emperador que pidió a los dioses que le hicieran inmortal.

     -¿Y eso qué es? -preguntó Parames.

     -Significa que nunca jamás moriría -contestó Emily-. Los dioses decidieron darle una pastilla mágica de modo que viviera para siempre. Pero Hou Yi tenía una esposa muy guapa que se llamaba Chang Er. Él la quería tanto que quiso compartir la pastilla con ella, así que la guardó en una caja para darle una sorpresa. Chang Er vio que estaba escondiendo algo y le picó la curiosidad. Un día, cuando su marido estaba cazando, ella abrió la caja. Vio la pastilla y la cogió. Y entonces… -Emily agarró la pastilla invisible con el índice y el pulgar, miró a su alrededor de manera furtiva, se la metió en la boca y fingió hacer un esfuerzo para tragarla. Los niños chillaron-. De inmediato sintió que su cuerpo se volvía cada vez más ligero -continuó-. Sus pies se levantaron del suelo llevándola cada vez más alto. Salió por la ventana flotando, hacia el cielo. Subió y subió y subió. Pero ella no quería dejar a Hou Yi, así que mientras volaba por delante de la luna, decidió quedarse allí. Era lo más cerca que podía estar de su marido. Cuando Hou Yi regresó a casa y vio lo que su mujer había hecho, se le rompió el corazón. Al menos, pensó, una noche al año, cuando la luna alcanzara su máximo tamaño, podría ver a su esposa, que todavía vivía allí. -Emily detuvo su relato y señaló hacia la luna llena que se elevaba sobre nosotros-. Allí está Chang Er, con su vestido de mangas largas y vaporosas, esperando a que Hou Yi se reúna con ella.

     Al igual que los niños, los adultos también levantaron la cabeza hacia el cielo. Durante un momento en el jardín solo hubo silencio. Yo también miré y tuve la impresión de que las sombras de la superficie de la luna componían la figura de una mujer ataviada con una túnica.

     Emily dio varias palmadas.

     -Niños, hora de encender los farolillos.

     Los invitados la ovacionaron mientras alzaban las copas hacia ella. Los niños salieron corriendo, riendo y gritando, con los farolillos que se balanceaban como luciérnagas en la oscuridad. Emily abrió la caja que Aritomo le había traído. Dentro había tres farolillos de papel de arroz, de alrededor de medio metro de altura cada uno, con la estructura cilíndrica hecha con palos de bambú¨.

 

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Los siguientes extractos describen cómo tiran Aritomo y Yun Ling con arco. Describe esa actividad como un arte, da gusto leer estas descripciones. Me recordó a Johnny y colegas del pueblo que tiran con arco:

 

¨Una mañana me encontraba fuera de la galería de tiro, aguardando hasta que Aritomo terminara el entrenamiento. Cuando dejó el arco en el soporto, le dije:

     -Me gustaría intentarlo.

     -Quizás capté un destello de incredulidad en sus ojos; muchas veces era difícil evaluar las reacciones de Aritomo.

     -No puedes si no tienes la ropa adecuada -consiguió decir al fin.

     -¿Ropa adecuada? Bueno, ¿y no tienes un conjunto de sobra? Emily seguro que conoce a alguien que lo pueda arreglar para adaptarlo a mi medida.

    -¿Por qué quieres aprender kyudo?

     -¿No dice el Sakuteiki que para llegar a ser un jardinero cualificado hay que comenzar a practicar también alguna de las otras artes?

     Se quedo un momento reflexionando sobre mi respuesta.

     -Puede que tenga un equipo viejo en algún lugar.

     Regresé unos cuantos días después con el equipo de kyudo en una bolsa. Antes de entrar en la galería de entrenamiento, me quité los zapatos y los coloqué en el escalón más bajo. En el espacio situado al fondo, protegida por una cortina, me puse una chaqueta fina de algodón blanco y un hakama de color negro. Emily me los había arreglado y ambas prendas me quedaban bien.

     Cuando salí del cubículo, con las correas largas y enredadas del hakama entre las manos, miré perpleja a Aritomo. Él me enseñó cómo atármelas alrededor de la cintura con una serie de giros y nudos. Luego me dio un guante de piel de aspecto extraño, parecido al que llevaba él mismo durante sus entrenamientos.

     -El yugake tiene que llevarse en la mano dominante.

     Forcejeé con sus distintos componentes: las tres piezas de cuero y las diversas correas y almohadillas. Al final tuve que dejar que él me lo pusiera.

     Nos arrodillamos sobre el tatami y nos saludamos con una reverencia. Yo repetí cada uno de sus movimientos. Esos rituales me molestaban, pues estaban contaminados por el recuerdo de los actos de obediencia que antaño tuve que efectuar para mis captores.

     Aritomo escogió un arco del soporte y me lo tendió con las manos abiertas. Fabricado con bambú comprimido y madera de ciprés, me sobrepasaba la cabeza cuando apoyé uno de los extremos en el suelo. Al tensar la cuerda hacia la posición de tiro, traté de vencer la resistencia para que se doblara como yo quería.

     -No hay necesidad de utilizar la fuerza bruta. La energía no sale de tus brazos, sino de la tierra; te sube por las piernas, pasa por las caderas y llega a tu pecho, a tu corazón -dijo Aritomo-. Respira bien. Utiliza el hará, el abdomen. Inspira hasta el final. Siente que tu cuerpo se expande al respirar: ahí es donde vivimos, en los momentos entre la inhalación y la exhalación.

     Seguí sus instrucciones, pero me atraganté varias veces antes de hacer algo parecido a lo que me pedía. Noté que me ahogaba.

     Colocó una flecha en la cuerda de su arco; como había dos flechas para cada ronda, la segunda la sostenía con los dedos de la mano dominante mientras tiraba del arco. Tensó la cuerda con una facilidad que envidié; yo acababa de comprobar lo difícil que era.

     El extremo emplumado de la flecha le llegó hasta debajo de la oreja, como si quisiera oír las vibraciones de las plumas. El mundo a nuestro alrededor se apaciguó con una quietud expectante, como una gota de rocío suspendida del ápice de una hoja. Soltó la flecha y dio en el centro de la diana. Mantuvo la posición durante un segundo o dos antes de bajar los brazos y hacer descender el arco con la ingravidez de la luna creciente al hundirse tras las montañas. Repitió el proceso, disparó la segunda flecha y volvió a hacer diana. Tiré de la cuerda de mi arco, pero no conseguí repetir el sonido que acababa de oír.

     -Tsurune -dijo mirándome las manos-: la canción de la cuerda.

     -¿También hay un nombre para eso?

     -Todas las cosas hermosas deberían tener un nombre, ¿no te parece? -contestó-. Dicen que se puede medir el talento de un kyudo-ka con solo oír el sonido de la cuerda cuando dispara. Cuanto más puro es el tsurune, mayor es la habilidad del arquero.

     Al final de la hora de entrenamiento tenía los músculos de los brazos, los hombros y el abdomen temblorosos y doloridos. Cuando Aritomo se apretó los dedos soltó un quejido.

     -¿Artritis? -pregunté. Me había fijado en la leve hinchazón de las articulaciones en sus dedos.

     -Mi acupuntor echa la culpa a la humedad del aire.

     -Entonces no deberías vivir aquí.

     -Eso mismo dice mi acupuntor¨.

 

¨     Cinco meses después de la muerte de Gurney, el general Gerald Templer voló hasta Kuala Lumpur para asumir el puesto de alto comisionado. Magnus me ponía al día cada vez que iba a cenar a la Residencia Majuba, pero aquellas noticias me resultaban irrelevantes, como un caravasar en el horizonte del desierto, como un espejismo. Todas mis energías estaban puestas en mi aprendizaje en Yugiri.

     Disfrutaba de las prácticas de tiro con Aritomo. En «el camino del arco» había algo además de tiro al blanco. El propósito principal del kyudo era entrenar la mente, decía Aritomo, para fortalecer nuestra concentración a través de cada uno de los movimientos rituales que llevábamos a cabo en el shajo.

     -Desde que te colocas en la línea de tiro, tu respiración tiene que ser acompasada -decía-. La respiración debe marcar cada uno de tus movimientos hasta que la flecha se haya alejado no solo de tus manos, sino también de tu mente.

     Comenzábamos cada sesión sentándonos en silencio durante unos minutos y purgando nuestros pensamientos de cualquier distracción. Descubrí la cantidad de morralla que me rondaba por la cabeza. Me resultaba difícil sentarme allí y no pensar en nada. Incluso con los ojos cerrados era consciente de cuanto me rodeaba: el susurro del viento, un pájaro avanzando con cuidado sobre la cubierta del tejado, el picor de una pierna.

     -Tu mente es como un matamoscas adhesivo colgado del techo -se quejaba Aritomo-; cualquier pensamiento, por muy fugaz e intrascendente que sea, se queda allí pegado.

     Cada detalle de las ocho etapas formales del proceso de tiro estaba minuciosamente descrito, incluyendo los pasos para respirar. Adaptarme a esos movimientos tan precisos y a sus rituales me provocaba satisfacción. Practicaba por mi cuenta la secuencia de respiración controlada y sentía cómo mi mente y mi cuerpo se deslizaban poco a poco hacia la armonía. Con el tiempo llegué a comprender que, al dictarme cómo debía respirar, el kyudo también me enseñaba cómo debía vivir. En el intervalo entre el momento de soltar la cuerda y el del acierto de la flecha en la diana, descubrí un espacio tranquilo dónde poder escapar, una fisura en el tiempo donde esconderme.

     Cuando estábamos los dos de pie en la línea de tiro me imaginaba que éramos como la pareja de arqueros de bronce de su escritorio. Disfrutaba viendo las flechas que volaban desde mi arco. Al principio, con demasiada frecuencia se desviaban o se quedaban cortas y no alcanzaban el matto.

     -Sueltas demasiado pronto tu conexión con la flecha -dijo Aritomo-. Mantenla con la mente, dile hacia dónde quieres que vaya y guíala todo el trayecto hasta el matto. Y cuando llegue, sostenla un poco más.

     -No está viva -repuse-; no obedece a nadie.

     Me hizo una señal para que retrocediera, levantó su kyu y ajustó una flecha en la cuerda. Tensó el arco al máximo y, al doblarlo, las rígidas fijaciones despidieron pequeñas nubes de polvo fino al aire. Apuntó hacia el matto y cerró los ojos. Oí que su respiración fluía en intervalos más largos y silenciosos, cada vez más suaves, hasta que pareció como si hubiera dejado de respirar por completo.

    «Suelta -le pedía desde mi mente-, suelta».

     Se dibujó una sonrisa en su rostro. «Todavía no».

     Estaba segura de que no le había visto mover los labios y, sin embargo, su voz en mi cabeza fue inconfundible.

     Mientras seguía con los ojos cerrados, Aritomo soltó la cuerda. Casi de inmediato oí que la flecha golpeaba el matto. Entonces los abrió y ambos miramos a la diana situada a casi veinte metros de distancia. El extremo emplumado de la flecha sobresalía dibujando una línea de sombra sobre la superficie, que quedó transformada en un reloj de sol. Incluso desde mi posición se veía que había acertado justo en el centro de la diana¨.

 

Aquí un poema relacionado:

 

¨Si tiras con el arco, usa el más fuerte.

Si lanzas una flecha, que sea larga.

Si disparas a los hombres, antes mata a sus caballos.

Si persigues bandidos, primero captura al jefe.

 

La matanza tiene sus límites

Y cada reino sus fronteras.

Doblegar al invasor

¿exige, acaso, tantos muertos y heridos?

 

Tu Fu, Bosque de pinceles¨.

 

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     ¨-¿Cuánto tiempo va a quedarse aquí?

     -No lo sé. No mucho.

     Media hora después, de nuevo en el estanque, se para y mira a su alrededor.

     -Según lo que me ha estado contando, es solo una cuestión estética, ¿verdad? El jardín, me refiero.

     -Claro que no. El jardín tiene que llegar a tu interior. Puede cambiar tu corazón, entristecerlo o animarlo. Tiene que hacerte apreciar la transitoriedad de la vida -digo-. Ese preciso instante en que la última hoja está a punto de caer, en que el pétalo que queda va a desprenderse: ese momento captura toda la belleza y la tristeza de la vida. Los japoneses lo llaman mono no aware.

     -Es una manera morbosa de ver la vida.

     -Todos nos estamos muriendo -afirmó-. Día a día, segundo a segundo. Cada vez que respiramos, se agotan un poco más las reservas limitadas con las que nacemos. -Veo que no le interesa el tema de la muerte, seguramente pensará, como les ocurre a muchos jóvenes, que no le incumbe¨.

 

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     ¨Me señalo la cabeza con un dedo. No estoy de humor como para darle los detalles de mi enfermedad, parece más fácil dejar que ella se imagine lo que quiera.

     Me toca la muñeca con suavidad.

     -Aunque padezcamos enfermedades distintas, al final significan lo mismo, ¿verdad? Nuestra memoria se muere. -Nos quedamos calladas durante un rato. Luego, dice-: A mi edad, ¿sabes que deseo? Poder morir mientras todavía recuerde quién soy y quién he sido.

     -La mayoría de la gente se conformaría con una muerte en paz y sin dolor. A ser posible yéndose a dormir y no volviéndose a levantar jamás.

     -Nosotras no somos «la mayoría de la gente» -replica-. Al menos, espero que yo no¨.

 

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Este párrafo que viene a continuación más que recordarme a la selva tropical me ha recordado a algunas zonas sombrías de los montes alrededor del pueblo, subiendo por Orbañanos al Humión o bajando de las Antenas a Sobrón:

 

     ¨Es difícil describir lo que se siente al entrar en la selva tropical. Condicionado por las líneas reconocibles y las formas cotidianas de las ciudades y los pueblos, el ojo se siente abrumado por la variedad ilimitada de pimpollos, matas, árboles, helechos y hierbas que cobran vida sin ningún sentido del orden ni moderación aparente. El mundo se presenta en un tono uniforme, casi monocromático. Entonces de forma gradual, comienzas a asimilar las distintas tonalidades de verde: esmerlada, caqui, verdeceledón, lima, verde amarillento, aguacate, oliva. Cuando el ojo se reajusta, otros colores intentan hacerse hueco: troncos de árboles veteados de blanco, briófitas amarillas y droseras rojas bajo los haces de luz del sol, flores de color rosa en una enredadera trepadora que engalana un tronco al rodearlo¨.

 

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     ¨Aritomo señaló al cielo en dirección este. Un muro de nubes se elevaba tras el monte Berembun.

     -La lluvia de mañana se extiende en el horizonte.

     Mis ojos vagaron desde el final de una montaña hasta otra.

     -¿Crees que durarán siempre?

     -¿Las montañas? -dijo Aritomo, como si ya le hubieran hecho esa pregunta antes-. Desaparecerán. Como todo¨.

 

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Interesante descripción de la historia del té y las guerras del opio en China:

 

     ¨Por el camino Magnus resumió a los Templer la historia de las tierras altas y les contó cómo William Cameron había estudiado esas montañas a lomos de elefante.

     -Como Aníbal cuando cruzó los Alpes -dijo, y los ojos en blanco de Emily me hicieron pensar en un par de peces boca arriba tomando el sol.

     -Cuando establecí la finca, la gente me tomó por loco. -Magnus me lanzó una sonrisa fugaz-. Y tenían razón. Caí bajo el hechizo de esta magnífica planta desde el primer momento. -Arrancó un brote verde y brillante de un arbusto, lo hizo rodar entre los dedos debajo de la nariz y se lo dio a la esposa del alto comisionado-. Estas provienen de las primeras plantas descubiertas en el Himalaya oriental. Antes de la era cristiana, un emperador chino ya las conocía. Él las llamó «espuma del jade líquido».

     -¿El emperador que descubrió el té después de que algunas hojas se cayeran en la olla de agua que estaba hirviendo? -intervino Aldrich-. Eso es solo una leyenda.

     -Pues yo sí me la creo -replicó Magnus-. ¿Qué otra bebida se ha tomado de formas tan diversas por tantas razas distintas durante más de dos mil años? Los tibetanos, los mongoles, las tribus de las estepas de Asia Central; los siameses y los birmanos; los chinos y los japoneses; los indios y, finalmente, los europeos. -Hizo una pausa, absorto en su sueño de té-. Todos lo han bebido, desde ladrones y mendigos hasta escritores y poetas; desde agricultores, soldados y pintores hasta generales y emperadores. Y si entras a cualquier templo y te fijas en las ofrendas de los altares, verás que incluso los dioses beben té. -Nos miró uno a uno-. Cuando los ingleses tomaron la primera taza de té, lo que en realidad se estaban bebiendo era la caída definitiva del Imperio chino.

     -El rostro de Templer se puso colorado y su esposa le tocó suavemente el brazo.

     Aldrich volvió a hablar:

     -Bueno, no negará que China obtuvo grandes beneficios vendiendo té al mundo.

     Por alguna razón, la leve sonrisita que acompañó sus palabras me produjo la sensación de que estaba tirando de la lengua a Magnus de manera intencionada.

     -Eso fue así al principio -contestó Magnus-. Pero el flujo de plata hacia China a cambio del té se convirtió en un motivo de preocupación para ellos, así que los ingleses encontraron el modo de invertir ese flujo. ¿Y sabéis lo que hicieron?

     -Lao Kung… -advirtió Emily a su marido. Me lanzó una mirada suplicante para que lo hiciera callar, pero yo me encogí de hombros: no podía hacer nada.

     -Opio -dijo Magnus contestando a su propia pregunta-. Opio de los campos de la Compañía Británica de las Indias Orientales en Patna y Benarés. Se lo vendían a China para contrarrestar la pérdida de plata del tesoro de Inglaterra. Y de esa forma el Reino Celestial se convirtió en una nación de adictos al opio, todo por nuestros anhelos de té.

     -Eso son tonterías -replicó Aldrich.

     -¿Si? Vosotros los ingleses entrasteis en guerra contra China dos veces, dos, para defender vuestro derecho a vender opio. Mira en los libros de historia, las llaman precisamente las guerras del Opio, no sé si te acuerdas¨.

 

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     ¨Había olvidado al capitán Hideyoshi Mamoru. El recuerdo de mi conversación con él brotó a medida que iba escribiendo. Quería parar y, sin embargo, permití que saliera del bolígrafo. Al volver a pensar en mis propias palabras, me quedo helada. ¿Había sido tan despiadada como para corregir el vocabulario de un hombre poco antes de que lo ajusticiaran? Colgado, ahorcado… ¿Qué más daría?

     Como jueza, he actuado en casos civiles y criminales. He sentenciado a muerte a gente por asesinato, tráfico de drogas y robo a mano armada. Siempre me he sentido orgullosa de mi imparcialidad, de mi objetividad, pero ahora me pregunto si esos no serían simplemente los atributos de un corazón insensible.

     Antes de entrar de nuevo, vuelvo a mirar el cielo. Las estrellas están quietas, inmóviles. Ni un solo punto se ha desplazado en este mapa eterno¨.

 

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     ¨Carraspea unas cuantas veces.

     -Todos están sin título. Los he organizado por orden cronológico. -Le da la vuelta a la hoja y señala una línea vertical de escritura japonesa-. Este está fechado el quinto mes del vigésimo año de la Showa jidai: el Periodo de Paz Ilustrada.

     Sabía que cada periodo del calendario japonés se correspondía con el reinado de un emperador.

     -¿Cuándo se convirtió Hirohito en emperador?

     -El día de Navidad del año 1926. Por lo que, cuando Aritomo escribió esto, era 1945; mayo de 1945.

     -Tres meses antes de que Japón se rindiera. -Imagino a Aritomo sentado aquí, en Yugiri, trabajando en el grabado mientras yo seguía prisionera: cada uno sin conocer la existencia del otro, sin saber que nuestros caminos convergerían algún día¨.

 

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     ¨»Por entonces Japón estaba perdiendo la guerra. Los planes del vicealmirante Onishi para defender nuestro país comenzaban a divulgarse: se pedía a los pilotos que se lanzaran en ataques suicidas contra los buques de guerra americanos. Aquellos hombres eran conocidos como «flores de cerezo», ya que solo florecían durante un pequeño intervalo de tiempo antes de caer¨.

 

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¨Justo antes de llegar a la aldea de Brinchang, Aritomo tomó un carril estrecho de tierra y siguió cuesta arriba hasta alcanzar un pequeño claro¨.

 

En Brinchang pasé una noche, en Cameron Highlands. Desafortunadamente ya no es una aldea.

 

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      ¨-¿Recuerdas que te hablé sobre mi viaje a pie por Honshu, cuando tenía dieciocho años? -dijo-. Pasé una noche en un templo que se caía a pedazos donde ya solo vivía un monje. Era viejo, muy viejo. Y estaba ciego. A la mañana siguiente, antes de irme, le corté un poco de leña. Cuando me iba se colocó en el centro del patio y señaló hacia lo alto. En el borde del tejado ondeaba una bandera de oración, descolorida y hecha jirones. «Joven-me preguntó-, dime: ¿es el viento el que está en movimiento o es solo la bandera lo que se mueve?»

     -¿Qué respondiste?

     «Ambos se mueven, señor». El monje sacudió la cabeza, claramente decepcionado por mi ignorancia. «Un día te darás cuenta de que no hay viento y de que la bandera no se mueve», dijo. «Lo que se agita es solo el corazón y la mente de los hombres»¨.

 

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La editorial que publica este libro es la editorial Amok.

 

¨En malayo, AMOK significa un ataque de locura homicida, un brote de furia salvaje que induce al sujeto a un comportamiento asesino. También es una forma de cocinar el arroz muy rica¨.

 

Me apunto el siguiente libro para leer, de esta editorial: ¨Estado de excepción¨, de Jeremy Tiang.

 

El libro me ha encantado. Después de leerlo quería ponerme con la película, pero no he dado con ella. Seguiré buscándola. Sí que he visto varios videos:

 

Tráiler (en inglés, 30¨)

 

Tráiler internacional (en inglés, 2´)

 

No sé por qué me imaginaba a Aritomo como una especie de Señor Miyagi, de Karate Kid. Pero no, por lo que veo en el tráiler no se asemeja en nada. Parece que al actor que interpreta a Aritomo hace un gran papel.

 

The Making Of The Garden Of Evening Mists (en inglés, 19´23¨)

 

En agosto fui desde Kuala Lumpur a la isla Carey en moto. Pasé por Hatter´s Castle y en mi blog escribí lo siguiente:

 

9.- Hatter's Castle.

 

Después de pasar un rato en la costa me metí por carreteras de parcelaria entre fincas de aceite de palma. Mi último destino era Hatter´s Castle, un bungalow colonial construido a principios de los años 20 (del siglo pasado). La novela ¨El jardín de las brumas¨, del novelista malasio Tan Twan Eng, tuvo mucho éxito y fue llevada al cine. La película, estrenada en 2019, fue rodada en parte en Hatter´s Castle. En el filme, ambientado en la década de 1940, Hatter's Castle aparece como la residencia de Magnus Gemmel, uno de los personajes de la historia.

 

¡Con ganas de ver la peli!

 

La invasión japonesa del sudeste asiático y China en tiempos de la Segunda Guerra Mundial (empezó un poco antes) fue brutal. Malaya no fue una excepción. Leyendo el libro tenía de vez en cuando en mente a una colega japonesa que lleva muchísimos años viviendo aquí (es profesora de inglés). En diciembre, en un viaje con alumnos a un centro de refugiados birmanos en Kuala Lumpur con el que colaboramos, tuve la oportunidad de sentarme con ella y charlar un rato. Le pregunté qué percepción tenían de ella en Malasia, por ser japonesa. Ya sé que han pasado muchos años, pero a ver si tenía alguna experiencia desagradable. Me comentó que lo curioso es que en Japón no se enseñaba esa parte de la historia, y que muchos japoneses no tienen ni idea de lo que ocurrió durante esa época. Que antes -no sé ahora- no se enseñaba en las clases de historia en Japón, por lo que muchos japoneses, incluidos padres de nuestros estudiantes, pueden no conocer este capítulo negro en la historia del país del sol naciente. Por lo demás, ha pasado ya mucho tiempo, por lo que no hay mayor problema.

 

Una novela muy interesante donde aprendes un montón de la historia de este país. Seguiremos leyendo algo de este autor y espero poder encontrar la peli pronto.

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