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Basurde Xiao Long

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Libros: ¨Un jardín en Badalpur¨ -Kenizé Mourad-

Libros: ¨Un jardín en Badalpur¨ -Kenizé Mourad-

Terminada ¨De parte de la princesa muerta¨ tocaba ponerse con la continuación, ¨Un jardín de Badalpur¨. La contraportada del libro (edición de 1998) dice así:

 

¨Decía Kenizé Mourad en el epílogo de su primer libro:

 

«Así termina la historia de mi madre.

 

Poco tiempo después de su muerte, un visitante se presentó en el consulado de Suiza. Era Orhan, el primo de Selma. En su tarjeta de visita había escrito simplemente: ¨De parte de la princesa muerta¨.

 

Avisado por vía diplomática, el rajá supo que tenía una hija. Como las comunicaciones entre la India, colonia inglesa, y la Francia ocupada, estaban interrumpidas, no pudo hacerla volver a Badalpur. Fue mucho después de la guerra cuando se encontraron. Pero ésa es otra historia».

 

Al cabo de diez años la autora nos ofrece esa otra historia, Un jardín en Badalpur. Desplegando sus ya conocidas dotes de narradora -y toda su ternura y vigor social y político; su empuje temperamental, su inmenso caudal de experiencia y su prodigioso acopio documental-, Kenizé Mourad nos cuenta con tremenda honradez la apasionante historia de Zahr, la protagonista, y su padre, Amir, que Zahr sólo conoce a sus veinte años. Centrada en el mundo de la India paterna, la novela narra la lucha de Zahr por hacerse, a la muerte de Amir, con esa pequeña parcela llamada el Jardín de la Sultana -el jardín que Amir había regalado a Selma, la sultana, madre de Zahr- como único trozo de tierra propio en el mundo.

 

Y junto a las insólitas visicitudes personales de una huérfana en busca de una familia -y el sorprendente reencuentro afectivo/amoroso con Amir-, surge el inmenso panorama de una India atenazada por la lucha fanática de los hindúes contra los musulmanes en el marco de la más aborrecible discriminación contra la mujer y la más absoluta miseria tercermundista.

 

Una obra literaria irresistible en la que lo individual queda amalgamado con lo social y con lo político sin puntos de sutura¨.

 

Sobre la autora:

 

¨Kenizé Mourad ha trabajado doce años como periodista y corresponsal especializada en el Medio Oriente y el subcontinente indio. Hace diez años consagró a la historia de su familia la hoy celebérrima novela De parte de la princesa muerta, de la que solo en Francia se vendieron varios millones de ejemplares -y en España más de seiscientos mil. Un jardín en Badalpur es la segunda parte de esta vasta saga familiar¨.

 

Me ha gustado mucho la novela, que es una biografía de la escritora y que me ayuda a seguir comprendiendo un poco más India.

 

Extraigo los siguientes párrafos que me han llamado la atención:

 

¨Me inclino sobre su hermoso rostro demacrado, le acaricio la frente húmeda, suavemente, como si fuera mi hijito enfermo, y beso las pobres manos azuladas por los goteos. Nunca me había atrevido antes a semejante familiaridad. Me dan ganas de cogerlo en brazos, de tranquilizarlo, para mecerlo, pero temo hacerle daño, ¡es tan frágil!... Entonces pronuncio las palabras que todos pronunciamos en esos momentos: ¨Querido Daddy, todo se arreglará, os curaréis¨, maldiciéndome por insultar así su valor, su inteligencia. Pero, ¿acaso puedo decirle: ¨Daddy, vais a morir, estoy aquí para ayudaros¨? ¿Cómo evaluar el grado de fuerza y lucidez de un ser llegado al umbral de la muerte? Su vida pasada no nos permite nunca juzgar sobre lo que entonces es capaz de entender¨.

 

¨Este hermano era mi amor y mi víctima. Yo arañaba a todas las que se atrevían a acercarse a él -cuarenta años después todavía siento un leve malestar cuando me encuentro con su preferida de la época. En cambio, no vacilaba en cargarlo con la responsabilidad de nuestras travesuras. Él aguantaba los castigos sin decir nada, consciente ya de su estatuto de protector del sexo débil. Hoy es un hombre adorado por las hembras, aborrecido por las feministas y apreciado por las mujeres¨.

 

¨Cuando el 1 de octubre doblaba la campana del regreso y me encontraba con mis compañeras de clase que describían, excitadísimas, su verano en las ciudades elegantes a orillas del mar, en la montaña o en su castillo, comprendía que mis vacaciones campesinas habían sido incomparablemente más hermosas que las suyas. Pero, cuando me interrogaban, no sabía qué decir. ¿Cómo explicarles, cuando ellas me hablaban de barcos, equitación y tenis, la felicidad de estar tumbada en la hierba horas y horas viendo cómo el cielo cambiaba de color, sintiendo en todo el cuerpo el cálido temblor de la tierra, respirando hasta aturdirme la frescura del viento, sintiendo que no era distinta de árboles y hojas, que solo formaba parte de un todo y que jamás, jamás, podría estar sola?¨

 

Sobre su llegada a Delhi:

 

¨La llegada al hotel Ashoka es impresionante: todo él arcos y cúpulas de arenisca roja, diríase un palacio, y los sirvientes con turbante que, a esta hora matinal, se ajetrean con un lento vals en torno a algunos clientes tienen pinta de príncipes. Zahr piensa que si en la India los hoteles parecen palacios, cuánto más hermosos serán los palacios de veras, como los de Badalpur o Lucknow, donde reside su padre¨.

 

Suelo ir a correr a un parque llamado Nehru Park en Delhi y paso por enfrente de este hotel Ashoka en la ruta.

 

¨Riendo, su padre le cuenta que cuando se metió en política, a su regreso de Inglaterra, donde había estudiado derecho, lo apodaron ¨el rajá rojo¨. Diputado independiente -no le acomodaba la disciplina de partido-, luchaba por la abolición de los privilegios de su propia clase, propugnando el reparto de tierras a los campesinos, y sobre todo la educación de la masas, a lo que se negaban obstinadamente sus pares, conscientes de que, con toda seguridad y más aún que con la reforma agraria, con esta última medida doblarían las campanas por el poder absoluto.

-En realidad, nosotros lo perdimos todo, pero el pueblo no ganó nada. Cuando en 1947 conseguimos por fin desembarazarnos de los ingleses y la India se convirtió en una república, Nehru lanzó la reforma agraria. Los pequeños campesinos recibieron tierras, pero la mayoría eran demasiado pobres para pagar las semillas, los abonos y el agua, por no hablar de un buey para tirar de la carreta, cosas todas que antes les suministraban los propietarios. Para no morir de hambre tuvieron que revender las tierras, a bajo precio, a campesinos ricos, y trabajar para ellos, o bien abandonar la aldea para tratar de encontrar un empleo en la ciudad donde, año tras año, fueron engrosando el número de los menesterosos. Todas las esperanzas que habían puesto en una India independiente y democrática se vieron hurtadas; el dinero se limitó a cambiar de manos, y los nuevos ricos presionan a los débiles con menos escrúpulos que nosotros, que nos considerábamos sus amos pero también sus protectores¨.

 

¨Zahr se llena los ojos con el espectáculo de la ciudad, dividida entre la admiración y la consternación a la vista de unos edificios rococós de exquisita delicadeza pero que, con los muros desconchados y las paredes agrietadas, semejan a punto de derrumbarse. Ésta es, pues, Lucknow, la orgullosa ciudad de los reyes de Audh*, ¡la capital tan cantada por su belleza y elegancia! A su alrededor Zahr no percibe sino abandono, miseria, decrepitud.

 

*Audh fue, hasta la independencia, un reino del centro-norte de la India. Comprendía los diferentes principados de la región. De la fusión entre los Estados de Audh y Agra nació en 1947 el Estado mayor de la India, Uttar Pradesh, cuya capital es Lucknow¨.

 

El reino de Oudh lo conozco por unas ruinas que hay al lado de mi casa en Delhi y una apasionante historia al respecto, que podéis leer aquí.

 

¨El rajá hace cuanto puede, casi al límite de las conveniencias, para distraer a su hija. La lleva a ver a sus viejos amigos con quienes discuten, durante horas, de política, historia y filosofía. Lucknow siempre fue un lugar de intercambio entre culturas, antaño incluso se invitaban unos a otros a las respectivas fiestas religiosas. La independencia, al provocar el éxodo de la burguesía intelectual musulmana al Pakistán, la ascensión de las clases adineradas y la afluencia de los campesinos pobres a las ciudades, ha cambiado un poco este clima de tolerancia. Pero los antiguos lucknowíes como Amir y sus amigos tienen a gala perpetuarlo combatiendo solidariamente, con la pluma y con el verbo, todos los racismos y fanatismo que, en estos comienzos de los años sesenta, reaparecen en esta India de las mil razas y las mil religiones¨.

 

¨El tema del orden del día es un pensamiento de Spinoza: «No se trata de juzgar, se trata de comprender»¨.

 

¨Zahr escucha aterrada a este joven tan razonable: ¿cómo se puede ser tan tradicionalista a su edad?

Comprenderá más adelante que, para los orientales, un matrimonio por amor es una cosa incongruente, y hasta una contradicción en los términos. Realistas, comprueban que las dos nociones corresponden a terrenos totalmente diferentes: el matrimonio es un contrato legal establecido entre dos familias, dos fortunas, dos posiciones, y constituye una emoción tan volátil e incontrolable como el amor. Por su parte, el amor es un sentimiento demasiado hermoso y novelesco para depender de lazos materiales; sólo existe libre de toda obligación, es el principio mismo de la vida, una perpetua renovación. El matrimonio por amor, invención reciente de Occidente, significaría en realidad una cosa absurda: ¡un contrato de amor! Sería querer a la vez el amor y la seguridad, exigencia contradictoria, pues el uno es perpetua innovación y la otra se basa en la repetición. ¿Cabe imaginar un contrato que fije la cantidad y la calidad de amor que cada cual debe dar al otro?

En realidad es menos por falta de romanticismo que por una idea ultrarromántica del amor pro lo que los orientales se niegan a mezclar este sentimiento divino con las triviales limitaciones de lo cotidiano, y lo reservan para su jardín secreto.

Pero mientras que un hombre podrá vivir sus pasiones fuera del matrimonio, sin permitir nunca que afecten a su vida familiar, a la mujer, en cambio, sólo le queda el derecho a soñar… o a leer novelas. Porque en Oriente ella es, mucho más que el hombre, el eje de la familia y el menor paso en falso suyo echaría abajo todo el edificio¨.

 

¨Zahr sacará de eso una moraleja fundamental: jugar limpio, no tratar de cargar los dados. Porque, cuando las cosas no se hacen por ellas mismas, terminan infaliblemente por volverse contra vosotros.

Moraleja simplista, dirán algunos. No le importa, la vida le ha enseñado que las complicaciones están al alcance de todos, pero en cambio, no hay nada más difícil de alcanzar que la simplicidad¨.

 

¨Al final del pueblo, apartado de los otros, se encuentra el barrio de los intocables. Se diferencia del barrio musulmán por su aspecto, aún más miserable -las casas no son a menudo sino chozas de ramas-, pero sobre todo por unos cuantos cerdos que buscan su pitanza entre los montones de basura. Animal repugnante tanto a los ojos de los hindúes como de los musulmanes, el cerdo es un valioso recurso para estos parias de la sociedad a quienes Gandhi llamaba harijans, ¨hijos de Dios¨, y a quienes trataba con humanidad. No obstante, al santo varón nunca se le pasó por la cabeza condenar el sistema de castas, base de una religión regida por los poderosos brahmanes, garante de la estabilidad de una sociedad en la que cada cual debe quedarse en su sitio. Sin lo cual es reencarnará interminablemente bajo las formas más abyectas…¨.

 

¨Desde hace dos milenios la India celebra el mito de Sita, la esposa del rey Rama, que lava los pies de su marido, los seca con su larga cabellera y después extiende ante él su sari para que camine. Es la mujer perfecta, pura entrega y renunciación; sólo vive para su esposo. Y cuando éste muere, evidentemente no puede sobrevivirle y su mayor dicha será inmolarse en la misma pira que él. Salvo este sacrificio último, prohibido por el gobierno, la vida de Sita se sigue poniendo de ejemplo a todas las jóvenes, a todas las mujeres hindúes que, desde su más tierna edad, interiorizan esta moral de la sumisión y el sacrificio a un marido a quien religión y mitos la inducen a considerar como un dueño absoluto. Este ideal, transmitido por una parte de la prensa y de la literatura, del cine y la televisión, no ha hecho sino reforzar en las otras comunidades -tanto cristiana como musulmana- la convicción ya muy asentada de que la plenitud de la mujer reside en servir al hombre¨.

 

Al final del libro se detallan los tristes sucesos relacionados con la destrucción de la mezquita de Babur, en Ayodhia, Uttar Pradesh. Era una de las mezquitas más grandes de ese estado y fue destruida por radicales hindúes el 6 de diciembre de 1992. Ello dio lugar a revueltas en toda la India con más de 2000 muertos.

 

¨En esta madrugada pálida del domingo 6 de diciembre de 1992, el gentío se agolpa en torno a una vieja mezquita rodeada por varias hileras de alambradas de púas y custodiada por unos centenares de policías armados con largas porras. Una masa heteróclita de decenas de miles de hombres y mujeres de todas las edades, campesinos, estudiantes, pequeños comerciantes llegados de las ciudades y aldeas de la India entera a la llamada de sus dirigentes políticos y religiosos. Se distinguen los swamis, vestidos con la túnica naranja de los renunciantes, y los shadus semidesnudos, con el signo de Siva, el destructor, pintado en la cara y llevando en la mano el tridente, símbolo de poderío; así como a miles de jóvenes con la frente ceñida por una cinta de color azafrán, militantes de la extrema derecha hindú. Está reunidos desde hace tres días para la ceremonia del kar seva, el servicio de Rama, que dará la señal de partida para la construcción del templo consagrado al dios Rama, un suntuoso edificio cuyo centro debe alzarse justamente en el sitio de la mezquita de Babur¨.

 

¨Pero, aquí, toda victoria constituye a la larga una derrota, pues no se trata de arrojar a un enemigo fuera del territorio -ese territorio pertenece a todos-, se trata de convivir, y ninguna violencia puede obligar a convivir. La única victoria posible es la de la comprensión y el entendimiento. La tolerancia no basta, y hasta puede resultar peligrosa, pues tolerar significa también tener paciencia y sufrir, un esfuerzo contra natura que no dura mucho y termina estallando con una violencia adicional. No, no se trata de tolerar, sino de comprender que, con nuestras diferencias, somos profundamente parecidos¨.

 

¨-Ni siquiera necesitan a los musulmanes, ¡son ustedes bastante numerosos!

-Numerosos sí, ¡pero cegados por la propaganda! Mientras creamos que los musulmanes son responsables de nuestras desgracias, ¿por qué rebelarnos contra nuestras clases dirigentes? Están corrompidas y son despiadados, pero, al igual que el toro se lanza sobre la muleta sin comprender que el enemigo no es ese pedazo de tela sino el torero, nosotros nos lanzamos contra el musulmán que no es sino el trapo rojo que agitan los líderes hinduistas¨.

 

¨La conferencia ha salido bien, y el coloquio derivó naturalmente de los sucesos de Ayodhya al creciente odio que una parte de los hindúes siente por los musulmanes. Reminiscencias de un pueblo conquistado en el curso de guerras particularmente crueles, como las expediciones de Mahmud de Gazni, Gengis Khan y Tamerlán… Sin embargo después de esas conquistas hubo siglos de prosperidad y entendimiento, en especial bajo los grandes mongoles, quienes supieron aliar el ingenio hindú y el genio musulmán para producir una brillante civilización cuya obra maestra es el Taj Mahal. Y lo mismo con la música: los mayores compositores de ragas, forma musical originariamente hindú, fueron musulmanes. En cuanto a la poesía, en todo el norte de la India, salvo en Bengala, que poseía su cultura específica, se compuso en urdu, lengua sumamente rica en la que los poetas hindúes y los musulmanes rivalizaban en talento.

Se ensayó incluso un verdadero diálogo entre religiones: bajo el emperador mongol Akbar, apasionado por la espiritualidad, teólogos de todos los orígenes se reunieron para tratar de elaborar la Din i ilalli, la religión universal, establecida a partir del fondo común a todas las creencias. Akbar esperaba extirpar así los gérmenes de las disensiones entre comunidades.

Sólo continuaron cierto tiempo los enfrentamientos con los marathas y los rajputs, dos pueblos hindúes de tradición guerrera que, durante siglos, habían luchado por el poder. Pero la gran mayoría de los hindúes se acomodaban a estas dominaciones que, al principio extranjeras, terminaban por fundirse en el fantástico crisol de la civilización india, que siempre supo absorber y a la larga conquistar a sus conquistadores.

La dominación británica, en el siglo XIX, trastorno este frágil equilibrio. Según su viejo principio ¨divide y vencerás¨ los nuevos amos hicieron de todo para envenenar las relaciones entre las dos comunidades. Una carta del secretario de Estado, George Francis Hamilton, a lord Curzon, virrey de la India, ilustra la táctica de los nuevos colonizadores:

Pienso que el verdadero peligro para nuestro poder en la India […] es la adopción gradual y la extensión de las ideas occidentales de agitación, y que, si pudiéramos dividir a los indios educados en dos sectores con puntos diametralmente opuestos, reforzaríamos nuestra posición. Deberíamos concebir los libros de texto de forma que las diferencias entre las comunidades se acenturaran aún más (2 de septiembre de 1887)¨.

 

¨En realidad estos partidos siguen al pie de la letra los principios expuestos por Hitler en Mein Kampf. Hitler aseguraba que cuanto más gorda es la mentira más convincente resulta, porque la gente normal, capaz de mentiras pequeñas, es incapaz de imaginar que se pueda disfrazar tan totalmente la realidad¨.

 

Vocabulario nuevo que siempre aparece:

 

¨Fórmulas hueras¨

-Huero = vano, vacío y sin sustancia.

¨Pero, aleccionados por los pogromos de los últimos años…¨

-Pogromos = Masacre, aceptada o promovida por el poder, de judíos y, por ext., de otros grupos étnicos.

¨Una masa heteróclita¨

-Heteróclito = Heterogéneo o compuesto de partes o elementos muy distintos.

¨Burócratas con ternos¨

-Ternos = Conjunto de pantalón, chaleco y chaqueta, u otra prenda semejante, hechos de una misma tela.

Libros: ¨De parte de la princesa muerta¨ -Kenizé Mourad-

Libros: ¨De parte de la princesa muerta¨ -Kenizé Mourad-

Dice así la contraportada:

 

¨Estambul, 1918: esta historia comienza en la corte del último sultán del Imperio otomano. La princesa Selma tiene siete años cuando ve cómo se desmorona su mundo. Condenada al exilio, la familia del sultán se traslada al Líbano. Este será el principio del complicado viaje que Selma hará a lo largo de su azarosa vida, un camino que la conducirá a la India y a París, lugar en el que encontrará al amor de su vida… y lo perderá para siempre.

 

La vida de Selma fue fugaz, dramática, tan extraordinaria como fascinante. En París, la princesa dio a luz a una niña que sería su fruto más valioso: la autora de este libro.

 

De parte de la princesa muerta es una novela histórica, narrada de una manera viva y realista, que refleja con gran interés y maestría los ambientes y las idiosincrasias de la corte otomana, del pueblo libanés y de la India de los rajás, llena de grandeza y de miseria a la vez. Al mismo tiempo, describe de forma minuciosa la rica personalidad de una mujer que vive los acontecimientos con una profunda sensibilidad, capaz de superar todos los fanatismos¨.

 

Sobre la autora:

 

¨Kenizé Mourad nació en Paris en 1940. Su madre, la princesa Selma de Turquía, nieta de Mourad V, el último sultán otomano, murió cuando ella era un bebé. Educada en un orfanato, no conoció a su padre, un rajá hindú llamado Amir, hasta los 21 años. Tras labrarse un sólido prestigio como periodista, en 1987 publicó la novela autobiográfica De parte de la princesa muerta, que se ha convertido en un éxito clamoroso. También es autora de Un jardín en Badalpur y En la ciudad de oro y planta¨.

 

La novela es excelente. Sin embargo esta breve biografía contiene un par de errores:

-¨un rajá hindú llamado Amir¨. Hindú es el adjetivo que describe a una persona que profesa el hinduismo, religión predominante en India. El rajá era musulmán, con lo que debería decir ¨un rajá musulmán llamado Amir¨. Y ya con más precisión probablemente usaría la palabra nawab o sultán. Y ya de tratarse de un gran maharajá musulmán, como fue el caso del de Hyderabab, se utilizaría Nizam.

-¨publicó una novela autobiográfica¨. Esta no es una novela autobiográfica de la autora Kenizé Mourad. Es la historia de su madre y de otros antepasados. Sí que la continuación de esta novela ¨Un jardín de Badalpur¨, escrita 10 años después, es autobiográfica.

 

Es lo que tiene que alguien te escriba una breve biografía. La autora no hubiera cometido esas incorrecciones, porque a lo largo de la novela maneja los términos con precisión de cirujano.

 

Esta novela está dividida en cuatro partes, que son los lugares en los que vivió Selma, la madre de la autora:

1.- Turquía

2.- El Líbano

3.- La India

4.- Francia

 

Me costó meterme en la historia, no estaba tan interesado en las dos primeras partes en Turquía y El Líbano pero siendo novela histórica vienen genial para aprender sobre la historia de esos dos países y crean el contexto de los personajes. El libro me enganchó al llegar ya a India y desde ese momento lo estuve leyendo con avidez. Me encantó y lo recomiendo.

 

Transcribo algunos extractos que me han llamado la atención:

 

¨El invierno pasa tranquilamente. Selma prepara su partida. Pese a los consejos de su madre, ha hecho saber, a través de las confidencias a algunas amigas que se han apresurado a repetirlo, que se ha comprometido con un rajá. Ya no le tienen lástima, la envidian. Incluso ha recibido una carta de Wahid felicitándola. Añade: «Espero que me habréis perdonado. No sabéis cuán dura fue para mí esa decisión, dictada por la necesidad. Sois la única mujer a quien he amado. No me repongo a la desventura de haberos perdido.»

No había cambiado: una vez más, hablaba de sí mismo… Lentamente quema la carta, con un poco de tristeza y mucho desprecio¨.

 

¨Selma se ahoga, pero por nada del mundo quisiera estar en otra parte: ¡así que ésta era su nueva patria! Ya lejos de los salones de mármol blanco y de las fuentes del hotel Taj Mahal donde la llevaron a descansar después de bajar del barco, es ahora cuando pisa verdaderamente la India. Con los ojos desorbitados, intenta grabarse el desfile de imágenes que se entrechocan bajo el sol, en un violento abigarramiento de colores: el escarlata de los anchos turbantes de los porteadores que desaparece bajo inestables pirámides de equipajes; el azafrán suntuoso del traje de los «renunciantes»; el rojo y oro de las recién casadas; la grisalla de las nubes de mendigos que se precipitan alrededor de las manchas blancas formadas por las kurtahs inmaculadas de los viajeros de primera clase.

Selma tiene la impresión de que va a estallar de un exceso de belleza, de fealdad… Ya no distingue, no comprende nada de aquella miseria llevaba con soberbia ni de aquella multitud a la vez ingenua y cruel: ¿no ha visto hace un rato caer a un viejo y a la multitud impávida seguir avanzando como movida por el sueño de un ciego?

¿Qué hay detrás de esas frentes oscuras, de esos ojos intensos que la miran? Turbada, se vuelve hacia Rashid Khan, el hombre de confianza del rajá, que la ha recibido a su llegada de Beirut. Ante su pregunta muda -¿cómo plantear un asunto tan general? -, él sonríe tranquilizador.

-No temáis, Alteza. Para todo recién llegado, la India constituye un golpe. Os acostumbraréis.

Y luego añade como para sí mismo:

-Siempre que uno se pueda acostumbrar a lo inexplicable…¨

 

Nos situamos ahora en la India de 1937. De los siguientes tres extractos me llama la atención cómo 85 años después y tras la partición todavía siguen existiendo tensiones religiosas en India. Desafortunadamente el gobierno actual no está contribuyendo a rebajarlas.  

 

¨Amir está actualmente desbordado con la preparación de una reunión de rajás, nababs y grandes propietarios, perjudicados por las recientes leyes sobre los derechos del campesinado. Además, como miembro de la Asamblea Legislativa, debe hacer frente a una serie de problemas nuevos.

Con la euforia de la victoria, el gobierno del Congreso ha tomado algunas medidas inaceptables para una parte de la población: en las escuelas, donde estudian niños de todas las confesiones, ha sido impuesta la bandera del congreso, y el Bandé Mataram ha sido elegido como himno nacional. Esto excita la cólera de los musulmanes, que consideran aquel canto como un insulto al islam y a toda la comunidad. En efecto, la letra de Bandé Mataram fue sacada de una novela bengalí del siglo XVIII en la que los zamindares musulmanes están descritos como tiranos que explotan a los hindúes. El himno mismo es una plegaria a la tierra india, la diosa madre, lo que, desde el punto de vista del islam, es pura idolatría¨.

 

Esa canción Bandé Matarán la conocí el pasado 26 de enero, durante el Día de la República india. De hecho la puse en este video (37¨) que grabé ese día. Fue posteriormente cuando llegué al fragmento anterior y conocí la historia y la controversia de esa canción.

 

¨Lo que sobre todo provoca la tensión es la decisión de imponer la escritura hindi en las escuelas y en las administraciones, conjuntamente con el urdu, empleado desde hace siglos. Además, se ha suspendido el reclutamiento de musulmanes en diversos servicios administrativos, especialmente en la policía, de la que muchos han sido despedidos con pretextos fútiles. El nuevo gobierno ha creído justificado restablecer un equilibrio, de acuerdo a la proporción entre hindúes y musulmanes, sin tener en cuenta las tradiciones y los privilegios adquiridos desde hace siglos por estos últimos.

Pero la gota que ha colmado el vaso, especialmente en las aldeas, es el entusiasmo que ponen ciertas organizaciones hindúes de extrema derecha en convertir a los musulmanes al hinduismo. Según ella, los ochenta millones de musulmanes son en realidad hindúes convertidos a la fuerza. Deben volver a su religión original. Tal como lo explica el Mahasabah: «Los musulmanes de hoy sólo son un paréntesis. El porvenir de la India será el de un Estado nacional hindú, basado en instituciones hindúes.»

Estas organizaciones no reflejan los puntos de vista del Congreso, que se proclama laico, pero el hecho de que no los condene y de que Gandhi, en su fervor por predicar la vuelta a los valores hindúes, califique de «patriotas» a ciertos líderes fanáticos, basta para alimentar el temor de los musulmanes.

Los últimos acontecimientos les han probado que ya han esperado demasiado. Es hora de que se organicen¨.

 

¨Alto, delgado, de cabellos blancos y mirada penetrante, Muhammad Alí Jinnah es impresionante. Muy derecho, avanza hacia la tribuna y, de pie, sin un gesto, comienza a hablar con voz autoritaria y vibrante. La asistencia está cautivada. Sin perder tiempo en inútiles preámbulos, va derecho al asunto.

-Hermanos, al seguir una política exclusivamente hindú, el Congreso ha desdeñado a las masas musulmanas. Ha roto sus promesas electorales y se ha negado a reconocer la existencia de nuestra comunidad y a cooperar con nosotros. Los gobernadores no protegen a las minorías y sus acciones tienden a suscitar enfrentamientos entre comunidades y por lo tanto a reforzar el poder de los imperialistas. Los musulmanes deben recuperar la confianza en sí mismos y no buscar la salvación en la colaboración con los ingleses ni con el Congreso. Los que ingresen en ese partido son traidores.

La ruptura, que estaba latente desde hacía meses, se ha consumado.

Afuera, la multitud se opone con eslóganes contradictorios.

-¡Jai Hind! ¡Viva la India! -gritan unos.

-¡Taxim Hind! ¡División de la India! -responden otros.

Es la primera vez que Selma oye este grito que, años después, se convertirá en una consigna. La idea del poeta filósofo Muhammad Iqbal, de una reunión de los musulmanes de la India en una entidad geográfica autónoma, todavía no ha madurado. El mismo Jinnah estima que no es seria, pero que es un buen procedimiento de presión en contra de la intransigencia del Congreso¨.

 

¨Son las seis y ningún invitado ha llegado: ahora sabe que no vendrán. Seguramente han pensado que sería una provocación, un indecente desquite, ¡el cobarde desafío a un muerto! No han entendido nada: nunca un hombre está más vivo que cuando acaba de morir. ¿Acaso es alguna vez más grande que cuando las lágrimas exaltan hasta la menor de sus victorias, su más trivial gesto de humanidad, borrando sus fracasos, sus mezquindades y sus mentiras?

Debido a una extraña miopía de los que lo sobreviven, todo ser que muere parece excepcional durante algunas horas, algunos días, el tiempo necesario para agotar el llanto¨.

 

¨-Pero -se asombra Selma- ¿cómo fue invitado a casa de lady Fellows que es tan puntillosa con los pedigrees?

-Lo conoció en Nueva York; allí, Kerman es un personaje. Debe de haber pensado que alegraría la velada, y no se equivocó: todas aquellas mujeres revoloteaban alrededor de él como moscas. El mundo cambia, querida. Con todo lo que ocurre hay urgencia por divertirse. Quizás no tengamos mucho tiempo. Algunos dicen que la agitación de los sindicatos nos lleva hacia la revolución, otros predicen la guerra. Seguramente exageran, pero eso hace subir la fiebre. Todos quieren aprovechar el instante y no es malo terminar con algunos prejuicios. Yo encuentro que es sano: deberíamos vivir constantemente al borde de una catástrofe.

Esta mezcla de ardor y cinismo de Marie-Laure le ha gustado siempre a Selma. En otras circunstancias, el lugar de ser una mujer de mundo podría haber sido una gran aventurera.

Desperezándose en el diván, Marie-Laure levanta su copa de naranjada.

-Propongo que bebamos por la guerra, ya que sólo ella puede salvarnos del aburrimiento.

Hacen el brindis entre risas¨.

 

¨El desfile de ese 14 de julio de 1939, sesquicentenario de la toma de la Bastilla, puede comenzar¨.

 

Aquí he tenido que revisar los números ordinales. Calculé que sesquicentenario tenía que ser 150 años, restando 1939 – 1789. Pero por si acaso fui a la RAE para confirmarlo. Posteriormente salió quincuagésimo que me confirmó que debo repasar los ordinales.

 

¨Uno de los acontecimientos de aquel mes de junio fueron las «Bodas de Oro de la Torre Eiffel». La «gran dama» festejaba su quincuagésimo aniversario el mismo día en que el duque de Windsor cumplía cuarenta y cinco años¨.

 

¨Finalmente, el 2 de septiembre, estalla la increíble noticia: Hitler ha invadido Polonia. ¿Francia entrará en guerra? Muchos piensan que debería hacerlo. En Le Figaro, Wladimir d´Ormesson escribe: «Nuestra conciencia está limpia, nuestro deber es claro: venceremos».¨

 

He marcado este párrafo porque mi cumpleaños es el 2 de septiembre, y no sabía que coincide con la invasión de Polonia en 1939. Sin embargo, revisando ese dato parece que fue el 1 de septiembre.

 

Terminado ¨De parte de una princesa muerta¨ empiezo del tirón con la segunda parte, ¨Un jardín en Badalpur¨. Esto dice la contraportada, a ver qué tal está:

 

¨Decía Kenizé Mourad en el epílogo de su primer libro:

 

«Así termina la historia de mi madre. Poco tiempo después de su muerte, un visitante se presentó en el consulado de Suiza. Era Orhan, el primo de Selma. En su tarjeta de visita había escrito simplemente: ¨De parte de la princesa muerta¨.

Avisado por vía diplomática, el rajá supo que tenía una hija. Como las comunicaciones entre la India, colonia inglesa, y la Francia ocupada, estaban interrumpidas, no pudo hacerla volver a Badalpur: Fue mucho después de la guerra cuando se encontraron. Pero ésa es otra historia.»

 

Al cabo de diez años la autora nos ofrece esa otra historia, Un jardín en Badalpur. Desplegando sus ya conocidas dotes de narradora -y toda su ternura y su vigor social y político; su empuje temperamental, su inmenso caudal de experiencia y su prodigioso acopio documental-, Kenizé Mourad nos cuenta con tremenda honradez la apasionante historia de Zahr, la protagonista, y su padre, Amir, que Zahr sólo conoce a sus veinte años. Centrada en el mundo de la India paterna, la novela narra la lucha de Zahr por hacerse, a la muerte de Amir, con esa pequeña parcela llamada el Jardín de la Sultana -el jardín que Amir había regalado a Selma, la sultana, madre de Zahr- como único trozo de tierra propio en el mundo.

Y junto con las insólitas vicisitudes personales de una huérfana en busca de una familia -y el sorprendente reencuentro afectivo/amoroso con Amir-, surge el inmenso panorama de una India atenazada por la lucha fanática de los hindúes contra los musulmanes en el marco de la más aborrecible discriminación contra la mujer y la más absoluta miseria tercermundista.

Una obra literaria irresistible en la que lo individual queda amalgamado con lo social y con lo político sin puntos de sutura¨.

 

Ayer fui a la Feria del Libro de Delhi. El país invitado es Francia, y entre otros autores de renombre se ha traído a la más reciente Premio Nobel de Literatura 2022 Annie Ernaux para la inauguración. Tiene 82 años, uno menos que Kenizé Mourad, la autora de estos libros que también es francesa. ¡Hubiera estado genial haberla visto en esta feria! En su día ya marcó esta casilla, asistiendo a la edición de la Feria del Libro de Delhi en 2013.

Libros: ¨Las montañas de Buda¨ -Javier Moro-

Libros: ¨Las montañas de Buda¨ -Javier Moro-

Dice así la contraportada:

 

¨Monjes budistas de quince años que se atreven a desafiar a los invasores chinos, niños que son reencarnaciones de dioses, adolescentes heroicos y ancianos de leyenda, torturadores y sabios ermitaños, policías corruptos y guerreros nómadas… Las montañas de Buda cuenta lo que se niega a desaparecer al otro lado del Himalaya: el espíritu de la resistencia, la fe, el alma del Tíbet. Es la historia verídica de dos mujeres jóvenes que se unen a un grupo de refugiados para cruzar, de noche y a pie, las cumbres más altas del mundo. Es la historia del Dalai Lama, que dedica su vida a mantener viva la llama de la esperanza. Es la historia reciente del Tíbet. Y es, ante todo, la prueba de que la fuerza bruta no puede destruir el espíritu humano¨.

 

Sobre el autor:

 

¨Javier Moro Lapierre (Madrid, 1955) colabora desde muy joven en medios de prensa nacionales y extranjeros. Ha trabajado como investigador en varios libros de Dominique Lapierre y Larry Collins. Coproductor y coguionista de las películas Valentina y Crónica del alba, ambas basadas en la obra de Ramón J. Sender, estuvo seis años en Estados Unidos desarrollando proyectos de cine y televisión, uno de ellos con Ridley Scott.

Su primer libro, Senderos de libertad (Seix Barral, 1992), una epopeya de la defensa de la selva amazónica, ha sido objeto de ocho ediciones en España y cuatro en América Latina. Su segundo libro, El pie de Jaipur (Seix Barral, 1995), se encuentra ya en su séptima edición y ha sido publicado en Francia. Es autor de un ensayo sobre la pobreza en el mundo que publicará Galaxia Gutenberg en 1998¨.

 

Este libro se publicó en 1998. Su carrera como escritor continuó imparable, ganando el Premio Planeta 2011 con ¨El imperio eres tú¨. De Javier Moro he leído anteriormente tres novelas: Era medianoche en Bhopal (2001, co escrito con Dominique Lapierre), Pasión India (2005) y El sari rojo (2008).

 

La razón principal por la que elegí leer esta novela es que estando en India tengo intención de visitar un día Dharamsala, donde se encuentra el Gobierno tibetano en el exilio y es la residencia del decimocuarto Dalai Lama, Tenzin Gyatso, quien fue Premio Nobel de la Paz en 1989. Este fue el motivo: «[Por] su lucha en pro de la liberación del Tíbet [y] consecuentemente haberse opuesto al uso de la violencia. En cambio, él ha abogado por soluciones pacíficas basadas en la tolerancia y el respeto mutuo a fin de preservar el patrimonio histórico y cultural de su pueblo».

 

La escuela en la que trabajo recibe de vez en cuando visitas ilustres y el 8 de abril de 2016 estuvo en el colegio Tenzin Gyatso, XIV Dalai Lama, lo que es un grandísimo honor. También durante 5 años visitó la escuela el XVII Karmapa lama (2009, 2012, 2013, 2014, 2015).

 

La novela es muy interesante, y muy triste leer sobre la situación del Tíbet tras la invasión China. Ya conocía la situación, antes de visitar el Tíbet en 2013 me documenté bastante.

 

Es una novela en la que aprendes sobre el budismo, sobre la vida del Dalai Lama y sobre la tragedia que a día de hoy sigue viviendo el pueblo tibetano. También, como amante de la montaña, me fascinó leer cómo los refugiados tibetanos atraviesan los Himalayas para ir a Nepal, en condiciones extremas. En este libro se recoge la historia real de algunos refugiados.  

 

La novela también habla sobre el Lama Thubten Yeshe. Reproduzco este párrafo que aparece bajo una de las fotografías del libro:

¨Lama Thubten Yeshe tomó la decisión de su vida cuando optó por el exilio. En la India, junto a otro millar de monjes, fue escogido por su gran erudición para salvar, en la medida de lo posible, la herencia religiosa y cultural del Tíbet. Más tarde, su habilidad para hacer comprensible y atractivo el budismo a los occidentales se plasmó en la creación de una fundación que extendió sus actividades por todo el mundo con fulgurante rapidez. Su reencarnación, la encontrarían sus seguidores en el niño granadino Osel Hita Torres. Hoy día, Lama Osel vive y estudia en el sur de la India, en una réplica del monasterio de Sera¨.

 

Bien, este libro se escribió en 1988, hace ya 25 años. Osel no siguió la carrera religiosa y el 23 de octubre de 2022 apareció en la portada del suplemento dominical XL Semanal, con el título ¨Osel, la increíble vida del niño lama español¨ y un subtítulo bastante llamativo: ¨He estado viviendo en la calle¨. Se ha estrenado también un documental en HBO sobre su vida que espero ver en algún momento.

 

Otro gran libro de Javier Moro. Espero que pronto vuelva a sacar algo sobre la India.

¨Manual (in)falible de animación a la lectura¨ -Ruth Ibáñez Ámez-

¨Manual (in)falible de animación a la lectura¨ -Ruth Ibáñez Ámez-

Dice así la contraportada:

 

¨Educar y criar lectores es uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos docentes y familias en los tiempos que corren. Competimos con muchas distracciones, incluida la tecnología, pero sabemos que la afición a la lectura es el mayor regalo que podemos hacerles: nada iguala el inmenso placer de sumergirse en una historia.

 

Este manual recoge actividades, ideas y consejos para que los y las peques de nuestro entorno devoren libros. Veinticinco años en el aula me han permitido poner estas técnicas a prueba y, aunque ninguna es infalible, todas han funcionado en distintos momentos y con distintos grupos. Ahora las comparto contigo, con la esperanza de que a ti también te sean útiles¨.

 

Nota bibliografía sobre la autora:

 

¨Ruth Ibáñez Ámez (Vitoria-Gasteiz, 1975) es diplomada en Magisterio y licenciada en Filología Inglesa. En sus 24 años de carrera en Educación, ha sido tutora en Primaria, especialista en Inglés, directora de un CEIP en su ciudad natal y participante en el programa de Profesores Visitantes del MECD en Estados Unidos durante diez años. En estos momentos trabaja en Texas como maestra bilingüe en una escuela pública.

 

Su faceta como escritora empezó en 2016 con la novela Armarios y fulares, una comedia romántica basada en su experiencia en California. Después llegaría el libro Profe, una pregunta, publicado por Plataforma Editorial, en el que se exponen todas las dudas que surgen en nuestra profesión a lo largo de los años. En 2019 vería la luz Antes de que todo se rompiera, una novela juvenil que trata muchos de los temas que preocupan a los adolescentes.

 

Si quieres tener acceso a más actividades, artículos sobre educación y materiales para el aula, puedes pasarte por el blog Escribir en tiempos de Google (www.ruthibanez.com), donde además podrás ponerte en contacto con la autora¨.

 

En la bibliografía queda por señalar una obra posterior, ¨Graciana¨, que me encantó y os recomiendo.

 

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Otro libro de Ruth Ibáñez que me ha encantado. Para empezar, al igual que en ¨Profe, una pregunta¨, el tono con el que escribe es de humildad y lo hace con un gran sentido del humor. Estos dos títulos están principalmente orientados a profesores. Y Ruth no se dedica a sentar cátedra, sino a contarnos su experiencia docente, comentando lo que a ella le ha funcionado y lo que no para según qué objetivos. Lo hace de una manera muy clara y reflexiva, insistiendo en que no tiene la verdad, que cada maestrillo tiene su librillo y que también todos nos podemos equivocar. Ese tono, para empezar, le da mucha credibilidad. Es una escritora que vive en el aula, al contrario de gurús y consultores educativos que te dicen lo que hay que hacer, planes sin fisuras, habiendo colgado la tiza ni recuerdan cuando y alejados de la realidad. Son libros que un profesor se siente cómodo y a gusto leyendo porque estamos hablando de lo mismo, de las dificultades reales del día a día.

Lo del sentido del humor en los libros de Ruth va de serie, y leyendo este se me han escapado de vez en cuando algunas carcajadas mientras leía en clase, durante FUR (luego explicaré de qué va eso). Aquí va un ejemplo: una parte del libro está orientado a promover la afición a la lectura en Primaria, otra en Secundaria, otra en casa. Dice que las profesoras de Primera lo pueden tener más fácil que con los alumnos de secundaria, porque para los peques las maestras son semidiosas. Lo expresa de esta manera:

¨Si eres una maestra intentado inculcar en tu alumnado la pasión por la lectura, enhorabuena, eres quien más fácil lo tiene.

Fácil nivel «si no necesitas gafas y tienes una ingeniería, es más fácil ser astronauta», tampoco te emociones¨.

 

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En el cole en el que trabajo, afortunadamente, se están haciendo muchísimas cosas buenas para fomentar la lectura, e indico algunas de ellas.

 

1.- Club de lectura para estudiantes:

 

Es voluntario. Los chavales que se apunten leen el mismo libro y quedan para comentarlo con la bibliotecaria dirigiendo un poco la discusión. El último que sé que han leído es ¨Posted¨, de John David, una historia que muestra la importancia de las palabras y cómo las usamos, especialmente en la middle school.  

 

2.- ¨La batalla de los libros¨.

 

También voluntario. Esta es una competición internacional entre diferentes escuelas internacionales, en las que participan:

--- American Embassy School (la mía, en Delhi, India).  

--- International School of Dhaka (en Bangladesh).

--- American School of Dubai (en Emiratos Árabes Unidos).

--- American Community School de Abu Dhabi (en Emiratos Árabes Unidos).

--- American British Academy de Muscat (Omán).

 

Los estudiantes se apuntan y se hacen equipos, que para el semestre que viene tienen que leer estos 10 libros:

-City Spies de James Ponti.

-Wink de Ros Harrell.

-Wildfire de Rodman Philbrik.

-The Last Mapmaker, Christina Soontornvat.

-Alone, de Megan Freeman.

-Ophie´s Ghosts, de Justina Ireland.

-When You Trap a Tiger, de Tae Keller.

-The Genius under the Table, de Eugene Yelchin.

-Last Day on Mars, de Kevin Emerson.

-Aru Shah and the End of Time, de Roshani Chokshi.

 

Los libros los tenemos disponibles en la biblioteca, y los estudiantes que participan se los pueden llevar a casa estas vacaciones de Navidad. Los estudiantes se organizan como quieran en los equipos, uno podría leer un libro, otro estudiante cinco, y entre todos los diez. La competición empezará en enero y terminará en mayo de 2023. Se transmite el mensaje de que leer está guay, hay gente de tu edad que hace lo mismo, y es divertido.

 

3.- Visita de autores.

 

Es algo que ocurre de vez en cuando, y durante la pandemia se hizo online. Recuerdo por ejemplo el Zoom con la escritora Laurie Halse Anderson.

 

4.- Biblioteca actual con temas que interesen a nuestros estudiantes.

 

Los libros de la biblioteca del cole se renuevan constantemente, trayendo un montón de novedades. Es un lugar muy agradable.

 

5.- Librería en el campus.

 

Esto ocurre dos veces al año, antes de Navidades y verano. Kool Skool es una librería en India, como Fnac o La Casa del Libro, y lo que hace en estas fechas es traerse parte de la librería al campus. Con lo que los padres, estudiantes y profes pueden comprar libros muy atractivos (obviamente traen cosas que interesan) sin tener que desplazarse.

 

6.- Youtubers hablando sobre libros.

 

Mencionaba Ruth la importancia de que los estudiantes escuchen a gente que habla su mismo idioma. Podemos recomendar un libro a nuestros chavales y que no nos hagan ni caso, pero si se lo recomienda alguien que sabe llegar a ellos más directamente (principalmente por lo del desfase generacional), le pueden hacer caso. Y me gustaría compartir aquí el canal de un estudiante que se dedica en sus ratos libres a eso, a hablar y recomendar los libros que lee: Super Cooper Stories.

 

7.- Lectura durante el horario escolar.

 

En nuestro horario tenemos dos días a la semana de lectura durante treinta y cinco minutos. Se llama FUR, Free Uninterrupted Reading = Lectura Ininterrumpida Libre. Y lo de libre, quiere decir que cada estudiante quiere elegir lo que quiere leer. Puede ser un cómic, un libro que tenga que leer para su clase de inglés, lo que le apetezca leer en ese momento. A mí me encanta leer y estos momentos son de mis favoritos de la semana. Siempre, al principio del año, los estudiantes te toman la medida, de cómo eres de permisivo, de si te tomas esto en serio o no. En mi caso enseguida ven que estos treinta y cinco minutos son sagrados: no habla nadie, cada uno a su libro y a disfrutar. Y yo predicando con el ejemplo, claro. No se permiten dispositivos electrónicos porque a esta edad sabemos dónde acaban. A principio de curso a alguno siempre se le olvida un libro, o dice que se le ha olvidado con la excusa de irse a la biblioteca a por uno (irse por el viaje, no por el destino). Lo siento, chavales, si no has traído libro vas a leer esto que te doy, que no creo que te guste tanto como lo que podrías traer, y ya verás como el próximo día te acuerdas. Y así suele ser. Normalmente suelo ser muy flexible en mis clases. En FUR, los estudiantes saben que hay unas expectativas muy altas, en cuanto a hacer lo que tienen que hacer, que es leer. Y lo que noto es que después de ver ellos lo que hay y que justo en esta clase y con este profesor no pueden combatir al sistema, lo hacen con gusto. Encuentran algo que les motive, visitando la biblio en sus ratos libres o del modo que sea, y yo creo que pasan un buen rato, porque cuando levanto la cabeza de lo que estoy leyendo los veo inmersos en sus lecturas. Una vez terminados esos 35 minutos sagrados sí que suelo comentar con ellos lo que están leyendo, me interesa ver por dónde va cada uno.

 

Se dan oportunidades para que los estudiantes le cojan afición a la lectura. Luego lo de siempre, puedes llevar un caballo al agua pero no puedes obligarle a beber. Pero por lo menos, has creado las circunstancias.

 

Y bueno, volviendo al libro de Ruth. Muy muy recomendable, me ha gustado mucho.

4 de diciembre de 2022 – Fallece a los 91 años el escritor Dominique Lapierre.

4 de diciembre de 2022 – Fallece a los 91 años el escritor Dominique Lapierre.

Leo con pena que ayer falleció el escritor Dominique Lapierre, a los 91 años. Lo conozco por sus obras sobre la India, que considero imprescindibles para cualquiera que quiera conocer mejor este maravilloso país. ¨La ciudad de la alegría¨, ¨Era medianoche en Bhopal¨, ¨Esta noche la libertad¨ y ¨Más grandes que el amor¨ son libros que me han tenido completamente enganchado desde la primera página y que recomiendo. Poco a poco seguiré leyendo el resto de sus trabajos, comenzando por ¨India mon amour¨ que lo tenía en mente.

 

No se limitó a escribir sobre la India sino que se involucró en programas de ayuda humanitaria, creando fundaciones y dedicando gran parte de los derechos de autor de sus libros a mejorar las vidas de muchas personas en situación de necesidad en India. De hecho, en 2008 recibió por ello la más alta condecoración civil en India, el Padma Bhushan.

 

¡Gracias por todo! ¡Que la tierra te sea leve!

 

Libros: ¨Revolución¨, de Arturo Pérez-Reverte.

Libros: ¨Revolución¨, de Arturo Pérez-Reverte.

Tenía muchas ganas de leer la última novela de Arturo Pérez-Reverte porque trata de la Revolución mexicana. Y es algo en lo que estoy interesado, ya que mi bisabuelo, con mi abuelo de 16 años y el resto de su familia, se volvieron a España desde México por esa razón, allá por 1925. Podéis leer esta historia familiar en la novela ¨La Escondida¨ de Pello Guerra, que os recomiendo.

 

La novela de Pérez-Reverte me ha encantado porque me ha ayudado a comprender mucho mejor el contexto que tuvieron que vivir en aquella época, entendiendo mejor a los protagonistas principales. Entretiene y aprendes, así que combo perfecto.

 

Dice así la contraportada:

 

¨La nueva novela de Arturo Pérez-Reverte.

Un hombre, tres mujeres y una revolución. Un viaje al corazón humano y a la aventura¨.

 

¨Ésta es la historia de un hombre, tres mujeres, una revolución y un tesoro. La revolución fue la de México en tiempos de Emiliano Zapata y Francisco Villa. El tesoro fueron quince mil monedas de oro de a veinte pesos de las denominadas maximilianos, robadas en un banco de Ciudad Juárez el 8 de mayo de 1911. El hombre se llamaba Martín Garret Ortiz y era un joven ingeniero de minas español. Todo empezó para él ese mismo día, cuando desde su hotel oyó un primer disparo lejano. Salió a la calle para ver qué ocurría y a partir de ese momento su vida cambió para siempre…

 

Revolución es mucho más que una novela sobre los dramáticos acontecimientos que sacudieron la república mexicana en el primer tercio del siglo XX. Es un relato de iniciación y madurez a través del caos, la lucidez y la violencia: el asombroso descubrimiento de las reglas ocultas que determinan el amor, la lealtad, la muerte y la vida¨.

 

«Toda mi vida escuché en mi casa la historia de aquel amigo de mi bisabuelo, ingeniero de minas, que trabajó en México en plena revolución. Ese recuerdo remoto me ha aproximado a mi propia relación con la aventura y me ha llevado a escribir esta historia. Es una novela de iniciación y aprendizaje y es, de algún modo, mi propia biografía de juventud. Es mi Flecha de oro».

-Arturo Pérez-Reverte-

 

Sobre el autor:

 

¨Arturo Pérez-Reverte, que a finales de los años sesenta se adiestró en actividades subacuáticas en el Centro de Buceo de la Armada de su ciudad natal, Cartagena (España), traslada parte de su experiencia a esta novela basada en hechos reales. Reportero de guerra durante veintiún años, cubrió dieciocho conflictos armados para los diarios y la televisión.

 

Con más de veinte millones de lectores en el mundo, traducido a cuarenta idiomas, muchas de sus obras han sido llevadas al cine y la televisión. Hoy comparte su vida entre la literatura, el mar y la navegación. Es miembro de la Real Academia Española¨.

 

Empieza con esta cita extraída de la novela ¨La fecha de oro¨ de Joseph Conrad, escritor muy admirado por Pérez-Reverte.

 

¨Ya sé a dónde te ha empujado la vida. Tú mismo elegiste tu camino. Pero a los que dejaste atrás nos pareció que te internabas por un desierto sin senderos. Te tuvimos siempre por un hombre al que había que dar por perdido. Pero has vuelto a aparecer, y aunque quizá no volamos a encontrarnos, mi memoria te da la bienvenida, y te confieso que me gustaría conocer los incidentes del camino que te llevó a donde ahora te encuentras¨.

 

Al final Revolución esta cita cobra mucho más sentido.

 

Reproduzco algunos párrafos que me han llamado la atención:

 

¨-No sé -dijo Martín por fin.

Logan esbozó una sonrisa que la luz de la fogata hacía lúgubre.

-Tendría su negra gracia que le peguen un tiro antes de pensarlo del todo.

-Ésas son las cosas de la suerte -suspiró filosófico Garza-. Las balas las disparan los hombres y las reparte Dios¨.

 

¨-Oiga, amigo.

-Diga, mayor.

-No le pregunté, pero ya hay confianza… ¿Tiene mujer o novia, aquí o en España?

Guardó silencio un instante, pensativo.

-Había alguien allí -repuso al fin-. Pero las cartas se fueron espaciando.

-¿Las de usté o las de ella?

-Las de ella, principalmente. La distancia y el tiempo matan muchas cosas.

-Ésa es la verdá pelona, sí. Más que las balas…¨.

 

¨A esas horas de la noche, en el insomnio, el joven ingeniero se creía sincera, definitiva, completamente enamorado. Habría sido difícil discutírselo, porque estaba en una edad en la que aún era posible experimentar seducciones inmediatas, fascinaciones y flechazos que, de improviso, parecían arrebatar el corazón para toda la vida. Que cambiaban de manera inesperada la percepción del pasado, el presente y el futuro.

Ya había rozado antes esa clase de sentimientos. Enamorarse, o creer estarlo, no era nuevo. Juegos infantiles y escarceos de juventud prepararon el camino, y la relación extinguida en fecha reciente lo había acercado a la palabra amor con sus compromisos y consecuencias. Una relación canónica: presente adecuado, planes de futuro con los requisitos sociales y morales al uso, respeto mutuo y la paciencia acostumbrada. Todo lo esperable en un compromiso formal en España y el mundo civilizado. Sin embargo, promesas, sentimientos, deseos, se habían diluido en el tiempo y la distancia. Por fortuna para Martín -para su conciencia y paz interior-, había sido la otra parte quien se cansó de esperar. Tras un vago ultimátum que él había fingido no advertir, ella espació sus cartas hasta interrumpirlas por completo. Todo se había extinguido de forma irreprochable, serena, sin arrebatos ni estridencias. Un final razonable entre personas educadas¨.

 

¨-No te quedarás en México, ¿verdad?

Lo dijo inesperadamente, y no era del todo una pregunta. Hizo el joven un ademán evasivo.

-No sabría decirte… Durante algún tiempo sí, desde luego.

-¿Y después?

-Aún falta mucho para después.

-No. Nunca falta mucho para nada¨.

 

¨Seguir su consejo no era fácil. A la molestia del polvo se sumaban los bocinazos que Silverio hacía sonar en las curvas sin apenas visibilidad, que eran muchas, y las canciones mexicanas que tarareaba para mantenerse despierto:

Díjome una mariposa

que no fuera bandolero,

que no me casara chico

y viera el mundo primero¨.

 

¨Dijo eso con frialdad casi técnica y encogió los hombros.

-Hormigas -concluyó- bajo la bota de un azar desprovisto de sentimientos¨.

 

¨Se podía ser feliz, decidió de pronto con íntimo desconcierto, incluso en el peligro y el caos. Incluso pasando frío en una posada de mala muerte, junto a una mujer apenas conocida y con un revólver en el bolsillo¨.

 

¨En otras circunstancias habría analizado los pasos finales que daba en la vida con la curiosidad racional, instintiva a veces, que orientaba cada uno de sus actos y pensamientos. Pero esa noche, última en su última hora, estaba muy cansado; demasiado confuso para que lo inminente, o inevitable, lo descompusiera. Todo parecía una pesadilla absurda de la que era necesario salir de algún modo. Y en ese momento, morir era una forma tan buena como cualquier otra de evadirse. De tumbarse, por fin, y descansar¨.

 

¨Voy a morir casi a oscuras en un rincón perdido del mundo, y me van a matar hombres cuyos nombres no conozco, de lo que apenas he visto las caras. Y nada de cuanto en el resto de mi vida habría sido posible podrá ocurrir ya¨.

 

¨Se pasó Villa una mano por el pelo crespo, como si le picasen parásitos que el baño caliente no hubiera eliminado. Después se rascó el cuello poderoso en lo entreabierto de la camisa.

-¿Saben qué pensaba ayer en la batalla, cuando llovían puros trancazos y nuestra gente caía subiendo los cerros?... Pos pensaba que ahí luchaban hombres que querían ganar contra otros que no querían que les ganaran, y que muchos morirían sin saber quiénes ganaron y quiénes perdieron.

Se quedó callado un momento. Cogió un cuchillo de la mesa, probó el filo en la palma de una mano y puso el cubierto a un lado, con desdén.

-Así es la revolución -comentó al fin-. Se hace matando… La ganas cuando matas más que el enemigo, y la pierdes cuando matas menos. Y sólo con muertes y más muertes progresa la causa del pueblo. Así que, ni modo. En llegada la hora, igual que matas hay que saber morirse¨.

 

¨-A ver si tienen razón y acaba todo este desmadre. Llevo un costal de veces prometiéndole a mi Maclovia un ranchito pa vivir como personas. Y no pido que me den, sino que me pongan donde hay… Qué menos, después de tanto sufrimiento y tanto pelear, ¿no cree?¨.

 

¨-Como usted mismo dice, mayor, no hay loco que coma lumbre¨.

 

¨Se encogió el joven de hombros. No deseaba pensar en eso, que lo llevaba a reflexiones incómodas. Le cuadraba más vivir día a día, sin cálculos ni planes. Sin distraerse de la intensa realidad que lo circundaba. Había descubierto que con poco esfuerzo podía desconectar el futuro del presente; como una deuda por saldar cuando llegara el vencimiento, pero que no quería tener en la cabeza. A diferencia de Genovevo Garza y tantos otros, él no anhelaba que terminase aquello. Andaba ebrio de México y prefería no pensar en la resaca¨.

 

¨-Ah, pos -repuso al fin el de la carabina-. ¿Y qué hace vestido así, tan de chilindrín?

Sonrió Martín, aunque lo justo. Ante un mexicano armado, sonreír era un arte. Hacerlo de más o de menos, a riesgo de levantar suspicacias, era como jugar a las siete y media. Si te quedabas corto, malo; si te pasabas, peor¨.

 

¨Sonrió Martín.

-Ya lo dicen ustedes los mexicanos. Cuando te toca, ni aunque te quites; y cuando no te toca, ni aunque te pongas¨.

 

Otro buen libro de Pérez-Reverte, sin duda recomendable.

 

Libros: ¨Esta noche, la libertad¨ -Dominique Lapierre y Larry Collins-.

Libros: ¨Esta noche, la libertad¨ -Dominique Lapierre y Larry Collins-.

Esta crónica del año en que India obtuvo su independencia me ha parecido espectacular, lo he disfrutado muchísimo. Dice así la contraportada:

 

¨Este libro es la crónica de un año. Pero de un año que cambió la faz de Asia. Y es también, sobre todo, la vida del hombre que lo hizo posible: el Mahatma Gandhi.

La imagen de este hombrecillo delgado, de expresión tímida y ademanes tranquilos ni por asomo sugiere la tenacidad, la fortaleza moral, el tremendo poder de convicción que albergaba aquel cuerpo enjuto.

Fue Gandhi quién se enfrentó al gigante británico, quien lo desafió y derrotó, utilizando para ello una estrategia en la que no se sabe qué admirar más, si su carácter inmensamente ético o la fuerza rotunda de las armas que empleó: la humildad, la sinceridad, el pacifismo a ultranza.

La victoria de Gandhi, conseguida a copia de constancia y entrega, de voluntad inquebrantable, materializó la independencia de la India y constituyó la libertad para 400 millones de seres.

Lapierre y Collins han sabido extraer y mostrar lo que de colosal tuvo esta frágil figura, que parece resaltar especialmente sobre un mundo bullente, sórdido, abigarrado, fascinante, cruel y humano. Un retazo de historia, más insólito que la mejor novela, monumento vivo a una de las mayores personalidades del panteón de la libertad humana.

A un profeta de la no violencia a quien también el cine ha rendido el homenaje de una superproducción formidable, ganadora de ocho Oscars¨.

 

La historia de la partición de India y el desastre que supuso las barbaridades cometidas entre diferentes comunidades religiosas es algo que ya conocía a través de lecturas o a través de esa película de Gandhi, que es impresionantes. Volver a leer sobre ello en este libro no por ello impresiona menos.

 

En la portada del libro aparece la imagen de Gandhi y en la contraportada parece que la historia trata sobre él. El personaje de Gandhi obviamente es importante, pero la historia profundiza mucho sobre otros protagonistas de este periodo histórico, de los que he aprendido mucho:

 

-Lord Mounbatten, el que fuera el último virrey de la India, encargado de gestionar el proceso de independencia. Su mujer, Lady Mountbatten, también aparece bien reflejada y fue una mujer íntegra involucrada en causas sociales.

 

-Sir Cyril Radcliffe: A este famoso abogado se le encargó la compleja tarea de, en los mapas, particionar la India para crear el nuevo país Pakistán. Curiosamente, para evitar favoritismos e influencias, buscaron a una persona que no tuviera relación previa con la India. Radcliffe nunca había estado allí y no había intervenido jamás en ningún acuerdo jurídico que involucrara a India, y esta fue la razón por la que recibió ese difícil encargo.

 

-Jawharlal Nehru: Fue el Primer Ministro de la India, padre de Indira Gandhi. Su historia ya me era familiar por otras novelas.

 

-Mohammed Ali Jinnah: Fue el Primer Ministro de Pakistán y el hombre clave para que se produjera la participación del país. La idea de Louis Mountabatter, Ghandi o Nehru nunca fue la de partir la India, pero la inflexibilidad del representante de la Liga musulmana no dejo otra salida.

 

Sobre los autores dice lo siguiente la contraportada:

 

¨Eran dos periodistas de choque, en la cima de su prestigio y con un formidable historial, que los caracterizaba como reporteros y corresponsales de esos que, ¨casualmente¨, siempre están en el punto donde surge la noticia de gran impacto. Se conocieron en 1954 y adoptaron la decisión de dejar un poco de lado el periodismo para iniciar una colaboración literaria que, al publicarse su primer libro, ¿Arde París?, resultó gloriosa.

Dominique Lapierre (nacido en París, el año 1931) y Larry Collins (natural de West Hartford, Connecticut, desde 1930) acordaron celebrar el éxito tomándose unas vacaciones en Málaga. Entonces, para aprovechar su estancia en España, la revista Reader´s Digest les encargó un reportaje sobre ¨El Cordobés¨. Y se produjo el segundo triunfo literario: … O llevarás luto por mí.

Lapierre y Collins comprendieron que habían encontrado la clave del éxito y continuaron aplicando la misma fórmula de trabajo en sus obras siguientes: Esta noche, la libertad, ¡Oh, Jerusalén!, El quinto jinete…

Cinco títulos que forman hoy por hoy su bibliografía y de cada uno de los cuales se han vendido hasta la fecha, en todo el mundo, un promedio de tres millones de ejemplares¨.

 

De Dominique Lapierre había leído anteriormente ¨Más grandes que el amor¨, ¨La ciudad de la alegría¨ y ¨Era medianoche en Bhopal¨, co escrito este último con Javier Moro Lapierre, Premio Planeta 2011 y sobrino de Lapierre. Estos dos autores han escrito novelas maravillosas sobre la India.

 

Extraigo aquí párrafos -muchos- que me han llamado la atención:

 

¨En su celda, Gandhi iba a descubrir la segunda obra profana que habría de ejercer una profunda influencia sobre su pensamiento: el ensayo del escritor americano Henry Thoreau ¨El deber de la desobediencia civil¨. Thoreau se rebelaba en ella contra la complacencia de su Gobierno respecto a la esclavitud y contra la guerra injusta que libraba en México. Afirmaba que un individuo tiene derecho a no cumplir leyes arbitrarias y negar su sumisión a un régimen cuya tiranía se ha vuelto insoportable. Tener razón, decía, es más honorable que ser respetuoso con las leyes¨.

 

Las otras dos obras que le influyeron fueron ¨Unto This Last¨, de John Ruskin, y ¨El reino de Dios está en vosotros¨ de León Tólstoi.

 

La India se partió en dos estados: India y Pakistán. Pero por la mayoría musulmana que existía en lo que es ahora Bangladesh se decidió que Pakistán lo formarían el actual Pakistán y Pakistán Oriental, que en 1971 pasó a ser Bangladesh. No entiendo cómo se pudo hacer eso, porque no tenía ningún sentido. Un mismo país separado por 2.000 kilómetros de distancia, teniendo que pasar por India para conectar una parte y otra. No sé, no hace falta ser un experto en geopolítica para prever el desastre. Pero con Jinnah era imposible negociar:   

 

¨Mountbatten no por ello quedaba menos convencido de que estaba condenado a desaparecer el Pakistán de dos cabezas de Mohammed Ali Jinnah. ¨Antes de un cuarto de siglo -predecirá a un amigo indio-, la Bengala Oriental destinada al estado de Jinnah habrá abandonado el Pakistán.¨ La guerra de Bangla Desh, en 1971, demostraría que en su profecía se había equivocado solamente por un año¨.

 

La distribución geopolítica de la India no era en absoluto un tema sencillo. Independientemente de las religiones, existían dos Indias bajo la dominación inglesa: La India de las provincias, administrada desde la capital, Nueva Delhi, y la India de los 565 Estados principescos; 565 maharajás, rajás y nababs reinaban todavía como soberanos hereditarios y absolutos sobre un tercio del territorio de la India y un cuarto de su población. Tenían estos una especie de Fueros:

 

¨La anacrónica situación de los príncipes indios tenía sus orígenes en la conquista accidental del país por Gran Bretaña. Los soberanos que habían recibido a los ingleses con los brazos abiertos, o los que se mostraron leales adversarios en el campo de batalla, fueron autorizados a conservar su trono con la condición de que reconocieran a Inglaterra como potencia soberana. Este principio debía ser ratificado mediante tratados separados entre cada monarca y la Corona británica. Los príncipes aceptaron la soberanía del rey- emperador, representado por el virrey, abandonándole el control de sus asuntos exteriores y de su defensa. Como contrapartida, recibieron la garantía de su autonomía interior¨.

 

Ahora que a India se le daba la independencia había que ver qué pasaba con estos 565 pequeños estados, algunos minúsculos y de poca importancia, otros como Hyderabad o Cachemira tan grandes y poblados como las grandes naciones de Europa.

 

Leer sobre las extravagantes vidas de los marajás es siempre interesante y aquí no puedo evitar copiar unas cuantas páginas relacionadas con ello porque son entretenidísimas, muy informativas y  difíciles de creer:

 

¨Los maharajás y nababs de la India formaban una aristocracia tan fuera de lo común que a Rudyard Kipling le parecía que «estos hombres habían sido creados por la Providencia para suministrar al mundo decorados pintorescos, historias de tigres y espectáculos grandiosos». Poderosos o humildes, ricos o pobres, pertenecían a una raza excepcional cuyos miembros habían alimentado las fabulosas leyendas de una India condenada ahora a desaparecer. Los

relatos de sus vicios y virtudes, de sus extravagancias y prodigalidades, de sus caprichos y excentricidades, habían enriquecido el folklore de los hombres y maravillado a un mundo sediento de exotismo y de fascinación. Los maharajás atravesaban la vida sobre la alfombra volante de un cuento oriental. La época de su gloria terminaba, pero era de temer que, después de ellos, el mundo se aburriese.

Estos mitos no afectaban, en realidad, más que a un número ínfimo, aquellos a quienes la riqueza, la ociosidad y una imaginación particularmente fértil permitían entregarse a las locuras más delirantes. Estos extravagantes aristócratas compartían ardientes pasiones: la caza, los deportes, los automóviles, sus palacios, sus harenes y, por encima de todo, el culto a las joyas.

Este culto era en ellos de naturaleza semirreligiosa. Atribuían a las piedras preciosas una esencia mística provista de inmensos poderes. Así, los diamantes contenían, creían ellos, maras, es decir, fuerzas femeninas susceptibles de aumentar la potencia sexual. La elección y el tamaño de las piedras eran definidos por los astrólogos en función de su horóscopo y de su carácter.

El maharajá de Baroda profesaba una veneración fetichista al oro y a las piedras preciosas. Tan sólo una familia tenía el privilegio de tejer con hilo de oro sus túnicas de ceremonia. Las uñas de estos tejedores estaban cortadas en forma de púas de peine, a fin de lograr la perfección del tejido. Su colección de diamantes comprendía el famoso «Estrella del Sur», el séptimo diamante del mundo por su tamaño, y el «Eugenia», que había sido regalado por Napoleón III a su esposa después de haber pertenecido a Potemkin, el favorito de Catalina la Grande de Rusia. Pero las piezas más admirables de su tesoro eran un conjunto de tapices enteramente hechos de perlas adornadas con motivos de rubíes y esmeraldas.

El maharajá de Bharatpur poseía una colección de tapices más asombrosa aún. Eran de marfil. Cada uno de ellos era fruto de varios años de trabajo de toda una familia. Su fabricación exigía una extraordinaria minuciosidad, debiéndose pelar primeramente los colmillos de elefante a fin de que proporcionasen la materia prima.

El topacio más grande del mundo brillaba como un ojo ciclópeo en el turbante del simpático maharajá sikh de Kapurthala. Los tesoros del maharajá de Jaipur estaban enterrados cerca de su Ciudad Rosa en una colina del Rajastán, custodiada, de generación en generación, por una tribu de feroces rajputs. Los herederos de esta noble dinastía solamente estaban autorizados a visitarlos una vez en toda su vida para elegir las piedras destinadas a iluminar su reinado con especial fulgor. Entre estas maravillas se hallaba un collar compuesto de tres hileras de rubíes, cada uno de ellos del tamaño de un corazón de paloma, realzadas por tres esmeraldas, la más pesada de las cuales tenía veinticuatro quilates.

El más preciado ejemplar de la colección del maharajá de Patiala era un collar de perlas asegurado por el «Lloyd» de Londres en quinientos millones de antiguos francos. Su pieza más curiosa era un peto constelado de mil y un diamantes de reflejos azul pálido. Hasta principios de siglo, sus antepasados acostumbraban mostrarse todos los años al pueblo vestidos solamente con este peto y con su real virilidad en erección. Mediante esta demostración fálica, asociaban su persona a la fuerza creadora del dios Siva, mientras que los destellos de los diamantes tranquilizaban a sus súbditos alejando de ellos las potencias maléficas.

Un maharajá de Mysore supo por un viajero chino que los afrodisíacos más eficaces se elaboraban con diamantes triturados. Este desventurado descubrimiento había de originar el rápido empobrecimiento de su tesoro, ya que centenares de piedras preciosas fueron reducidas a polvo. Las bailarinas que debían beneficiarse de sus efectos mágicos desfilaban por los jardines a lomos de elefantes con colmillos incrustados de rubíes y las orejas centelleantes de gigantescos pendientes de diamantes salvados de los filtros de amor.

El elefante sobre el que se desplazaba el maharajá de Baroda estaba más ricamente engalanado todavía. Los inquietantes colmillos de este monstruo centenario habían despedazado a más de veinte rivales en otros tantos combates. Todos sus jaeces eran de oro macizo: el palanquín real, la gualdrapa, los pesados brazaletes en las cuatro patas y las cadenas que colgaban de las orejas. Cada una de ellas valía unos treinta millones de antiguos francos y representaba una victoria del animal.

Durante generaciones, los elefantes habían sido el medio de locomoción favorito de los príncipes. Símbolos del orden cósmico, nacidos de la mano del dios Rama, eran a sus ojos los pilares del universo, el sostén del cielo y de las nubes. Una vez al año, el maharajá de Mysore se prosternaba ante el rey de sus paquidermos. Con este homenaje, renovaba su alianza con las fuerzas de la Naturaleza y aseguraba un año de prosperidad a sus súbditos. La riqueza de un soberano se valoraba por el número, la edad y el tamaño de los elefantes que poblaban las cuadras de sus palacios, algunas de las cuales albergaban hasta trescientos animales.

Desde que Aníbal franqueara los Alpes con su legión de elefantes, quizá nunca se había contemplado una manada tan impresionante como la que se exhibía una vez al año en Mysore con ocasión de la fiesta de Dassahara. Un millar de estos animales, adornados con dibujos, collares de flores, joyas, sillas y riendas de oro, desfilaban a través de la ciudad. Al macho más fuerte correspondía el honor de llevar el palanquín del soberano, trono de oro macizo acolchado de terciopelo y coronado por una sombrilla, atributo del poder principesco. Detrás, venían otros dos elefantes engalanados con la misma fastuosidad. Llevaban dos palanquines vacíos cuya aparición provocaba un respetuoso silencio en la multitud: se consideraba que transportaban las almas de los antepasados del maharajá.

Combates de elefantes realzaban siempre con particular brillo las fiestas del príncipe de Baroda, dando lugar a terribles duelos. Dos machos enormes, enfurecidos a lanzadas, eran arrojados uno contra otro. Haciendo temblar la tierra con sus colosales moles y el cielo con sus barritos, combatían hasta la muerte de uno de ellos. El vencedor tenía el honor de entrar en la cuadra principesca.

El rajá de Dhenkanal, pequeño feudo del este de la India, ofrecía todos los años a millares de invitados la ocasión de asistir a una exhibición igualmente emocionante, si no menos sangrienta: el apareamiento de los elefantes más bellos de sus cuadras.

Un maharajá de Gwalior utilizó, incluso, un día a uno de sus animales para una tarea que ningún paquidermo había realizado jamás. Habiendo pedido a Venecia una lámpara cuyo peso y tamaño debían superar las dimensiones del mayor candelabro del palacio de Buckingham, decidió comprobar la solidez del tejado de su palacio haciendo deambular por él al más pesado de sus elefantes, después de haberlo hecho izar hasta allí con ayuda de una grúa especialmente ideada al efecto.

Otros animales ocupaban en el corazón de ciertos príncipes un lugar tan privilegiado como los elefantes. Para el nabab de Junagadh, minúsculo principado al norte de Bombay, eran los perros. Había instalado a sus animales favoritos en apartamentos con electricidad y teléfono, donde eran servidos por criados a sueldo. Celebró el matrimonio de su perra favorita Roshana con un «labrador» llamado Bobby en el transcurso de una grandiosa ceremonia a la que invitó a todos los príncipes y dignatarios de la India, incluido el virrey. Con gran pesar por su parte, el representante del rey- emperador declinó la invitación. Ciento cincuenta mil personas se apiñaban, sin embargo a ambos lados del recorrido del cortejo nupcial, que abrían los lanceros del nabab y los elefantes principescos. Después del desfile, el soberano ofreció un banquete en honor de la pareja canina antes de hacer conducir a los recién casados a los apartamentos nupciales para que consumaran allí su unión. Por sí sola, esta fiesta costó treinta millones de antiguos francos, suma que habría bastado para subvenir durante todo un año a las necesidades vitales de 12.000 de los 620.000 miserables súbditos del principado.

Los funerales de los perros daban lugar a ceremonias no menos solemnes. Los animales realizaban su último viaje a los sones de la Marcha fúnebre de Chopin antes de ser depositados para su reposo eterno en los mausoleos de mármol del cementerio que les estaba reservado. En Junagadh, era mejor ser perro que hombre.

 

El advenimiento del automóvil redujo el papel de los elefantes a las funciones de mera pompa. El primer coche que desembarcó en la India en 1892 era un «De Dion-Bouton» francés destinado al maharajá de Patiala. Este acontecimiento quedó consagrado para la posteridad con la atribución de un número de matrícula histórico, «0». El nizam de Hyderabad se formó una colección de automóviles gracias a una técnica que hacía honor a su legendario sentido del ahorro. En cuanto su real mirada distinguía, entre los muros de su capital, un coche que le agradaba, hacía advertir al feliz propietario que «Su Alteza Exaltada» tendría sumo placer en recibirlo como regalo. En 1947, los garajes del soberano rebosaban de centenares de automóviles que no utilizaba nunca.

El huésped favorito de los parques automovilísticos de los príncipes indios era, naturalmente, el rey de los coches, el «Rolls Royce». Los importaban de todos los modelos y de todos los tamaños, carrozados como torpedos, limousines o cupés, breaks e, incluso, como camionetas. El pequeño «De Dion-Bouton» del maharajá de Patiala no tardó en verse acompañado por una manada de elefantes mecánicos, 27 enormes «Rolls Royce». Los 22 «Rolls» del maharajá de Bharatpur eran tratados como seres vivos por un personal especializado. El príncipe poseía el ejemplar más exótico jamás construido por la firma inglesa, un «Rolls Royce» descapotable de plata maciza. Se decía que misteriosas ondas afrodisíacas emanaban de su carrocería, y el gesto más benévolo que podía realizar su propietario era prestárselo a un colega príncipe con ocasión de la ceremonia de sus bodas. El maharajá había hecho, incluso, equipar uno de sus «Rolls» para la caza del venado. Un día de 1921, llevó al príncipe de Gales y a su joven ayudante de campo, Lord Louis Mountbatten, a la jungla a bordo de este automóvil. «El coche —escribió esa noche el futuro virrey de la India en su Diario— atravesó espacios desiertos, franqueando los agujeros y los fosos, cabeceando y dando bandazos como un navío en alta mar, sin que nunca fuera necesario cambiar a segunda velocidad».

El vehículo más asombroso del parque de los soberanos indios era, sin embargo, un «Lancaster» perteneciente al maharajá de Alwar. Estaba chapado en oro, tanto en el interior como en el exterior. El conductor y el mecánico se sentaban sobre cojines de hilos de oro en un compartimiento cerrado cuyo volante era de marfil esculpido. Su forma era réplica exacta de la carroza de la coronación de los reyes de Inglaterra. Y, gracias a algún milagro mecánico, su motor lograba propulsar a 140 kilómetros por hora al pesado y majestuoso vehículo.

Algunos maharajás profesaban a la locomoción ferroviaria tanta pasión como a sus automóviles. El de Indore se había hecho construir en Alemania un vagón especial dotado de un lujo probablemente único en el mundo. Decorado por los más eminentes orfebres de la casa parisiense «Puiforcat», este vagón era un verdadero yate sobre raíles. El ferrocarril preferido del maharajá del poderoso Estado de Gwalior era un juguete tan perfeccionado que ningún niño habría podido soñar jamás en recibir uno semejante de Papá Noel. Su red de raíles de plata maciza corría sobre la inmensa mesa en forma de herradura del comedor de su palacio y se prolongaba a través de las paredes, hasta las cocinas. Las noches de gala, se instalaba un cuadro de mandos junto al soberano. Manipulando manivelas, palancas, botones y sirenas, el príncipe- jefe de estación regulaba la marcha de trenes en miniatura que llevaban bebidas, cigarrillos, cigarros y golosinas a sus invitados. Los vagones- cisterna, llenos de whisky, de oporto y de madeira, se detenían ante cada comensal para saciar su sed. Oprimiendo un botón con el dedo, el monarca podía, a su antojo, privar de bebida o de cigarro a uno de sus invitados.

Una noche de los años treinta, durante un banquete en honor del virrey, se produjo un cortocircuito en el cuadro de mandos. Ante las horrorizadas miradas de Sus Excelencias, los trenes del maharajá se lanzaron enloquecidos de un extremo a otro del comedor, proyectando sobre los vestidos de noche, los fracs y los uniformes un verdadero tornado de vino y de jerez. Esta catástrofe, única en los anales ferroviarios, estuvo a punto de provocar un incidente diplomático.

 

Los palacios de los grandes príncipes de la India rivalizaban en dimensión y en opulencia, ya que no en buen gusto, con grandiosos monumentos tales como el Taj Mahal. El de Mysore era quizás el más grande del mundo, con sus seiscientas habitaciones, de las cuales veinte estaban ocupadas exclusivamente por una colección de tigres, de panteras, de elefantes y de búfalos salvajes disecados, trofeos arrancados a las junglas del reino por tres generaciones de príncipes cazadores. Durante la noche, con sus decenas de millares de bombillas eléctricas brillando a lo largo de los tejados y de las ventanas, el edificio semejaba un monstruoso paquebote anclado en pleno corazón de la India.

Novecientas cincuenta y tres ventanas, todas ellas en mármol calado, se abrían en la alta fachada del palacio de los Vientos de la ciudad rosa de Jaipur. Para tamizar la cruda luz del desierto, el maharajá de Bikaner había dotado a las ventanas de su palacio de vidrieras de jade, de alabastro, de ámbar y de topacio. Los muros de mármol blanco del palacio de Udaipur emergían como un barco fantasma en medio de las centelleantes aguas de un lago. Entusiasmado por su visita a Versalles, el imaginativo y cultivado maharajá de Kapurthala había transportado los fastos del Rey Sol a la Corte de su reino. Hizo venir de Francia una legión de arquitectos y decoradores y construyó al pie del Himalaya una pequeña reproducción del castillo de Versalles. Lo llenó de jarrones de Sèvres, de tapices Gobelinos, de muebles antiguos, proclamó el francés lengua oficial de la Corte, impuso en su mesa el vino tinto y el agua de Evian y disfrazó a los enturbantados sikhs de su servidumbre con empolvadas pelucas, chorreras de encaje, calzones de seda y babuchas de hebilla dorada de los marqueses del rey de Francia.

Los tronos de ciertos palacios eran, sin duda alguna, los asientos más fastuosos en que jamás se hubieran posado traseros humanos. El de Mysore, de oro macizo, pesaba una tonelada. Se llegaba a él por nueve centelleantes escalones, también de oro, que simbolizaban la ascensión del Dios Visnú hacia la Verdad. Una sombrilla de metal precioso representando una flor de loto coronaba el asiento real recubierto de cojines bordados en oro y perlas finas. El trono de un rajá de Orissa semejaba una cama inmensa. El príncipe lo había comprado a un anticuario de Londres porque era copia exacta del lecho de su reina soberana, Victoria. Colocado en una sala de las dimensiones de una catedral, sobre un podio rodeado de columnas griegas y de estatuas de mujeres desnudas en mármol blanco, el trono del nabab de Rampur estaba dominado por una gigantesca corona de metal dorado de un metro de altura. Su concepción original se inspiraba también en el ilustre ejemplo del Rey Sol: en el terciopelo dorado del asiento se abría el orificio de un sillón perforado. Este reyezuelo oriental podía así, como el gran rey, hacer en público sus necesidades sin interrumpir la marcha de los asuntos de su reino.

 

A veces, el tiempo se les hacía largo a algunos de los habitantes de estos lujosos palacios. Para disipar su aburrimiento, se entregaban, por regla general, a dos pasatiempos favoritos: las mujeres y el deporte. El harén formaba parte integrante del palacio de un auténtico soberano —fuese hindú o musulmán—, lugar poblado por centenares de jóvenes bailarinas y de concubinas para su exclusivo uso.

Las junglas de sus Estados les estaban igualmente reservadas, siendo su fauna —y, en particular, los tigres, de los que había a la sazón en la India más de veinte mil ejemplares— el blanco preferido de sus fusiles. El príncipe de Bharatpur había abatido a su primer tigre a la edad de ocho años. Cuando cumplió los treinta y cinco, las pieles de las fieras matadas por él, cosidas unas a otras, alfombraban el suelo de sus salones. Su territorio fue escenario de una fabulosa matanza de patos, habiendo perecido 4.482 de estas aves en tres horas con motivo de una cacería organizada en honor del virrey Lord Hardinge de Penshurst. Por sí solo, el maharajá de Gwalior dio muerte a más de 1.400 piezas. Era autor de un libro destinado a un público muy restringido, la Guía de la caza del tigre.

El señor indiscutido de los placeres de la caza y de la carne había sido el padre del canciller de la Cámara de los Príncipes. Sir Bhupinder Singh, apodado el Magnífico, séptimo maharajá de Patiala. Con su estatura colosal, sus 130 kilos, los bigotes erguidos como los cuernos de un toro bravo, la espléndida barba negra cuidadosamente enrollada y anudada detrás del cuello a la verdadera moda de los sikhs, los labios sensuales y la arrogancia de su mirada, parecía salido de un grabado mogol. Para el mundo de entre guerras, Sir Bhupinder encarnó todo el esplendor de los maharajás de la India. Su apetito era tal que podía ingerir sin esfuerzo veinte kilos de alimento todos los días. A la hora del té, devoraba con apetito dos o tres pollos. Adoraba el polo y, galopando a la cabeza de sus «Tigres de Patiala», había obtenido en todos los campos de juego del mundo trofeos que llenaban su palacio. Para permitir estas proezas, sus cuadras albergaban quinientos de los más bellos ejemplares de la raza equina.

Desde su más tierna infancia, Bhupinder Singh manifestó extraordinarias aptitudes para el ejercicio de otra diversión igualmente digna de un príncipe, el amor. Los cuidados y atenciones que acabó dedicando al desarrollo de su harén eclipsarían incluso su pasión por la caza y el polo. Él mismo seleccionaba las nuevas adquisiciones en función de sus atractivos y de sus habilidades amorosas. En la cúspide de su esplendor, el harén real de Patiala llegó a contar 350 esposas y concubinas.

Durante los tórridos veranos del Penjab, parte de ellas se instalaban todas las tardes a la orilla de la piscina, jóvenes beldades de senos desnudos, náyades atentas que observaban sus evoluciones acuáticas. Bloques de hielo refrescaban el agua, y el monarca nadaba en un estado de extrema beatitud, subiendo de vez en cuando al borde de la piscina para acariciar un seno y beber un trago de whisky. Las paredes y los techos de sus aposentos estaban decorados con escenas inspiradas en los bajorrelieves eróticos de los templos que daban justa fama a la India, verdadero catálogo de exhibiciones amorosas suficientes para agotar el espíritu más imaginativo y el cuerpo más atlético. Una gran hamaca de seda permitía a Su Alteza buscar entre el cielo y la tierra placeres sugeridos por los retozos de los personajes del techo.

Para satisfacer sus insaciables deseos, el inventivo soberano decidió renovar regularmente los encantos de sus mujeres. Abrió su palacio a una pléyade de perfumistas, joyeros, peluqueros, especialistas en cosmética y modistas. Los más grandes maestros de la cirugía plástica fueron invitados a modelar las facciones de sus favoritas según sus caprichos y los cánones de las revistas de moda de Londres y París. A fin de estimular sus ardores, tuvo la idea de convertir un ala de su palacio en un laboratorio cuyas probetas y tamices produjeron una exótica colección de perfumes, lociones, cosméticos y filtros.

Estos extravagantes refinamientos no hacían sino enmascarar el fracaso del mundo de lujo oriental concebido por el maharajá. ¿Qué hombre, aunque fuera un sikh tan espléndidamente dotado por la Naturaleza como Bhupinder Singh el Magnífico, habría podido satisfacer las exigencias de las 350 beldades que esperaban tras las celosías de su harén? Se hizo inevitable recurrir a los afrodisíacos. Sus alquimistas a sueldo elaboraron sabias pócimas a base de oro, perlas, especias, plata, hierbas y hierro. Durante algún tiempo, la poción más eficaz se componía de una mezcla de zanahorias y sesos de gorrión. Cuando el efecto de estos preparados empezó a debilitarse, Sir Bhupinder Singh apeló a técnicos franceses, a los que suponía expertos por naturaleza en materia de amor. Por desgracia, su tratamiento de rádium resultaría de un rendimiento tan efímero como los anteriores. No podía curar el verdadero mal que aquejaba al maharajá, el mismo que postraba a tantos de sus colegas principescos, el aburrimiento. Éste iba a ser la causa de su muerte.

 

La India mística no podía por menos de atribuir orígenes divinos a los más grandes de sus príncipes. Los del maharajá de Mysore se confundían con el nacimiento de la Luna. Todos los años, durante el equinoccio de otoño, el soberano se convertía, para su pueblo, en un dios vivo. A imagen de un sadhu en una gruta del Himalaya, se retiraba del mundo a una sala oscura de su palacio. No se afeitaba, no se lavaba. Ninguna mano humana tenía derecho a tocarlo, ninguna mirada podía rozarle durante este tiempo en que se consideraba que Dios habitaba en su cuerpo. Emergía al noveno día. Un elefante, cubierto de terciopelo constelado de oro y pedrería y adornada la frente con una testera incrustada de esmeraldas, esperaba a la puerta del palacio para conducirle en medio de una escolta de lanceros hacia un destino más popular que divino, el hipódromo de la capital. Allí, ante la multitud, sacerdotes brahmanes lo bañaban cantando mantras, le afeitaban y le daban de comer. Mientras el sol se hundía en la selva, le era presentado al monarca un caballo negro. En el preciso instante en que montaba sobre él, millares de antorchas se encendían por todo el contorno de la pista. El príncipe recorría al galope esta corona de llamas, desencadenando aplausos a su paso. El hijo de la Luna había regresado entre su pueblo.

El maharajá de Udaipur, por su parte, tomaba su origen del Sol. Su trono, que se remontaba a dos mil años, era el más antiguo y el más prestigioso de la India. Una vez al año, también él se convertía en un dios vivo. De pie en la proa de una galera que semejaba la nave de Cleopatra, surcaba majestuosamente las aguas infestadas de cocodrilos del lago que bañaba su palacio. Detrás de él, en el puente, como el coro de una tragedia, permanecían en actitud de veneración los dignatarios de la Corte, vestidos con túnicas de muselina blanca.

Las pretensiones del soberano de Benarés, la ciudad santa de las orillas del Ganges, eran menos grandiosas, pero no menos piadosas. Conforme a la tradición, los ojos del príncipe de estos santos lugares debían abrirse cada mañana sobre una sola y única visión, la del símbolo hindú de la eternidad cósmica, una vaca sagrada. Al amanecer, se llevaba, pues, una vaca bajo la ventana de su habitación y se la pinchaba en un costado para que su mugido despertara al piadoso maharajá.

Un día que visitaba al nabab de Rampur, la observancia de este rito planteó un delicado problema: los aposentos reservados al visitante se hallaban situados en el segundo piso del palacio. El nabab tuvo que recurrir a un ingenioso sistema para salvaguardar el ritual de los despertares de su huésped. Compró una grúa que izaba cada mañana una vaca hasta la ventana de la habitación. Aterrorizado por su singular ascensión, el desventurado animal lazaba tan desgarradores mugidos que despertaba a todo el palacio al mismo tiempo que al maharajá de Benarés.

Ricos o pobres, devotos o depravados, decadentes o progresistas, los príncipes habían mostrado la más absoluta lealtad hacia Inglaterra y un celo ejemplar en servir sus intereses. En el transcurso de las dos guerras mundiales, no le habían escatimado ni el dinero ni su sangre. Habían reclutado, equipado y adiestrado Cuerpos expedicionarios que se distinguieron en todos los frentes bajo la bandera de la Union Jack. El maharajá de Bikaner, general del Ejército británico y miembro del gabinete de guerra, lanzó sus camelleros al asalto de las trincheras alemanas de la Gran Guerra. Los lanceros de Jodhpur arrebataron Haifa a los turcos el 23 de setiembre de 1917. En 1943, dirigidos por su joven maharajá, comandante de los Lifeguards, los cipayos de la Ciudad Rosa de Jaipur despejaron las laderas de Monte Cassino y abrieron el camino de Roma a los ejércitos aliados. Como premio al valor demostrado al frente de su batallón, el maharajá de Bundi había recibido la Military Cross en plena jungla birmana.

Los ingleses testimoniaron su reconocimiento a estos fieles y pródigos vasallos de la más hábil de las maneras: cubriéndoles de una lluvia de honores y condecoraciones, sus joyas preferidas. Los maharajás de Gwalior, de Cooch Behar y de Patiala recibieron el insigne privilegio de escoltar a caballo, en calidad de ayudantes de campo honorarios, la carroza real de Eduardo VII durante las fiestas de su coronación. Oxford y Cambridge concedieron títulos honoríficos a toda una serie de príncipes. Los pechos de los soberanos con títulos más relevantes se enriquecieron con las relumbrantes placas de órdenes nuevas creadas para la ocasión, la Orden de la Estrella de la India y la Orden del Imperio de la India.

La potencia soberana testimonió, sobre todo, su estima mediante la sutil gradación de una forma particularmente ingeniosa de recompensas. El número de cañonazos que saludaban a un monarca indio era el criterio final y sin apelación del lugar que ocupaba en la jerarquía principesca. El virrey tenía la facultad de aumentar el número de las salvas que honraban a un soberano en reconocimiento a servicios excepcionales, o, por el contrario, reducirlo en señal de castigo. La dimensión de los reinos y la importancia de su población no eran los únicos factores que determinaban el número de estos cañonazos. La fidelidad a la Corona, la sangre y el dinero entregados para su defensa eran igualmente considerados. Cinco soberanos —los de Hyderabad, Cachemira, Mysore, Gwalior y Baroda— tenían derecho al supremo honor de veintiuna salvas. Venían luego los Estados de diecinueve, luego diecisiete, quince, trece, once y nueve cañonazos. Para 425 humildes rajás y nababs que reinaban en pequeños principados casi olvidados de los mapas, no había ningún saludo. Eran los príncipes abandonados de la India, los hombres por quienes no tronaba el cañón.

 

La India de los maharajás y de los nababs poseía también otro rostro. Numerosos príncipes habían viajado a Occidente, estudiado en sus Universidades, descubierto las ventajas de la ciencia, de la técnica, de la educación. Muchos habían luchado para hacer de sus Estados faros de civilización y de progreso, con frecuencia únicos en Asia. Millones de hombres gozaban en sus reinos de condiciones de vida y ventajas materiales y sociales desconocidas en la India de Inglaterra.

El maharajá de Baroda había prohibido la poligamia e introducido la instrucción gratuita y obligatoria mucho antes de 1900. Combatió en favor de los intocables con un celo tan encarnizado como el de Gandhi, creando instituciones para alojarlos, vestirlos, instruirlos, y financiando en la Universidad de Columbia de Nueva York los estudios del hombre que debía convertirse en su dirigente, el doctor Bhimrao Ramji Ambedkar. El maharajá de Bikaner transformó ciertas partes del desierto del Rajastán en un verdadero oasis de jardines, de lagos artificiales, de prósperas ciudades a disposición de sus súbditos. Gobernado por los descendientes de un príncipe de Borbón llegado de Pau en el siglo XVI, el principado musulmán de Bhopal concedió a las mujeres una libertad que no tenía igual en todo el Oriente. El Estado de Mysore poseía la Universidad de Ciencias más famosa de Asia y toda una cadena de presas hidroeléctricas y de industrias sin equivalente en la India británica. Heredero de uno de los más grandes astrónomos de la Historia, sabio que había traducido el sánscrito los principios de la geometría de Euclides, el maharajá de Jaipur hizo del observatorio de su capital un centro de estudios de reputación internacional. Las carreteras, las vías férreas, las escuelas, los hospitales y las instituciones democráticas de que el maharajá de Kapurthala había dotado a su principado hacían de éste un Estado moderno y liberal que podía rivalizar con muchas naciones occidentales.

La Segunda Guerra Mundial vio subir a los tronos indios a una nueva generación de príncipes menos ostentosos, menos extravagantes, menos fabulosos que sus padres, pero cada vez más conscientes del carácter precario de sus privilegios y de la necesidad de reformar las costumbres de sus reinos. Una de las primeras decisiones del octavo maharajá de Patiala fue cerrar el legendario harén de su padre, Sir Bhupinder Singh el Magnífico. El maharajá de Gwalior se casó con una plebeya, hija de un funcionario, y abandonó el inmenso palacio familiar para vivir en una casa de dimensiones más acordes con las realidades del mundo de la posguerra.

Mas, para desgracia de estos príncipes y de todos los que gobernaban sus Estados con competencia y honradez, el mundo asociaría siempre a los maharajás y nababs de la India con los excesos y excentricidades de un pequeño número de sus colegas.

Para dos Estados de la India principesca, dos soberanos que gozaban del supremo honor del saludo de veintiún cañonazos, la iniciativa tomada en Londres por Sir Conrad Corfield podía tener profundas consecuencias.

 

Los dos reinos eran de una dimensión excepcional. Los dos, interiores. Los dos tenían por monarcas a hombres de una religión diferente a la mayoría de sus súbditos. Y los dos acariciaban el mismo sueño: hacer de su Estado una nación independiente y soberana.

De todos los exóticos y singulares personajes que reinaban en la India, Rustum-i-Dauran, Arustu-i-Zeman, Wal Mamalik, Asif Jah, Nawab Mir Osman, Alikhan Bahadur, Musafrul Mulk, Nizam Al-Mulk, Sipah Salar, Fateh Jang, Su Alteza Exaltada, Aliado Fiel de la Corona, el séptimo nizam del Estado de Hyderabad, era, sin duda, el más sorprendente. Este erudito y piadoso musulmán poseía el Estado más vasto y poblado de la India —veinte millones de hindúes y tres millones de musulmanes— anclado en pleno corazón de la península. Era un anciano de metro y medio de estatura que pesaba apenas cuarenta kilos. Toda una vida pasada chupando hojas de betel no había dejado en su boca más que unos cuantos dientes carcomidos y rojizos. Vivía con tal obsesión de ser envenenado, que se hacía acompañar siempre por un criado que probaba antes que él su invariable menú de queso blanco, golosinas, fruta, betel y caldo de opio. El nizam era el único soberano indio que podía ostentar el calificativo de «Alteza Exaltada», distinción que le había sido conferida por Inglaterra en agradecimiento a los cincuenta mil millones de antiguos francos donados con motivo de la Gran Guerra.

En 1947, el nizam estaba considerado como el hombre más rico del mundo. Acuñaba moneda, y su legendaria fortuna sólo cedía en reputación a una avaricia no menos legendaria.

Se vestía con miserables pijamas y sandalias compradas por unas cuantas rupias en el bazar local. Durante treinta y cinco años, había llevado el mismo fez, endurecido por el sudor y la mugre. Aunque poseía una vajilla de plata sobredorada capaz para más de cien comensales, comía en un plato de hojalata, sentado en cuclillas sobre la alfombra de su habitación. Era de una cicatería tal, que recuperaba las colillas dejadas en los ceniceros por sus invitados. Cuando una cena oficial le obligaba a ofrecer champaña, cuidaba de que la única botella que hacía descorchar no se alejara de él. Cuando el virrey lord Wavell le visitó en 1944, el nizam telegrafió a Nueva Delhi para saber si verdaderamente debía servirle champaña, pese a lo caro que estaba a consecuencia de la guerra. Todos los domingos, después del servicio religioso, acudía a saludarle el residente británico. Aparecía al instante un criado, portador de una bandeja con dos tazas de té, dos pastas y dos cigarrillos. Un día, el residente llegó sin previo aviso en compañía de un visitante particularmente distinguido. El nizam cuchicheó unas palabras a su criado, que regresó con la taza de té, la pasta y el cigarrillo que faltaba.

En la mayor parte de los Estados, era costumbre que los nobles ofrecieran todos los años a su soberano una moneda de oro, limitándose el monarca a tocarla antes de devolverla a su propietario, pero en Hyderabad, ninguna ofrenda era simbólica. El nizam se apoderaba de cada moneda de oro y la depositaba en una funda de almohada sujeta detrás de él. Un año, una de las monedas cayó rodando bajo el trono. No vacilando ni por un instante en ofrecer a sus súbditos el poco majestuoso espectáculo de su trasero, el nizam se echó a gatas para recuperar la moneda. Su tacañería era tan sórdida, que el médico llegado de Bombay para examinar su corazón no consiguió hacerle un electrocardiograma. Ningún aparato eléctrico podía funcionar correctamente en su mansión: para economizar gastos, el nizam había ordenado a la central eléctrica de Hyderabad que redujera su voltaje.

Descendiente de Mahoma, heredero del fabuloso reino de Golconda, el nizam se había negado siempre a ocupar el palacio de sus antepasados. Prefería vivir en una casa destartalada que le legara uno de sus cortesanos. Su habitación semejaba un cuchitril, amueblado con un jergón, una mesa, tres sillas, una batería de ceniceros y de papeleras, vaciadas una vez al año solamente, el día de su aniversario. Su despacho estaba abarrotado de viejas mesas y cómodas sobrecargadas de paquetes de archivos cubiertos de telarañas.

Sin embargo, este palacio de miseria ocultaba en sus rincones una fortuna que desafiaba toda imaginación. El cajón de su tambaleante mesa contenía, envuelto en una revista vieja, el Koh-i-Noor, «La Montaña de Luz», un fabuloso diamante de 280 quilates que había sido la joya más preciada del tesoro de los emperadores mogoles. El nizam lo utilizaba a veces como pisapapeles. En el abandonado jardín, había una docena de camiones tan cargados, que se hundían en el suelo hasta los ejes. Estaban abarrotados de lingotes de oro. Una colección de joyas, tan fantástica que se decía que podía recubrir las aceras de Piccadilly, llenaba cajones enteros y la vieja caja fuerte de su habitación. Poseía maletas llenas de rupias, de dólares y de libras esterlinas, empaquetadas en papel de periódico hasta un total de cinco mil millones de antiguos francos. Una legión de ratas, que hacían de los billetes su alimento favorito, depreciaban esta fortuna en varios millones cada año.

Por último, custodiadas por una compañía de amazonas africanas armadas con puñales, cuarenta esposas legítimas, un centenar de concubinas y otros tantos hijos nacidos de sus actos poblaban su harén.

La riqueza más preciosa del nizam en estos días inciertos era, en realidad, su numeroso Ejército, equipado con artillería y aviación. Disponía, así, de casi todas las bazas de la independencia, excepto una salida al mar y el apoyo de su pueblo. Hindúes en su mayoría, sus súbditos odiaban a la pequeña minoría musulmana que los gobernaba. El extraño monarca no sentía, sin embargo, ninguna duda sobre su futuro. Cuando Sir Conrad Corfield fue a informarle de la decisión de Gran Bretaña de abandonar la India, él dio un brinco en su sillón.

—¡Por fin voy a ser libre!

Idéntica ambición animaba a otro poderoso soberano en el otro extremo de la India. Reinando sobre uno de los más célebres y más bellos lugares del mundo, el valle encantado de Cachemira, Hari Singh era un hindú de una alta casta brahmánica. Sus cuatro millones de súbditos eran, por el contrario, musulmanes en sus tres cuartas partes. Su reino, incrustado entre los muros de los picos himalayos, se extendía bajo el Techo del Mundo barrido por los vientos que soplaban del Ladakh, del Tíbet y de Sin Kiang. Constituía una encrucijada vital en la que la India, el futuro Pakistán, China y Afganistán estaban seguros de enfrentarse algún día.

Personaje débil e indeciso, el maharajá Hari Singh repartía su tiempo entre las fastuosas fiestas de Jammu, su capital de invierno, y los lagos cubiertos de loto de su capital de verano, Srinagar, la Venecia de Oriente. Había inaugurado su reinado con algunos intentos de reforma, rápidamente sofocados por su creciente despotismo, enviando poco a poco a todos sus adversarios a las cárceles del Estado. Uno de ellos había sido el propio Nehru, detenido en el transcurso de una visita a su Cachemira natal. Como el nizam de Hyderabad, Hari Singh poseía un Ejército capaz de defender las fronteras de su reino y reforzar su reclamación de independencia¨.

 

Curiosidad sobre el Taj Mahal. Por pedir que no quede:

 

¨Con motivo de este reparto del patrimonio, reaparecieron las viejas rivalidades religiosas de la India. Los musulmanes reclamaron la demolición del Taj Mahal y su transporte al Pakistán piedra a piedra, alegando que este famoso mausoleo había sido construido

por un rey mogol. Los brahmanes indios reivindicaron la posesión del Indo, cuyo curso recorría el corazón del futuro Pakistán, porque sus sagrados Vedas habían sido elaborados en sus orillas veinticinco siglos antes.

Ninguno de los dos Estados, sin embargo, manifestó la menor repugnancia a heredar los símbolos más llamativos del poder imperial que les había dominado durante tanto tiempo. El suntuoso tren blanco y oro de los virreyes, que había surcado las resecas llanuras de Deccán y el fértil valle de Ganges, fue adjudicado a la India. El Pakistán recibió en compensación la limousine oficial del comandante en jefe del Ejército de las Indias y la del gobernador del Penjab¨.

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¨El Ejército de la India: su solo nombre hacía surgir todo un universo de románticos relatos que inflamaban la imaginación. Había sido la última cita de las epopeyas, el club donde toda una juventud inglesa, sedienta de gloria y de espacio, había ido a buscar la aventura.

Desde los héroes de Kipling hasta Gary Cooper galopando en las pantallas cinematográficas al frente de los lanceros de Bengala, toda una vasta imaginería celebraba las hazañas de estos gentlemen blancos arrastrando tras sus cascos de plumas a escuadrones de jinetes cubiertos de turbantes¨.

 

Marqué este párrafo para apuntarme la pelí de Gary Cooper que no he visto todavía: ¨Tres lanceros bengalíes¨.

 

Explicación de la bandera de la India:

 

¨Durante treinta años la bandera tricolor de algodón de khadi que no tardaría en remplazar a la Unión Jack en el cielo de la India había flameado sobre los mítines, las manifestaciones, los desfiles de un pueblo ávido de libertad. El propio Gandhi había dibujado este emblema. En el centro tres bandas horizontales color azafrán, blanco y verde, había colocado su sello personal, el humilde objeto que proponían a las masas indias para que sirviera de instrumento a su redención pacífica: la rueca.

Ahora, en vísperas de la independencia, en las filas mismas de su partido se alzaban voces que negaban al «juguete de Gandhiji» el derecho a ocupar el puesto de honor en la bandera nacional. Para un creciente número de militantes, esta rueca era una imagen del pasado, «un utensilio de vieja», la insignia de una India arcaica replegada sobre sí misma. La sustituyeron por otra rueda, el símbolo de la doctrina de Buda, que Asoka, fundador del primer Imperio hindú, había adoptado como signo de paz universal: el dharma chakra, la «rueda del orden cósmico», enmarcada por una pareja de leones que encarnaban la fuerza y el valor. Este noble atributo de poderío y autoridad se convirtió en el emblema de la nueva India.

Gandhi se enteró con profunda tristeza de esta decisión. «Cualesquiera que sean las calidades artísticas de este dibujo —escribió—, me negaré a saludar a la bandera que enarbole semejante mensaje».¨

 

El emblema que aparece actualmente en la bandera de India (rueda azul marino de veinticuatro picos) se tomó de la columna Ashoka en Sarnath. Buda fue a Sarnath a predicar su mensaje de la Vía Media al nirvana tras alcanzar la iluminación en Bodhgaya, y dio su famoso primer sermón en el parque de los Ciervos de Isipatana. En el s. III a.C., el emperador Ashoka erigió aquí magníficas estupas y monasterios así como esa columna grabada en la que se encuentra el dharma chakra (o "rueda del darma"), un símbolo que representa al dharma (‘ley’ o ‘religión’), en el hinduismo, el budismo y el jainismo. Ocasionalmente se traduce como ‘rueda de doctrina’. Visité Sarnath con colegas en octubre de 2022. Actualmente es uno de los cuatro lugares clave del circuito budista (junto con Bodhgaya, Kushinagar y Lumbini, en Nepal), y atrae a seguidores de todo el mundo, sobre todo para el Purnima, que celebra el nacimiento, la muerte y la iluminación de Buda, normalmente en abril o mayo.

 

Con el párrafo que viene a continuación me vino a la cabeza el regreso de México a España de mi bisabuelo y familia, tras haber pasado 20 años en Nayarit y tener que volverse a casa por la Revolución mexicana. Se cuenta en la novela ¨La Escondida¨:

 

¨Numerosos ingleses —en particular los que ejercían las funciones comerciales que antaño llevaron a sus antepasados a este país— continuarían viviendo en la India. Mas para otros sesenta mil soldados, funcionarios, inspectores de Policía, ingenieros de ferrocarriles, empleados de telecomunicaciones o guardabosques— había llegado el momento de regresar a la isla que siempre habían llamado «la casa lejana». Para algunos, la transición sería brutal. De la noche a la mañana, trocarían un palacio de gobernador y sus legiones de criados por una casita de campo y una pensión de retiro, que la inflación devoraría rápidamente. A pesar del dicho según el cual la vista más bella de la India era la que se divisaba desde la popa de un paquebote de la Peninsular and Oriental al alejarse de Bombay, millares de ingleses, temiendo las restricciones de una Inglaterra socialista, conservaban la nostalgia de sus bellos años indios. La última imagen de la rada de Bombay seria para ellos la más triste de las visiones¨.

 

El siguiente párrafo lo extraigo porque se dio una casualidad interesante. El 12 de octubre de 2022 fui a la recepción que la Embajada española dio en Nueva Delhi con motivo de la Fiesta Nacional. Me acompañaba Pallavi, quien fue mi profesora de hindi. Le comenté que estaba leyendo esta novela, hablamos un poco de los personajes principales, de Nehru, de Jinnah, etc. Me dijo que ella había dado clases de hindi a algún diplomático de los Países Bajos y que estando en la residencia del embajador le dijeron que había sido la casa de Jinnah en Delhi. Después de la fiesta llegué a casa, continué leyendo esta novela y en la página 219 me encontré con este párrafo:  

 

¨Su casa del número 10 de Aurangzeb Road había sido vendida. Durante años había organizado en ella la lucha, sentado sobre un gigantesco mapa de la India en plata, en el que estaban trazadas las fronteras de «su sueño imposible». Por una ironía del destino, su nuevo propietario era un rico industrial llamado Seth Dalmia. Dentro de unas horas, allí donde había ondeado el estandarte verdiblanco de la Liga musulmana, haría flamear «la bandera sagrada de la vaca», emblema de otra Liga: la de la Prohibición del Sacrificio de Vacas, cuyo cuartel general sería, en lo sucesivo, la ex residencia de Jinnah¨.

 

Busqué en Internet información sobre esta casa en el 10 de Aurangzeb Road y sí, efectivamente en la actualidad es la residencia del Embajador de los Países Bajos.

 

Copio el siguiente párrafo porque aparecen las palabras que Jawaharlal Nehru dirigió al Parlamento indio una hora antes de la independencia de la India, la noche del 14 de agosto de 1947. Es importante entender el contexto:

 

¨El hombre que iba a llevar la abrumadora responsabilidad de salvar a la India de su infortunio se puso en pie para hablar. Después de su dolorosa conversación telefónica con Lahore, Jawaharlal Nehru no había tenido ni el tiempo ni la fuerza de preparar un discurso para celebrar la independencia. Improvisó su alocución, dejando que hablara su corazón.

—Hace muchos años —declaró— concertamos una cita con el destino, y ha llegado el momento de cumplir nuestra

promesa... Hacia la medianoche, cuando los hombres duerman, la India despertará a la vida y a la libertad.

Las frases surgían elocuentes, vibrantes. Mas, para Nehru, esta hora triunfal había quedado irremediablemente estropeada. «Apenas me daba cuenta de lo que decía — confesará más tarde—. Las palabras acudían espontáneamente, pero mi espíritu no podía separarse de la visión de Lahore en llamas».

—Ha llegado el momento — continuó Nehru—, un momento raramente ofrecido por la Historia, en que un pueblo sale del pasado para entrar en el futuro; en que finaliza una época; en que el alma de una nación, largo tiempo sofocada, vuelve a encontrar su expresión... En el alba de la Historia, la India comenzó una búsqueda sin fin; desde la noche de los tiempos, su pasado es testigo de sus esfuerzos, de la amplitud de sus éxitos y de sus fracasos. A través de sus buenas como de sus malas fortunas, nunca perdió de vista su objetivo, ni olvidó el ideal del que extrae su fuerza. Hoy ponemos fin a una época de desventura. Por fin la India ha vuelto a encontrarse a sí misma... No es momento para críticas mezquinas y destructivas —concluyó—, ni para el rencor o las censuras. Debemos construir la noble morada de la India libre, acogedora para todos sus hijos.

Nehru propuso a la asamblea que, a la duodécima campanada de medianoche, se pusiera en pie para prestar el juramento de servir a la India y a su pueblo. Afuera, el fragor del trueno desgarró súbitamente el cielo e hizo derramarse las cataratas del monzón sobre los millares de hombres y mujeres que se habían agrupado en torno al edificio. Empapado hasta los huesos, el pueblo de Nueva Delhi esperaba estoicamente el instante fatídico.

En el hemiciclo, las dos agujas del viejo reloj británico que coronaba la tribuna se aproximaron a la cifra romana de las doce. Los delegados del pueblo indio, que, dentro de unos segundos, iba a convertirse en la segunda nación del mundo, esperaban también en meditativo silencio.

Mientras se extinguía el eco de las doce campanadas, retumbó a través de la sala el sonido, atávico llamamiento surgido de esa noche de los siglos de que había hablado Nehru. El largo y monocorde gemido de la caracola anunciaba a los representantes de la milenaria India el nacimiento de su nación, y al mundo, el fin de una época colonial.

Esta época había comenzado un día de verano del año 1492 en un pequeño puerto de España. Habiendo zarpado por las rutas infinitas de los océanos en busca de la India, Cristóbal Colón había descubierto América por error. Cuatro siglos y medio de la historia del hombre presentaban la huella de este descubrimiento y de sus consecuencias: la explotación religiosa, económica y política de los pueblos de color de todo el mundo por el occidente cristiano. Aztecas, incas, swahilis, egipcios, iraquíes, hotentotes, chinos, argelinos,

birmanos, filipinos, marroquíes, vietnamitas, un interminable mar de pueblos, de naciones, de civilizaciones que cuatrocientos cincuenta años de experiencia colonial habían diezmado, empobrecido, educado, envilecido, convertido, enriquecido, explotado o económicamente estimulado y, siempre, irrevocablemente transformado. Las multitudes hambrientas de un continente en oración acababan de arrancar su libertad a los arquitectos del más grande imperio que había producido esta colonización cristiana, un imperio cuyas dimensiones, población e importancia superaban a las de Roma, Babilonia, Cartago y Grecia. En lo sucesivo, ningún otro imperio colonial podría durar mucho tiempo. Sus jefes podrían intentar oponerse a la marcha de la Historia con discursos y con las armas: sus esfuerzos serían vanas y sangrientas tentativas condenadas al fracaso. De una manera irrevocable, definitiva, la independencia de la India ponía fin a un capítulo de la historia de la Humanidad.

Afuera, el diluvio había cesado súbitamente, y la multitud manifestaba su alegría. Cuando apareció Nehru, millares de personas se precipitaron hacia él en una loca avalancha que amenazó engullirle juntamente con sus ministros. Observando el tenue cordón de policías que intentaban contener esta marea humana, Nehru sonrió.

—¿Sabe usted? —manifestó a uno de sus compañeros—. Hace exactamente diez años, tuve en Londres una disputa con el virrey Lord Linlithgow. Yo estaba tan encolerizado que le grité: «Que me ahorquen si la India no es independiente dentro de diez años». Me respondió: «Oh, no corre usted ningún riesgo. La India no será independiente mientras yo viva, señor Nehru, ni mientras viva usted».¨

 

El siguiente párrafo lo marqué porque aparecía una palabra que desconocía:

 

¨Hora y media después, un automóvil transportaba al único socorro que ese día podía impedir un pogrom general de los musulmanes de Panipat: el Mahatma Gandhi. Para el salvador de Calcuta, el mantenimiento en una ciudad india de sus habitantes musulmanes tenía valor de símbolo. Pues la única India que Gandhi aceptaba considerar era aquella en que hindúes, sikhs, musulmanes, cristianos y parsis vivieran en paz unos junto a otros¨.

 

Buscando en la RAE pogrom te dice que esa palabra no está en el diccionario pero te redigirge a pogromo:

 

Del ruso pogrom 'devastación, destrucción'.

1. m. Masacre, aceptada o promovida por el poder, de judíos y, por ext., de otros grupos étnicos.

 

Tras la independencia de India Gandhi fue muy crítico con la creciente corrupción de la Administración india, ofreciendo por ejemplo sus ministros extravagantes banquetes mientras millones de refugiados se morían de hambre:

 

¨Cuidado, seguía declarando, «los nuevos intelectuales de la India se disponen a industrializar la nación sin preocuparse de los intereses de mis queridos campesinos». La solución que preconizaba para hacer frente a este peligro inspiraría un día no lejano a Mao Tse-Tung. Que se envíen a las aldeas a estos tecnócratas, «que se les haga beber el agua de los charcos en que se bañan los aldeanos y se revuelca y se abreva su ganado, que se les obligue a ellos también a encovar bajo el ardiente sol sus cuerpos de habitantes de la ciudad. Entonces empezarán a comprender quizá las preocupaciones de los campesinos»¨.

 

Gandhi fue asesinado el 30 de enero de 1948 en Birla House, en Nueva Delhi. Visité ese lugar el 28 de marzo de 2008 y viviendo ahora en Delhi tengo intención de volver un día, pero entre una cosa y otra no lo he hecho todavía.

Tras ser incinerados, parte de las cenizas tanto de Gandhi como de Nehru fueron llevadas a Allahabad. Así describe Lonely Planet este lugar:  

 

¨Se cree que Brhama, el dios hindú de la creación, descendió a Prayagraj (o Allahabad como se llamaba hasta hace poco), y la nombró reina de todos los centros de peregrinación. De hecho, Sangam, una confluencia de ríos a las afueras de la ciudad, es el más famoso de los cuatro lugares de la India en que se celebra el Kumbh Mela. Prayagraj era también el hogar del clan Nehru, cuya casa sirvió de cuartel general para el movimiento de independencia frente al Raj británico¨.

 

¨Sangam, que significa ¨confluencia de ríos¨, es el lugar especialmente auspicioso donde dos de los más sagrados de la India, el Ganges y el Yamuna, se unen a otra de las corriente mitológicas del hinduismo, el Saraswati¨.

 

En nuestra ruta en tren en octubre de 2022 de Khajuraho a Benarés hicimos trasbordo en esta ciudad pero no llegamos a visitarla, solo estuvimos algo más de una hora en su estación.

 

Sobre las cenizas de Gandhi llevadas a Allahabad:

 

¨Los restos del hombre mortal que había sido el Mahatma Gandhi fueron sumergidos al duodécimo día siguiente a la cremación en un río que fluía hacia el mar. El lugar elegido para esta ceremonia era uno de los más sagrados del hinduismo, el sangam, cerca de Allahabad, donde las azuladas aguas del Yamuna se unen con las aguas fangosas del Ganges eterno en el mismo punto por el que se desliza la corriente secreta del Saravasti. Allí, en Prayag, donde Brahma el Creador había celebrado uno de sus más grandes sacrificios, en la

confluencia de estos ríos cuyos nombres se hallan ensamblados desde la noche de los tiempos en la trama misma de la historia india, en el majestuoso hervor que había arrastrado las cenizas de millones de indios anónimos cuyas alegrías y penas había hecho suyas, Gandhi iba a fundirse para siempre en el alma colectiva de su pueblo como una gota de agua en medio del océano.

La urna de cobre que contenía sus cenizas llegó al final de los 615 kilómetros que separan Nueva Delhi de Allahabad a bordo de un tren especial compuesto exclusivamente de vagones de tercera clase, en medio de un pasillo triunfal de millones de hombres presentes a lo largo del trayecto para rendir homenaje a la Gran Alma de la India. En la estación de Allahabad, la urna fue colocada en una carroza fúnebre y llevada a través de una inmensa multitud hasta el río sagrado, donde le esperaba un vehículo anfibio del Ejército indio. Nehru, Patel, los dos hijos del Mahatma, Manu, Abha y varios íntimos se situaron junto a la urna. Tres millones de peregrinos apiñados en las orillas siguieron con los ojos a la blanca embarcación, que se alejó aguas abajo.

Cuando llegó el momento, se elevó de la multitud un canto védico acompañado del repicar de millares de campanillas, de gongs y del eco de las caracolas. Centenares de miles de fieles con las frentes ungidas de cenizas y pasta de sándalo entraron entonces en el agua para una gigantesca comunión mística. Tras echar a la corriente una miríada de cáscaras de coco y barquitas de hojas llenas de flores, de frutas, de leche, de mechones de cabellos, bebieron ritualmente tres tragos del agua de este río considerado como el cielo en la tierra.

Cuando la embarcación llegó a la confluencia sagrada, Ramdas Gandhi llenó la urna que contenía las cenizas de su padre con agua del Ganges y leche de vaca sagrada. Agitó suavemente la mezcla, mientras los pasajeros salmodiaban mantras de despedida.

Oh, alma santa, que el aire y el fuego te sean propicios..., que las aguas de todos los ríos y de todos los océanos te permitan servir en la eternidad a la causa de todos los hombres...

Al pronunciarse las últimas palabras, Ramdas Gandhi vació suavemente en las olas el contenido de la urna. El fino reguero grisáceo se estiró a lo largo del casco, y cada pasajero lo cubrió con un puñado de pétalos de rosa.

Llevado por la corriente, atrapado en los remolinos de las aguas mezcladas, la alfombra de flores, cenizas y leche se alejó muy pronto hacia el horizonte. Las cenizas de Mohandas Gandhi iban a realizar la última y más sagrada peregrinación de un hindú, el largo viaje hacia el mar y hacia el místico instante en el que en Ganges eterno las uniese con la eternidad de los océanos. Entonces, el alma de Gandhi escaparía «a las sombras de la noche». Se fundiría con el mahat, el Dios de su celeste Gita¨.

 

Sobre las cenizas de Nehru:

 

¨Como regalo de despedida a sus compatriotas, este refinado indio ofreció la conmovedora elocuencia de su testamento. Pedía en él que sus cenizas fuesen dispersadas desde lo alto por un avión «sobre los campos en que trabajaban los campesinos, a fin de que puedan mezclarse con el polvo de la tierra india y convertirse en parte inseparable de ella... y que un puñado sea entregado al Ganges en Allahabad para ser llevado hacia el vasto océano que baña las costas de la India»¨.

 

Al leer sobre la muerte de Lord Mountbatten, encontré interesante conocer que fue asesinado por el IRA irlandés:

 

¨A mediados de agosto de 1979, Lord Mountbatten se trasladó, como cada año, a su castillo de Irlanda a pasar las vacaciones. El día antes de partir, habló con uno de los autores de Esta noche, la libertad. Le aseguró al autor que no tenía razones para preocuparse de su seguridad personal: eran bien conocidos en la República su afecto y comprensión hacia el pueblo de Irlanda. En realidad aceptaba con muchos reparos la protección oficial durante sus visitas anuales.

La mañana del 29 de agosto de 1979, acompañado por los miembros de su familia, emprendió un crucero por las aguas de la Bahía de Donegal, en su bote de pesca The Shadow V. Unos pocos minutos después de que abandonaran el muelle, la embarcación se detuvo para examinar un recipiente para la pesca del bogavante. Una bomba escondida en tal recipiente hizo explosión al ser activada por radio. Los autores del hecho fueron unos terroristas del IRA escondidos en un farallón cercano. Mountbatten murió casi instantáneamente en el mar, al que había dedicado la mayor parte de su vida, y al que nunca había cesado de regresar en busca de sosiego y renovación espiritual. Su joven nieto, el Hon. Nicholas Knatchbull y un joven amigo irlandés murieron con él. La madre de su yerno, Doreen Lady Brabourne, murió más tarde a consecuencia de las heridas recibidas en la explosión. El funeral de Mountbatten, celebrado en la catedral de Saint Paul unos pocos días después, fue un acontecimiento de una gran magnitud no vista desde el entierro del que fuera jefe de Gobierno en tiempo de guerra, Sir Winston Churchill. El último Virrey había hecho planes para el día de su muerte con la misma meticulosa pasión por el orden y el debate con que organizara su vida. Todos los aspectos de esta ceremonia final fueron previstos por el propio Mountbatten varios años antes¨.

 

Ya veis, me pongo a copiar párrafos y podría copiar todo el libro. Para alguien interesado en conocer más sobre la historia de la India es una lectura obligada que vais a disfrutar mucho. Lo recomiendo al 100%.

 

Libros: ¨Antes de que todo se rompiera¨ -Ruth Ibáñez Ámez-

Libros: ¨Antes de que todo se rompiera¨ -Ruth Ibáñez Ámez-

Dice así la contraportada:

 

¨Tener 16 años es un infierno. Te pasas el día intentando impresionar a peña que ni siquiera te conoce: tu padre, tu madre, tus profes, las tías (si eres Gorka), los tíos (si eres Pedro), o los dos (si eres Alex). Qué ganas de gritar, dar un puñetazo en la mesa y largarte para siempre. Mandar todo a la mierda con un corte de mangas mientras sales por la puerta.

 

Por eso, cuando Gorka propone un fin de semana lejos de casa, sin adultos y con mucho alcohol, nadie se lo piensa demasiado. Diez chicos y chicas, una casa de pueblo, mucho estrés que soltar y alguna que otra virginidad que perder. ¿Cómo decir que no a algo así? ¿Qué puede salir mal?

 

Poco saben que este fin de semana cambiará su vida para siempre. Poco saben que, por mucho que lo intenten, les será imposible volver atrás en el tiempo al momento antes de que todo se rompiera¨.

 

En su página Web la autora de ¨Armarios y fulares¨ (2016), ¨Profe, una pregunta¨ (2018), ¨Eres un profe de mierda (felicidades)¨ (2019), ¨Antes de que todo se rompiera¨ (2019), ¨Manuel (in)falible de animación a la lectura¨ (2021) y ¨Graciana¨ (2022) describe el libro de esta manera:

 

¨Antes de que todo se rompiera es una historia juvenil que trata temas tan adultos como el feminismo o los roles de género e intenta dar la vuelta a muchos de los clichés que nos devoran en la sociedad desde muy jóvenes. Es, ni más ni menos, la historia que me hubiera gustado leer cuando tenía la edad de los y las protagonistas (16 años) con los personajes que me hubiera gustado tener a mi lado en aquel momento¨.

 

Esta escritora es profesora -actualmente trabaja en Estados Unidos- y sus publicaciones se dividen entre novelas de ficción, y publicaciones y entradas en su blog más destinadas a docentes o personas interesadas en conocer cómo es la vida de un profesor. Me gusta mucho cómo escribe y sobre lo que escribe.

 

Esta novela, la verdad, me costó un poco hasta la primera mitad, debe ser que no estoy acostumbrado a novela juvenil. Sin embargo, a partir de la segunda mitad la historia empezó a ganar intensidad y ayer cuando la terminé me robó tiempo de sueño porque no podía dejar el libro hasta ver cómo se resolvía la historia.

 

No puedo dar muchos detalles porque entonces desvelaría la trama. Como señala la autora, sí que es una novela que les puede venir muy bien leer a jóvenes adolescentes que se van a encontrar con situaciones nuevas que pueden no saber resolver. En alguna entrevista a Arturo Pérez Reverte le preguntaban, escribo de memoria, sobre su experiencia como corresponsal de guerra. Y lo que venía a decir es que lo que había visto ya lo había leído anteriormente en los clásicos, que ya había vivido la guerra a través de sus lecturas. Y que eso le daba una ventaja, más lucidez. Me viene esto a la cabeza porque ¨Antes de que todo se rompiera¨ puede ser un referente para adolescentes que en un momento se encuentren en una situación, nueva para ellos y de muy difícil resolución, que podrían asociar a esta novela. Ya tendrán una conexión, una experiencia (aunque sea lectora), y con ello más cartas para jugar la partida.